martes, 23 de febrero de 2010

AFAN DEL SUCESO


José María Pemán, publicó hace años una obra teatral titulada El Divino impaciente”. La obra tuvo una gran resonancia y en ella Pemán relataba la vida de San Francisco Javier, sus andanzas por oriente y también relataba los antecedentes de este viaje del santo jesuita.

En el colegio en que me educaron, el profesor de literatura puso mucho empeño en tomar como eje de sus trabajos con nosotros, los versos que Pemán había escrito en esta obra. Uno de los versos se me quedó hondamente gravado, quizás porque en aquella época yo no acertaba a comprender la importancia que estas estrofas podían tener en la vida espiritual de San Francisco Javier, ni comprendía ni sabía que era, lo que se podía derramar por fuera; es más no acertaba a comprender nada, a pesar del espíritu de curiosidad que siempre me ha animado en esta vida, unas veces para bien y otras quizás para no tanto bien, pero intuía que estos versos tenían un gran significado. El verso es una de las recomendaciones que San Ignacio de Loyola le hace a San Francisco Javier antes de su partida para embarcar en Lisboa con destino a las indias orientales, y dice así: A grandes hazañas vas Javier, y no hay peligro más cierto, que ese de que arrebatado por el afán del suceso se te derrame por fuera, lo que debes de llevar dentro.

Ahora ya sé que es lo que se nos derrama por fuera, y miro a mi alrededor y empezando por mí mismo, veo que a todos, se nos está derramando por fuera lo que hemos de llevar dentro. El afán del suceso nos machaca y nos tritura desde la mañana hasta la noche. Leemos las noticias, vemos la televisión, hablamos con conocidos y amigos, y en general el tema gira siempre en desahogar nuestra indignación por las políticas del gobierno y el desastre al que nos conducen estos gobernantes. Y esencialmente como cristianos católicos, los que por supuesto lo sean, nos olvidamos de dos cosas fundamentales: La primera es que ellos, también son personas creadas por Dios y Dios las ama desesperadamente, las quiere, desea que no se le pierdan y nos pide a nosotros que también las amemos porque si le amamos a Él, hemos de amar todo lo que el ama.

La segunda consideración es que en nuestra soberbia pensamos que hemos de darle solución a estos problemas solo con nuestras propias fuerzas, y escribimos, hablamos, pensamos en fórmulas para acabar con esta situación, y estamos plenamente convencidos de que si no actuamos viene la hecatombe. Y esto no solo referido a los problemas que aquejan a España, sino también, y esto es más transcendente para mi, a los que aquejan a nuestra Iglesia. Y digo que estos últimos son más transcendentes por que afectan al orden espiritual y personalmente, veo muy claro que los problemas y desajustes del orden material, no son nada más que una consecuencia de los desajustes del orden del espíritu.

Y bien que esto lo sabe nuestro peor enemigo, el maligno, que siempre está actuando y azuzando y utilizando a diestro y siniestro a los tontos útiles que siempre tienen a su disposición. Para confirmar esta afirmación, invito a cualquiera, a leer los disparatados comentarios, que algunos lectores a los que se podrían denominar tontos útiles y que se auto titulan católicos, realizan a las noticias y glosas de esta revista ReL. Pero también es muy consolador leer las acertadas contestaciones, que otros lectores auténticamente católicos y respetando el magisterio de la Iglesia le contestan a los que al final solo son instrumentos del maligno.

El afán del suceso nos tiene a todos arrebatados, creemos que solo con nuestras fuerzas vamos a ser capaces de resolver todo y no tenemos en cuenta el contenido del salmo 126, que siempre tendríamos que tenerlo presente, en cuanto él nos deja bien claro que nada pasa en este mundo que Dios no disponga. Israel bien que lo tuvo presente, y de manos de Josué y sin apenas esfuerzo, derrotó a todos los pueblos cananeos, y se repartió la tierra prometida entre las once tribus de Israel, pues la tribu doce que era la de los levitas, como quiera que estaban consagrados al servicio del Señor, no recibieron tierras.

El afán del suceso es siempre de orden material, y a la materia se la vence con el espíritu, porque este es muy superior a la materia. Nunca nos olvidemos, que Dios es solo espíritu y nada más que espíritu, que es un Espíritu de amor. Y nosotros tenemos una capacidad espiritual tremenda, mucho más grande que cualquiera fuerza material de la que disponen los que entendemos que son nuestros oponentes, y esa fuerza nuestra que apenas empleamos, la tenemos oxidada y se llama oración, con ella se puede mover el mundo y lo que nos propongamos.

No estemos agobiados, nuestros oponentes carecen de la seguridad que nosotros tenemos y ella es que como somos miembros de la Iglesia de Cristo, la victoria siempre la tenemos asegurada, porque las puertas del infierno, que es el mentor de nuestros oponentes, están condenados a la derrota. Y esto es así aunque no lo veamos ni lo comprendamos, porque nunca jamás prevalecerán ni contra la Iglesia católica ni contra ningún miembro de ella. Nuestra fuerza está en el Señor

Para el lector que quiere saber las razones que abonan el contenido de esta glosa le recomiendo la lectura de los salmos 18.- 46.- 71.- y 91.- En ellos claramente verá como el pueblo de Israel, más acudía al Señor que a su fuerza para resolver sus crisis y siempre salían adelante, solo cuando le dieron la espalda a Yahvé vino el desastre. Un pueblo pequeño, situado a medio camino entre dos grandes potencias como eran en la antigüedad los egipcios y los babilonios, eran capaces de mantenerse en pié. Ejemplos de esta fe en Dios, la tenemos en las victorias de Josué, David, Gedeón o Judas Macabeo.

Que nos se nos derrame por fuera lo que hemos de llevar dentro, y en este caso confiemos más en la oración al Señor que en nuestras propias fuerzas. Porque bien claro nos los dijo Él: Sin mí nada podéis(Jn 15,5). Que el afán de las cosas que ocurre en este mundo no nos haga derramar nuestro don más preciado que es el tesoro de nuestra Vida espiritual íntima, que solo poseen aquellos que se han preocupado de tenerla y que día a día tratan de aumentarla en su riqueza que es el amor a Dios. Nuestra Vida espiritual, es el único tesoro que podemos estar seguros de que no lo dejaremos aquí abajo, sino que nos lo llevaremos con nosotros el día en que seamos llamados a la casa del Padre.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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