jueves, 11 de febrero de 2010

ACTUACIONES DEMONÍACAS


Lo primero que tenemos que decir aquí, es que el demonio existe y no es ninguna figura literaria, ni creación alguna, de la mente humana.

En este tema de la existencia del demonio, está muy de moda negar que él exista y atribuir su actuación a un genérico concepto o una indeterminada idea del mal, como contraposición a la idea del bien. No cabe duda, de que aquí el demonio, un ser tremendamente más inteligente que todos nosotros, le tiene ganada la batalla de su no existencia, a todo el que niega que él exista. Al demonio no le conviene en absoluto aparecer o manifestarse, ni quiere tener protagonismo alguno, él necesita del anonimato para poder actuar eficazmente. Nada le alegraría tanto al demonio como leer el anuncio de su muerte en los periódicos y desgraciadamente hay muchos dispuestos a dar la noticia. De aquí nuestra ceguera en no ver una clara actuación demoníaca en mucho de los acontecimientos que nos rodean.

De la misma forma que disponemos de un ángel custodio, y nos reporta muchos beneficios el tener consciencia de que siempre está a nuestro lado; también es un completo pecado de inconsciencia, negar la existencia del demonio y no ver sus actuaciones demoníacas. Él está aquí, siempre a nuestro lado, nunca se aparta de nosotros, está constantemente maquinando de qué forma nos puede apartar de Dios. Escribe San Pedro en la segunda de sus dos epístolas: Sed sobrios y vigilad, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles firmes en la fe. (2Pdr 5,8).

Recuerdo que el conocido periodista italiano Vittorio Messori, en un libro entrevista que le hizo al cardenal Ratzinger, entonces prefecto del Santo oficio, hoy en día Benedicto XVI, le preguntó: es dogma la existencia del demonio. Más o menos el cardenal le respondió: La Iglesia no lo ha declarado nunca dogma, porque su existencia es de una evidencia y rotundidad que nunca lo ha creído necesario. En los evangelios hay evidencias que no dejan lugar a dudas en las manifestaciones de nuestro Señor, pero quizás haya que plantearse este problema. El demonio, odia a Dios y al hombre, nunca se da por vencido, y ataca siempre y en todo lugar, incluso en los momentos, en que el alma arde encendida en el amor a Dios. Su odio furibundo al hombre es como consecuencia de ser este parte o miembro del Cuerpo místico de Cristo. Él quiere derrotar a Cristo, sometiendo al hombre.

Los grandes éxitos del demonio, en nuestra época, han sido: Primeramente que no se hable de él, o que se niegue su existencia, o en todo caso, que su existencia quede reducida a una vaga idea acerca de las llamadas fuerzas del mal, en segundo lugar también ha conseguido que se ponga en entredicho la existencia del infierno. La existencia del demonio, no admite ningún género de duda. Nuestro Señor reiteradamente se refiere a él, al que suele denominarlo el maligno, y por si quedase alguna duda, simplemente hemos de considerar que Él mismo, fue tentado por el demonio (Mt 4,1-11). En referencia al carácter eterno del castigo del demonio, y de las almas de los hombres condenados, el papa Virgilio promulgó contra Orígenes el siguiente canon dogmático: Si alguno dice o siente que el castigo del demonio o de los hombres impíos es temporal y que en algún momento tendrá fin, o que se dará la integración de los demonios o de los hombres impíos sea anatema”. El infierno amén de tener una existencia eterna, al igual que el cielo, nunca se acabará y se encuentra estructurado jerárquicamente. Las penas de los condenados no son todas iguales. El P. Gabriele Amorth, exorcista de la diócesis de Roma, y gran especialista en el tema escribe: El Apocalipsis nos dice que los demonios fueron precipitados sobre la tierra: su condena definitiva aún no se ha producido, si bien la selección efectuada en su momento que distinguió a los ángeles de los demonios, es irreversible. Los demonios, todavía conservan por tanto, un poder permitido por Dios, aunque 'por poco tiempo”’. Por eso apostrofan a Jesús: “¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo? (Mt 8,29)”.

Cuando un demonio sale de una persona, y es arrojado al infierno, para él es como una muerte definitiva, por eso se opone tanto como puede a su definitiva condena. En todo caso este demonio, y todos ellos, deberán pagar por los sufrimientos que causan a las personas con un aumento de sus penas eterna. Continua el P. Amorth diciendo: Porque también los demonios están vinculados entre sí por una estrechísima jerarquía y conservan el grado que tenían cuando eran ángeles: principados, tronos, dominios Es una jerarquía de esclavitud, no de amor como existe entre los ángeles, cuyo jefe es Miguel. Dios, habría podido lanzar a los ángeles rebeldes a la prisión del infierno para siempre, después que pecaron, como lo hará al final de los tiempos. Pero prefirió dejarles una cierta libertad de acción, para emplearlos en su servicio: utiliza su poder y su malicia para ejercitar la virtud de los hombres.

San Agustín escribía: “¿Hay algo más perverso que el demonio? Y, sin embargo, ¡cuántos beneficios has sacado de su perversidad! No habría sido derramada para la redención nuestra, la sangre del Salvador, si no hubiere existido la malicia del traidor. Y estos seres capitaneados por su jefe Lucifer, no dejan de actuar a nuestro alrededor. En la medida que el alma de una persona se va acercando al Señor, va aumentando su nivel de vida espiritual, y con mayor claridad comienza a ver, no solo la huella de Dios en los acontecimientos humanos, sino también la mano del demonio; las actuaciones demoníacas. Porque no olvidemos que con el permiso de Dios, es el maligno el que está detrás de todas estas disparatadas actuaciones políticas actuales, en los temas de la bioética, la clonación de seres humanos, el aborto, los anticonceptivos, la píldora del día después, la eutanasia, la enseñanza de orientación atea, que se encubre bajo el eufemismo de laica, y tantas otras cosas que le pido a Dios que perdone a los autores de todas esta tropelías, por no decir delitos, porque no sabe lo que hacen y a nosotros por encontrarlas normales y tolerarlas, sin salir a la calle a dar la cara.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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