viernes, 15 de octubre de 2010

LA EXITOSA SERIE DE TV "PERDIDOS" FINALIZA CON UN DESENLACE DE CLARA CONNOTACIÓN CATÓLICA


EL ÚLTIMO CAPÍTULO FUE SEGUIDO POR MILLONES DE PERSONAS

Para muchos, el cierre de «Lost» ha sido un broche de oro. Porque lo esencial, lo que atañe al corazón del ser humano, al significado y al valor de su vida y a su capacidad para ser «salvados», sí ha quedado resuelto.

Dicen que hay dos tipos de fans de «Perdidos»: los que creen que su valor está en la trama y los que creen que reside en sus personajes. Para los primeros, el final de la serie ha sido, en cierto modo, decepcionante. Sí, los guionistas podrían haber resuelto las muchas incógnitas que quedaban (y quedarán) por resolver.

Sin embargo, para los segundos, el cierre ha sido un broche de oro. Porque lo esencial, lo que atañe al corazón del ser humano, al significado y al valor de su vida y a su capacidad para ser «salvados», sí ha quedado resuelto.

En el momento crucial de la vida, el «hombre de fe» supera al «hombre de ciencia». La trascendencia se abre paso y, a pesar de cierto sincretismo y del homenaje a todos los credos (la vidriera con símbolos de todas las religiones), lo hace en clave cristiana. No en vano la figura del Resucitado aguarda a los «perdidos» cuando están a punto de alcanzar la plenitud que se encuentra al otro lado de una capilla específicamente católica.

Redención.
La palabra «redención» viene del latín «redemptio», que significa «rescate». La isla es un lugar físico, real (así se explica en este último capítulo), en el que los personajes «son rescatados» de sus frustraciones y de su pasado, aunque el precio que tengan que pagar sea la entrega de su propia vida (Locke, Jack). En el cristianismo, esta «isla» es nuestro mundo físico, en el que peregrinamos los hombres y en el que Jesucristo «redime» en el acto de su entrega en la cruz.

Purgatorio.
La última temporada se ha caracterizado por la creación de lo que se pensaba que era una «realidad paralela» y que finalmente se ha revelado como un «purgatorio», donde cada uno «re-creaba» la vida que hubiera deseado vivir en el mundo: Jack es un buen hijo y un buen padre; Kate es inocente; Sawyer es un policía bueno, Benjamin es un cariñoso profesor... Cuando se «reconocen» entre ellos y descubren que están en este «purgatorio», para algunos se abre la puerta de la resurrección y la eternidad (la «Luz» al otro lado de la capilla), mientras que otros deben seguir «purgando» porque todavía les quedan asuntos por resolver (Ben, Eloise, Ana Lucía...). Esta idea es más cristiana que budista: mientras que en el «bardo» budista se habla de un estado intermedio en el que la conciencia crea una ilusión «mala» de la que hay que liberarse, en la serie este proceso es «bueno» y «sanador».

Amor y perdón.
El amor no sólo entendido como «eros», el amor posesivo, sino como «agapé», el amor que busca el bien del otro: «Jack, espero que alguien haga por ti lo que tú has hecho por mí», dice Locke en el momento de mayor entrega. El perdón es otra de las claves de este final, que se impone en una de las escenas más poderosas de toda la serie: Locke, que ha sido asesinado por Ben, se encuentra con él poco antes de ir a la eternidad: «John, siento de veras lo que te hice: fui egoísta y celoso, quería todo lo que tú tenías». Locke contesta: «Por si te sirve, Ben, yo te perdono». «Gracias, John. Eso me ayuda. Y me sirve mucho más de lo que puedas imaginar».

Sacrificio.
«Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos», dice Jesús (Jn 15, 13). Jack ofrece su vida para salvar a los demás. Él, que nunca creyó en las propiedades de la isla, termina por comprender a otro amigo, Locke, que tuvo que morir para mostrarle el camino. Un sacrificio que, al final, adquiere todo su valor y sentido. El sacrificio también de Desmond, el personaje que nos lleva de la mano por el buen camino: «Nos vemos en otra vida, hermano».

«Galáctica», otra serie de fe.
«Perdidos» ha seguido las huellas de otra serie de culto de ciencia ficción, «Galáctica», que emitió sus 83 capítulos en canales de pago de 2003 a 2009. También los espectadores de esta serie tuvieron que esperar al último capítulo para ver si la respuesta a los enigmas era religiosa o materialista. Al final, como había anunciado la hermosa «Número 6», todo respondía a «un plan de Dios», la piloto Starbuck era un ángel, las visiones del (antaño) científico ateo Gaius Baltar eran reales y las profecías se cumplían. Son series que enganchan a millones y que hablan de fe.
Mar Velasco-Pablo Ginés/La Razón

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