miércoles, 23 de diciembre de 2009

ANSIAS DE VIDA


El deseo humano, más que deseo, el ansia humana de vivir, el ansia de vida que el hombre tiene, se encuentra plenamente relacionada con el deseo de felicidad y el deseo de no sufrir.

Existe un ansia de vida natural y otra sobrenatural. La primera todos la tenemos conscientemente, de la segunda podemos decir que todos la tenemos unos conscientes y otros inconscientemente, teniendo unos constancia de su existencia y otros no. Como el lector puede suponer el ansia de vida sobrenatural, es la vida íntima que podemos fomentar en nuestro corazón para caminar hacia Dios, este ansia es conocida por el nombre de vida espiritual. En contraposición a esta vida espiritual, que repito, desgraciadamente no todo el mundo la tiene, está la vida material u ordinaria que esa sí que todos la tenemos. A la vida espiritual le corresponde el ansia de vida sobrenatural y a la vida material le corresponde el ansia de vida natural.

Al haber sido nosotros creados por y para la gloria de Dios, nacemos con una tremenda ansia de felicidad, ya que hemos sido creados para la felicidad eterna, una clase de felicidad que nadie en este mundo ha saboreado plenamente, solo han tenido indicios de esta felicidad determinadas almas, que han logrado un alto grado de unión con Cristo ya en esta vida. Pero de la misma forma que hemos sido creados para gozar de una eterna felicidad, no hemos sido creados para soportar la antítesis de la felicidad que es el sufrimiento. Dios nos creo para que seamos felices en su gloria, que participemos de ella glorificándolo, pero nuestro sufrimiento no entraba en sus planes. Nuestros primeros padres alteraron los planes de Dios y con su desobediencia, dieron paso a la entrada de la concupiscencia con la que todos nacemos. Nuestros padres solo nos pudieron transmitir lo que tenían. Nosotros podremos lamentarnos de lo que ellos perdieron, pero de esto no podemos culpara a Dios. Es como el padre inmensamente rico, que pierde de mala forma su fortuna y sus hijos, a pesar de haber nacido en la opulencia, se quedan sin herencia. Si desean volver a ser ricos habrán de ganárselo. Nosotros hemos de ganarnos nuestra vida sobrenatural que Adán y Eva tiraron por la borda, y hemos de ganárnosla venciendo la concupiscencia que nos inclina al pecado y a la ofensa a nuestro Creador. Y es precisamente ahí, en el pecado donde nace y tiene su origen el sufrimiento humano.

Nacemos con un ansia de felicidad que nos lleva a buscarla esta en lo que en esta vida conocemos, y este deseo de buscarla nos sujeta a esta vida. Si de nosotros dependiese jamás abandonaríamos esta vida a pesar de los sinsabores y sufrimientos que ella nos proporciona, pues la escasa felicidad terrena que encontramos siempre se acaba y cuando ella se acaba, pues no existe una felicidad perpetua en esta vida, se nos genera un deseo de seguir viviendo, para encontrar más felicidad o al menos conservar la que ya tenemos. Tomás Hemerken de Kempis en su conocido libro Imitación de Cristo, escribe: Y siendo así esto Señor, ¿cómo puede amarse una vida tan llena de amarguras y que está expuesta a tantas calamidades y aflicciones?”. Y la amamos y nos aferramos desesperadamente a ella, no tenemos otra cosa. Bien es verdad que nos hablan de una vida futura mucho mejor, pero este pensamiento no acaba de arraigar con fuerza en nuestra alma y terminamos pensando que: Más vale pájaro en mano que ciento volando.

El obispo Fulton Sheen tiene un pensamiento muy didáctico, como todos sus escritos lo son, y a este respecto dice: “Podemos vivir sin nada, exceptuando tres cosas: el deseo de la vida, la verdad y el amor. ¿De qué sirve el dinero sin la vida? ¿Porqué detestamos el que alguien tenga secretos para con nosotros, sino porque estamos hechos para saber la verdad, y no las verdades de la física con exclusión de la filosofía, sino toda la verdad? ¿Qué mayor tragedia puede haber en la vida que no ser amado, excepto el vivir sin amar?”.

Como antes decíamos, a nosotros nos cuesta mucho el desarraigo a esta vida, pero ello no es una misión imposible. A los que nosotros estamos arraigados es a la vida natural, que termina con la muerte, a la cual estamos siempre combatiendo infructuosamente. Pero existe otra vida a la que estamos llamados, es esta la vida sobrenatural, a la cual accederemos plenamente pero desgraciadamente no todos, después de abandonar este mundo, pero ya aquí abajo podemos y debemos de irnos preparando para el abandono de este mundo, en el que ya sabemos que nadie ha logrado quedarse. Esta preparación se lleva a cabo con la creación y enriquecimiento de nuestra vida espiritual.

Nuestra vida espiritual, consiste en la destrucción del hombre viejo y el renacimiento del hombre nuevo, es la preparación de nuestro ser para que en él tenga asiento el Dios trinitario, para convertirnos en auténticos templos vivos de Dios. Para ello tenemos que cerrar el paso a la carne y abrirnos al espíritu, San Pablo escribía: Pues los que viven según la carne piensan en las cosas carnales; y los que viven según el espíritu, en las espirituales. (Rm 8,5).

La vida interior es como un baño en el amor a Dios en el cual gozosamente nos sumergimos para ofrecer a Dios besos y caricias con las que tratar de saciarle el tremendo amor que nos tiene. El abad Boyland escribe diciendo: “Esto es lo que Dios hace en la vida espiritual. Porque la vida espiritual es una conspiración de amor, en la que Dios y el hombre están unidos para destruir a nuestro Hombre viejo para hacer todas las cosas nuevas en Cristo, para restablecer todas las cosas en Él; en una palabra, para volvernos a modelar según el deseo del corazón de Dios Toda la vida espiritual es un reemplazamiento gradual del ser propio por Dios, naturalmente dejando siempre nuestra propia identidad personal intacta. Según prospera este reemplazar lo humano por lo divino, aumenta la fuerza a nuestra disposición, y las posibilidades de un avance mayor crecen a cada paso. Por eso todo lo que tenemos que hacer es concentrarnos en el primer paso y nunca considerar la dificultad del próximo.


Muchos confunden la piedad, que es vida interior, con las prácticas de piedad, y se creen tanto más piadosos cuantas más de estas prácticas acumulan. ¡Como si la suma de las obras constituyera la piedad!”, escribe el Abad Benedikt Baur, O.S.B., y continua diciendo: La verdadera interioridad cristiana o unión con Dios no es, en su fundamento y en su esencia, una actividad de la mente, sino de la voluntad. Es una actitud, un estado, una determinada disposición duradera e inmutable de amor a Dios, de confianza en Dios, de total entrega…”. Aquí está la palabra clave: entrega. La vida interior es un proceso que requiere en una primera etapa; una búsqueda de Dios; en una segunda un amor sin límite humano a Él; y en una tercera etapa una entrega sin condiciones. Por este camino de vida interior se podrá llegar a la vida contemplativa a lograr lo máximo de podemos alcanzar en nuestras relaciones con Dios desde aquí abajo.

Sobre esto escribe Thomás Merton que: "…no se concederá la contemplación a aquellos que voluntariamente se alejen de Dios, que reduzcan toda su vida interior a cumplir con rutina unos cuantos ejercicios de piedad y actos externos de adoración y servicio, llevados a cabo como un deber. Estas personas procuran evitar el pecado y respetan a Dios como a un amo, pero su corazón no le pertenece, pues no está realmente interesado en él si no es con la intención de asegurar el cielo y evitar el infierno, pero en la realidad de los hechos sus mentes y sus corazones están absorbidos en sus propias ambiciones, preocupaciones, comodidades, en sus placeres y en todos sus intereses, ansiedades y temores mundanos. Invitan a Dios a entrar en sus interioridades confortables solo para que les resuelva las dificultades y les otorgue sus recompensas.

Como se puede observar hay muchos que se creen tener una vida interior, y sin embargo están alejados de ella. En resumen la vida interior no consiste en hacer muchas obras sino en amar mucho, pues seremos juzgados no por lo que hemos hecho sino por lo que hemos amado, aunque no hay que olvidar que el que mucho ama, también obra porque el amor le impulsa a ello. De la misma forma que el avance en el nivel de la vida espiritual, reduce siempre el ansia de la vida natural y el apego así como el deseo a quedarse en este mundo.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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