lunes, 29 de noviembre de 2010

AMAR EN EL GOZO, AMAR EN LA TRISTEZA


Consideremos primero el orden puramente humano y reflexionemos debidamente, sobre estas dos distintas situaciones dentro de las cuales podemos amar.

Es importante analizar cómo es nuestro amor en el orden puramente humano, cuando todo nos sonríe y también cuando todo se nos tuerza y la tristeza nos invade, ya que este análisis, podemos luego trasladarlo al orden sobrenatural, a nuestras relaciones con el Señor, y que cada cual saque sus propias conclusiones, que siempre serán distintas pues distintos somos todos los seres creados por Dios, no solo distintos en nuestros cuerpos, sino también en nuestras almas. Somos frutos de esa diversidad que tanto ama el Señor, y que nos pone de manifiesto su omnipotencia y su tremenda e ilimitada grandeza.

En el orden humano, tanto se puede amar y demostrar el amor, encontrándose uno en situación de gozo y alegría, que en situación de tristeza, pero podríamos decir que son dos clases de amores distintos los que se demuestran. Cuando uno se encuentra gozoso y alegre, el amor que se expresa es más ligero menos profundo que el que se expresa en una situación de tristeza. Otra característica distintiva, es la de que la persona que recibe la muestra de amor la agradece más, en un momento de tristeza, que en un momento de alegría. Pongamos un ejemplo, más se agradecen las muestras de sincera condolencia a los deudos de un difunto en un pésame, que el agradecimiento que se recibe, por haber invitado a alguien a comer o a cenar. En ambos casos se expresa un sentimiento de solidaridad, en un caso con los deudos del difunto y en el otro con el que nos ha invitado para celebrar, cualquier acontecimiento importante en su vida, sea una conmemoración de un cumpleaños o de una onomástica.

Nosotros los cristianos, estamos obligados a dar siempre muestras, del amor que debemos de tener por los demás, tal como el Señor nos dejó dicho en la última cena dentro de la oración sacerdotal: “Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, así que también amaos mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos a otros. (Jn 13,31-38). Y en el cumplimiento consciente o inconscientemente de este precepto, las personas dan muestras de amor a los demás, continuamente y en especial, por razón de determinadas ocasiones que pueden ser tristes o alegres, pero a todo el mundo nos gusta más dar muestras de amor en ocasiones gozosas que en ocasiones tristes. El que recibe las muestras de amor, aprecia más las que recibe en momentos tristes, que las que recibe en momentos gozosos. Nuestra obligación es seguir las indicaciones del apóstol San Pablo que nos dejó dicho: "Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría. Sin devolver a nadie mal por mal; procurando el bien ante todos los hombres”. (Rom 12,15-17).

Teniendo en cuenta las anteriores ideas, vamos a tratar el tema de nuestra relación con el Señor, en el ámbito de la vida espiritual. Como ya antes hemos señalado, nosotros somos diferentes en cuerpos y almas y las necesidades y los caminos de cada uno de nosotros son diferentes. Leemos libros de carácter espiritual, y muchas veces en vez de encontrar una ayuda lo que encontramos son dificultades. Concretamente en referencia a las biografías de los santos, los autores de estas biografías, quizás con el afán de enaltecer a su santo de quién llegan muchas veces a enamorarse, llegan a desfigurarlo, nos dan la idea, por ejemplo, de que Santa Teresa de Jesús, se pasaba los días en continuas visiones, consolaciones y gozos espirituales y esto no era así. Muchas angustias sufrimientos y mortificaciones, tiene que tener en su haber un alma, para que Dios la consuele, porque no hay que olvidar que no hay santificación posible sin tomar cada uno su cruz. Las palabras del Señor, fueron bien claras: “…, si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”. (Mt 16,24).

Por su parte, el Catecismo de la iglesia católica en su parágrafo 2015, nos dice: "El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf. 2Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas: El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant 8)”.

Desde luego que el Señor, valora mucho el alma que lucha por su santificación y la ayuda en la forma que Él estima mejor, para que esa alma avance en el camino de su vida espiritual. Hay almas, generalmente las más débiles a las que en sus comienzos para animarlas les da goces y consolaciones espirituales, que luego cuando cree que el alma está suficientemente fortalecida, se los retira. Sentir goces y consolaciones espirituales, no es siempre un signo de estar generando méritos ante el Señor, porque el trabajo es el Señor quien lo elabora. Más mérito genera el alma que en sequedad espiritual, lucha y persevera en el amor al Señor. Amar al Señor en los goces es fácil, amarlo en la dureza de la sequedad es heroico, es la diferencia que media entre amar apoyado en la luz de la fe y amar en la oscuridad del que camina sin ver. ¿Quién tendrá más mérito?

Orar en la sequedad y en la aridez, es orar en el momento negro de la agonía en Getsemaní, en el momento de la pasión y mantenerse firme al pie de la cruz junto al Señor, que está muriendo por nosotros. Es en esos momentos, en los que luchamos frente a las distracciones, la rutina y el tedio, cuando la fe que profesamos se vuelve mucho más pura, y el Señor nos mira más complacido. Cuarenta años, vivió en oración Santa Juana de Chantal, la discípula predilecta de San Francisco de Sales, sin saber lo que era una simple consolación un pequeño momento de arrobamiento en el amor al Señor y Santa María Magdalena de Pazzi tuvo cinco años de penas y de tentaciones continuas sin el menor alivio. Dios a cada uno nos da lo que cree más conveniente y nunca pensemos que no nos ama, porque no sentimos goces ni consolaciones en la oración, congratulémonos porque quizás, es que no lo necesitemos y nuestro paso puede ser que sea firme en la oscuridad de la fe.

Pero no confundamos, lo que ocurre en los primeros pasos del camino espiritual con lo que ocurre después si se persevera, si es que hemos llegado a alcanzar el estado contemplativo, en el que la gracia infusa nos sume en un estado pasivo, ya que aquí es el Señor el que actúa, y el alma ha de mantenerse en quietud. Estas etapas finales, son las más bellas y también las más misteriosas. Pero volvemos a lo mismo. Podemos desear llegar a esos momentos, pero a lo mejor nunca lo alcanzaremos, porque el Señor estima que a esa alma de recia fe es necesario no darle ningún anticipo de la inmensa gloria que arriba la espera, y puede ser que la ame mucho más que a otras, que parecen más santas, porque a veces levitan en sus oraciones.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

No hay comentarios: