sábado, 28 de noviembre de 2009

CRISTIANISMO COMO ADVIENTO


La Iglesia celebra esta semana el adviento, y nosotros con ella.

Si reflexionamos sobre lo que aprendimos en nuestra infancia acerca del adviento y su sentido, recordaremos que se nos dijo que la corona de adviento, con sus luces, es un recuerdo de los miles de años (quizás miles de siglos) de la historia de la humanidad antes de Jesucristo. Nos recuerda a todos aquella época en que una humanidad irredenta esperaba la salvación. Nos trae a la memoria las tinieblas de una historia todavía no redimida, en la que las luces de la esperanza sólo se encendían lentamente hasta que, al fin, vino Cristo, luz del mundo, y lo libró de las tinieblas de la condenación. Aprendimos también que estos miles de años antes de Cristo eran un tiempo de condenación, a causa del pecado original, mientras que los siglos posteriores al nacimiento del Señor son «anni salutis reparatae», años de la salvación restablecida. Recordaremos, finalmente, que se nos dijo que en adviento la Iglesia, además de pensar en el pasado, en el período de condenación y de espera de la humanidad, se fija también en la multitud de los que aún no han sido bautizados, para los que todavía sigue siendo adviento, porque esperan y viven en las tinieblas de la falta de salvación.

Si reflexionamos como hombres de nuestro siglo, y con las experiencias del mismo, sobre las ideas aprendidas de niños, veremos que apenas si podemos aceptarlas. La idea de que los años posteriores a Cristo, comparados con los precedentes, son de salvación nos parecerá una cruel ironía si recordamos fechas como 1914, 1918, 1933, 1939, 1945; fechas que indican los períodos de guerras mundiales, en las que millones de hombres perdieron sus vidas, a menudo en circunstancias espantosas; fechas que reviven el recuerdo de atrocidades en las que la humanidad no se vio nunca anteriormente. Una fecha (1933), que nos recuerda el comienzo de un régimen que alcanzó la perfección más cruel en la práctica del asesinato en masa; y, finalmente, brota la memoria de aquel año en el que la primera bomba atómica explotó sobre una ciudad habitada, ocultando en su deslumbrante resplandor una nueva posibilidad de tinieblas para el mundo.

Si pensamos en estas cosas, no nos resultará fácil dividir la historia en un período de salvación y otro de condenación. Y si, ampliando aún más nuestra visión, contemplamos la obra de destrucción y desgracia llevada a cabo, en nuestro siglo y en los anteriores, por los cristianos (es decir por los que nos llamamos hombres «salvos»), no seremos capaces de dividir los pueblos en salvados y condenados. Si somos sinceros, no volveremos a construir una teoría que distribuya la historia y los mapas en zonas de salvación y zonas de condenación. Más bien, nos aparecerá toda la historia como una masa gris, en la que siempre es posible vislumbrar los resplandores de una bondad que no ha desaparecido por completo, en la que siempre se encuentran en los hombres anhelos de hacer el bien, pero en la que también siempre se producen fracasos que conducen a las atrocidades del mal. En esta reflexión queda claro que el adviento no es (como quizá pudo decirse antiguamente) un santo entretenimiento de la liturgia que, por así decir, nos presenta el pasado y nos muestra lo que entonces ocurrió, para que podamos gozar con mayor alegría y felicidad la salvación de nuestros días. Tras las ideas anteriores, tendremos que reconocer que el adviento no es un puro recuerdo y distracción sobre el pasado, sino que el adviento es nuestro presente, nuestra realidad: la Iglesia no juega; nos muestra la realidad de nuestra existencia cristiana. Con este período del año litúrgico despierta nuestras conciencias, forzándonos a reconocer la falta de salvación no como un hecho que se dio alguna vez en el mundo, y que todavía se da en algún sitio, sino como un hecho situado en medio de nosotros y de la Iglesia.

Me parece que en esto corremos un cierto peligro: querer ocultarnos la realidad. Vivimos, por así decir, con los ojos cerrados, porque tememos que nuestra fe no pueda soportar la luz plena y deslumbradora de los hechos. Nos encerramos en nosotros mismos y procuramos no pensar en ellos para no derrumbarnos. Pero una fe que se oculta la mitad, o más, de los hechos, es en el fondo una forma de negación de la fe o al menos una forma muy profunda de credulidad mezquina, que teme que la fe no pueda competir con la realidad. No se atreve a aceptar que ella es la fuerza que vence al mundo.

Por el contrario, creer verdaderamente significa contemplar la realidad con corazón valiente y abierto, aunque esto vaya contra la imagen que a veces nos hemos hecho de la fe. Algo típico de la existencia cristiana es que nos abrevamos a hablar con Dios desde el abismo de nuestras tinieblas y tentaciones, igual que Job. Es esencial que no pensemos ofrecer a Dios solamente una mitad de nuestro ser (la parte buena), reservando el resto por temor a enojarlo. No; precisamente ante él podemos y debemos colocar, sin ambages, toda la carga de nuestra existencia. Olvidamos demasiado que en el libro de Job, transmitido por la sagrada Escritura, Dios proclama, al final, que Job es justo, aunque le ha dirigido los más duros reproches; mientras que sus amigos son falsos oradores, a pesar de haber defendido a Dios, y haber buscado a todo una solución bonita y una respuesta.

Comenzar el adviento no significa otra cosa que hablar con Dios igual que Job. Significa ver con valentía toda la realidad, el peso de nuestra existencia cristiana, y presentarla ante el rostro justiciero y salvador de Dios, aunque no podamos dar ninguna respuesta - como Job -, sino que tengamos que dejársela a Dios, manifestándole qué faltos de palabras nos encontramos en nuestra oscuridad.

La promesa incumplida.
Intentemos, pues, reflexionar ahora en la presencia de Dios sobre esta plena realidad del adviento, que no es un juego, sino la esencia de nuestra vida cristina. Tomo dos imágenes y pensamientos de la sagrada Escritura, que muestran patentemente la forma en que nos afectan a los hombres de hoy los problemas del adviento y la manera de experimentar su realidad; pero no lo hago para efectuar un análisis profano, sino intentando entablar un diálogo con Dios.

En el profeta Isaías (c. 11) se encuentra la visión del tiempo mesiánico, cuando haya llegado el retoño de David, el salvador. Sobre este período se dice: Habitará el lobo con el cordero, y el leopardo se acostará con el cabrito, y comerán juntos el becerro y el león, y un niño pequeño los pastoreará. La vaca pacerá con la osa, y las crías de ambas se echarán juntas, y el león, como el buey, comerá paja. El niño de pecho jugará junto al agujero del áspid, y el recién destetado meterá la mano en la caverna del basilisco. No habrá ya más daño ni destrucción en todo mi monte santo, porque estará llena la tierra del conocimiento del Señor, como llenan las aguas el mar (Is 11, 6-9).

Se describe la época del Mesías como un nuevo paraíso. Es verdad que muchas de estas cosas son simple imagen. Pues el que los osos y corderos, los leones y las vacas vivan tranquilamente juntos es, naturalmente, una visión imaginaria que desea expresar algo más profundo. No esperamos que se produzca esto en nuestro mundo. Pero el texto cala mucho más hondo; esta imagen habla de la paz, que será la señal de los hombres salvados. Dice que los hombres redimidos son hombres de paz; que no actúan ya con malicia, malvadamente, porque la tierra está llena del conocimiento de Dios, que la cubre como un mar. Los hombres salvos - dice el texto - viven de la cercanía y de la realidad de Dios, de forma que son plenamente pacíficos.

Pero, ¿qué ha sucedido de esta visión en la Iglesia, entre nosotros que nos llamamos «salvados»? Todos sabemos que no se ha cumplido, que el mundo ha sido, y sigue siendo más que nunca, un mundo de lucha, de inquietud, un mundo que vive de la guerra de unos contra otros, un mundo marcado con la ley de la maldad, de la enemistad y del egoísmo; un mundo que no está cubierto por el conocimiento de Dios - como la tierra por las aguas -, sino que vive alejado de él, en medio de tinieblas.

Esto nos conduce a un segundo pensamiento, que se impone cuando leemos la profecía de la nueva alianza en Jeremías: Esta será la alianza que yo haré con la casa de Israel en aquellos días, palabra de Yahvé. Yo pondré mi ley en ellos y la escribiré en su corazón... (Jer 31, 33). E Isaías dice lo mismo con más claridad: Todos tus hijos serán adoctrinados por Yahvé (Is 54, 13).

En el Nuevo Testamento, el mismo Señor cita este texto (Jn 6, 45), indicando que en el tiempo de la nueva alianza ya no es necesario que unos hombres hablen a otros de Dios, porque todos están llenos de su presencia. En los Hechos de los apóstoles se vuelve a insistir en esta idea; en el discurso de Pentecostés recuerda san Pedro una profecía semejante del profeta Joel, y dice que ahora se ha cumplido esta palabra: Sucederá en los últimos días, dice Dios, que derramaré mi Espíritu sobre todos los hombres, y profetizarán vuestros hijos e hijas (Hech 2, 17; Joel 3, 1-5).

Una vez más hemos de reconocer lo lejos que nos encontramos de un mundo en el que no es necesario ser instruido sobre Dios, porque él está presente en nosotros mismos. Se ha afirmado que nuestro siglo se caracteriza por un fenómeno totalmente nuevo: por la incapacidad del hombre para relacionarse con Dios. El desarrollo social y espiritual ha provocado la aparición de un tipo de hombre que juzga inválidos todos los puntos de partida para conocer a Dios. Sea esto verdad o no, hemos de conceder que la lejanía de Dios, la oscuridad y problemática sobre él, son hoy más intensas que nunca; incluso nosotros, que nos esforzamos por ser creyentes, tenemos con frecuencia la sensación de que la realidad de Dios se nos ha escapado de las manos. No nos preguntamos a menudo: ¿sigue él sumergido en el inmenso silencio de este mundo? ¿No tenemos a veces la impresión de que, después de mucho reflexionar, sólo nos quedan palabras, mientras la realidad de Dios se encuentra más lejana que nunca?

Demos un nuevo paso. Creo que la auténtica tentación del cristiano de hoy no consiste en el problema teórico de si Dios existe, o si es trino y uno; tampoco en si Cristo es, simultáneamente, Dios y hombre. Lo que hoy nos angustia y nos tienta es, más bien, el hecho de la inoperabilidad del cristianismo: tras dos mil años de historia cristiana no vemos que se haya producido una nueva realidad en el mundo; éste sigue inmerso en los mismos temores, dudas y esperanzas que antes. También en nuestra existencia individual advertimos la debilidad de la realidad cristiana en comparación con todas las otras fuerzas que nos agobian. Y si, después de vivir cristianamente en medio de todos los esfuerzos y tentaciones, sacamos el resultado final, nos invadirá de nuevo el sentimiento de que la realidad se nos ha escapado, de que la hemos perdido, y sólo nos queda un último recurso a la débil lucecilla de nuestra buena voluntad. Entonces, en estos momentos de desánimo, cuando recorremos retrospectivamente nuestro camino, brota la pregunta: ¿para qué todo este conjunto del dogma, del culto y de la Iglesia, si al final volvemos a encontrarnos sumergidos en nuestra propia miseria? Esto nos hace volver al problema del mensaje del Señor: ¿qué es lo que él ha anunciado en realidad, y qué ha traído a los hombres? Recordaremos que, según la narración de san Marcos, todo el mensaje de Cristo se compendia en estas palabras: Se ha cumplido el tiempo, y el reino de Dios está cercano: arrepentíos y creed en el evangelio (Mc 1. 15).

«Se ha cumplido el tiempo, el reino de Dios ha llegado». Tras estas palabras se encuentra toda la historia de Israel, ese pequeño pueblo que fue juguete de las potencias mundiales, y que probó sucesivamente todas las formas de gobierno existentes; hasta que, al fin, al ver que éstas no le traían la salvación, se dio cuenta de su fracaso. Aprendió muy bien que, cuando gobiernan los hombres, las cosas ocurren muy humanamente, es decir con muchas miserias e irresoluciones. En esta experiencia de una historia llena de desengaño, de servidumbre, de injusticia, Israel anheló cada vez más fuertemente un reino que no fuese de los hombres, sino de Dios; un reino de Dios en el que reinaría el verdadero Señor del mundo y de la historia. Gobernaría él, que es la misma verdad y justicia, para que, por fin, las únicas fuerzas dominantes en el hombre fuesen la salvación y el derecho. El Señor responde a esta espera represada a través de los siglos cuando dice: ha llegado el tiempo, ha llegado el reino de Dios. No es difícil imaginar la esperanza que producirían estas palabras. Pero también es muy comprensible nuestro desencanto cuando contemplamos lo que ha sucedido.

La teología cristiana, que se encontró pronto con esta discrepancia entre espera y cumplimiento, hizo del reino de Dios un reino celeste, situado en el más allá; la salvación del hombre la convirtió en salvación del alma, que también se realiza en el más allá, después de la muerte. Pero con esto no da ninguna respuesta. Porque lo grandioso del mensaje consiste en que el Señor no habla solamente del más allá y del alma, sino que llama a todo el hombre en su corporalidad y en cuanto incluido en la historia y la sociedad; lo grandioso consiste en que promete su reino a unos hombres que viven corporalmente con otros hombres. Cuanto más bello es este conocimiento redescubierto por la investigación bíblica en nuestro siglo (que Cristo no sólo miraba al más allá, sino que se refería al hombre concreto), tanto mayor puede ser nuestro desengaño y desánimo cuando contemplamos la historia real que no es verdaderamente un reino de Dios.

Podemos ampliar estas ideas si nos fijamos en el mensaje moral de Jesús, en esas palabras del sermón del monte, que contraponen a la casuística de los fariseos un simple llamamiento al bien:Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás; el que matare será reo de juicio. Pero yo os digo que todo el que se irrita contra su hermano será reo de juicio; el que le dijere «tonto» será reo ante el sanedrín y el que le dijere «loco» será reo de la gehenna del fuego (Mt 5, 21 s).

Cuando escuchamos estas palabras nos encanta la sencillez con que se destruyen las distinciones morales de la casuística, con que se prescinde de una teología moral que pretende capacitar al hombre para engañar a Dios con artimañas y procurarse la salvación. Nos entusiasma la sencillez con que no exige un precepto particular sino un «» incondicionado al bien. Pero cuando reflexionamos más de cerca sobre las palabras «el que dice a su hermano "tonto" será reo del infierno», nos resulta un juicio terrible, y la casuística de los fariseos casi llega a parecernos una forma de compasión, ya que al menos intenta conciliar el precepto con la debilidad humana.

Podemos aún reflexionar sobre lo que dijo Cristo a los dignatarios del Antiguo Testamento y a sus discípulos: cómo exigió que ya no hubiese más títulos, ya que todos son hermanos al vivir del mismo Padre (Mt 23, 1-12). ¡Con qué frecuencia hemos conciliado estas palabras, en la teoría y en la práctica, con las realidades que experimentamos en la Iglesia, con todos los rangos y distintivos, con todo el fausto cortesano! Pero hay cosas más profundas que estos problemas externos que, si bien no debemos infravalorar, tampoco debemos exagerar. Nos vemos forzados a preguntar: ¿no se ha desmoronado el ministerio neotestamentario en su misma esencia? San Agustín tuvo que decir a sus fieles que las duras palabras del Señor contra los servidores del Antiguo Testamento servían también para los servidores de la Iglesia: En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y guardad lo que os digan, pero no los imitéis en las obras, porque ellos dicen y no hacen. Atan pesadas cargas sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con un dedo hacen por moverlas (Mt 23, 24).

¿Estamos salvados?
Pasemos ahora de la Escritura a la teología y veamos cómo ha explicado la salvación. Advertimos que ha seguido dos caminos, el de la teología occidental y el de la oriental. La teología occidental ha construido un sistema propio; dice que Dios fue infinitamente injuriado por el pecado, de forma que era necesaria una reparación infinita. Esta reparación infinita, que no podía ofrecerla ningún hombre, la llevó a cabo Cristo, el Hombre-Dios. El individuo particular recibe este beneficio a través de la fe y del bautismo, de manera que se le perdona la culpa general e indeleble que precede a cualquier otro pecado particular. Pero en este nuevo ámbito en que se encuentra debe andar con mucho cuidado. Cuando entra en la arena de la vida cristiana tiene la impresión de no haber sido salvado, como si en este sistema de gracia se hubiese quedado en un lugar inaccesible, teniendo el hombre que actuar y merecer sin su auxilio. De este modo, el sistema salva realmente la idea de la redención, pero ésta no actúa en la vida sino que permanece en algún sitio oculto, en un ámbito inabarcable de injuria y bondad infinitas, mientras nuestra existencia se desarrolla en las mismas tentaciones y dificultades, como si toda esta construcción no existiese.

La teología oriental ha explicado la salvación como una victoria conseguida por Cristo sobre el pecado, la muerte y el demonio. Estas potencias han sido vencidas por el Señor de una vez para siempre, y así el mundo está salvado Pero insistamos: cuando contemplamos la realidad de nuestras vidas, ¿quién se atreve a afirmar que estas fuerzas del pecado han sido derrotadas? Por nuestra propia existencia, llena de tentaciones, sabemos muy bien el poder inmenso que conservan. Y, ¿quién puede decir seriamente que la muerte ha sido vencida? Quizás nos enfrentamos aquí con el aspecto más humano de la no-salvación del hombre: en todas nuestras enfermedades, debilidades, soledades y necesidades seguimos sometidos al poder de la muerte y de su incesante presencia.

El Dios oculto.
Es adviento. Y cuando reflexionamos en todas estas cosas que teníamos que decir - como Job hablando con Dios - experimentamos con plena evidencia que realmente todavía hoy sigue siendo adviento para nosotros. Pienso que debemos aceptar esto con sencillez. El adviento es una realidad incluso para la Iglesia. Dios no ha dividido la historia en una mitad luminosa y otra oscura. No ha dividido a los hombres en «salvados» y «condenados». Sólo existe una única e indivisible historia, caracterizada en su totalidad por la debilidad y miseria del hombre, y situada bajo el compasivo amor de Dios, que la abraza y acoge completamente.

Nuestro siglo nos obliga a conocer la realidad del adviento de forma totalmente nueva: la realidad de que hubo un adviento, pero que todavía hoy sigue habiéndolo. La realidad de que sólo existe una humanidad ante Dios. Que toda ella se encuentra en tinieblas, pero también que está iluminada por la luz de Dios. Y si es verdad que existió y existe un adviento, esto significa que Dios no fue puro pasado para ningún período precedente de la historia. Al contrario, Dios es origen para todos nosotros, ya que venimos de él; pero es también el futuro hacia el que caminamos. Lo que significa que no podemos encontrar a Dios más que saliéndole al encuentro cuando se acerca a nosotros esperando y exigiendo que nos pongamos en marcha. Sólo podemos encontrar a Dios en este éxodo, en este salir de la comodidad presente para correr hacia el oculto resplandor del Dios que se aproxima.

La imagen de Moisés, subiendo al monte y entrando en la nube para encontrar a Dios, es válida para todos los tiempos. Dios sólo puede ser encontrado - incluso en la Iglesia - si subimos al monte y entramos en la nube del enigma de Dios, oculto en este mundo. Los pastores de Belén, al comienzo de la historia neotestamentaria, enseñan lo mismo de otra forma. Se les dice: «Esto tendréis por señal: encontraréis al niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre» (/Lc/02/12). Con otras palabras: la señal para los pastores es que no encontrarán ninguna señal, sino sólo a Dios hecho niño; y, a pesar de este ocultamiento, deben creer en la cercanía de Dios. La señal exige de ellos que aprendan a descubrir a Dios en la incógnita de su ocultamiento. La señal exige de ellos que reconozcan que no es posible encontrar a Dios en las realidades perceptibles de este mundo, sino sólo saltando por encima de ellas.

Ciertamente, Dios ha puesto una señal en la grandeza y fuerza del universo, tras el que rastreamos algo de su poder creador. Pero la auténtica señal, la que él ha elegido, es el ocultamiento, comenzando por el pequeño pueblo de Israel y pasando a través del niño de Belén hasta morir en cruz pronunciando las palabras: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado (Mt 27, 46). Esta señal nos indica que las realidades de la verdad y del amor, las auténticas realidades de Dios, no son adquiribles en el mundo cuantitativo, sino que sólo pueden ser halladas cuando, pasando sobre éste, nos introducimos en un orden nuevo, Pascal ha expresado esta idea en su grandiosa teoría de los tres órdenes. Según él, existe en primer lugar el orden de la cantidad, poderosa e inconmensurable: el objeto inagotable de las ciencias naturales. El orden del espíritu - el segundo gran ámbito de la realidad - aparece, desde el punto de vista de lo cuantitativo, como la pura nada, pues no abarca un espacio que se pueda medir. Y, a pesar de todo, un solo espíritu (Pascal cita como ejemplo el espíritu matemático de Arquímedes), un solo espíritu, decíamos, es más grande que todo el orden del mundo cuantitativo, porque este espíritu, que no tiene peso, ni longitud, ni anchura, puede medir todo el cosmos. Mas por encima de él se encuentra el orden del amor. También éste, desde el punto de vista del «espíritu», de la inteligencia científica, como Arquímedes, es pura nada, pues le falta la comprobación científica y no aporta nada a este ámbito. Y, sin embargo, un único impulso del amor es infinitamente más grande que todo el orden del espíritu, porque representa la verdadera fuerza creadora, vivificadora y salvadora 3. A esta nada de la verdad y del amor, que no obstante es en realidad el verdadero uno y todo, nos conducirá el enigma de Dios, ya que él está oculto en este mundo y sólo puede ser encontrado en el ocultamiento. Es adviento. Todas nuestras respuestas son parciales.
Lo primero que debemos aceptar es esta realidad continua del adviento. Si lo hacemos, empezaremos a conocer que la frontera entre «antes de Cristo» y «después de Cristo» no está marcada en la historia ni en los mapas, sino que sólo atraviesa nuestro propio corazón. En la medida en que vivamos del egoísmo, cerrados en nosotros mismos, seremos de «antes de Cristo». Pero roguemos al Señor en este período de adviento que nos conceda no ser ni de «antes de Cristo» ni de «después de él», sino el vivir realmente con Cristo y en Cristo: con él, que es el mismo ayer, hoy, y por los siglos (Heb 13, 8).
Carlos Alvares Alonso

LA VOLUNTAD DE GANAR


Si queremos algo con las suficientes ganas como para salir a pelear por aquello, trabajar día y noche por alcanzarlo y sacrificar nuestro tiempo, paz y sueño por ello.

Si el solo deseo de aquello nos enciende lo suficiente como para nunca cansarnos y nos hacer ver todas las demás cosas como pasajeras y de poco valor cuando las comparamos con las que no tienen pasión.

Si la vida nos parece vacía e inconsecuente sin aquello y todo lo que planeamos y soñamos tiene que ver con eso, si estaríamos contentos de sudar por ello, incomodarnos por ello, planear para obtenerlo y perder todo temor al hombre por ello.

Si simplemente vamos tras aquello que deseamos con toda nuestra capacidad, fortaleza y sagacidad, fe, esperanza y confianza y sobria persistencia.

Si ni la fría pobreza, desnutrida y famélica, ni la enfermedad ni el dolor del cuerpo o mente pueden hacernos desistir de aquello que tanto anhelamos, si con todas nuestras fuerzas y a pesar de todas las dificultades nos enfrascamos en obtenerlo, ¡lo obtendremos!
Fuente:
www.AManThinketh.net

Un nuevo año es una nueva oportunidad, para volver a tener el deseo de llegar a la meta. Pero, recuerda. No es asunto de fuerza humana solamente. Es un asunto de saber que a nuestro lado está aquel que es todopoderoso y es en él, que lograremos mucho de lo anhelado. Deja que Dios te impacte en el nuevo año.

También El Señor dijo a Jacob: Vuélvete a la tierra de tus padres, y a tu parentela, y yo estaré contigo. Génesis 31:3

Y Dios le dijo a Moisés: Ve, porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte. Éxodo 3:12

Oye ahora mi voz; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Está tú por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios. Éxodo 18:19

AMNISTÍA PARA BEBÉS


Considerando la creciente amenaza a la vida a nivel universal, parece llegado el momento para nuevas formas de respuesta que se dirijan a la aplicación del derecho internacional correctamente en defensa del no nacido.

De hecho, el derecho internacional garantiza el mismo derecho a la vida a todos los no nacidos. Amnistía para los Bebés, Amnesty for Babies en inglés, es una iniciativa por la vida para solicitar a la comunidad internacional:

§ Garantízar hasta la máxima expresión posible la supervivencia y el desarrollo de de los niños antes y después del parto.
§ Adoptar todas las medidas necesarias para proteger adecuadamente la dignidad de la vida humana en la aplicación de las ciencias de la salud.

Visitando http://www.amnestyforbabies.com, puede descargarse la petición para empezar a recorrer firmas. Las organizaciones provida a nivel nacional y regional alrededor del mundo han sido invitadas a participar en la iniciativa, y Manifiesto por la Vida se siente orgullosa de haberse comprometido con la misma.
Juan García Inza

¡VEN SEÑOR JESÚS!


La Iglesia cumple su misión de santificarnos principalmente por su Liturgia: Culto público, ritos y sacramentos, tiempos litúrgicosson los medios de que se sirve para unirnos a Cristo y hacer nuestras almas semejantes a la suya.

Todos los años, de Adviento a Pentecostés, celebramos los principales misterios de la vida del Salvador, no simplemente para recordarlos, sino para renovarnos por la aplicación de las gracias particulares que nos proporciona cada uno de ellos. El sentido y el espíritu de estas celebraciones nos lo inculca la misma Iglesia; no tenemos más que dejarnos guiar por ella para penetrar en el corazón del misterio cristiano y sacar de él todo el provecho de su eficacia sobrenatural.

1. SENTIDO LITÚRGICO DEL ADVIENTO.
Toda la liturgia del Adviento, tiempo litúrgico que se inicia este domingo, es una expectación ante la venida del Salvador. La Iglesia nos recuerda los ardientes deseos del Mesías que continuamente estuvieron resonando a través del Antiguo Testamento y nos invita a repetirlos con ella de una forma cada vez más apremiante a media que se acerca la Navidad.

Es verdad que el Salvador ha venido ya; pero nosotros le esperamos de nuevo:
1. Para nosotros y para nuestro tiempo esperamos sus gracias que han de transformar nuestra vida en imagen de la suya.
2. También esperamos al fin de los tiempos la vuelta gloriosa de Cristo redentor del mundo, quien llevará consigo a todos los elegidos al reino de su Padre.
Como la Encarnación del Señor es fuente de toda la esperanza cristiana, al prepararnos a celebrar su venida a este mundo como un hecho pasado, nos invita la Iglesia a trabajar con ella en la extensión de su reino, esperando al mismo tiempo con invencible confianza su segunda venida.

2. EL PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO
En la Misa de este Domingo se evoca toda la obra de la redención a la que hemos aludido. Desde su preparación en la esperanza de Israel (1ª Lectura) y su resonancia en nuestra vida presente (Epístola: «que el Señor os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos, como es nuestro amor para con vosotros») hasta su última consumación (Evangelio). Al prepararnos para celebran en Navidad el nacimiento del que ha venido a rescatar nuestras almas del pecado y hacerlas semejantes a la suya, invoca la Iglesia la plena realización de la misión salvadora que Cristo ha venido a cumplir en la tierra.

«Bienaventurados los que están preparados para recibir al Señor». Recibirán la abundancia de las gracias y dones celestiales. La Iglesia nos presenta hoy un nuevo estímulo en nuestra vida cristiana: Tal como recibamos ahora a Cristo, nos recibirá Él el último día.

Cuando Jesucristo venga como juez no todos levantarán la cabeza ni correrán gozosos a su encuentro, sino aquellos que supieron recibirle cuando vino humilde, pobre y paciente, aquellos que supieron aprovecharse de su primera venida y de sus continuas venidas a nuestra alma en gracia.
Ángel David Martín Rubio

PADRE NUESTRO, ESCUCHA LO QUE TE DIGO, ESCUCHA


Padre nuestro, y salgo corriendo por las calles y ya apenas Te oigo, menudo jolgorio hay por aquí abajo; ¡capullo!, ¿lo has visto?, ese tío casi se me lleva por delante, ¡capullo!, ¡que no tienes ojos en la cara ni seso en la mollera!; vale, bien, perdona, no grito, y rezo por ese capullo, pero como no Te encargues de él va a matar a alguien; lo siento, cojo un taxi, no llego y me mareo entre tanta gente; ocúpate de los míos, que Tú eres su verdadero Padre y yo mero estorbo; soy un comodón, lo admito, pero Tú estás en todas partes y yo en ninguna; luego hablamos y arreglamos cuentas.

Padre, que estás en el cielo, y yo sólo contemplo las nubes, o como mucho ese color tan mono y azul que me llena de versos la cabeza; ya sé que me quedo en las apariencias y que encima me quejo del tiempo; es un movimiento reflejo: si pienso en Ti miro siempre hacia arriba, cuando puede que el cielo donde vives esté más cerca, o dentro.

Santificado sea Tu nombre, lo sé, pero tengo otros muchos nombres en mi agenda y no llego, no llego; lo bueno es que me creo todas mis excusas, como un botarate, como si Tú fueras un amigo más, uno del montón (no será la primera vez que Te quedas el último o que sencillamente me olvido); ¿la oración?, ¿pero no ves cómo tengo la mesa?; oye, que yo me santifico con mi familia (menuda paciencia), con mi trabajo y demás actividades, no vayas a pensar que soy un cualquiera; ¿Tú crees, Padre, que de verdad Te santifico con semejante desorden de vida?; al menos ayúdame a nombrarte y vivirte con pureza.

Venga a nosotros Tu reino. Y me acostumbro al lujo de la fe y a lo más bendito (como si me estuviera tomando un café o admirando los cuadros de un museo); estás a dos pasos y tengo prisa, o imagino Tu reino como algo muy excepcional pero lejano; cuando es Tu Amor el reino; y sí, me parece bonito, y me entusiasmo alguna vez, aunque he de reconocer que por lo demás atravieso un desierto; ven y cautívame el alma, por favor, que yo no me entero de nada, o es que no quiero enterarme.

Hágase Tu voluntad en la tierra como en el cielo. Aquí tienes faena Padre, al menos conmigo, porque tengo una tendencia bastante radical a hacer mi voluntad y no la Tuya, será el carácter, o la puñetera pereza (perdón), o el miedo a comprometerme demasiado, no vaya a ser que de pronto Tu voluntad me trastoque los planes (que no son tan infinitos, lo reconozco, pero que no dejan de ser los míos y resultan agradables); por otra parte me cuesta aceptar lo que quieres para mí, no me fastidies, que tienes cada una de órdago divino; eres especialista en el infortunio pienso a veces (sólo lo pienso, ¿vale?, de esas cosas que se te ocurren y desechas al instante, porque tienes más cosas buenas - es un decir -); cuesta lo de agachar la inteligencia y terminar con las escaramuzas de las pasiones, y entregarte mi libertad como me pides ¿no es muy fuerte, no es un exceso?

Padre, danos hoy nuestro pan de cada día. Con todo tu Cuerpo y con toda Tu Sangre, pero también el de la panadería y demás condimentos; no ando muy bien de dinero como sabes, no me llega (en esto no me extiendo, pues resulta vulgar y poco elegante, y los hay bastante peor que yo); y ya que estamos en harina procúranos buenos gobernantes, que eso sí que será uno de Tus más grandes y eficaces milagros y una prueba evidente de que aprietas pero no ahogas (date prisa, que no nos llega el aire); vale, lo sé, me esperas en Misa, realmente presente, mientras me escudo en tragicomedias, o en poesía.

Perdónanos nuestras ofensas Uf, esto sí que es importante, no hace falta que te lo diga, ¡pero si me paso los días en el confesionario! - examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de la enmienda -, mira que Te desprecio veces…, eso sí, salgo como nuevo y más feliz que unas castañuelas; no está mal el invento, pero reconoce que no es fácil lo de decir los pecados al confesor, nada fácil (si lo encuentras), no me extraña que se abuse de las penitencias comunitarias o que digan que se confiesan directamente Contigo y a otra cosa; esto de Tu perdón - pasando por el cura, que ya está bien de caprichos - es lo que más me maravilla, y siempre, y hagas lo que hagas (incluso abortos –hoy en día no imagino algo peor), que mira que somos burros; mi experiencia es que no hay mejor experiencia, y te doy las gracias por ello, aunque abuse de Tu paciencia.

Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Bueno, eso está por ver, depende; hay gente muy retorcida, por no decir mala; Te digo una cosa Padre: sólo lo conseguiré con Tu gracia, o los mandaré a la mierda directamente; ¿qué quieres que Te diga?, conoces de sobra a ese vecino insoportable, y a la persona que me dejó en la calle, y a ese pariente neurasténico, y al cafre que me insultó por católico…; no entiendo como puedes amarles, pero soy bobo y seguramente peor que ellos (eres Padre de todos, vale); el razonamiento es simple: Tú me perdonas siempre, ergo yo debo seguir Tu ejemplo, ocurra lo que ocurra; ¡menudo desafío!

No nos dejes caer en la tentación Te lo suplico; estoy agotado, pero lo peor de todo es sentirse tan canalla, sentir que estoy en el pretorio y que Te fustigo, y que no lloro de dolor por Ti, acostumbrado, y que me miras desde entonces con esos ojos de los que aparto la vista; bueno, total no pasa nada, no es cosa de importancia; bueno, nos engañamos con gran facilidad: no hemos ido a Misa el domingo teníamos un compromiso, o hemos robado una ridiculez en dietas o en lo que sea, o hemos mentido hasta hartarnos y casi ya no sabemos distinguir la verdad de la mentira, o la avaricia es nuestro estado (anti) natural de vida, o no paramos de inmiscuirnos en las tetas de las prójimas o en los vericuetos de los prójimos (por decirlo fino y sin agotar todas las variantes), o… Y hay idiotas que sostienen que lo más adecuado para evitar la tentación es caer en ella; dijo Mateo (26, 41): vigilad y orad para no caer en la tentación; pero yo Te digo una cosa Padre: sólo no puedo - me duermo en los laureles -, mira a ver lo que haces.

Y líbranos del mal. Y de nosotros mismos. Así sea, por lo que más quieras. Urge.
Guillermo Urbizu

ARZOBISPO DE DUBLIN: "LAS PALABRAS NUNCA SERÁN SUFICIENTES PARA PEDIR PERDÓN POR LOS ABUSOS"


GOBIERNO Y CURIA ENCUBRIERON LOS ABUSOS

El arzobispo de Dublín, Diarmuid Martin, ha pedido perdón por el encubrimiento de casos de pederastia que se dio en años pasados en la Iglesia en Irlanda, según ha documentado un informe gubernamental. El prelado ha reconocido que «las palabras nunca serán suficientes para pedir perdón» por los más de 300 caso documentados.

«Las palabras nunca serán suficientes para pedir perdón por la repugnante historia de acoso sexual y violaciones a niños y adolescentes por parte de sacerdotes de la archidiócesis de Dublín», afirmó este viernes monseñor Diarmuid Martin, en una rueda de prensa.

Sus palabras comentaban las conclusiones del Informe Murphy, una investigación sobre el encubrimiento, por parte de la archidiócesis, de más de 300 casos de abusos por parte de más de cuarenta sacerdotes durante alrededor de treinta años.

El informe, que ha sido hecho público por el Departamento de Justicia del Gobierno irlandés, revela que la archidiócesis de Dublín y otras autoridades de la Iglesia encubrieron los abusos durante décadas, con la connivencia de las autoridades civiles, informa Zenit.

Concretamente, acusa el informe Murphy, los arzobispos y obispos auxiliares de la archidiócesis de Dublín durante las décadas de los 60, 70 y 80, archivaron denuncias de abusos contra sacerdotes, de forma que no llegasen a los tribunales.

Por otro lado, denuncia que las autoridades policiales remitían las demandas a la diócesis, en lugar de investigarlas.

Monseñor Martin afirmó que el informe, aunque «que da una idea de la gravedad de los crímenes que tuvieron lugar», no puede mostrar «el sufrimiento y el trauma sufrido por los niños, y también el sufrimiento de sus familiares». «No encuentro palabras para describir cómo me siento hoy», aseguró el prelado.

En el informe se acusa a las autoridades eclesiásticas de «no haber aplicado la mayoría de sus propias normas de derecho canónico» sobre el trato de los casos de abuso: «El derecho canónico parecía haber caído en desuso y la falta de respeto, a mediados del siglo XX».

Monseñor Martin dijo que era «descorazonador» constatar que mientras que líderes de la Iglesia no reconocían las gravedades de los abusos, «casi todos los padres que acudían a la diócesis para informar sobre los abusos entendían claramente el horror que suponían». «Su principal motivación era casi siempre asegurarse de que lo que les había sucedido a sus hijos, o a ellos mismos, no les sucediera a otros niños».

También el presidente de la Conferencia Episcopal y primado de Irlanda, cardenal Séan Brady, arzobispo de Armagh, declaró estar «avergonzado y entristecido» por los hallazgos.
R.B./ReL

OS BEBEREIS LA SANGRE DE NUESTROS ABORTOS


FEMINISTAS ATACAN LA SEDE DE RED MADRE EN MADRID

Miembros de grupos proabortistas y feministas han atacado la sede de la Fundación Red Madre en Madrid, dejando pintadas amenazadoras como «os beberéis la sangre de nuestros abortos» y «aborto porque me sale del koño».

Se puede decir más alto o, en este caso, con más colores y en una pared más grande. Pero no más claro: «Os beberéis la sangre de nuestros abortos». Esta es la «argumentación», el «recado» al más puro estilo de los años 20 del pasado siglo en el Chicago dominado por Al Capone que activistas proaborto han dejado a las puertas de la sede de Red Madre en Madrid. No es casualidad que haya sido coincidiendo con el inicio de la votación en el Congreso de los Diputados de las enmiendas totales y parciales a la Ley del Aborto que impulsa el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.

Los proabortistas también dejaron «escrito» otras soflamas como «aborto porque me sale del koño» (sic) y «aborto libre y gratuito».

Según ha denunciado el Foro Español de la Familia, «los autores de este atentado ponen de manifiesto el carácter dogmático e integrista con que se quiere imponer el aborto en España, violentando la libertad de pensamiento y actuación de quienes no comparten sus ideas». Además, prosigue el forum en un comunicado, que este hecho se haya dirigido precisamente contra una entidad de ayuda a la mujer gestante en dificultad «indica que los defensores del aborto no quieren que se ayude a las mujeres embarazadas y les molesta que haya personas que sí se ocupen de estas mujeres». Esta postura, señala el FEF, coincide con la de la nueva ley del aborto, que, a su juicio, quiere «dejar sola a la mujer embarazada a impulsos de una verdadera obsesión por facilitar que haya abortos».

Una forma recurrente de actuar.
En meses precedentes, tanto la sede de la asociación catalana Ecristians, como la parroquia de San Francisco de Paula de Barcelona, como la Universidad Abad Oliba, fueron objeto de hechos similares. En aquellas ocasiones, ocurridas la pasada primavera, se pudieron leer mensajes igualmente agresivos como «sacad vuestros rosarios de nuestros ovarios».
Nicolás de Cárdenas/ReL

viernes, 27 de noviembre de 2009

DICE LA BIBLIA...


Dice la Biblia que Dios no permite que seamos probados "más allá" de nuestras fuerzas.

Concéntrate en esta frase
...
Para alcanzar algo que nunca has tenido, tendrás que hacer algo que nunca hiciste.

Cuando la vida te quita aquello que tenías agarrado, Dios no está castigándote, sino simplemente abriendo tus manos para darte algo mejor.

Concéntrate en esta frase...

"La Voluntad de Dios no te llevará donde la Gracia de Dios no te proteja"

¡Confía en el Señor!

VIRGEN MARÍA DE LA MEDALLA MILAGROSA - HISTORIA


PRIMEROS DÍAS DE SOR CATALINA
Nacida Sor Catalina Labouré, con lo mejor del año (mayo) de 1806, fue toda su vida sencilla y aromosa flor: galardonada en sus días con abundante rocío del Cielo.

Tierna devoción a María, su aliento de toda hora. Muy niña (9 años) perdió a su madre. Fue entonces, cuando una criada de la granja la sorprendió encaramada sobre una mesa, y abrazando con todo el poder de sus, aún débiles brazos, a una imagen de la Señora.

La iglesia parroquial de Moutiers - Saint Jean - fue testigo de sus anhelos eucarísticos. Desde el día de su primera Comunión (1818) se hizo "mística de todo en todo", - cual decía con donaire su buena hermana Tonina.

Y se le echaba de ver su inclinación a las cosas de Dios por su afán de visitar a las Hijas de la Caridad; y más que en otra cosa alguna, en su diligencia por acudir a los oficios divinos.

Por un sueño vino en conocimiento de su particular vocación. Consistió éste en la aparición de un anciano sacerdote que le habló en estos términos: "ahora huyes de mí, hija mía; día vendrá, cuando tengas a gran contento, ser mía. Sus designios tiene Dios sobre ti. No lo olvides".

El párroco de Chatillón la descifró el sueño de este modo: "no abrigues la menor duda; no era otro ese anciano, sino S. Vicente de Paúl, quien te quiere para Hija de la Caridad". Ella misma así lo confirmó, reconociendo al anciano del sueño en un cuadro, que del Santo tenían las Hermanas de Chatillón.

Por dos años hubo de luchar con el ingenuo rigor de su padre; para, al fin, ingresar el 21 del mes de abril de 1830 en el Noviciado de las Hijas de la Caridad en París.

SOR CATALINA HIJA DE LA CARIDAD
Ya en el Noviciado, comenzó a gozar favores extraordinarios del Cielo. Se le ponía el Señor a ojos vistas en el Sacramento del Amor. Una sola vez se le ocultó; cuando ella pensó engañarse en aquello que veía.

Se celebraban por aquellos días las solemnidades que precedieron a la apoteosis del humilde S. Vicente de Paúl por las calles de París con motivo de la translación de sus gloriosas reliquias; y dice la Hermana que halló en todo tanta dicha y contento, que para ella ya no quedaba mas que pedir ni esperar en este mundo. Recibió del Santo Patriarca certeras enseñanzas y seguridades muy completas para sus dos Comunidades.

APARICIONES
Mas, entre todos estos favores, llevan la primacía en el conocimiento del pueblo cristiano, aquellos que le hizo la Reina del Cielo, y que vamos a referir.

La noche del 18 de junio del dicho año, 1830, fue la escogida por la Virgen Santísima para hacer entrega de sus cartas credenciales a la Venerable Hermana.

Para detalles, nadie como la propia Sor Catalina, quién así lo describe:
Era tanto mi deseo de ver a la Virgen, que me acosté con la confianza de que San Vicente había de conseguírmelo de la Señora. Serían no más que las once y media de la noche, cuando oí que me llamaban: "Hermana. Hermana, Hermana". Desperté; miré del lado por donde la voz venía. Corrí la cortina; y vi a un niño, como de cinco años que vestía de blanco; y así me dijo: "Ven a la capilla, que allí te espera la Virgen". Tranquilizada por él, dime prisa en vestirme; y le seguí… No pequeña fue mi sorpresa, viéndolo todo iluminado; mas esta mi sorpresa creció de punto ante la claridad de la capilla. Recordábame ésta la misa de Navidad. Sin embargo, por ningún lado se echaba de ver la presencia de la Virgen.

Arrodillada, hacíaseme largo el tiempo de espera. Acrecíalo el temor de verme descubierta. Llegó la hora. Y el niño me previno con estas palabras: "Mira, ahí tienes a la Virgen Santísima". Noté como un roce de sedas que se dirigía al lado del Evangelio, a un sillón que allí había. Era la Virgen, quien se me ofrecía sentada. Creo imposible describir cuanto veía y ocurría en mi: algo así como un temor de verme engañada; y de que aquella a quien yo veía, no fuera la Santísima Virgen. Mas, el ángel de mi guarda - que no era otro el niño - me increpó un tanto severo y sin más dudar, me arrodillé junta a Ella y puse mis manos en su regazo.

Y allí, mano a mano, como de Madre a hija, "quiero, hija mía, me dijo, nombrarte por mi embajadora. Sufrirás no poco; mas vencerás, pensando ser todo para la gloria de Dios. Con sencillez y confianza di cuanto entiendas y veas". Prudente la Hermana, pidió prendas de cuanto había visto y oído. Prenda que la Señora le dio cumplidas. Profetizó la Hermana. Presto y cuando menos se esperaba, tuvieron sus profecías cabal cumplimiento.

En estas se hallaba el asunto, que acreditaba la misión de Sor Catalina Labouré, cuando la Virgen María tuvo por bien dejarse ver otra vez en la tarde del 27 de noviembre del mismo año.

Demos la palabra a Sor Catalina:
Vi a la Virgen Santísima en todo el esplendor de su belleza. Indecible al labio humano… Bañada de luz su figura. Asentaba los pies sobre una media esfera... En sus manos, a la altura del pecho, otra esfera más pequeña. Alzados los ojos al Cielo, noté cómo sus dedos tenían anillos, de los cuales brotaban pequeños haces de luz... Viendo lo cual, oí una voz que así me dijo: "Figura el globo al mundo entero y a todos y cada uno de los mortales". "Son los rayos símbolo de cuantas gracias concedo a quienes me las piden".

Gozaba la Hermana con lo ya visto, cuando al punto - prosigue la misma - hízose en torno de la Virgen Santísima a modo de óvalo con estas palabras, en caracteres de oro: Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!"

Volvióse la visión y notó la Hermana una letra M y sobre ésta una Cruz descansando en una barra. Debajo de lo anterior, el Corazón de Jesús coronado de espinas y el de María atravesado con una espada, Y todo ello, circundado con doce estrellas. Se dejó oír al mismo tiempo una voz, que así decía: "Acuñad una medalla según el modelo. Cuantos la lleven consigo, recibirán gracias sin cuento Llevadla con entera confianza".

DIFUSIÓN PRODIGIOSA
A toda luz resulta claro que Sor Labouré, no de menguados ánimos, sintiera vivos deseos de ver acuñada la medalla. Le salió al paso la fría prudencia de su director, el P. Aladel, C.M. Y ésta, junto con otras circunstancias, dieron no poco que sufrir a la Hermana. Acuñada, por fin, la Medalla en 1832, hízose luego dueña del mundo entero. El pueblo cristiano, a vista de tanta enfermedad ahuyentada, de tanto mal hábito quebrantado, y virtudes adquiridas; de tanto peligro alejado y bendiciones obtenidas por la Santa Medalla, dio en llamarla Milagrosa. Nombre que ostenta con primacía sobre todo otro objeto de devoción.

Papas y reyes; grandes y pequeños de todas las edades, la proclaman de entonces acá la Medalla de María Milagrosa. Se cumplió así el anhelo de Sor Catalina: "Por la Medalla será María la Reina del universo".

GUIAR MAR ADENTRO


Cuando el Papa Juan Pablo II publicó la ya famosa carta NOVO MILLENIO INEUNTE, para orientar la actividad pastoral en el nuevo milenio que acababa de empezar, pensé inmediatamente que aquel escrito era la gran profecía para los nuevos tiempos. Me la leí de un tirón y la comenté en todos los grupos en que yo tenía que intervenir. Al poco tiempo, casi inmediatamente, empezaron a surgir elogios y entusiasmos llenos de esperanza sobre el contenido de la misma. En las programaciones pastorales esta carta fue pronto referencia obligada. Realmente no se puede pensar en una evangelización de los tiempos nuevos si no es teniendo como base y guía lo que Juan Pablo II ofrece como pilares incontestables e imprescindibles para una regeneración seria de la fe cristiana.

Sin duda ninguna que el Espíritu Santo estaba muy presente, iluminando la mente y guiando la mano del Papa cuando se puso a escribirnos este precioso documento. He tenido ocasión de escuchar comentarios muy acertados sobre lo que el Espíritu dice a las Iglesias por boca de este personaje que fue providencial, líder espiritual indiscutible para los hombres de buena voluntad.

En una Asamblea Nacional de la Renovación Carismática en Madrid escuché este impresionante testimonio de un obispo:

Mons. Azcona, agustino y obispo en el Amazonas del Brasil contó su conversión cuando ya llevaba años de sacerdote. Después de un encuentro de oración oyó una voz interior que le decía constantemente:
-"José Luis, tú no me amas"
-"¿No te amo Señor? - respondía él - Llevo años explicando teología, y preocupándome de los pobres"
Y seguía oyendo la voz:
-"Pero tú no me amas, José Luis"
Y el entonces religioso agustino recoleto consultó a un padre dominico. Y, efectivamente, todo en él era acción, pero que no brotaba del corazón. Y nos dijo fuertemente emocionado a los 6.000 asambleístas que le escuchábamos en profundo silencio:
-"Yo tenía dos caminos: o el marxismo o la neurosis. Pero encontré el auténtico camino que es Cristo, al que pensaba que servía, pero sin amarle de verdad. Y recordé las palabras de San Agustín en sus Confesiones:Tarde te amé, tarde te amé...”. Y me encontré con el Señor. Sentí que en segundos Jesús llenaba 41 años de fariseo, de legalista; los llenaba con su amor y aquello era nuevo para mí... Sentí una alegría como nuca la había sentido y las lágrimas salían fáciles de mis ojos. Yo me sentí totalmente desbordado.

Y en aquella Asamblea multitudinaria era impresionante el entusiasmo por adorar a Cristo en la Eucaristía, por recibir el perdón de los pecados (más de dos horas estuvimos confesando unos cien sacerdotes), por hacer oración, por vivir la alegría de la fraternidad. Y constantemente se recordaba aquellas palabras de Cristo que el Papa repite en la citada carta: GUIAR MAR ADENTRO. No nos podemos quedar en la orilla lamentando nuestra falta de pesca. Hay que echar las redes en el nombre del Señor.

La mies es abundante, los trabajadores pocos. Multitud de personas se están ofreciendo para hacer apostolado en serio. Y en todos se nota la alegría de una esperanza renovada. El mundo, los hombres necesitan saber que Dios los ama, y tenemos que decírselo. Muchos no lo saben. Hay que hacer oración, llenarse de Dios, y después compartirlo con los demás. Es urgente la tarea, porque muchos están gastando la vida sin saborear el amor de Dios, y sería una pena que fuese por culpa de los que nos quedamos con Dios para disfrutarlo sólo nosotros, y no lo compartimos.

El Espíritu Santo está llamando a muchos corazones, al tuyo también. ¿Qué te parece si le abrimos la puerta de par en par? Me gustaría saber tu opinión.
Juan García Inza

CUANDO SUCEDA


Cuando lleguemos a la estación sucederá!”, exclamamos:

Cuando cumpla los dieciocho
Cuando compre un Mercedez Benz
Cuando se hayan graduado mis hijos
Cuando pague la casa
Cuando consiga un ascenso
Cuando me jubile, ¡Qué Feliz voy a ser por el resto de mi vida
!”

Tarde o temprano comprendemos que no existe tal estación; no hay un sitio al que llegar de una vez para siempre. El verdadero gozo de la vida esta en el viaje. La estación es solo un sueño. Se aleja de nosotros sin cesar.

Disfruta el momento es un buen lema, sobre todo si lo complementas con el Salmo 118:24: Este es el día que ha creado el Señor; regocijémonos en él. No son las cargas del hoy lo que enloquece al hombre. Son los arrepentimientos por el ayer y el miedo al mañana.

Por eso, deja ya de recorrer los pasillos y contar los kilómetros. En Cambio, escala más montañas, toma más helado, camina descalzo con más frecuencia, zambúllete en más ríos, contempla más atardeceres, ríe más, llora menos. Es preciso vivir la vida en pleno viaje. La estación llegará demasiado pronto.
Robert J. Hastings

2 Corintios 5:17: "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas

TEMOR A LA MUERTE Y AL SUFRIMIENTO


Son dos cosas distintas; se puede tener miedo a la muerte y no al sufrimiento, y por el contrario tener miedo al sufrimiento y no a la muerte.

Desde luego que hay que reconocer, que ninguna de las dos cosas son un plato de gusto: ni la muerte ni el sufrimiento, pero como siempre ocurre es conveniente siempre mirar el lado positivo, pues este siempre existe. En realidad todo el mundo le tiene temor, tanto a la muerte como al sufrimiento, pero si meditamos acerca de estos dos temores, nos daremos cuenta que hay unas personas, que le tienen más miedo a la muerte que al sufrimiento y otras que por el contrario, le tienen más miedo al sufrimiento que a la muerte. Esta diferencia es importante porque en cierto modo, nos señala el grado de fe que tiene la persona de que se trate. Los santos y sobre todo los mártires fueron siempre personas, en las que el temor a la muerte brillaba por su ausencia y posiblemente también el temor al sufrimiento, pues este era mirado como un regalo divino que ofrecerle al Señor. Pensemos en lo que se nos relata en las Actas de los mártires, de los primeros siglos de la Iglesia, esa valentía y decisión que tenían los mártires, para encararse con la muerte era solo y únicamente fruto de su tremenda fe, que como don que es, el Señor se los acrecentaba en aquellos momentos a estos mártires. De la misma forma que se lo ha acrecentado, más recientemente a todos los mártires españoles y mejicanos martirizados en sendas confrontaciones con los verdugos, que unas veces por razones políticas y la mayor parte de las veces, por odio a la Iglesia y al Señor eran martirizados y asesinados. Poco a poco estos mártires, van siendo beatificados y canonizados.

Cuando la fe de una persona tiene la categoría de las llamadas fe del carbonero, esta persona no tiene absolutamente ninguna duda de que al morirse irá al encuentro con el Señor, y su temor a la muerte en sí es mínimo y posiblemente inexistente. Su temor si es que lo tiene, más bien va referido, a los sufrimientos que el hecho de la muerte casi siempre conlleva.

Antes de seguir más adelante, quiero aclarar que la llamada fe del carbonero, es la que tiene aquella persona que no entiende nada de lo que se trata, pero que como hay que creerlo, él lo cree. Técnicamente a esta actitud se la denomina fideísmo o sea, esta es la persona que no necesita dar razones de lo que cree. Todos sabemos, que la fe no es enemiga de la razón, lo mismo que también sabemos que es un don de Dios y así siempre ha sido reconocido por los textos sagrados. (2Pd 1,1-3: Hch 11,16-17).

Rara es la persona que de antemano acepta la clase de muerte que el Señor le otorgue, siempre se desea una muerte sin sufrimiento, una muerte rápida. La muerte sea cual sea, para el que de verdad ama al Señor, y lo ha descubierto en lo íntimo de su ser, es siempre dulce, porque ella le abre las puertas para el encuentro con su amado, con el cual al fin, podrá integrarse en su Luz maravillosa. En mi libro DEL MÁS ACÁ AL MAS ALLÁ. Una visión plena de esperanza, optimismo y confianza, para el paso a la otra orilla (Isbn 978-84-611-5491-3), escribí refiriéndome a este tema de la clase de muerte, que desearíamos, que: Sólo en las manos divinas, está el determinar qué clase de muerte es la que nos espera. Todo el mundo desea una muerte sin dolor y en general pensamos solo en el dolor físico, sin ser conscientes, de que a lo mejor el dolor físico puede no ser importante, máxime sobre todo, hoy en día con los avances de la medicina, en el tema de paliar o de llegar a anular, los efectos del dolor físico. Hoy en día los cuidados paliativos en la medicina, prácticamente suprimen el dolor.

Lo que puede ser más trascendente es el dolor psíquico, del que más adelante trataremos. Generalmente se desea lo que se llama la muerte del justo, porque se piensa que la muerte del justo es siempre una muerte placentera y así realmente es. Quizás, esta apreciación tenga su base, en lo que dice el Libro de la Sabiduría: Las almas de los justos están en manos de Dios, y no los tocará el tormento de la muerte. (Sb 3,1). Y esta idea, se puede pensar que se corrobora, en el Libro del Apocalipsis, en el que refiriéndose al mundo nuevo, puede leerse: Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado, (Ap 21,4). Sin embargo esto no es siempre así, se conocen muy bien las clases de muertes tremendamente dolorosas, que sufrieron muchos santos. Sin ir más lejos, pensemos en la muerte de los innumerables mártires que figuran en el calendario de la Iglesia, muertes que se realizaron en medio de atroces tormentos.

Si meditamos sobre la llamada Oración del Huerto de Nuestro Señor en Getsemaní, veremos que sus palabras fueron: Y adelantándose un poco, se postro sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío si es posible, que pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tu. (Mt 26,39). El cáliz de amargura al que él Señor se refería, no era el temor a la muerte, pues bien sabía Él que después de ella vendría su resurrección y así lo manifestó más de una vez, con anterioridad y concretamente: Los judíos tomaron la palabra y le dijeron: ¿Que señal das para obrar así? Respondió Jesús y dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantare. Replicaron los judíos: Cuarenta y seis años se han empleado en edificar este templo, ¿y tú vas a levantarlo en tres días? Pero El hablaba del templo de su cuerpo. Cuando resucito de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que Jesús había dicho. (Jn 2,18-22).

Es muy posible que la Agonía en el Huerto de Getsemaní le ocasionara al Señor, mayores sufrimientos incluso que el dolor físico de la crucifixión, y quizás sumió a su alma en regiones de más oscuras tinieblas que ningún otro momento de la pasión, con excepción tal vez de cuando en la cruz clamó: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34). Era sufrimientos psíquicos no materiales. Santa Catalina de Siena y el Beato Raimundo de Capúa, interpretan la frase de que pase de mí este cáliz, refiriéndose no a los futuros sufrimientos físicos de la Pasión y Crucifixión, sino a los sufrimientos psíquicos que estaba soportando, por razón de todos los pecados de todos los hombre de todos los tiempos. Para Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa pontificia, La verdadera pasión de Jesús es la que no se ve, la que le hizo exclamar en Getsemaní:Me muero de tristeza” (Mc 14,34)”.

Bueno será, que cuando pensemos en nuestro interior, en cómo será nuestro tránsito a la otra, meditemos orilla, tengamos constantemente presente al Seño orando en el Huerto de Getsemaní, porque esté pasaje evangélico nos hará comprender, que si nuestra fe es fuerte, nunca tendremos miedo a la muerte, porque siempre tendremos la convicción absoluta de que lo que nos espera arriba es incomparablemente mejor que lo que aquí abajo tenemos y vamos a dejar. Y no nos apeguemos a este mundo diciéndonos: ¿Qué será de los que aquí abajo dejamos? Especialmente los hijos y seres queridos. Dios siempre se ocupará de ellos, mejor que nosotros mismos podamos hacerlos. Nadie es imprescindible. Los cementerios están repletos de personas imprescindibles. Fortalezcamos nuestra fe para que ella nos haga comprender que la muerte es la que nos abre las puertas del cielo y cuanto mayor sea nuestra fe, más se debilitará nuestro miedo a la muerte.

En cuanto al miedo a los sufrimientos físicos que el tránsito al cielo nos pueda crear, pensemos primeramente, que el Señor siempre nos da lo mejor para nosotros y apliquémonos el pareado que dice: Sea bueno o malo lo que recibamos, de sus divinas manos viene y es lo que más nos conviene, aunque no lo comprendamos.

Tengamos pues confianza absoluta en el Señor.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

¿QUÉ DIFERENCIA HACE EL CIELO EN NUESTRA VIDA?


Algunas de las formas en que nuestra vida en la tierra debería ser impactada por lo que creemos acerca del Cielo.

Vamos pensar acerca de algunas de las formas en que nuestra vida en la tierra debería ser impactada por lo que creemos acerca del Cielo.

Primero, la esperanza del Cielo transforma nuestra perspectiva acerca de las desilusiones y sufrimientos de esta vida. D. A. Carson tenía razón cuando escribió: "No hay nada en las Escrituras que nos alienten a pensar que siempre seremos libres de las vicisitudes que asedian a un mundo moribundo" {1}. Pero una cosa que puede hacer la esperanza del Cielo es ayudarnos a poner el "lado oscuro" de la vida en perspectiva. Pablo escribió: "Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse" (Romanos 8:18). ¡La gloria venidera será inconmensurablemente mayor que la profundidad de cualquier aflicción que podemos conocer hoy!

¡Pero las Escrituras también nos dicen que nuestros sufrimientos presentes de hecho cumplen un papel en prepararnos para esa gloria venidera! Como lo expresó el apóstol: "Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria" (2 Corintios 4:17). Las mismas cualidades y virtudes que nos equipan para el Cielo están siendo hoy urdidas en nuestra alma a través de las muchas aflicciones de nuestra vida presente… liberándonos de las ataduras de la auto-indulgencia, creando en nosotros un corazón compasivo para con otros, y empujándonos para que nos acerquemos cada vez más a Aquél cuya presencia disfrutaremos por la eternidad venidera.

En segundo lugar, la esperanza del Cielo transforma nuestra perspectiva acerca de la verdadera naturaleza del éxito. Por todos lados escuchamos el mensaje de que la "buena vida" consiste en la acumulación de posesiones materiales, la adquisición de poder o el disfrute del placer sensual. Las Escrituras nos alientan a disfrutar de las muchas buenas cosas de la vida con las que podemos ser bendecidos (1 Timoteo 6:17); pero la esperanza del Cielo debería recordarnos que este mundo y todo lo que está en él está pasando, que su gloria es sólo por un tiempo (1 Juan 2:15, 17), que realmente somos "extranjeros y peregrinos" en este mundo (1 Pedro 2:11).

Es por eso que nos exhortan a poner nuestras mentes y corazones en el Cielo y a buscar las cosas de arriba (Colosenses 3:1, 3). Dios nos está urgiendo a abandonar lo que para Él son búsquedas triviales que terminan sólo en vacío, y a que nos dediquemos a aquellas ambiciones que darán fruto que nos acompañará al próximo mundo. Cuando Jesús dijo que "busquemos primero Su reino y Su justicia", nos estaba alentando a hacer de estas cosas nuestra prioridad más alta en la vida.

Finalmente, la esperanza del Cielo transforma nuestra perspectiva sobre la muerte. Las Escrituras en ningún lugar nos enseñan que como creyentes estamos inmunes o debemos negar la realidad de la pena que puede traer la muerte. ¡Pero en Cristo compartimos Su victoria sobre la muerte! ¡Nos entristecemos, pero no nos entristecemos como aquellos que no tienen esperanza (1 Tesalonicenses 4:13), sino más bien como aquellos que están seguros de reunirse con los seres queridos que han partido antes, de recibir un cuerpo glorioso que nunca se debilitará o se descompondrá, de entrar en una nueva vida asombrosa más allá de nuestros sueños más queridos, y de estar por siempre con el Señor!

Al final de sus queridos "Narnia Tales" (Cuentos de Narnia), C. S. Lewis describió los eventos que ocurren al entrar los personajes de su historia al Cielo {6}: "Las cosas que empezaron a ocurrir después fueron tan grandes y hermosas que no las puedo escribir. Y para nosotros éste es el final de todas las historias, y podemos decir muy ciertamente que todos vivieron felizmente para siempre. Pero para ellos era sólo el comienzo de la verdadera historia. Toda su vida en este mundo y todas sus aventuras en Narnia sólo habían sido la tapa y la página del título: ahora por fin estaban empezando el Capítulo Uno de la Gran Historia, que nadie en la tierra ha leído; que sigue por siempre; en la que cada capítulo es mejor que el anterior".
Autor: Rick Rood

jueves, 26 de noviembre de 2009

LA CARTA QUE JESÚS ME HIZO REDACTAR


En cierta ocasión estando al lado de Jesús, me dijo: Hermano, debes escribir esto para quien lo necesite. Y tomé dictado de esto que hoy te brindo...

Hola hermano, ¿Me recuerdas? Soy yo, Jesucristo, aquel hijo de Dios que dio su vida por tu alma, pero más que eso, soy tu hermano, el que te brinda la luz del mundo, y te guía cuando te sientes en penumbra...

Sabes, desde donde me encuentro, te miro constantemente, siempre estas bajo mi velo y jamás te aparto de mí, aun cuando te empeñas en salir de mi rebaño, con todo mi infinito amor te recojo y te vuelvo a mi padre...

Hoy te he visto un tanto preocupado, sabes, conozco tu corazón, he visto en ti lo que te acongoja y que te tiene así, y hoy que estás en este estado de tranquilidad aparente, quisiera decirte algo, yo con mi infinito amor, y con la ternura que me deja el Padre darte como mi amado hermano, te digo lo que he visto en ti y que quizás te tenga así...

He visto que te esfuerzas tanto por estar en mi gracia, que te has dejado cegar en varias ocasiones y entre tanto te desvías del camino que te he marcado...

Si, no me mires con esa cara de extrañeza, sé que te parece has cumplido con todo lo que te he encomendado durante tu camino, pero recuerda que los excesos son malos para los seres humanos, pues su imperfección los lleva a desviarse con facilidad... recuerda... yo te dije si alguien te pide andar un kilómetro, anda con el dos pero no por ello harás por ir con él hasta su destino, porque aquel que no deja seguir el camino de su prójimo, le hace más daño por hacerlo dependiente, y más vulnerable a las tentaciones del diablo.

Yo te dije quien si su hijo le pide pan, le da una piedra. Mas si no le darás una piedra, tampoco lo deleites con un banquete pues tú eres su hermano, y como tal está en ti protegerlo, no mimarlo, si tú le das todo, que será de él cuando tengas que alejarte, lo harás inútil y no sabrá él mismo como servir a su prójimo.

Yo te dije aquel que crea en mí, déjelo todo y sígame, pero no por eso se lo darás al primero que te salga al camino, recuerda yo te pongo en el camino a la gente que te necesita, pero satanás que tiene libre potestad sobre lo terrenal, también te pone trampas, si tú le das todo a uno solo, no crees que lo haces peor, pues no se lo habrá sabido ganar, ayúdalo, bríndale lo que necesita más no en derroche, pues si se sabe ayudar, yo mismo le daré los dones que se gane siete veces mas.

Yo te dije, el sano no requiere medico, sino el enfermo, pero ningún médico va en busca del enfermo, el enfermo es quien en su libertad decide ir al medico, no busques tú a quien debes ayudar, ni te aferres a quienes no quieren cambiar, yo se bien quienes son los indicados para que sólo tú los puedas ayudar, deja que yo te los envíe, no los busques.

¿Recuerdas como viví yo? Siempre valore al ser humano, a mis hermanos, pero ante todo me supe valorar a mí, y no fue por vanidad que me puse ante el mundo como hijo de Dios, sino porque para poder darle valor a un prójimo, debo primero darme valor yo mismo.

¿Cómo es posible? Imagina, tú eres un constructor salido de universidad, el día que tú hagas una casa, ¿de quien te sentirás mas halagado al darte un cumplido, de un albañil o de un constructor reconocido? Pues así es también para tu prójimo, ¿Cómo crees que valore él su vida más? ¿Diciéndoselo un hermano que se valora a si mismo, o que se pierde disminuyéndose a si mismo?

No mal interpretes mis palabras los últimos serán los primeros. Los últimos en entender, son los primeros en lamentarse, pero también los últimos en rendirse son los primeros en ver el fruto de sus logros, no te rindas, no claudiques pero no quieras comerte al mundo en 6 días... ¿Comprendes?

Importante sobre todo, en ese enunciado... los últimos en los que piensas normalmente son los primeros en quienes debes de pensar”... Dime en tu afán por ayudar, ¿quiénes son los últimos en quienes piensas ayudar? Así es, tu familia, te afanas tanto en salvar al mundo que olvidas que tu mundo comenzó por tu familia.

No olvides el mayor ejemplo que te di, dedique 30 años de mi vida a la familia, y solo 3 años a salvar al mundo, no es casualidad; todo lo que viví fue enseñanza, esta en ti aprender, no quieras ver, si no mas bien dedícate a observar... esa es la respuesta.

Hermano mío, mi corazón esta contigo y estaré todos los días de tu vida a tu lado, no creas que me olvido de ti, y sé que lo que haces, lo haces pensando siempre que es en mi nombre... pero recuerda que la primordial enseñanza que te pude dejar fue: Yo estoy contigo, mi corazón, mi conciencia, mi espíritu esta en ti, busca la respuesta en tu corazón, ábrete a las soluciones que te dejo en el mundo, mi voz está en el aire, mis ejemplos en la naturaleza, mi consuelo en la brisa y en las nubes que te brindan cobijo del sol que te quema, no estas solo, yo te hablo cada día de tu vida, esta solo en ti querer escucharme...”

Sueño vivido con Jesús
Colaboración de: Gonzalo Sotelo Puente
México
WFP7