jueves, 11 de febrero de 2010

LAS IMPUREZAS DE ALGUNOS SACERDOTES Y LA SANTIDAD DE LA INMENSA MAYORÍA DE ELLOS


Un amigo que trabaja en Alemania me envía la portada del semanario más difundido y vendido por aquellas tierras de Goethe, nada menos que el Der Spiegel. A raíz de presuntos tocamientos y demás dislates sexuales a algunos alumnos en un colegio de los jesuitas situado en Berlín.

La portada ya la pueden ver. Demoledora. El monigote que fotografían no está revestido de jesuita precisamente. Eso hubiera sido poco. Había que aprovechar muy bien la circunstancia, la noticia, el escándalo. Porque hay que sacar rédito económico lo primero y luego sacudirle a la Iglesia Católica por activa y por pasiva. El modelo de portada nos presenta los aparejos cárdenos de un supuesto cardenal tipo pájaro espino, con su cruz pectoral, y rodeado de sospecha y sombras. La mano siniestra del monigote sostiene la Biblia o un libro de piedad. La diestra tiene muy mala baba. No se ocupa en bendecir o en ayudar a la otra a sostener el libro. No, la diestra se dedica a masajearse las partes pudendas. El mensaje nada subliminal está claro. Se quiere transmitir una muy injusta generalización, y la denuncia de una hipocresía vaticana. Denigrar lo católico sale gratis. El titular juega con eso: Die Scheinheiligen. Es decir: Los santos en apariencia. Y lo remata el subtítulo, para incitar al morbo y al consumo de la revista (que a la postre es lo que más interesa): Die Katholische Kirche und der Sex (“La Iglesia Católica y el sexo”).

El mensaje que se quiere dar es: los católicos mucho hablar de pecado y de virtudes y de santidad, y resulta que son los mayores fariseos del planeta. Y ese mensaje tan nocivo como falso cala en muchos papanatas, más o menos ilustrados, de conciencia revenida y unos prejuicios hacia lo católico llenos de tópicos y lecturas mal digeridas. Sin olvidar el odio, que existe. Y sin olvidar a Satanás, que también existe y se encarga de jugar sus mentiras a infinidad de bandas. Pero olvidan lo fundamental: ningún católico se pone como ejemplo de nada. Y si hay alguno que lo hace es que no se ha enterado o es un necio. El único modelo es Cristo. Y la lucha por la santidad es individual, por supuesto que con la ayuda de la gracia. Todo esto no quiere decir que yo me dedique a disculpar presuntos delitos o actos vergonzantes. Pero me carcajeo de todos esos que van soltando moralinas por el ancho mundo y por los medios de comunicación en particular, de todos esos laicistas memos y antiiglesiacatólica que se atreven a enjuiciar y a hurgar en situaciones tan dolorosas. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. ¿Les suena? Pero todos estos no. Estos tiran las piedras que hagan falta y les da absolutamente igual todo lo demás. Según ellos ya nadie cree en el pecado ni en la madre que lo parió. Son los actuales sumos sacerdotes de la paganía progresista y ladina. Y se rasgan las vestiduras con aspavientos que ríanse ustedes de Caifás. Esos jesuitas de los que se habla habrán actuado mal, muy mal, y llorarán sus culpas y cumplirán su penitencia, y tendrán que desagraviar, no tengo la menor duda; pero fíjense ustedes en el cinismo de los que manipulan la noticia. Me parece escuchar el eco de aquel: “¡Crucifícale, crucifícale!”.

Todos caemos. Todos. Las tentaciones son muchas. Y especialmente los sacerdotes y religiosos están muy solos. Y los católicos no rezamos suficientemente por ellos. Y son muchísimos los sacerdotes que son otros Cristos, que son fieles, que sacrifican por entero su vida por los demás pasando desapercibidos. Todos esos no suelen salir en los periódicos, no son noticia. Y son el 99% del clero de la Iglesia Católica. Reconozco que hoy no es fácil mantener el tipo y guardar el corazón. Porque vivimos en medio de un conglomerado de pornografía (y no es la peor la de índole sexual) que nos va embruteciendo el alma, si no andamos sobre aviso. Y lo peor es que nos relajamos en la lucha y dejamos de rezar y de contar con Dios. Y cedemos en lo que al principio son pequeños detalles, cosas sin importancia, para acabar cebándonos en vicios, pecados mortales, blasfemias o sacrilegios. Así comienza la decadencia, la amargura de tantas personas, la tristeza de una sociedad asilvestrada. Todos caemos. Todos. Y a no ser que tengamos totalmente desolada la conciencia, sabemos lo que está bien y lo que está mal. Y Dios perdona siempre, si nuestro dolor es sincero y nos confesamos contritos. Nadie está libre de pecado. Así que menos lobos caperucita y más delicadeza con las personas, y una mayor integridad profesional a la hora de afrontar las noticias que afecten a la Iglesia Católica. Que no todas son malas. ¿O sólo interesan las que la denigran y escupen sobre ella?
Guillermo Urbizo

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