miércoles, 30 de diciembre de 2009

SIN SACERDOTES NO HAY PARAÍSO


Todos les debemos sus oraciones y sacrificios, que sólo Dios ve.

Del 19 de junio de 2009 al 11 de junio de 2010, el Papa Benedicto XVI ha invitado a toda la Iglesia a celebrar un año jubilar dedicado al sacerdocio, con ocasión del ciento cincuenta aniversario de la muerte de San Juan María Vianney, el santo cura de Ars (Lyon, Francia), patrón de los sacerdotes. Aprovecho esta carta, que os mando como felicitación de Navidad, para animarnos a que demos gracias a Dios por el regalo de tantos sacerdotes como han pasado por nuestras vidas y que nos han hecho tanto bien.

Como señala el Papa en la carta con la que convoca este año jubilar, ha habido situaciones deplorables y nunca lo suficientemente condenadas en las que algunos sacerdotes han tenido comportamientos indignos de su vocación, inaceptables en cualquier cristiano, pero aun más en un sacerdote. Siendo esto verdad, no lo es menos que son muchos más los buenos sacerdotes que, día a día, en la historia de nuestros pueblos y ciudades han dado y dan la vida de modo silencioso, de espaldas a la fama y los aplausos, únicamente preocupados en hacer todo el bien que pueden. Cuántos deben a su cura haber aprendido a leer y a escribir, la ayuda para acceder a mejores estudios o a un puesto de trabajo, el pan que a veces ha faltado y todavía hoy sigue faltando en las familias necesitadas, el consejo para las grandes incertidumbres de la vida, el consuelo en el dolor, la compañía en los peores momentos,… y todos les debemos sus oraciones y sacrificios, que sólo Dios ve y que esperamos que él mismo les recompense.

Nuestro país tiene una marcada herencia anticlerical, fomentada por el chiste y la burla fáciles. Nos hemos vuelto desagradecidos y abunda una amnesia histórica que no nos deja recordar nuestras raíces. Hemos olvidado que los sacerdotes han estado en el origen de la enseñanza para todos, de los hospitales, las universidades, los servicios sociales, la defensa de los derechos y la dignidad del mundo laboral,… han sido y son el mejor ejemplo de creatividad a la hora de dar respuesta a las mil y una necesidades de cada realidad. Este año sacerdotal quiere llamarnos a todos a valorar lo que el sacerdocio ha significado y significa para el bien de la Iglesia y de la sociedad.

Tanto el pasado siglo como el que estamos estrenando pueden resumir su historia con la siguiente expresión: el Paraíso no existe en la tierra. Los regímenes totalitarios, los avances técnicos y científicos, la política, el desarrollo económico, las ideas y modas revolucionarias… nos han prometido y hasta a veces nos han hecho creer que tendríamos el paraíso en la tierra. Ese paraíso que tanto desea cada uno en su corazón, la felicidad que incansablemente buscamos, hay quien no deja de ofrecérnosla ya, fácilmente, del modo más cómodo y más barato. Pero lo que al final estamos consiguiendo es una gran frustración, una desesperanza que nos lleva a conformarnos con cualquier cosa y a llamarle paraíso a experiencias, momentos y sensaciones que no son capaces de satisfacernos plenamente. Estamos de vuelta”… y es normal, porque el Paraíso no nos lo puede dar nada ni nadie de este mundo.

Dios, que nos ha creado y ha puesto en todo ser humano el mismo deseo infinito de felicidad, ha entrado en nuestra historia, se ha hecho hombre y de este modo ha introducido en nuestro mundo el verdadero Paraíso que es él mismo. El Paraíso es una persona con nombre propio: Jesucristo. Él es nuestro Dios, el único que puede saciar el deseo de nuestro corazón. Jesús es el verdadero Cielo, el verdadero Paraíso que disfrutaremos plenamente en la vida eterna, pero que se hace presente ya aquí, en la tierra, por los sacramentos y la vida de la Iglesia. Cada vez que celebramos la Misa o nos ponemos ante Jesús-Eucaristía podemos decir que ya estamos pregustando el Cielo. Sin sacerdotes no hay Eucaristía, no hay perdón de los pecados, no hay sacramentos… sin curas no hay Paraíso.

Así lo expresaba el cura de Ars: "Si desapareciesen los sacerdotes, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario? El sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestra alma apenas renacida en el bautismo? El sacerdote. ¿Quién la nutre con la Eucaristía para que pueda terminar su peregrinación? El sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? El sacerdote, siempre el sacerdote. Y si esta alma llegase a morir (a causa del pecado), ¿quién la resucitará y le dará el descanso y la paz? También el sacerdote... ¡Después de Dios, el sacerdote lo es todo!... Él mismo sólo lo entenderá en el cielo". Estas afirmaciones, nacidas del corazón sacerdotal del santo párroco, pueden parecer exageradas. Sin embargo, revelan la altísima consideración en que tenía el sacramento del sacerdocio. Parecía sobrecogido por un inmenso sentido de la responsabilidad: "Si comprendiéramos bien lo que representa un sacerdote sobre la tierra, moriríamos: no de pavor, sino de amor... Sin el sacerdote, la muerte y la pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. El sacerdote continúa la obra de la redención sobre la tierra... ¿De qué nos serviría una casa llena de oro si no hubiera nadie que nos abriera la puerta? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del Cielo: él es quien abre la puerta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes... Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las bestias... El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para vosotros".

No hace mucho encontré este simpático texto de autor desconocido. Su título es El sacerdote: Signo de contradicción.

Dice así:
§ Si es puntual para la Misa… lleva el reloj adelantado.
§ Si empieza tarde la Misa… nos hace perder el tiempo a todos.
§ Si hace obras en la iglesia… despilfarra el dinero.
§ Si no las hace… le interesa poco la iglesia.
§ Si tiene amigos ricos… vive con los que mandan.
§ Si se rodea de pobres… es un revolucionario.
§ Si es joven… le falta experiencia.
§ Si es mayor… debería jubilarse.
§ Si hace salidas con los jóvenes… descuida la parroquia.
§ Si no las hace… es que no se preocupa de los jóvenes.
§ Si participa en las actividades del pueblo… quiere meterse en todo.
§ Si no participa… desconoce la realidad de la gente.
§ Y… si el Obispo cierra la Parroquia por falta de sacerdotes… entonces todo el pueblo firma una carta de protesta.

Si falta el sacerdote, ¿quién le sustituirá?

Si alguien quiere hacer algo por este mundo, nada mejor que dar la vida como sacerdote. La tarea es dura, hay que despertar a un mundo dormido, pero merece la pena. Sólo Dios sabe la alegría impagable que reciben nuestros pobres corazones de sacerdote, cuando vemos en la intimidad de las personas cómo Dios devuelve la alegría, la esperanza, la dignidad… Si hay algo que necesita este mundo son sacerdotes y buenos sacerdotes, sacerdotes santos. Hombres dados a tiempo completo, entregados en cuerpo y alma por el bien de las personas, en sus necesidades materiales y sobre todo en las espirituales, de las que estamos tan necesitados y para las que el sacerdote es imprescindible. Yo sólo puedo decir que soy inmensamente feliz, que no me cambio por nadie, y que mil veces que naciera, mil veces que volvería a ser sacerdote.
Autor: David Calahorra

No hay comentarios: