jueves, 28 de febrero de 2008

EL SENTIDO DE ETERNIDAD


Está claro que no basta con saber que existe la eternidad; se necesita también saber qué hacer para alcanzarla.

Eternidad es una palabra que ha caído en «desuso». Se ha convertido en una especie de tabú para el hombre moderno. Se cree que este pensamiento puede apartar del compromiso histórico concreto para cambiar el mundo, que es una evasión, un «desperdiciar en el cielo los tesoros destinados a la tierra», decía Hegel.
¿Pero cuál es el resultado? La vida, el dolor humano, todo se hace inmensamente más absurdo. Se ha perdido la medida. Si falta el contrapeso de la eternidad, todo sufrimiento, todo sacrificio, parece absurdo, desproporcionado, nos «desequilibra», nos echa por tierra.

San Pablo escribió: «La leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna». En comparación con la eternidad de la gloria, el peso de la tribulación le parece «ligero» (¡a él, que sufrió tanto en la vida!) precisamente porque es «de un momento». En efecto, añade: «Las cosas visibles son pasajeras, más las invisibles son eternas» (2 Co 4, 17-18).
El filósofo Miguel de Unamuno (que además era un pensador «laico»), a un amigo que le reprochaba, como si fuera orgullo o presunción, su búsqueda de eternidad, respondía en estos términos: «No digo que merezcamos un más allá, ni que la lógica lo demuestre; digo que lo necesitamos, merezcámoslo o no, simplemente. Digo que lo que pasa no me satisface, que tengo sed de eternidad, y que sin ésta todo me es indiferente. Sin ella no existe ya alegría de vivir... Es demasiado fácil afirmar: "Hay que vivir, hay que conformarse con esta vida". ¿Y los que no se conforman?».

No es quien desea la eternidad el que muestra que no ama la vida, sino quien no la desea, dado que se resigna tan fácilmente al pensamiento de que aquella deba terminar.
Sería una enorme ganancia, no sólo para la Iglesia, sino también para la sociedad, redescubrir el sentido de eternidad. Ayudaría a reencontrar el equilibrio, a relativizar las cosas, a no caer en la desesperación ante las injusticias y el dolor que hay en el mundo, aún luchando contra ellas. A vivir menos frenéticamente.
En la vida de cada persona ha habido un momento en que se ha tenido cierta intuición de eternidad, aún confuso... Hay que estar atentos a no buscar la experiencia del infinito en la droga, en el sexo desenfrenado y en otras cosas en las que, al final, sólo queda desilusión y muerte.

«Todo el que beba de este agua volverá a tener sed», dijo Jesús a la samaritana. Hay que buscar lo infinito en lo alto, no hacia abajo; por encima de la razón, no por debajo de ella, en las ebriedades irracionales.
Está claro que no basta con saber que existe la eternidad; se necesita también saber qué hacer para alcanzarla. Preguntarse, como el joven rico del Evangelio: «Maestro, ¿qué debo hacer para tener la vida eterna?».

Leopardi, en la poesía El Infinito”, habla de un cercado que oculta de la vista el último horizonte.

¿Cual es para nosotros este cercado, este obstáculo que nos impide mirar hacia el horizonte último, hacia lo eterno? La samaritana, aquel día, comprendió que debía cambiar algo en su vida si deseaba obtener la "vida eterna", porque en poco tiempo la encontramos transformada en una evangelizadora que relata a todos, sin vergüenza, cuanto le ha dicho Jesús.

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LA DETRACCIÓN, PECADO CONTRA LA JUSTICIA


La fama es uno de los bienes del alma que integran el patrimonio espiritual
del hombre


Aunque la detracción es considerada comúnmente como pecado contra la caridad, porque la socava en la raíz, esencialmente y teológicamente es pecado directo contra la justicia.

En efecto, la fama es uno de los bienes del alma que integran el patrimonio espiritual del hombre, y que constituye con el honor, lo más valioso de la dignidad de la persona humana. La fama equivale al buen nombre o reputación de una persona y al aprecio y común estimación de su excelencia. Fray Domingo de Soto la define como la justa apreciación de nuestra dignidad y nuestros méritos por los demás y como la causa del honor.
Derecho a la propia fama. Toda persona tiene derecho natural a la fama ordinaria, derecho absoluto a la fama verdadera y relativo a la fama estimada, mientras no sea públicamente difamada. La fama es uno de los bienes del espíritu más nobles, el más precioso, dice santo Tomás. Por tanto toda persona tiene estricto derecho a conservarla tanto como su integridad física. La detracción, por su naturaleza, se ordena a denigrar la reputación de alguien. De ahí que sea propiamente detractor el que hable de alguien en su ausencia con el fin de denigrar su fama. Y arrebatar a una persona su reputación es cosa muy grave, puesto que entre los bienes temporales, parece que la fama es el más valioso, por cuya pérdida el hombre queda privado de la posibilidad de hacer bien una multitud de cosas. Por este motivo, léese en Eclo 41,15: Conserva con cuidado la buena reputación, porque será para ti un bien más estable que mil tesoros grandes y preciosos. Por tanto, la detracción, de suyo, es pecado grave.
Difamación directa e indirecta: Puede suceder que una persona pronuncie palabras por las que quede lesionada la fama de alguien sin tener esta intención lo cual no es difamar directa y formalmente hablando, sino materialmente y de una manera accidental. Y si las palabras por las que es quebrantada la reputación ajena son proferidas por alguien en atención a un bien o a un fin necesario y observando las debidas circunstancias, no hay pecado ni esto puede llamarse detracción. Mas, aunque las pronuncie por ligereza de espíritu o por alguna causa necesaria, no hay pecado mortal, a no ser que la palabra que diga sea tan grave que perjudique notablemente la fama de alguien, sobre todo, en lo relativo a la honestidad de la vida, pues entonces, por la calidad de las palabras, constituiría pecado mortal.
Restitución de la fama: Y está obligado uno a la restitución de la fama del mismo modo que se ha de restituir cualquier cosa robada, en la forma ya expuesta (q.62 a.2 ad 2) al tratar de la restitución. La detracción significa la difamación en todas sus formas, maledicencia, calumnia, murmuración. Santo Tomás utiliza la definición de San Alberto Magno, que es la de Hesiquio en su comentario al Levítico: Difamar es denigrar la fama de otro disminuyéndola o produciendo con palabras o narraciones mala reputación de él.
Así como la buena fama esclarece el nombre de uno, la difamación denigra y ensombrece empañando con una mancha la dignidad y el honor personal. Como la detracción roba la fama, el detractor debe en justicia restituir lo robado, que es harto difícil y a veces, imposible, no en vano dice el refrán: "Calumnia que algo queda".
Garantizada en la Sagrada Escritura: La palabra revelada da testimonio del valor del buen nombre: "Mas que las riquezas vale el buen nombre" (Prv 22, 1). "Ten cuidado de tu nombre que permanece, más que de millares de tesoros" (Eclo 41, 15). "No murmuréis unos de otros, hermanos; el que murmura de su hermano o juzga a su hermano, murmura de la Ley, juzga a la Ley" (Sant 4, 11). "Los chismosos, los calumniadores, aborrecidos de Dios" (Rm 1, 29, 30).
Santa Teresa, que fue víctima de muchísimas murmuraciones, detracciones y calumnias, fue propagadora de la no murmuración, "no hablaba mal de nadie, evitaba toda murmuración, pues tenía muy presente que no había de querer para los demás lo que no quería para ella, y persuadía tanto a esto que las que vivían con ella y la trataban, se quedaron con esta costumbre". Todos sabían que con la Madre Teresa "todos tenían las espaldas bien guardadas".

DISCURSO DESDE LA SUMA DE SANTO TOMÁS (Segunda Parte. Capítulo Trece)

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CUENTO INDÚ


Mi amigo abrió el cajón de la mesita de noche de su mujer y sacó un paquetito envuelto en un papel blanco.
Este - me dijo - no es un simple paquete, es ropa interior”. Tiró el papel y observó la preciosa seda del conjunto. “Lo compró la primera vez que fuimos a New York, hace 8 ó 9 años… nunca lo uso. Lo guardaba para una ocasión especial. Bien… creo que ésta es la ocasión adecuada

Se acercó a la cama y apoyó el conjunto al lado de la ropa que llevaría a la funeraria… su mujer acababa de morir.

Se giró hacia mí y me dijo:
Nunca guardes nada para una ocasión especial, cada día que vives es una ocasión especial

Todavía pienso como me han cambiado estas palabras: Ahora leo más y limpio menos; me siento en la terraza y admiro el panorama sin prestar atención a los hierbajos del jardín; paso más tiempo con mi familia y mis amigos, y menos trabajando.

He entendido que la vida es un conjunto de experiencias para gozar… no para sobrevivir. No guardo nada. Uso los mejores vasos todos los días; me pongo el traje nuevo para ir al supermercado si me apetece; ya no guardo mi mejor colonia para fiestas especiales, las uso todas las veces que deseo.

Las frases: Un día… y uno de estos días… han desaparecido de mi vocabulario. Si merece la pena hacerlo ahora… ¿por qué esperar?

No sé lo que habría hecho la mujer de mi amigo, si hubiese sabido que no estaría aquí mañana. Creo que habría llamado a sus familiares y a sus amigos más íntimos; a lo mejor habría llamado a viejos amigos para disculparse por viejas peleas… me gusta pensar que habría ido a un restaurante chino… su preferido.

Son estas pequeñas cosas no hechas las que me molestarían si supiera que tengo las horas contadas.
Molesto porque dejaría de ver a los amigos que vería uno de estos días”.
Molesto por no escribir esas cartas que quería escribir algún día”.
Molesto y triste porque no dije a mi familia cuanto los quiero…

Ahora intento no guardar nada que añadiría risas y alegría a nuestras vidas.

Cada día me digo a mi mismo que éste es un día muy especial. Cada día, cada hora, cada minuto es especial…

Algunos consejos:
· Cuando digas te amodilo de verdad.
· Cuando digas lo siento mira a la otra persona a los ojos.
· Ama profunda y apasionadamente… puedes salir herido, pero es la única forma de vivir la vida completamente…
· Habla despacio y piensa rápido…
· Respétate a ti mismo, respeta a los demás y responsabilízate de tus actos.
· Sonríe cuando contestes el teléfono… quien te llama lo notará en la voz.
· Confía mucho en Dios, pero cierra bien la puerta cuando salgas a la calle.

lunes, 25 de febrero de 2008

TESTIMONIO - MI PRIMERA SANACIÓN


Me enteré que la esposa de un amigo mío estaba con un mal todavía no detectado, que la postró en silla de ruedas. Tenía varios meses postrada. La fui a visitar y le hablé de Dios y del poder de la oración; le hablé del perdón y de las maravillas que se logran cuando uno perdona; le hablé de cómo María Santísima intercede ante Dios, etc.

Ella se había enterado que su esposo estaba saliendo con otra mujer y que la cosa no era tan simple… parece que ya tenía cierto tiempo en esa situación, cosa que agravó más su salud.

En esa época, yo tenía poco tiempo en mi Comunidad, estaba recién aprendiendo a manejar la bicicleta; ya sabía cuales eran sus partes principales, pero nunca me había atrevido a montarla y a pedalear, en otras palabras, nunca había estado en una situación de pedir directamente a Dios que sane a alguien, aunque ya sabía como hacerlo. La Fe, si no la practicas, de nada sirve”.

Estando conversando con ella, cuando de pronto sentí en mi corazón que tenía que decirle algo. No se imaginan lo que le dije: Dice el Señor que la próxima semana te levantará de tu silla de ruedas, así que prepara tu corazón Cuando terminé de decir eso, me sorprendí de tal manera que hasta sentí cierto temor y me pregunté: “¿Qué pasaría si eso no sucediera? Estaría dándole falsas ilusiones a una persona enferma… eso estaría muy mal porque estaría restándole credibilidad a Dios y yo quedaría como un farsante Inmediatamente me puse a orar y le dije a Dios: Señor, Tú me has hecho decir esto, así que ya verás cómo lo solucionas En ese momento recordé las palabras del Evangelio en que el Señor dice que Él avalará mis palabras; eso me dejó más tranquilo.

La esposa de mi amigo, contenta con lo que había escuchado, pasó la voz a todo su barrio, a sus amigos y familiares – por supuesto que yo no sabía nada de lo que estaba pasando – para que fueran a su casa el día en que habíamos quedado para que el Señor la levantara de esa silla.

El día que habíamos quedado coincidía con una celebración en mi Comunidad, así que iba a ir un poco tarde a la casa de mi amiga. Me preparé en el Santísimo: Señor, no te vayas a olvidar lo que le prometiste a Peta”… se lo dije como si Dios se pudiera olvidar de algo.

Terminó la celebración a eso de la 10:30pm, tomé mi moto – en ese tiempo andaba en moto – y le dije al Señor: Súbete y ven conmigo… no sabes cuanto te necesito, además, si vienes conmigo no va haber excusa de que te pierdas”… otra vez subestimándolo.

Faltando una cuadra para llegar a la casa de la cita con Dios y la enferma, noté una gran cantidad de gente; había gente por todos lados. Me acerqué despacio, me bajé de la moto y entré. La casa estaba llena de gente, lo mismo que la calle, y a mí me corrían culebritas por todo el cuerpo.

Puse mi Biblia sobre la mesa, prendí la vela que había traído de la Comunidad, me puse mi cruz de San Benito, eché agua bendita a todos y comencé con la oración. Pasados unos 10 minutos, pedí que acercaran a Peta, le pregunté si estaba preparada, respondió que sí, y dije en voz alta sin ningún temor: En el Nombre de Jesús… ordeno que te levantes y camines”. Ella empezó a incorporarse… algunos quisieron ayudarla, pero yo les pedí que no la tocaran. Sola se incorporó y empezó a dar pasos, al principio un poco inseguros, pero luego con más firmeza.

En ese momento mi corazón se partió en mil pedacitos y caí al suelo de rodillas llorando de alegría y alabando a Dios por su gran misericordia. Lo mío fue contagioso porque todos, sin excepción - los de la casa y de la calle - hicieron lo mismo. Todos de rodillas alabábamos a Dios y agradecíamos a nuestra Madre celestial por su intercesión. Donde dos o más se reúnen en mi nombre… allí estoy Yo”, dijo Jesús. Eso es verdad, pero a veces uno se olvida.

A partir de ese día, me di cuenta cual sería mi ministerio (sanación). Han pasado 19 años desde ese entonces y he visto, a través de todo ese tiempo, las maravillas que hace el Señor. Agradezco a Dios por usarme como instrumento y le agradezco por ese comienzo espectacular que casi me cuesta la vida… la verdad es que hasta ahora me pregunto cómo fue que no me dio un infarto ese día.

Les prometo seguir recordando y publicando las maravillas que hace el Señor – al menos en este ministerio – y ojala que todos comiencen a mover su Fe para gloria de Dios.

Están todos invitados a nuestras reuniones de Oración por los Enfermos, los Lunes a las 8pm. Jr. Santander # 287 – Pueblo Libre – Lima –Perú. Altura de cuadra 14 de la Av. Bolívar. (Nido: La Barquita de Jesús) La entrada es libre – Teléfonos para cualquier consulta: Celular (Claro) 9718-6681 – Fijo: 462-3870. Si desean recibir el Evangelio Diario, pueden entrar a mis Correos: senor_creador@hotmail.com / senor_creador1@yahoo.es
Nota: senor, solamente con n no con ñ”.

José Miguel Pajares Clausen
Febrero 2008

DIOS NOS JUZGARÁ POR EL CORAZÓN


El Evangelio nos narra la parábola de Epulón y Lázaro, donde nos damos cuenta de que al morir, Dios los juzga por su corazón. ¿Qué ha hecho Lázaro de bueno para subir al seno de Abraham? Nada. ¿Qué ha hecho Epulón de malo para no subir al seno de Abraham? Nada. Podríamos pensar que la diferencia está en que uno es muy pobre y el otro rico, pero no es el motivo por el cual Cristo los juzga. Cristo los juzga por el corazón. La diferencia está en ser una persona de corazón abierto o de corazón cerrado a Dios nuestro Señor.
El profeta dice: El corazón del hombre es la cosa más traicionera y difícil de curar. ¿Quién lo podrá entender? Yo, el Señor, sondeo la mente y penetro el corazón, para dar a cada uno según sus acciones, según el fruto de sus obras Cada uno de nosotros, en última instancia, reposa sobre su propia voluntad: la voluntad de querer algo o la voluntad de rechazarlo. Cada uno de nosotros en la vida acepta o rechaza las cosas por su corazón, por su voluntad. El profeta es muy claro: Maldito el hombre que confía en el hombre, que en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón”. Son palabras muy duras, sobre todo en cuanto a las consecuencias:Será como cardo plantado en la estepa, que no disfruta del agua cuando llueve; vivirá en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhabitable”.
¿No podría ser, el verse plantadas así, el destino de muchos corazones, de muchas vidas? Y cuando empezamos a preguntarnos el por qué, en el fondo, acabamos encontrando siempre una misma respuesta: No supieron poner su libertad totalmente en Dios nuestro Señor. Y aquí no importa si les faltó poco o les faltó mucho, aquí lo que importa es que les faltó.
No importa si el rico fue poco injusto o muy injusto, lo importante es que no llegó a estar del otro lado. Su libertad no se puso del lado que tenía que ponerse, su voluntad no se orientó hacia donde tenía que orientarse. De nada nos servirá después, la súplica del rico: Padre Abraham, ten piedad de mí”, porque nuestra libertad necesita ser ahora purificada.

Cuántas veces podríamos juzgar que estamos haciendo bien, y realmente podría ser que estuviésemos viviendo engañados, traicionados por lo más interior de nosotros mismos, que es nuestro corazón, la cosa más traicionera y difícil de curar. ¿Me atrevo yo a permitir que ese médico del alma que es Dios, entre a mi corazón, toque y cuestione mi libertad y toque y fortalezca mi voluntad?
Lleguemos a decir que nuestro corazón, siendo débil como es, tiene una certeza y tiene una garantía: el estar apoyado sólo y únicamente en Dios nuestro Señor. Porque así, será árbol plantado junto al agua que hunde en las corrientes sus raíces; cuando llegue el calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes; en el año de sequía no se marchitará ni dejará de dar frutos”. En nuestras manos está el hacer de nuestra libertad y de nuestra voluntad un camino de esterilidad, apoyado en nosotros; o un camino de fecundidad, apoyado en Dios.

MENSAJE DEL PAPA PARA LA CUARESMA 2008


«Nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, por vosotros se hizo pobre»
(2 Corintios 8,9
)

¡Queridos hermanos y hermanas!
1. Cada año, la Cuaresma nos ofrece una ocasión providencial para profundizar en el sentido y el valor de ser cristianos, y nos estimula a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que también nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos. En el tiempo cuaresmal la Iglesia se preocupa de proponer algunos compromisos específicos que acompañen concretamente a los fieles en este proceso de renovación interior: son la oración, el ayuno y la limosna. Este año, en mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, deseo detenerme a reflexionar sobre la práctica de la limosna, que representa una manera concreta de ayudar a los necesitados y, al mismo tiempo, un ejercicio ascético para liberarse del apego a los bienes terrenales. Cuán fuerte es la seducción de las riquezas materiales y cuán tajante tiene que ser nuestra decisión de no idolatrarlas, lo afirma Jesús de manera perentoria: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13).
La limosna nos ayuda a vencer esta constante tentación, educándonos a socorrer al prójimo en sus necesidades y a compartir con los demás lo que poseemos por bondad divina. Las colectas especiales en favor de los pobres, que en Cuaresma se realizan en muchas partes del mundo, tienen esta finalidad. De este modo, a la purificación interior se añade un gesto de comunión eclesial, al igual que sucedía en la Iglesia primitiva. San Pablo habla de ello en sus cartas acerca de la colecta en favor de la comunidad de Jerusalén (cf. 2Cor 8,9; Rm 15,25-27).
2. Según las enseñanzas evangélicas, no somos propietarios de los bienes que poseemos, sino administradores: por tanto, no debemos considerarlos una propiedad exclusiva, sino medios a través de los cuales el Señor nos llama, a cada uno de nosotros, a ser un medio de su providencia hacia el prójimo. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, los bienes materiales tienen un valor social, según el principio de su destino universal (cf. nº 2404).
En el Evangelio es clara la amonestación de Jesús hacia los que poseen las riquezas terrenas y las utilizan solo para sí mismos. Frente a la muchedumbre que, carente de todo, sufre el hambre, adquieren el tono de un fuerte reproche las palabras de San Juan: «Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?» (1Jn 3,17). La llamada a compartir los bienes resuena con mayor elocuencia en los países en los que la mayoría de la población es cristiana, puesto que su responsabilidad frente a la multitud que sufre en la indigencia y en el abandono es aún más grave. Socorrer a los necesitados es un deber de justicia aun antes que un acto de caridad.
3. El Evangelio indica una característica típica de la limosna cristiana: tiene que ser en secreto. «Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha», dice Jesús, «así tu limosna quedará en secreto» (Mt 6,3-4). Y poco antes había afirmado que no hay que alardear de las propias buenas acciones, para no correr el riesgo de quedarse sin la recompensa de los cielos (cf. Mt 6,1-2). La preocupación del discípulo es que todo vaya a mayor gloria de Dios. Jesús nos enseña: «Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestra buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16). Por tanto, hay que hacerlo todo para la gloria de Dios y no para la nuestra. Queridos hermanos y hermanas, que esta conciencia acompañe cada gesto de ayuda al prójimo, evitando que se transforme en una manera de llamar la atención. Si al cumplir una buena acción no tenemos como finalidad la gloria de Dios y el verdadero bien de nuestros hermanos, sino que más bien aspiramos a satisfacer un interés personal o simplemente a obtener la aprobación de los demás, nos situamos fuera de la óptica evangélica. En la sociedad moderna de la imagen hay que estar muy atentos, ya que esta tentación se plantea continuamente. La limosna evangélica no es simple filantropía: es más bien una expresión concreta de la caridad, la virtud teologal que exige la conversión interior al amor de Dios y de los hermanos, a imitación de Jesucristo, que muriendo en la cruz se entregó a sí mismo por nosotros. ¿Cómo no dar gracias a Dios por tantas personas que en el silencio, lejos de los reflectores de la sociedad mediática, llevan a cabo con este espíritu acciones generosas de sostén al prójimo necesitado? Sirve de bien poco dar los propios bienes a los demás si el corazón se hincha de vanagloria por ello. Por este motivo, quien sabe que «Dios ve en el secreto» y en el secreto recompensará no busca un reconocimiento humano por las obras de misericordia que realiza.
4. Invitándonos a considerar la limosna con una mirada más profunda, que trascienda la dimensión puramente material, la Escritura nos enseña que hay mayor felicidad en dar que en recibir (Hch 20,35). Cuando actuamos con amor expresamos la verdad de nuestro ser: en efecto, no hemos sido creados para nosotros mismos, sino para Dios y para los hermanos (cf. 2Cor 5,15). Cada vez que por amor de Dios compartimos nuestros bienes con el prójimo necesitado experimentamos que la plenitud de vida viene del amor y lo recuperamos todo como bendición en forma de paz, de satisfacción interior y de alegría. El Padre celestial recompensa nuestras limosnas con su alegría. Y hay más: San Pedro cita entre los frutos espirituales de la limosna el perdón de los pecados. «La caridadescribe - cubre multitud de pecados» (1P 4,8). Como a menudo repite la liturgia cuaresmal, Dios nos ofrece, a los pecadores, la posibilidad de ser perdonados. El hecho de compartir con los pobres lo que poseemos nos dispone a recibir ese don. En este momento pienso en los que sienten el peso del mal que han hecho y, precisamente por eso, se sienten lejos de Dios, temerosos y casi incapaces de recurrir a él. La limosna, acercándonos a los demás, nos acerca a Dios y puede convertirse en un instrumento de auténtica conversión y reconciliación con él y con los hermanos.
5. La limosna educa a la generosidad del amor. San José Benito Cottolengo solía recomendar: «Nunca contéis las monedas que dais, porque yo digo siempre: si cuando damos limosna la mano izquierda no tiene que saber lo que hace la derecha, tampoco la derecha tiene que saberlo» (Detti e pensieri, Edilibri, n. 201). Al respecto es significativo el episodio evangélico de la viuda que, en su miseria, echa en el tesoro del templo «todo lo que tenía para vivir» (Mc 12,44). Su pequeña e insignificante moneda se convierte en un símbolo elocuente: esta viuda no da a Dios lo que le sobra, no da lo que posee sino lo que es. Toda su persona.
Este episodio conmovedor se encuentra dentro de la descripción de los días inmediatamente precedentes a la pasión y muerte de Jesús, el cual, como señala San Pablo, se ha hecho pobre a fin de enriquecernos con su pobreza (cf. 2Cor 8,9); se ha entregado a sí mismo por nosotros. La Cuaresma nos empuja a seguir su ejemplo, también a través de la práctica de la limosna. Siguiendo sus enseñanzas podemos aprender a hacer de nuestra vida un don total; imitándole conseguimos estar dispuestos a dar, no tanto algo de lo que poseemos, sino a darnos a nosotros mismos. ¿Acaso no se resume todo el Evangelio en el único mandamiento de la caridad? Por tanto, la práctica cuaresmal de la limosna se convierte en un medio para profundizar nuestra vocación cristiana. El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor. Por tanto, lo que da valor a la limosna es el amor, que inspira formas distintas de don, según las posibilidades y las condiciones de cada uno.
6. Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma nos invita a «entrenarnos» espiritualmente, también mediante la práctica de la limosna, para crecer en la caridad y reconocer en los pobres a Cristo mismo. Los Hechos de los Apóstoles cuentan que el Apóstol San Pedro dijo al hombre tullido que le pidió una limosna en la entrada del templo: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, echa a andar» (Hch 3,6). Con la limosna regalamos algo material, signo del don más grande que podemos ofrecer a los demás con el anuncio y el testimonio de Cristo, en cuyo nombre está la vida verdadera. Por tanto, que este tiempo esté caracterizado por un esfuerzo personal y comunitario de adhesión a Cristo para ser testigos de su amor. María, Madre y Sierva fiel del Señor, ayude a los creyentes a llevar adelante la «batalla espiritual» de la Cuaresma armados con la oración, el ayuno y la práctica de la limosna, para llegar a las celebraciones de las fiestas de Pascua renovados en el espíritu. Con este deseo, os imparto a todos una especial Bendición Apostólica.
Vaticano, 30 de octubre de 2007

BENEDICTUS PP. XVI

¿CÓMO VIVIR EL AYUNO?


Lo que sería para nosotros el colmo de la austeridad – estar a pan y agua - para millones de personas sería ya un lujo extraordinario.

El ayuno se ha convertido en una práctica ambigua. En la antigüedad no se conocía más que el ayuno religioso; hoy existe el ayuno político y social huelgas de hambre!), un ayuno saludable o ideológico (vegetarianos), un ayuno patológico (anorexia), un ayuno estético (para mantener la línea). Existe sobre todo un ayuno impuesto por la necesidad: el de los millones de seres humanos que carecen de lo mínimo indispensable y mueren de hambre.
Por sí mismos, estos ayunos nada tienen que ver con razones religiosas y ascéticas. En el ayuno estético incluso a veces (no siempre) se «mortifica» el vicio de la gula sólo por obedecer a otro vicio capital, el de la soberbia o de la vanidad.
Es importante por ello intentar descubrir la genuina enseñanza bíblica sobre el ayuno. En la Biblia encontramos, respecto al ayuno, la actitud del «sí, pero», de la aprobación y de la reserva crítica. El ayuno, por sí, es algo bueno y recomendable; traduce algunas actitudes religiosas fundamentales: reverencia ante Dios, reconocimiento de los propios pecados, resistencia a los deseos de la carne, solicitud y solidaridad hacia los pobres... Como todas las cosas humanas, sin embargo, puede decaer en «presunción de la carne». Basta con pensar en la palabra del fariseo en el templo: «Ayuno dos veces por semana» (Lucas, 18, 12).
Si Jesús nos hablara a los discípulos de hoy, ¿sobre qué insistiría más? ¿Sobre el «» o sobre el «pero»? Somos muy sensibles actualmente a las razones del «pero» y de la reserva crítica. Advertimos como más importante la necesidad de «partir el pan con el hambriento y vestir al desnudo»; tenemos justamente vergüenza de llamar al nuestro un «ayuno», cuando lo que sería para nosotros el colmo de la austeridad – estar a pan y agua - para millones de personas sería ya un lujo extraordinario, sobre todo si se trata de pan fresco y agua limpia.
Lo que debemos descubrir son en cambio las razones del «». La pegunta del Evangelio podría resonar, en nuestros días, de otra manera: «¿por qué los discípulos de Buda y de Mahoma ayunan y tus discípulos no ayunan (es archisabido con cuánta seriedad los musulmanes observan su Ramadán).
Vivimos en una cultura dominada por el materialismo y por un consumismo a ultranza. El ayuno nos ayuda a no dejarnos reducir a puros «consumidores»; nos ayuda a adquirir el precioso «fruto del Espíritu», que es «el dominio de sí», nos predispone al encuentro con Dios que es espíritu, y nos hace más atentos a las necesidades de los pobres.
Pero no debemos olvidar que existen formas alternativas al ayuno y a la abstinencia de alimentos. Podemos practicar el ayuno del tabaco, del alcohol y bebidas de alta graduación (que no sólo al alma: también beneficia al cuerpo), un ayuno de las imágenes violentas y sexuales que televisión, espectáculos, revistas e Internet nos echan encima a diario. Igualmente esta especie de «demonios» modernos no se vencen más que «con el ayuno y la oración».
Comentario del padre Raniero Cantalamessa – predicador de la Casa Pontificia – a las lecturas de la liturgia de la Misa del domingo anterior al miércoles de Ceniza, inicio del tiempo de Cuaresma en la Iglesia. VIII Domingo del Tiempo ordinario B (Oseas 2,14b.15b19-20; 2 Corintios 3, 1b-6; Marcos 2, 18-22).
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EL ANILLO


Un alumno llegó a su profesor con un problema.

· “Estoy aquí, profesor, porque me siento tan poca cosa, que no tengo fuerzas para hacer nada. Dicen que no sirvo para nada, que no hago nada bien, que soy tonto y muy idiota. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que valoren más?”

El profesor, sin mirar le dijo:
· Lo siento mucho joven, pero ahora no puedo ayudarte. Primero debo resolver mi propio problema, tal vez después… y haciendo una pausa, dijo: Si tú me ayudas, y puedo resolver mi problema rápidamente, quizá pueda ayudarte a resolver el tuyo
· Claro, profesor– murmuró el joven. Pero se sintió otra vez desvalorizado.

El profesor se sacó el anillo que llevaba en el dedo pequeño, se lo dio y le dijo:
· “Coge el caballo y vete al mercado. Debes vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es preciso que obtengas de él el máximo posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y vuelve lo más rápido posible

El joven cogió el anillo y partió. Cuando llegó al mercado empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Ellos miraban con algún interés, atendiendo al joven cuando decía cuanto pretendía por el anillo. Cuando decía que una moneda de oro, algunos reían, otros se apartaban sin mirarlo.

Intentando ayudar al joven, llegaron a ofrecerle una moneda de plata y una jícara de cobre, pero el joven seguía las instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazaba las ofertas.

Después de ofrecer la joya a todos los que pasaban por el mercado, y abatido por el fracaso, montó en el caballo y regresó. El joven deseaba tener una moneda de oro para comprar él mismo el anillo, librando de la preocupación a su profesor, pudiendo así recibir su ayuda y consejos.

Entró en la casa y dijo:
· Profesor, lo siento mucho, pero es imposible conseguir lo que me pidió. Tal vez pudiese conseguir 2 ó 3 monedas de plata, pero no creo que pueda engañar a nadie sobre el valor del anillo
· Importante lo que me dices, joven le contestó sonrienteprimero debes saber el valor del anillo. Vuelve a coger el caballo y vas a ver al joyero ¿Quién mejor que él para saber el valor exacto? Pero no importa cuanto te ofrezca, no lo vendas… vuelve aquí con mi anillo

El joven fue a ver al joyero y le dio el anillo para que lo examinara. El joyero lo examinó con la lupa, lo pesó y le dijo:
· “Dile a tu profesor, que si quiere vender ahora, no puedo darle más de 58 monedas de oro
· “¡¡¡50 MONEDAS DE ORO!!!” – exclamó el joven.
· Si – contestó el joyero – y creo que con el tiempo podría ofrecerle 70 monedas, pero… si la venta es urgente…”

El joven corrió emocionado a casa del profesor para contarle lo ocurrido.

· Siéntate – dijo el profesor - Y después de escuchar todo lo que el joven le contó, le dijo: Tú eres como ese anillo, una joya valiosa y única. Sólo puede ser valorada por un especialista ¿Pensabas que cualquiera podía descubrir su verdadero valor?” – y diciendo esto, volvió a colocarse su anillo.

Todos somos como esta joya… valiosos, únicos, y andamos por todos los mercados de la vida pretendiendo que personas inexpertas nos valoren.

¡REFUERZA TU VALOR!
¡APRENDE A VALORIZARTE
COMO LA MEJOR DE LAS PIEDRAS PRECIOSAS!
PARA DIOS… ESO ES LO QUE ERES.

TENGO UN SUEÑO



Tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando…

Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la igualdad, y ojala ya no tuviera necesidad de soñarlas.

Soñar a mis hijos grandes, sanos… felices; volando con sus alas, sin olvidar nunca el nido.

Soñar con el amor, con amar y ser amado, dando todo sin medirlo, recibiendo todo sin pedirlo.

Soñar con la paz en el mundo, en mi país, en mí mismo, y quién sabe cuál es más difícil de alcanzar.

Soñar que mis cabellos que ralean y se blanquean no impidan que mi mente y mi corazón sigan jóvenes y se animen a la aventura, sigan niños y conserven la capacidad de jugar.

Soñar que tendré la fuerza, la voluntad y el coraje para ayudar a concretar mis sueños en lugar de pedir por milagros que no merecería.

Soñar que cuando llegue el final podré decir que viví soñando y que mi vida fue un sueño soñado en una larga y plácida noche de la eternidad.

Martin Luther King

HISTORIA DE BALDOR


Aurelio Baldor, el autor del libro que más terror despierta en los estudiantes de bachillerato de toda Latinoamérica, no nació en Bagdad. Nació en La Habana, Cuba, y su problema más difícil no fue una operación matemática, sino la revolución de Fidel Castro.

Esa fue la única ecuación inconclusa del creador del Álgebra de Baldor, un apacible abogado y matemático que se encerraba durante largas jornadas en su habitación, armado sólo de lápiz y papel para escribir un texto que desde 1941 aterroriza y apasiona a millones de estudiantes de toda Latinoamérica.

El Álgebra de Baldor, aun más que El Quijote de la Mancha, es el libro más consultado en los colegios y escuelas desde Tijuana hasta la Patagonia. Tenebroso para algunos, misterioso para otros y definitivamente indescifrable para los adolescentes que intentan resolver sus "misceláneas" a altas horas de la madrugada, es un texto que permanece en la cabeza de tres generaciones que ignoran que su autor, Aurelio Ángel Baldor, no es el terrible hombre árabe que observa con desdén calculado a sus alumnos amedrentados, sino el hijo menor de Gertrudis y Daniel, nacido el 22 de octubre de 1906 en La Habana, y portador de un apellido que significa "valle de oro" y que viajó desde Bélgica hasta Cuba.

Daniel Baldor reside en Miami y es el tercero de los siete hijos del célebre matemático. Inversionista, consultor y hombre de finanzas, Daniel vivió junto a sus padres, sus seis hermanos y la abnegada nana negra que los acompañó durante más de cincuenta años, el drama que se ensañó con la familia en los días de la revolución de Fidel Castro.
Aurelio Baldor era el educador más importante de la isla cubana durante los años cuarenta y cincuenta. Era fundador y director del Colegio Baldor, una institución que tenía 3.500 alumnos y 32 buses en la calle 23 y 4, en la exclusiva zona residencial del Vedado. Un hombre tranquilo y enorme, enamorado de la enseñanza y de mi madre, quien hoy lo sobrevive, y que pasaba el día ideando acertijos matemáticos y juegos con "números", recuerda Daniel, y evoca a su padre caminando con sus 100 kilos de peso y su proverbial altura de un metro con noventa y cinco centímetros por los corredores del colegio, siempre con un cigarrillo en la boca, recitando frases de Martí y con su álgebra bajo el brazo, que para entonces, en lugar del retrato del sabio árabe intimidante, lucía una sobria carátula roja.

Los Baldor vivían en las playas de Tarará en una casa grande y lujosa donde las puestas de sol se despedían con un color distinto cada tarde y donde el profesor dedicaba sus tardes a leer, a crear nuevos ejercicios matemáticos y a fumar, la única pasión que lo distraía por instantes de los números y las ecuaciones. La casa aún existe y la administra el Estado cubano. Hoy hace parte de una villa turística para extranjeros que pagan cerca de dos mil dólares para pasar una semana de verano en las mismas calles en las que Baldor se cruzaba con el "Che" Guevara, quien vivía a pocas casas de la suya, en el mismo barrio. "Mi padre era un hombre devoto de Dios, de la patria y de su familia", afirma Daniel. "Cada día rezábamos el rosario y todos los domingos, sin falta, íbamos a misa de seis, una costumbre que no se perdió ni siquiera después del exilio".

Eran los días de riqueza y filantropía, días en que los Baldor ocupaban una posición privilegiada en la escalera social de la isla y que se esmeraban en distribuir justicia social por medio de becas en el colegio y ayuda económica para los enfermos de cáncer.

El 2 de enero de 1959 los hombres de barba que luchaban contra Fulgencio Batista se tomaron La Habana. No pasaron muchas semanas antes de que Fidel Castro fuera personalmente al Colegio Baldor y le ofreciera la revolución al director del colegio. "Fidel fue a decirle a mi padre que la revolución estaba con la educación y que le agradecía su valiosa labor de maestro..., pero ya estaba planeando otra cosa", recuerda Daniel.

Los planes tendría que ejecutarlos Raúl Castro, hermano del líder del nuevo gobierno, y una calurosa tarde de septiembre envió a un piquete de revolucionarios hasta la casa del profesor con la orden de detenerlo. Sólo una contraorden de Camilo Cienfuegos, quien defendía con devoción de alumno el trabajo de Aurelio Baldor, lo salvó de ir a prisión. Pero apenas un mes después la familia Baldor se quedó sin protección, pues Cienfuegos, en un vuelo entre Camagüey y La Habana, desapareció en medio de un mar furioso que se lo tragó para siempre.

"Nos vamos de vacaciones para México, nos dijo mi papá. Nos reunió a todos, y como si se tratara de una clase de geometría nos explicó con precisión milimétrica cómo teníamos que prepararnos. Era el 19 de julio de 1960 y él estaba más sombrío que de costumbre. Mi padre era un hombre que no dejaba traslucir sus emociones, muy analítico, de una fachada estricta, durísima, pero ese día algo misterioso en su mirada nos decía que las cosas no andaban bien y que el viaje no era de recreo", dice el hijo de Baldor.

Un vuelo de Mexicana de Aviación los dejó en la capital azteca. La respiración de Aurelio Baldor estaba agitada, intranquila, como si el aire mexicano le advirtiera que jamás regresaría a su isla y que moriría lejos, en el exilio. El profesor, además del dolor del destierro, cargaba con otro temor. Era infalible en matemáticas y jamás se equivocaba en las cuentas, así que si calculaba bien, el dinero que llevaba le alcanzaría apenas para algunos meses. Partía acompañado de una pobreza monacal que ya sus libros no podrían resolver, pues doce años atrás había vendido los derechos de su álgebra y su aritmética a Publicaciones Culturales, una editorial mexicana, y había invertido el dinero en su escuela y su país.
LA LUCHA EMPEZABA.

Los Baldor, incluida la nana, se estacionaron con paciencia durante 14 días en México y después se trasladaron hasta Nueva Orleáns, en Estados Unidos, donde se encontraron con el fantasma vivo de la segregación racial.
Aurelio, su mujer y sus hijos eran de color blanco y no tenían problemas, pero Magdalena, la nana, una soberbia mulata cubana, tenía que separarse de ellos si subían a un bus o llegaban a un lugar público. Aurelio Baldor, heredero de los ideales libertarios de José Martí, no soportó el trato y decidió llevarse a la familia hasta Nueva York, donde consiguió alojamiento en el segundo piso de la propiedad de un italiano en Brooklyn, un vecindario formado por inmigrantes puertorriqueños, italianos, judíos y por toda la melancolía de la pobreza.

El profesor, hombre friolento por naturaleza, sufrió aun más por la falta de agua caliente en su nueva vivienda, que por el desolador panorama que percibía desde la única ventana del segundo piso.

La aristocrática familia que invitaba a cenar a ministros y grandes intelectuales de toda América a su hermosa casa de las playas de Tarará, estaba condenada a vivir en el exilio, hacinada en medio del olvido y la sordidez de Brooklyn, mientras que la junta revolucionaria declaraba la nacionalización del Colegio Baldor y la expropiación de la casa del director, que sirvió durante años como escuela revolucionaria para formar a los célebres "pioneros". La suerte del colegio fue distinta. Hoy se llama Colegio Español y en él estudian 500 estudiantes pertenecientes a la Unión Europea. Ningún niño nacido en Cuba puede pisar la escuela que Baldor había construido para sus compatriotas.

Lejos de la patria Aurelio Baldor trató en vano de recuperar su vida. Fue a clases de inglés junto a sus hijos a la Universidad de Nueva York y al poco tiempo ya dictaba una cátedra en Saint Peters College, en Nueva Jersey.

Se esforzó para terminar la educación de sus hijos y cada uno encontró la profesión con que soñaba: un profesor de literatura, dos ingenieros, un inversionista, dos administradores y una secretaria. Ninguno siguió el camino de las matemáticas, aunque todos continuaron aceptando los desafíos mentales y los juegos con que los retaba su padre todos los días.

Con los años, Baldor se había forjado un importante prestigio intelectual en los Estados Unidos y había dejado atrás las dificultades de la pobreza. Sin embargo, el maestro no pudo ser feliz fuera de Cuba. No lo fue en Nueva York como profesor, ni en Miami donde vivió su retiro acompañado de Moraima, su mujer, quien hoy tiene 89 años y recuerda a su marido como el hombre más valiente de todos cuantos nacieron en el planeta.

Baldor jamás recuperó sus fantásticos cien kilos de peso y se encorvó poco a poco como una palmera monumental que no puede soportar el peso del cielo sobre sí. "El exilio le supo a jugo de piña verde. Mi padre se murió con la esperanza de volver", asegura su hijo Daniel.

El autor del Algebra de Baldor se fumó su último cigarrillo el 2 de abril de 1978. A la mañana siguiente cerró los ojos, murmuró la palabra Cuba por última vez y se durmió para siempre. Pero sus siete hijos, quince nietos y diez biznietos, siempre supieron y sabrán que a Aurelio Baldor lo mataron la nostalgia y el destierro.

jueves, 21 de febrero de 2008

LOS SANTOS: ASTROS EN EL CIELO



Aunque algunos piensen lo contrario, en realidad los santos del calendario son, simplemente, poquísimos.

¿Hay pocos santos? ¿No serán, más bien, demasiados? ¿No están los calendarios llenos de cientos de nombres, muchos de los cuales nos resultan casi completamente desconocidos?

Aunque parezcan muchos, aunque algunos hayan hablado de demasiadas beatificaciones y canonizaciones durante el pontificado de Juan Pablo II, en realidad los santos del calendario son, simplemente, poquísimos.

Son poquísimos, porque la santidad no consiste en que uno sea declarado santo, sino en vivir y morir como amigos de Dios, en una actitud de acogida plena del gran regalo: el Evangelio del amor.

Dios está presente en la historia humana desde sus inicios. Los primeros padre, es verdad, quisieron caminar por su cuenta: abandonaron las seguridades de los mandatos divinos para hacer un mal uso de su la libertad. Desde entonces, el pecado entró en el mundo, y con el pecado la muerte y un sinfín de dolor y de injusticias. Tras el pecado, Dios mantuvo su amor, quiso abrir puertas de esperanza. Prometió su misericordia, animó a Abel a ofrecer sacrificios llenos de santidad, escogió a Noé como varón justo, invitó a Abraham para iniciar la aventura de un pueblo que sería el origen de la salvación humana.

Luego vino Cristo, el Santo por excelencia, el Hombre Dios que pasó simplemente haciendo el bien. Sembró cariño, curó a enfermos, dio vista a ciegos, resucitó a muertos. Y, sobre todo, perdonó pecados.

La santidad, desde entonces, está al alcance de todos. Muchos, muchísimos, acogen el amor: son santos.

Los santos - decía en una homilía el Papa Benedicto XVI, el 1 de noviembre de 2006 - no son una exigua casta de elegidos, sino una muchedumbre innumerable”.
Seguía el Papa: En esa muchedumbre no sólo están los santos reconocidos de forma oficial, sino también los bautizados de todas las épocas y naciones, que se han esforzado por cumplir con amor y fidelidad la voluntad divina. De gran parte de ellos no conocemos ni el rostro ni el nombre, pero con los ojos de la fe los vemos resplandecer, como astros llenos de gloria, en el firmamento de Dios”.

El firmamento de Dios está lleno de constelaciones. Miles, millones de santos, gozan ya para siempre del Amor del Padre bueno. Porque dieron pan al hambriento, porque repartieron agua al sediento, porque enjugaron las lágrimas de los tristes, porque trabajaron por un mundo con más justicia, porque respondieron a la violencia con la mansedumbre y la bondad sincera, porque fueron limpios de corazón entre tanto egoísmo e inmundicia.

Los santos son una muchedumbre innumerable, una polifonía cósmica que acoge a ancianos y a niños, a casados y a célibes, a sacerdotes y a laicos, a ricos y a pobres, a soldados honestos y a voluntarios sociales, a misioneros itinerantes y a padres de familia, a obreros y a parados, a sanos y a enfermos, a encarcelados y a jueces, a mártires y a verdugos arrepentidos.

Es fácil seguir sus huellas, es sencillo abrir el corazón al querer divino. Aunque uno nunca sea canonizado oficialmente”, aunque falten certificados sobre virtudes que brillaron sencillamente entre chabolas u oficinas. Basta con repetir, como María, la primera entre los santos, aquellas palabras decisivas en la historia humana:Hágase en mí según tu palabra”.
Catholic.net

EL ATRACTIVO DE LO EXIGENTE


La pereza seduce, el trabajo satisface.

Todos sospechamos cuando algo es sorprendentemente fácil. Vemos anuncios de prodigiosos métodos para aprender inglés en 15 días sin salir de casa, o de magníficos sistemas de ganar dinero sin riesgos ni apenas trabajo, o de adelgazar sin esfuerzo, o de misteriosos masters que casi pueden hacerse por correspondencia... y, casi siempre, desconfiamos de tales promesas, porque casi nada se puede conseguir en 15 días, ni sin riesgos, ni por correspondencia, ni sin esfuerzo. Todos sabemos que lo que vale, cuesta; y que, además, generalmente cuesta bastante. Y sabemos que cualquier objetivo medianamente serio en la vida lleva aparejado un esfuerzo y una renuncia de los que difícilmente se puede escapar.
Por eso, entre la gente sensata cada vez está más de moda lo exigente. Cada vez se entiende mejor que para prepararse bien profesionalmente haga falta cursar unos estudios costosos o sujetarse a unas normas duras; o que en beneficio del adecuado tono de una empresa o de un ambiente, sea preciso vestir con arreglo a unos criterios, a veces muy estrictos; o que tengas que aguantarte sin fumar en tal circunstancia, y cueste cumplirlo. La gente sensata lo entiende, y no considera que por ello pierda la libertad, porque, pese a la natural inclinación a la comodidad, los valores verdaderos siempre han tenido un atractivo superior. Son personas que no se dejan seducir por esas promesas electoralistas que algunos hacen a la gente de poca voluntad, por esos paraísos fáciles al alcance de la mano.
En cambio, entre los flojos no está de moda lo exigente. Y como son bastantes, provocan que sutiles y oscuros intereses hagan fortuna con ellos vendiéndoles ideas vacías, de facilonería disfrazada de trascendencia. Son subproductos idealistas que combinan en distintas dosis principios como el no renunciar a nada, vivir sin complicarse la vida, procurar rehuir siempre lo que resulte costoso, y otros semejantes que suelen acogerse a la simpleza de medir la felicidad en términos de placer sensible.
- Hablas del placer como si para ser feliz hubiera que estar todo el día sufriendo...

No se trata de sufrir por sufrir. Lo que sucede es que quien evita a toda costa lo que contraría sus gustos o le supone esfuerzo, precisamente por no querer renunciar a nada inmediato placentero, tarde o temprano acaba sumergiéndose en la pereza o el egoísmo.
A veces no nos damos cuenta del daño que nos hacemos con la excesiva indulgencia con nosotros mismos.
- Pues creo que lo del placer tiene más adeptos...
Es un problema de planteamiento ante la vida. Hay quien dijo que la pereza seduce; el trabajo satisface. Y puede decirse lo mismo de casi todos los vicios: ejercen un fuerte poder de seducción, pero no resuelven nada; lo que satisface realmente es la virtud.
Por eso es tan fácil inventar teorías que inciten a las malas pasiones y tener éxito, porque siempre hay mucha gente que se deja seducir por ellas. Pero la felicidad suele ir unida a los corazones generosos y enamorados, curtidos en la renuncia.
Recuerda lo que sucedió aquella vez en la sinagoga de Cafarnaúm, cuando el Señor predicaba esa doctrina sublime, atractiva para la gente humilde y para los grandes intelectuales, pero dura y exigente.
Le escuchaban muchos porque su modo de hablar era distinto al que estaban acostumbrados: hablaba con enorme fuerza y autoridad. Exigía una conversión verdadera, del corazón. Fue entonces, cuando muchos de sus discípulos empezaron a murmurar diciendo: "dura es esta enseñanza ¿quién podrá escucharla?", y desde entonces ya no le seguían.
Y se quedaron sólo unos pocos, pero unos pocos que a la vuelta de unos años habrían evangelizado todo un imperio.
Jesucristo no decía a la gente lo que los comodones querían escuchar. Y lo que sucedió ese día con aquellos que le abandonaron es lo mismo que pasa ahora con todos esos que quieren fabricarse una religión a medida, una forma de entender sus obligaciones con Dios y con los demás que resuma claudicación.
Son personas que abren como un enorme paréntesis que envuelve cada vez más las exigencias morales, que procuran no pensar en aquello que les reproche su modo de vivir. El resultado final de ese difícil equilibrio entre lo que deberían hacer y lo que realmente hacen, sigue a la letra aquel viejo adagio: "el que no vive como piensa, acaba pensando como vive"; y quien empezó cediendo en pequeñas cosas justificándose con unas sencillas disquisiciones, acaba dudando de todo y creando un revoltijo de ideas con las que intenta inútilmente tranquilizar su conciencia. Sus convicciones terminan por ser algo cambiante, una pseudoreligión que pronto se desvanece.
Todo lo que Dios nos pide, es porque nos conviene. Hemos de perder el miedo a esa exigencia. Dios no manda cosas para fastidiar. Seguir sus designios es algo necesario para el correcto funcionamiento humano, aunque a veces no lo entendamos. Pretender rechazarlo sería como querer utilizar un automóvil años y años sin seguir las indicaciones de mantenimiento, con la excusa de que no lo entendemos: acabaría por griparse por falta de aceite, o nos estrellaríamos por haberse consumido el líquido de frenos.

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¿ME OBLIGA LA ABSTINENCIA?


Hacemos penitencia para demostrar nuestro amor a Dios y prepararnos a una conversión del corazón.

La obligación de guardar todos los viernes del año, es decir, de no comer carne durante esos días, viene establecido por el Código de Derecho Canónico en el número 1251: Todos los viernes, a no ser que coincida con una solemnidad deben guardarse la abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo”.
El cuarto mandamiento de la Santa Madre Iglesia, recogido en el Catecismo de la Iglesia Católica, también hace referencia a esta prescripción:Ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo mande la Iglesia asegura los tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas litúrgicas; contribuyen a hacernos adquirir el dominio sobre nuestros instintos y la libertad del corazón
Hacemos penitencia no por deporte o para guardar la línea, la figura esbelta, como quien se mete a régimen de dieta por algún tiempo. Queremos hacer penitencia para demostrar nuestro amor a Dios y para prepararnos a una conversión del corazón, que no es otra cosa sino una ruptura con el pecado, una aversión al mal, una repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Con la abstención de la carne estoy demostrando mi amor a Dios, venciéndome a mí mismo. La Iglesia nos dice que una forma de demostrar ese amor a Dios es vencerse en los instintos sin hacer daño a nuestra salud.
Por eso, ella misma establece que cada una de las Conferencias Episcopales, es decir, la reunión de los obispos de cada país, determinen con más detalle el modo de observar el ayuno y la abstinencia, incluso el que puedan sustituirlo en todo o en parte por otras formas de penitencia, especialmente por obras de caridad y prácticas de piedad.
Es verdad que la obediencia, aún a las cosas más ilógicas manifiestan y ejercitan el amor que tenemos a Dios. La obediencia es principio de muchas otras virtudes, sobre todo la obediencia a lo irracional. Porque la mortificación de la razón supera a la de la carne.
Muchos católicos predican con inseguridad, incredulidad o incomodidad el asunto de la abstinencia de la carne de res, porque su razón no confirma tal práctica. Señalan que la simple abstinencia de la carne es un símbolo de la abstinencia de otros pecados. La escritura condena el sacrificio vacío, "no quisiste sacrificio ni oblación" y "ayuno de pecar es lo que quiero".
En este punto es necesario recalcar la importancia de la mortificación, no solo como una forma de obediencia y caridad, sino como un instrumento eficaz para la santidad. La mortificación del cuerpo dentro de la obediencia, es necesaria y eficaz para purificar el espíritu de los apetitos de la carne.
Lo que Dios le pide a sus fieles por medio de la Iglesia es muy pequeño, porque Dios ha visto prudente no mortificar al feligrés con privaciones mayores. La Iglesia nos pide ayunar dos veces al año y no existe una regla fija para este ayuno, algunos se privan de una comida, otros de dos, otros comen frugalmente. En resumen es muy poco.
Algunos dicen que el privarse de la carne es una costumbre de un pueblo pesquero, sin sentido hoy. En realidad, la abstinencia de carne, aunque no es en sí un gran ayuno, es un gran desbalance en la vida familiar. Aunque una familia coma un delicioso y costoso pescado, el hecho es que se encontró en la necesidad de modificar su rutina, y sus costumbres por obediencia a la Iglesia, lo cual es en si una mortificación que es buena para el alma.
La cuaresma es un espacio para la conversión, por otro lado debemos de ayunar de pecar en cualquier momento del año. El alma dejaría de pecar, si pudiera, en cualquier mes, pero no puede y en cuaresma viene el pequeño ejercicio del ayuno y abstinencia para reforzar estos esfuerzos.
No debe minimizarse el ayuno y la abstinencia cuaresmal siendo ya bastante mínimas, porque parezcan irracionales, o porque sean meros símbolos o un tipo de masoquismo. Cierto que los santos reprueban los excesos en las prácticas ascéticas, pero aquí estamos muy lejos del exceso, sino en el borde de abolir estas pequeñas mortificaciones y mandatos.
La Iglesia no busca un masoquismo, haciendo que nos sacrifiquemos por el mismo gusto del sacrificio. Quiere que en el sacrificio demostremos nuestro amor a Dios sin hacernos daño a nosotros mismos. Por ello establece, por ejemplo que la abstención de comer carne comience desde los 14 años, pues considera que antes de esa edad, el consumo de ese alimento es necesario para un adecuado desarrollo.
De igual forma, para las personas que son alérgicas al pescado, abre la posibilidad de que puedan ofrecer otro sacrificio los viernes, sustituyendo el pescado por otro alimento o mediante la práctica de obras de caridad o prácticas de piedad. La Conferencia Episcopal de su país podrá orientarlo adecuadamente sobre la sustitución del pescado. Es muy probable que su párroco o los catequistas de su parroquia posean esta información y la quieran compartir con usted.

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Nota: Muchas personas creen que esta práctica ya no se usa en pleno siglo 21, pero el caso es que está vigente y es obligatoria para todos los católicos.

Las personas enfermas que precisan comer carne los viernes de cuaresma, están exceptuadas de este tipo de abstinencia, el cual puede ser cambiado por algún otro tipo de privación y mortificación. Por ejemplo: Si eres asiduo veedor de novelas, abstente los viernes de cuaresma de verlas; si eres un concurrente activo (ludópata) a las casas de juego, abstente. Lo importante es privarse de algo que a uno le gusta, como beber licor, fumar, etc. por amor a Dios.

A los únicos que realmente no les afecta el dejar de comer carne, son a los pobres que nunca o casi nunca comen carne.

Niños y ancianos están exceptuados de la práctica del ayuno y de la abstinencia.

Ojo: Abstinencia no es lo mismo que ayuno.
JP

DICCIONARIO DE LOS SENTIMIENTOS


NOSTALGIA: Es cuando el momento trata de huir del recuerdo para suceder de nuevo y no lo consigue.

RECUERDO:
Es cuando, sin autorización, tu pensamiento remuestra un capítulo.

ANGUSTIA: Es un nudo muy bien apretado en el medio de la tranquilidad.

PREOCUPACIÓN: Es como un pegamento que no deja salir de tu pensamiento lo que todavía no sucedió.

INDECISIÓN: Es cuando tú sabes muy bien lo que quieres, pero te parece que deberías optar por otra cosa.

SEGURIDAD: Es cuando la idea se cansa de buscar y para.

INTUICIÓN: Es cuando tu corazón da un salto en el futuro y vuelve inmediatamente.

PRESENTIMIENTO: Es cuando pasa por tu mente el avance (trailer)” de una película que puede ser que ni suceda.

VERGÜENZA: Es un paño negro que tú quieres para cubrirte en aquella hora.

ANSIEDAD: Es cuando los minutos parecen interminables para conseguir lo que se quiere.

INTERES: Es un signo de exclamación o de interrogación en el final del sentimiento.

SENTIMIENTO:
Es la lengua que el corazón usa cuando necesita mandar algún mensaje.

RABIA: Es cuando el león que vive en ti, muestra los dientes.

TRISTEZA: Es una mano gigante que oprime el corazón.

FELICIDAD: Es un momento que no tiene prisa ninguna.

AMISTAD: Es compartir la vida con quienes quieres bien, por más diferentes que ellos sean.

CULPA: Es cuando tú estás convencido que podías haber hecho algo diferente, pero ni siquiera lo intentaste.

LUCIDEZ: Es un acceso de locura al contrario.

RAZÓN: Es cuando el cuidado aprovecha que la emoción está durmiendo y agarra el comando.

VOLUNTAD: Es un deseo que nos incentiva a hacer nuevos descubrimientos.

PASIÓN: Es cuando, a pesar de la palabrapeligro”, el deseo llega y se hace cargo.

AMOR: Es cuando el resto de tu vida no te es suficiente para compartir con esa persona especial.

AGRADECIMIENTO: Es una maravillosa sensación que se siente.

· Si no es divertido… no lo hagas.
· Ser feliz es gratis… no inviertas en lamentos ni preocupaciones. Total, pasado el tiempo, a nadie le va a importar lo que hiciste de tu vida. Sólo a ti debe interesarte.
· Dios siempre te está observando… dale un buen espectáculo.

¿DIOS HABLA AÚN CON LAS PERSONAS?


Un joven de vida espiritual fue a una reunión de estudio de la Biblia en la residencia de un matrimonio amigo. Era una noche de jueves. El matrimonio dividió el estudio entre oír a Dios y obedecer la Palabra del Señor.

El joven no podía dejar de querer saber si Dios aún habla con las personas”. Después del estudio, él salió para tomar un café con los amigos que estaban en la reunión familiar, y disertaban un poco más sobre el mensaje de esa noche. De formas diversas ellos hablaban de cómo Dios había conducido sus vidas de maneras tan diferentes.

Eran aproximadamente las 11pm cuando el joven se despidió de sus amigos y comenzó a dirigirse a su casa. Sentado en su automóvil comenzó a pedir:
Dios, si aún hablas con las personas, habla conmigo. Yo te escucharé y haré todo lo posible por obedecerte

Mientras conducía por la avenida principal de la ciudad, tuvo un pensamiento muy extraño, como si una voz hablase dentro de su cabeza:
“¡Para y compra un litro de leche!”
Él movió su cabeza y dijo en voz alta:
Dios, ¿eres Tú, Señor?”
No obtuvo respuesta, y continuó dirigiéndose para su casa.

Sin embargo nuevamente surgió el pensamiento: “¡Compra un litro de leche!”. El joven pensó en le pasaje de la Biblia que habla de Samuel, y cómo él no reconoció la voz de Dios, y cómo habló Dios a Samuel:
“¡Muy bien, Dios! En caso seas Tú el que me estás hablando, voy a comprar la leche. Esto no parece una prueba de obediencia muy difícil, total yo podría usar también la leche

Así que paró, compró la leche y reinició el camino a su casa. Cuando pasaba por la sétima avenida, nuevamente sitió un pedido:
“¡Gira en aquella calle!”
“¡Esto es una locura! - pensó, pero hizo caso… giró - ¡Muy bien, mi Dios!”

Siguió avanzando por algunas cuadras cuando de repente sintió que debía parar. Se detuvo y miró a su alrededor. Era un área mixta comercial y residencial. No era la mejor parte de la ciudad ni tampoco la peor. A esa hora, todos los establecimientos estaban cerrados y las luces de las casa apagadas, como si todos estuvieran durmiendo, excepto una del otro lado de la calle que estaba cerca de donde él se encontraba.

Nuevamente sintió algo:
“¡Ve y dale la leche a las personas que están en aquella casa del otro lado de la calle con la luz encendida!”

El joven miró la casa, comenzó a bajarse de su automóvil, pero se regresó.
“¡Señor, esto es una locura! ¿Cómo puedo ir a una casa extrañan en medio de la noche?”
Una vez más sintió que debería ir a dejar la leche. Finalmente abrió la puerta y dijo:
“¡Muy bien, Dios, si eres el Señor, iré y entregaré la leche a aquellas personas! ¿Si Tú quieres que parezca un loco… muy bien. Yo quiero ser obediente. Pienso que esto va a servir para algo; sin embargo, si ellos no responden inmediatamente, me retiraré en el acto
Atravesó la calle y tocó la puerta. Pudo oír un barullo viniendo desde adentro, parecido al llanto de una criatura. La voz de un hombre sonó alto:
“¿Quién está ahí? ¿Qué quiere?”

La puerta se abrió antes que el joven pueda huir. De pie estaba un hombre alto vestido de jean y camiseta que no parecía muy feliz de ver a un desconocido en la puerta de su casa.
“¿Qué pasa?”
El joven le entregó la botella de leche y le dijo: Compré esto para ustedes

El hombre cogió la leche y corrió adentro hablando alto. Después una mujer pasó por el corredor llevando la leche en dirección a la cocina. El hombre la seguía sosteniendo en sus brazos una criatura que lloraba. Lágrimas corrían por el rostro del hombre y luego comenzó a hablar medio sollozando:
Nosotros oramos. Tenemos muchas cuentas que pagar este mes y nuestro dinero se había acabado. No teníamos más leche para nuestro bebé. Apenas oré, le pedí a Dios que nos mostrase una manera de conseguir leche
Su esposa gritó desde la cocina:
Pedí a Dios que nos mandara un ángel con un poco… ¿Es Ud. un ángel?”

El joven tomo su cartera y sacó todo el dinero que había en ella y lo colocó en las manos del hombre. Se dio media vuelta y regreso a su automóvil, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Él experimentó que Dios, todavía responde los pedidos de los justos.

martes, 19 de febrero de 2008

SACRIFICIO



Siempre es posible hacer un esfuerzo extra para alcanzar una meta
¿Por qué no hacerlo para servir mejor a los demás
?

El valor del sacrificio es aquel esfuerzo extraordinario para alcanzar un beneficio mayor, venciendo los propios gustos, intereses y comodidad.
Debemos tener en mente que el sacrificio – aunque suene drástico el término -, es un valor muy importante para superarnos en nuestra vida por la fuerza que imprime en nuestro carácter. Compromiso, perseverancia, optimismo, superación y servicio, son algunos de los valores que se perfeccionan a un mismo tiempo, por eso, el sacrificio no es un valor que sugiere sufrimiento y castigo, sino una fuente de crecimiento personal.
¿Por qué es tan difícil tener espíritu de sacrificio? Porque estamos acostumbrados a dosificar nuestro esfuerzo, y a pensar que todo lo que hacemos es más que suficiente. Dicho de otra forma: debemos luchar contra el egoísmo, la pereza y la comodidad. Todos somos capaces de realizar un esfuerzo superior dependiendo de nuestros intereses: las dietas rigurosas para tener una mejor figura; trabajar horas extra e incluso fines de semana para consolidar nuestra posición profesional; quitar horas al descanso para estudiar; ahorrar en vez de salir de vacaciones... El problema central, es que no debemos movernos sólo por intereses pasajeros, debemos ser constantes en nuestra actitud.
Es de suponer que el guardar la dieta, hacer ejercicio, pasar las horas con una lectura de particular interés o por nuestra mano dar mantenimiento al automóvil, suponen un esfuerzo personal -y dependiendo de su naturaleza un beneficio propio-, colaboran a vivir el valor del sacrificio, pero también es sacrificio saber dejar a tempo nuestras aficiones, aplazarlas y darles su momento, para servir a los demás y no descuidar nuestras principales obligaciones.
Efectivamente hay personas que cumplen con sus deberes y obligaciones de forma extraordinaria, pero pocas veces llevan ese mismo esfuerzo en todos los aspectos de su vida: Pensemos en quien sólo asiste en casa los fines de semana pero se niega a convivir con la familia, salir de paseo o dedicar un tiempo a los hijos, argumentando cansancio y deseos de liberarse de la presión del trabajo. Pese a la realidad de esta situación, su sacrificio está delimitado por la rutina de la oficina, ¿no es esto algo extraño?. El valor del sacrificio contempla dar ese extra también en casa, en ese horario y con esas personas que desean gozar de la compañía generalmente ausente de cualquiera de los miembros.
En muchas ocasiones caemos en actitudes que restan mérito a todo lo bueno que hacemos: expresar constantemente nuestro cansancio o echar en cara lo mucho que hacemos y lo poco que los demás nos comprenden. Esta forma de ser demuestra poco carácter y fortaleza interior, cuando no, un medio para evadir algunas responsabilidades.
Son muchos los ejemplos de sacrificios comunes y corrientes, pero pocas veces se notan cuando no existe la intención de demostrarlo: salir a trabajar habiendo pasado mala noche, o tal vez con ciertos síntomas de enfermedad; sonreír a pesar de nuestro estado de ánimo, sea de enojo o tristeza; colaborar en los cuidados de un enfermo; limpiar el piso de la oficina que se ensució por descuido; no asistir a la reunión semanal para llevar a los hijos a un evento deportivo.
Por otra parte, algunas situaciones son bastante fáciles de prever, como el compañero que siempre hace bromas pesadas; el bebé que una vez más necesita cambio de ropa; el platillo que nos desagrada; hacer fila en el supermercado... Son muchas las cosas que nos desagradan y no podemos esperar que todo sea a nuestro gusto. El verdadero valor del sacrificio consiste en sobrellevarlas, intentando poner buena cara, sin quejas ni remilgos.
Con todos lo ejemplos mencionados, podemos darnos cuenta que la mayoría de nuestros sacrificios están orientados a servir a los demás; tal vez, ni siquiera nos habíamos percatado de la importancia que tienen esos pequeños detalles para formar una personalidad firme y recia.
El espíritu de sacrificio no se logra con las buenas intenciones, se desarrolla haciendo pequeños esfuerzos. Por eso es necesario que tengas en mente:
· Aprende a darle un tiempo prudente a tus aficiones y descansos.
· Procura no hablar de tus esfuerzos, ni poner cara de sufrimiento para que los demás se den cuenta de lo mucho que haces.
· Haz un poco más de lo habitual: juega más con tus hijos; limpia y acomoda algo en casa; recoge la basura de los pasillos; convive con los compañeros de la oficina...
· Controla y modera tu carácter y estados de ánimo.
· Este último punto contempla de alguna manera a todos los anteriores: Haz una lista de las cosas que te desagradan y las que te cuestan más trabajo, elige tres y comienza a luchar en ellas diariamente.

Todo aquello que vale la pena requiere de sacrificio, pues querer encontrar caminos fáciles para todo, sólo existe en la mente de personas con pocas aspiraciones. Quien vive el valor del sacrificio, va por un camino de constante superación, haciendo el bien en todo lugar donde se encuentre.
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CON PERDÓN... INSISTIMOS


Sobre la nota de los obispos de la CEE

¡Hay que ver el escándalo que se ha armado con la Nota de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española! En ella, los obispos ofrecen a los católicos unos criterios morales, ante las próximas Elecciones Generales.
Ahora me limito a hacer algunos comentarios que ayuden a la reflexión:
A) Diferencia de talante: Ya sabemos que estamos en una sociedad muy plural, y que cada vez es más difícil esperar que los principios morales que propone la Iglesia vayan a ser objeto de un consenso generalizado. Pero, más allá de la pluralidad de pensamiento, me parece muy significativa la diferencia tan notable de talante, entre la forma de expresarse de los obispos y la de la mayoría de sus críticos. Por ejemplo, el punto tercero de la Nota episcopal habla en estos términos: «Respetamos a quienes ven las cosas de otra manera. Sólo pedimos libertad y respeto para proponer libremente nuestra manera de ver las cosas, sin que nadie se sienta amenazado ni nuestra intervención sea interpretada como una ofensa o como un peligro para la libertad de los demás. Deseamos colaborar sinceramente en el enriquecimiento espiritual de nuestra sociedad, en la consolidación de la auténtica tolerancia y de la convivencia en el mutuo respeto, la libertad y la justicia, como fundamento imprescindible de la paz verdadera».
B) Una falsedad: Es totalmente falso que la Iglesia Católica haya «entrado en campaña electoral». Los obispos no han hecho sino ofrecer a los católicos cerca de cuarenta criterios morales, que les sirvan como orientación antes de decidir libremente su voto. Los principales han sido:
Respeto a toda vida humana desde su concepción hasta su muerte natural.
Tutela jurídica del matrimonio.
Apoyo a la familia en su derecho de educar moralmente a sus hijos.
Firmeza ante el chantaje terrorista.
Distinción entre la sana laicidad y el laicismo.
Moderación de los nacionalismos.
Atención especial a los inmigrantes.
Vivienda accesible para todos.
Respeto a la naturaleza.
Colaboración con el desarrollo internacional de los pueblos.
Defensa de la mujer discriminada y humillada.
Lucha contra la esclavitud de las redes de prostitución.
Denuncia de las diferencias injustas entre personas y comunidades autónomas, etc.

La Nota no entra a juzgar los diferentes partidos políticos. Se limita a declarar una doctrina moral consolidada, sin hacer referencia a nadie en concreto.
C) Un anhelo: Aunque la Nota episcopal afirma que los católicos tienen derecho a apoyar a distintos grupos políticos y a militar en ellos, es de sobra conocido que ninguno de los partidos políticos con representación parlamentaria en España cumple la totalidad de las orientaciones morales señaladas por la doctrina católica.
Por desgracia, nos estamos acostumbrando a la teoría del «mal menor», como única formula de sentirnos representados en la vida pública. Sin embargo, lo razonable es que «el mal menor» sea algo transitorio - nunca definitivo -, y que al mismo tiempo los católicos vayamos dando pasos decididos hacia «el bien». Imagino que no hará falta aclarar que no es tarea de los obispos la de conformar alternativas políticas, sino la de limitarse a dar orientaciones morales. Ahora bien, ¿no habrá suficientes laicos católicos que se sientan llamados a desarrollar una vocación política coherente con el ideal cristiano, de forma que no nos veamos obligados indefinidamente a optar por el mal menor?
D) «La verdad os hará libres» (Jn 8, 32): Vivimos inmersos en un ambiente de acoso a la Conferencia Episcopal Española. En los momentos actuales, un obispo se lo tiene que pensar mucho antes de atreverse a hablar en público. Una de las mayores tentaciones que tiene que vencer es la del miedo, ya que cualquiera de sus palabras puede ser sacada de contexto y extrapolada por unos medios de comunicación mayoritariamente imbuidos de la cultura secularizada, laicista y anticlerical. En la práctica, el derecho a la libertad de expresión y el derecho a la libertad religiosa están en peligro.
Sin embargo, al publicar esta Nota, mis hermanos de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española han obrado con la libertad evangélica y la valentía que se alimenta de la plena confianza en las palabras de Cristo: «Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir» (Lc 12, 11-12).

Nota: Si Jesús, María, y mi Ángel de la guarda están conmigo… ¡quién contra mí!