martes, 15 de mayo de 2007

LOS HIJOS


Hay un período en el que los padres quedamos huérfanos de nuestros hijos.
Es que ellos crecen independientemente de nosotros, como árboles murmurantes y pájaros imprudentes. Crecen sin pedir permiso a la vida, con una estridencia alegre y a veces, con alardeada arrogancia. Pero NO... crecen todos los días; crecen de repente.

Un día se sientan cerca de ti y con increíble naturalidad, te dicen cualquier cosa que te indica que esa criatura, hasta ayer en pañales y pasitos temblorosos e inseguros, creció.

¿Cuándo creció que no lo percibiste? ¿Dónde quedaron las fiestas infantiles, los juegos en la arena, los cumpleaños con payasos?

Ahora estás ahí, en la puerta de la discoteca, esperando ansioso, no sólo que crezca, sino que aparezca… allí están muchos padres al volante, esperando que salgan zumbando sobre patines, con sus pelos largos y sueltos. Y allí están nuestros hijos, entre hamburguesas y gaseosas; en las esquinas, con el uniforme de su generación y sus incómodas mochilas en la espalda.

Y aquí estamos nosotros, con el pelo cano… con nuestros hijos; los que amamos a pesar de los golpes de los vientos, de las escasas cosechas de paz, de las malas noticias y las dictaduras de las horas.

Ellos crecieron observando y aprendiendo con nuestros errores y nuestros aciertos; principalmente con los errores que esperamos no repitan.

Hay un periodo en que los padres vamos quedando huérfanos de hijos; ya no los buscamos en las puertas de las discotecas y los cines. Pasó el tiempo, el fútbol, el ballet, la natación… salieron del asiento de atrás y pasaron a tomar el volante de sus propias vidas.

Algunos deberíamos haber ido más junto a su cama en las noches, para oír su alma respirando, conversaciones confidenciales entre las sábanas de la infancia; y cuando fueron adolescentes, a los cubrecamas de aquellas piezas cubiertas de calcomanías, posters, agendas coloridas y discos ensordecedores.

Pero, crecieron sin que agotáramos con ellos todo nuestro afecto. Al principio nos acompañaban al campo, a la playa, a la piscina y reuniones de conocidos, Navidad y Pascuas compartidas; y había peleas con llanto por las ventanas, los pedidos de chicles y la música de moda.

Después llegó el tiempo en que viajar con los padres se transformó en esfuerzo y sufrimiento: no podían dejar a los amigos ni a sus primeros amores… y quedamos los padres exilados de los hijos, teníamos la soledad que siempre habíamos deseado; y nos llegó el momento en que sólo los mirábamos de lejos, algunos en silencio, y esperamos que elijan bien en la búsqueda de la felicidad y conquisten el mundo del modo menos complejo posible.

¡EL SECRETO ES ESPERAR! En cualquier momento nos darán nietos. El nieto es la hora del cariño ocioso y la picardía no ejercida en los propios hijos; por eso los abuelos son tan desmesurados y distribuyen tan incontrolablemente cariño; los nietos son la última oportunidad de reeditar nuestro afecto. Por eso es necesario hacer algunas cosas adicionales, antes que nuestros hijos crezcan.

Así es, las personas sólo aprendemos a ser hijos, después a ser padres, y sólo aprendemos a ser padres, después de ser abuelos…en fin, pareciera que sólo aprendemos a vivir, después de que la vida se nos pasó…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡¡¡EXCELENTE!!! Nada tan real, así nos sentimos los padres cuando nuestros chicos van creciendo!!! GRACIAS

Hermano José dijo...

Uno nunca deja de ser hijo... Lo serás de tu mujer, de tu jefe, inclusive de tus propios hios.
Bendiciones.