lunes, 15 de febrero de 2010

LA EXCELENCIA FEMENINA, EN EL HOGAR Y FUERA DE ÉL


En 1910 G. K. Chesterton escribía: Cuando se tilda de desagradable a lo doméstico, toda la dificultad surge de un doble sentido de la palabra. Si desagradable sólo significa un trabajo tremendamente difícil, admito entonces que el trabajo de la mujer en su casa es desagradable como lo puede ser el de un hombre en la catedral de Amiens o detrás de un cañón en la batalla de Trafalgar. Pero si significa que ese trabajo duro es más pesado porque es insignificante, descolorido, y de muy poca consecuencia para el espíritu humano, entonces me desentiendo y paso; no entiendo que significan esas palabras.

Crecía en la opinión publica inglesa la idea de que las mujeres, para realizarse, debían huir de los trabajos del hogar y desempeñar alguna labor pública, que en aquel entonces no solía ir mas allá de ser institutriz, mecanógrafa, o secretaria de oficina. Chesterton defendía el trabajo de las amas de casa y sus múltiples labores describiéndolo así: Ser la Reina Isabel dentro de un área determinada, decidiendo ventas, banquetes, trabajos y vacaciones; ser un superalmacén dentro de otro área, proveyendo juguetes, botas, sábanas, pasteles y libros; ser Aristóteles dentro de otra distinta, enseñando moral, buenos modales, teología e higiene; entiendo bien cómo esto podría dejar la mente de una persona exhausta, pero no puedo imaginar como podría hacerla más estrecha y limitada. ¿Como es posible que enseñar a los niños de otros la regla de tres sea una carrera profesional importante y grande, mientras que enseñar a los propios hijos todo sobre el universo sea una carrera insignificante y diminuta?” Y con igual ingenio defendía el oficio maternal señalando que: los bebés no necesitan que se les enseñe un oficio, sino que se les introduzca a un mundo entero. En pocas palabras, la mujer está generalmente encerrada en un casa con un ser humano que hace todas las preguntas que pueden existir y algunas que ni siquiera existen.

El 14 de febrero de 1930, un sacerdote español, hoy Santo de la Iglesia Católica, San Josemaría, recibía una inspiración divina que ampliaba la del 2 de octubre de 1928, con la que fundaba un camino de santidad para cristianos corrientes, santificando su trabajo profesional y los otros deberes de la vida ordinaria sin salir del mundo: el Opus Dei. Después del 2 de octubre, San Josemaría pensaba que en el Opus Dei no habría mujeres ni de broma. Sin embargo aquel 14 de febrero, celebrando la Misa en casa de una ilustre señora, vio que Dios le cambiaba su criterio: ese día nacía la Sección de Mujeres de esa Obra de Dios. Y con ella daba un paso más allá de la falsa oposición entre el trabajo del hogar y el trabajo fuera de él, animando a las mujeres a vivir uno u otro, o los dos a la vez, como camino de santidad.

En 1968, cuando una periodista le plantea todavía la oposición para las mujeres entre el trabajo del hogar o fuera de él, San Josemaría contestará: La atención prestada a su familia será siempre para la mujer su mayor dignidad: en el cuidado de su marido y de sus hijos, o, para hablar en términos más generales, en su trabajo para crear en torno suyo un ambiente acogedor y formativo, la mujer cumple lo más insustituible de su misión y, en consecuencia, puede alcanzar ahí su perfección personal() eso no se opone a la participación en otros aspectos de la vida social y aún de la política, por ejemplo() Es claro que, tanto la familia como la sociedad, necesitan esa aportación especial, que no es de ningún modo secundaria () La mujer está llamada a llevar a la familia, a la sociedad civil, a la Iglesia, algo característico, que le es propio y que sólo ella puede dar: su delicada ternura, su generosidad incansable, su amor por lo concreto, su agudeza de ingenio, su capacidad de intuición, su piedad profunda y sencilla, su tenacidad.

Debo muchas cosas buenas de mi vida, empezando por mi madre, a muchas mujeres excelentes que no voy a nombrar. Algunas ya saltaron a una vida eterna. A una, en mi juventud, le debo el primer paso hacia la fe. Otras muchas son un nombre y unas palabras amables en correos de Internet. De otras, superexcelentes, no sé ni quiero saber su nombre. Para todas ellas, mi agradecimiento que siempre se me queda corto. Si son verdaderamente femeninas, su excelencia está muy lejos de ese invento artificial del género”. Les basta su inagotable y discreta generosidad.

Va para todas ellas este articulo mío de hoy. No ha sido el primero en que señalo los valores propios de la mujer. Espero también que no sea el último.
Luis Fernández Cuervo

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