martes, 17 de abril de 2007

SOBERBIA… MAL DE MUCHOS


Me pasó en una de mis visitas a los enfermos.
Fui contactado por la esposa de un amigo Diácono de mi Parroquia para orar por dos personas enfermas: una anciana con cáncer que cuidaba a una señora en silla de ruedas. Esta última tenía un mal desde pequeña que había hecho que las plantas de sus pies parecieran manos. Esa pobre mujer nunca iba a poder caminar.

Ambas vivían en un pequeño espacio de 4x4, dentro de un corralón que servía de cochera donde habían levantado, con pedazos de cartón, unas paredes y el techo. En el interior había un camarote (la anciana arriba y la otra abajo), un par de sillas maltrechas, la cocina y otras cositas.

Luego de varias visitas, la menor me contó parte de su vida. Venía de una familia pudiente que no quiso saber de ella desde que se involucró con un alcohólico. Este la abandonó luego de quitarle todo lo que pudo y ella fue amparada por la anciana con cáncer que, en esa época, era allegada de la familia (hacía trabajos esporádicos de limpieza, etc.).

En una de mis últimas visitas me contaron que el dueño del corralón, un día que llegó borracho, les quiso cobrar por el espacio inmundo donde vivían, y que al no poder pagar los cincuenta soles que les cobraba, las insultó y quiso abusar sexualmente de la minusválida.

En esa época yo conocía a la alcaldesa del distrito donde vivían. Le conté el caso y me ofreció enviar a una asistenta social para comprobar el estado en que vivian estas personas. No pasó ni una semana y me llama la asistenta social para decirme que las había visitado y había conseguido, en un albergue a cargo de la Municipalidad, una habitación, comida, lavandería (todo gratis) y libertad para salir y entrar cuando ellas lo desearan… En otras palabras, no iban a necesitar nada.

La asistenta social llegó con la buena noticia donde el par de mujeres y se llevó una gran desilusión. La menor le dijo que ellas no necesitaban caridad; que ella venía de una familia muy adinerada y que lo que querían era dinero para alquilar un departamento, comida y vestidos.
Me llamó la asistenta social y me contó lo sucedido, a lo que yo respondí:
-Estas señoras lo que necesitan es un manicomio. Perdóneme por haberle hecho perder su tiempo. Gracias y no vuelva más donde estas señoras que tienen como bandera su soberbia.
Creo que mi amiga, la alcaldesa, comprendió mi dilema. Pero ¿con qué cara le vuelvo a pedir un favor? Debí haberme dado cuenta de que la soberbia las envolvía.

¿Qué será de ellas?, no sé. Que Dios las ayude de alguna forma, porque, en este mundo, no creo que exista alguien que les quiera dar una mano.
José Miguel Pajares Clausen

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