viernes, 24 de abril de 2009

LA EXPIACIÓN, COMO SOLIDARIDAD


Los cristianos creemos que Jesús, con su muerte, expió nuestros pecados; que los borró por medio de su sacrificio.
Desde muy pronto se contempló la muerte de Jesús a la luz del cuarto canto del siervo de Yahvé del profeta Isaías: Fue traspasado por nuestros pecados, molido por nuestras maldades.

Realmente toda la vida de Jesús se resume en la palabra servicio; un servicio sanador, redentor, que hace posible una nueva comunión del hombre con Dios. Él fue, en su vida terrena, el hombre para los otros, y, en esta donación continua de sí mismo, no se ahorró nada, ni siquiera la muerte. Si toda su vida fue interpretada por Él mismo como un servicio salvador, resulta coherente pensar que interpretó en la misma clave su muerte.

El servicio a los hombres es indisociable de su obediencia al Padre. Un servicio y una obediencia que chocaron con los poderes de este mundo, con la desobediencia y el egoísmo de este mundo. Tal contraste tuvo como consecuencia, previsible pero ineludible, la muerte de Cruz. Donde, a los ojos del mundo, triunfa el fracaso, Dios puede crear algo nuevo. Tal es el mensaje de la Resurrección.

La palabra solidaridad puede expresar, en un lenguaje más asequible, lo que se quiere decir al hablar de expiación. La solidaridad es una realidad hasta cierto punto ambivalente: Estamos ligados a los demás no sólo para el bien, sino también para el mal. Nos beneficiamos de las acciones buenas de los otros y, a la vez, resultamos perjudicados por la maldad de los otros. Sólo en esta clave resulta inteligible, por ejemplo, la verdad del pecado original.

Jesús, al asumir vicariamente - es decir, a favor de otros - nuestra lejanía de Dios, nuestra desobediencia, al cargar con ella, por así decirlo, se convierte en el hombre solidario por antonomasia. Él entrega su vida por amor a nosotros; en nuestro provecho; en nuestro lugar. San Pablo dice que Jesús siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para que os enriquecierais con su pobreza (2 Cor 8,9). Por propia iniciativa, se identifica con nosotros y se pone en nuestro lugar y así cambia radicalmente nuestra situación. Este cambio significa, en su sentido profundo, reconciliación. Jesús, con su solidaridad con los hombres, nos reconcilia con Dios; cambia nuestra situación ante Dios.

Jesús es nuestro Dios y nuestro Hermano. Aquel que se hace pobre entre los pobres, necesitado entre los necesitados, pecado entre los pecadores (2 Cor 5,21); Aquel que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo. Marca así el camino que también sus discípulos debemos seguir: la entrega a los demás, por amor a Dios, si es necesario hasta la muerte.
Guillermo Juan Morado

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