jueves, 31 de diciembre de 2009

ENFERMEDAD


En la revista de la Custodia franciscana de Tierra Santa, ha aparecido un artículo verdaderamente interesante sobre el título de esta glosa.

Quizás escriba estas líneas, como consecuencia de unos días que he tenido que pasar en cama por una gripe complicada con un virus que se me instaló en el sistema grato-intestinal, y me eliminó todo afán por mi parte a cumplir con las obligaciones de este blog, de escribir una glosa cada dos días. Menos mal que siempre dispongo de una batería de glosas no publicadas, y de ellas he tenido que echar mano para no interrumpir el ritmo, pues cuando uno está de verdad enfermo no tiene ganas de nada.

Henry Nouwen, el sacerdote holandés cuya vida pastoral la realizó en Norteamérica por medio de la escritura, cuenta que al Cardenal norteamericano Bernardín, le diagnosticaron un cáncer y le dieron seis mese de vida, entonces él pensó, dedicaré los tres primeros meses a poner en orden los asuntos de la archidiócesis para mi sucesor, y los tres siguientes los dedicaré a poner mi alma camino del Señor. ¡Me equivoqué!, exclamó el cardenal al final de sus días, pues cuando llegó el segundo trimestre, no tenía ya fuerza ni para darle al Señor el regalo de una simple jaculatoria.

El artículo en cuestión está firmado por Fray Agripino Cabezón O.F.M. (Para quien no lo sepa, el acrónimo O.F.M, significa Orden de frailes menores, lo cual es el heraldo de la humildad y pobreza de los hijos de San Francisco de Asís) Fray Agripino, que por el nombre pienso y creo que es español, además de formar parte de la Escuela Bíblica de Jerusalén, también debe de ser un aficionado a la filatelia, pues periódicamente hace una reseña en esta revista, de los sellos que pone en circulación el servicio de correos de Israel. Y últimamente este ha emitido unos sellos sobre las enfermeras y los centros de salud en Israel, lo cual le ha dado pié a Fray Agripino, para escribir su artículo.

Las enfermedades humanas son una clara consecuencia y expresión de la debilidad de nuestra naturaleza corrompida por la desobediencia de nuestros primeros padres, ellos mientras vivían en el Paraíso carecían de enfermedades, de igual forma, que nosotros careceremos de ellas con nuestro cuerpo resucitado. Pero ahora, la salud es muy importante y debe de serlo para todos nosotros, y no ya en razón del miedo a una muerte prematura por razón de enfermedades, sino porque tenemos la obligación de cuidar nuestro cuerpo que es el sostén de nuestra alma. El alma necesita del cuerpo para su propio desarrollo en este mundo, pero tengamos siempre en cuenta, que el alma, nuestra alma vale mucho más que nuestro cuerpo y por lo tanto, más importante es la salud de nuestra alma que la salud de nuestro cuerpo. Cuando están enfermos tanto el alma como el cuerpo a ambos podemos curarlos, siempre que tengamos vida. Si no nos preocupamos de cuidar el cuerpo, incluso cuidándolo llegará un momento que desaparecerá, pero el alma para bien o para mal nunca desaparecerá. El cuerpo podrá llegar a resucitar como cuerpo glorioso, pero el alma jamás resucitará, ni se reencarnará, porque nunca muere.

Hay muchos que su deseo de no irse de esta vida, piensan que se reencarnarán en otro cuerpo de persona, e incluso de algún animal. En el Génesis se puede leer: Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás (Gn 3,19). Pero no es la reencarnación el tema de esta glosa, aunque en otra lo trataremos, por lo que continuamos con las enfermedades y el artículo de Fray Agripino.

Nosotros pensamos, que la salud y la buena condición física son algo natural y propiedad nuestra, y no consideramos la realidad de que esto es un don de Dios y por cierto otorgado con carácter muy efímero. Es Dios quien nos obsequia con la salud, esta no la obtenemos en virtud de ningún derecho adquirido. Es de ver que si fuese un derecho consustancial a la persona humana, todos naceríamos con iguales de salud y fortaleza física. La salud como don divino que se nos otorga, también puede sernos retirado este don, por El que nos lo otorgó. Y cabe preguntarnos: Es esto es así, ¿por qué Dios nos retira el don que nos otorgó? Pueden ser muchas las razones que Dios tenga para retirar el don de la salud a una persona en un momento dado. Enjuiciar y tratar de averiguar las razones que determinan la conducta divina es un trabajo imposible de hacer. Así San Pablo escribe: Pero bien sabéis que una enfermedad me dio ocasión para evangelizaros por primera vez; y, no obstante la prueba que suponía para vosotros mi cuerpo, no me mostrasteis desprecio ni repulsa, sino que me recibisteis como a un ángel de Dios: como a Cristo Jesús (Gal 4,13-14).

A título indicativo recojo una opinión del obispo Fulton Sheen que dice que: La enfermedad rompe ese hechizo de la creencia de que el placer lo es todo, o que debemos seguir construyendo como fin exclusivo, cobertizos de grano cada vez mayores, o de que la vida no vale nada a no ser que haya algo especial que la electrice. La enfermedad nos capacita para ajustar nuestro sentido de valores, como una gracia actual ilumina la futilidad y vacío de muchas ambiciones". “¿De qué aprovecha a un hombre ganar todo el mundo, si pierde el alma?”. Aunque parezca un contrasentido, muchas veces es un don de Dios, el que Él le retire a una persona el don de la salud. Dios siempre quiere lo mejor para cada uno de todos nosotros, y nada hace o permite que nos ocurra, sino tiende al fin que Él desea para nosotros, cual es la salvación eterna de nuestra alma.

Continuando con Fulton Sheen más adelante este dice: El pagano teme la pérdida del cuerpo, y el cristiano teme la pérdida del alma, sabedor de que el destino del cuerpo ha de ser el mismo que el del alma. Para un pagano, este mundo lo es todo y la muerte le priva de todo lo que hay aquí. En cambio para un cristiano, este mundo es solo una estructura que escalamos para subir al Reino de Dios.

Siempre ha sido una preocupación prioritaria de la Iglesia el buscar remedio a los males humanos, y no solo a los del alma, que es su función primordial, sino también a los del cuerpo. Esta actitud de la Iglesia es el fruto de la doctrina católica en este tema. Así en los Evangelios podemos leer: "…estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; preso y vinisteis a verme (Mt 25,36). Por su parte el apóstol Santiago escribía: “¿Está afligido alguno entre vosotros? Ore. ¿Está de buen ánimo? Salmodie. ¿Alguno entre vosotros enferma? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor, la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor le hará levantarse y los pecados que hubiese cometido le serán perdonados (Sant 5,13-15).

Fray Agripino nos recuerda en su artículo, las referencias bíblicas existentes en torno al tema de la enfermedad. Así en el A.T. podemos leer: Ciertamente, te restituiré la salud (Jer 30,17) y en el N. T. las referencias siempre están unidas a Nuestro Señor, así nos dicen los Evangelios: "Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Su fama llegó a toda Siria; y le trajeron todos los que se encontraban mal con enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los curó (Mt 4,23-24). Las alusiones evangélicas a las curaciones de Nuestro Señor son muchas, entre ellas: (Mt 9,35); (Mt 10,1); (Lc 13,12); (Jn 11,4).

Lo verdaderamente importante que se denota en todas las curaciones de enfermedades por parte de Nuestro Señor, es que Él siempre anteponía la fe a la curación. La fuerza de la fe, es el índice que marca en una persona el grado de su fortaleza espiritual, y para el Señor, naturalmente era mucho más importante el grado de la fe del enfermo, que la dolencia que padecía este. Escribe Fray Agripino: Jesús halla enfermos en su camino a lo largo de todo su ministerio. Siente piedad para con ellos y esta piedad inspira su acción. La curación de enfermos también la realizaron los apóstoles, que disponían de este poder, tal como podemos leer en los Hechos de los apóstoles.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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