lunes, 28 de febrero de 2011

EL NACIMIENTO DEL BEBE "7 MIL MILLONES" NO ES UNA "CATÁSTROFE INMINENTE" SINO UN MOTIVO DE FIESTA


Previsto para fines del año 2011.

Su nacimiento es un hito en la historia aunque los "profetas del pesimismo y de las bombas poblacionales" prefieran que el bebé no nazca.

El presidente del Population Research Institute, Steve Mosher, aseguró que el nacimiento del bebé con el que la población mundial sumará siete mil millones de habitantes, debe ser un motivo de celebración mundial y no ser visto como signo de una "catástrofe inminente".

En una declaración difundida el 22 de febrero, Mosher explicó que este nacimiento, previsto para fines de año, es un hito en la historia de la humanidad aunque "los profetas del pesimismo y de las bombas poblacionales prefieran que el bebé siete mil millones no nazca".

Para el experto debe ser un motivo de celebración porque nacerá "en un mundo más próspero que el que nuestros antepasados podrían haber imaginado".

En el siglo XIX, cuatro de cada diez niños morían antes de cumplir cinco años. Hoy la mortalidad infantil es menor al 7 por ciento. "Hace doscientos años, la esperanza de la vida humana era menos de 30 años. Hoy en día está más cerca de los 70 años. (...) Esto es causa de celebración, no de desesperación", indicó.

Asimismo, recordó que "la población se ha duplicado desde 1960, pero la comida y la producción mundiales de recursos nunca ha sido mayor. Las economías siguen creciendo, la productividad crece y la contaminación está disminuyendo. La esperanza de vida se alarga, la pobreza se ha reducido, y la libertad política está creciendo".

Para Mosher es "la despoblación, no la sobrepoblación, la mayor amenaza que enfrenta el mundo hoy en día". Más de ochenta países que representan más de la mitad de la población mundial tiene una tasa de fertilidad por debajo del reemplazo generacional definido en 2,1 hijos por mujer.

"Las poblaciones hoy en día de los países desarrollados son estáticas o en declive. La ONU predice que, en 2050, la población de Rusia se habrá reducido en 25 millones de personas, la de Japón en 21 millones, la de Italia por 16 millones, y la de Alemania y España en 9 millones cada una. Europa y Japón perderán la mitad de su población en el año 2100", agregó.

Advirtió que "haciendo caso omiso de estos hechos, (los que promueven) el control de la población siguen difundiendo su mito de la superpoblación".

Mosher pide celebrar el nacimiento del bebé siete mil millones. "Él o ella es un signo de nuestro futuro, nuestra esperanza y nuestra prosperidad. El bebé siete mil millones, niño o niña, de color rojo o amarillo, negro o blanco, no es un peso, sino un activo. No es una maldición, sino una bendición", concluyó.
ACI/ReL

EL LENGUAJE CRISTIANO SOBRE EL AMOR


Pocas lecturas tan mal interpretadas y tan mal oída habrá como la del himno de la caridad de San Pablo (1Cor 13).

Simplemente por escuchar la palabra "amor", en el clima vitalista y emotivo en que vivimos, se entiende por amor un simple sentimiento romántico, que, como tal, es pasajero, fugaz, variable y muy voluble. ¡Cuántas parejas de novios desean esta lectura, simplemente porque habla de "amor" y ellos entienden el sentimiento de enamoramiento del que gozan! Pero ¿acaso es eso el amor cristiano? ¿Ese contenido fugaz es la caridad cristiana, la caritas, el ágape?

El amor cristiano es realmente sublime, purificando y elevando el amor humano y el deseo (eros) mediante la caridad divina (ágape). El amor realmente nace y viene de Dios y a Él tiende, por lo cual ni entiende de egoísmos, ni de búsqueda del propio interés, ni de la mala educación... y por tanto espera, ama, perdona y disculpa sin límites, ¡a imagen del amor de Dios!

"Consiste, por el contrario, en la caridad (agape), es decir, en el amor auténtico, el que Dios nos reveló en Jesucristo. La caridad es el don "mayor", que da valor a todos los demás, y sin embargo "no es jactanciosa, no se engríe"; más aún, "se alegra con la verdad" y con el bien ajeno. Quien ama verdaderamente "no busca su propio interés", "no toma en cuenta el mal recibido", "todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (cf. 1 Co 13, 4-7). Al final, cuando nos encontremos cara a cara con Dios, todos los demás dones desaparecerán; el único que permanecerá para siempre será la caridad, porque Dios es amor y nosotros seremos semejantes a él, en comunión perfecta con él" (Benedicto XVI, Ángelus, 31-enero-2010).

Este amor, esta forma de amar, este dinamismo de la caridad, es el distintivo del cristianismo. Dejemos ya el lenguaje sentimental sobre el amor, pasemos ya a comprender, vivir, predicar, enseñar, un amor mucho más sublime, el amor hecho donación y entrega abierta al sacrificio (y por eso se es capaz de perdonar, de superar rupturas, de no albergar rencor, venganza o llevar cuentas del mal: ¡cuántas veces lo justificamos porque vivimos en las claves del mero sentimiento!).

"La caridad es el distintivo del cristiano. Es la síntesis de toda su vida: de lo que cree y de lo que hace... El amor es la esencia de Dios mismo, es el sentido de la creación y de la historia, es la luz que da bondad y belleza a la existencia de cada hombre. Al mismo tiempo, el amor es, por decir así, el "estilo" de Dios y del creyente; es el comportamiento de quien, respondiendo al amor de Dios, plantea su propia vida como don de sí mismo a Dios y al prójimo. En Jesucristo estos dos aspectos forman una unidad perfecta: él es el Amor encarnado. Este Amor se nos reveló plenamente en Cristo crucificado. Al contemplarlo, podemos confesar con el apóstol san Juan: "Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él" (cf. 1 Jn 4, 16;
Deus caritas est, 1).

Queridos amigos, si pensamos en los santos, reconocemos la variedad de sus dones espirituales y también de sus caracteres humanos. Pero la vida de cada uno de ellos es un himno a la caridad, un canto vivo al amor de Dios" (Benedicto XVI, ibíd.).

El lenguaje cristiano sobre el amor debe renovarse: amar es entregarse, darse, regalarse al otro... porque antes el amor de Dios ha inundado la propia vida y la ha transformado. El sentimentalismo reinante provoca rupturas y disfunciones: cuando pasa el sentimiento, se enfría, se provocan rupturas en las relaciones humanas, separaciones, enfrentamientos.

El amor/caridad es nuestro distintivo. Enseñarlo, nuestra tarea urgente. Vivirlo, la consigna que nos dejó el Señor.
Javier Sánchez Martínez

MÁS ALLÁ DE LOS FALLOS DE LOS CRISTIANOS


Si dejamos de vigilar, si permitimos que el mal entre en los corazones, sucumbimos.

Un hombre recibió el bautismo, fue a catequesis, hizo la Primera comunión, se casó por la Iglesia. Un buen día, deja a su esposa y a sus hijos, se escapa con el dinero y va a vivir con una amante.

Otra persona recibió una buena formación católica hasta la adolescencia. Luego, dejó de lado lo que había aprendido, acogió nuevas ideas, tomó posturas radicales, y terminó en un grupo terrorista donde cometió decenas de asesinatos.

Una mujer, de niña y adolescente, se confesaba, comulgaba, rezaba, leía el Evangelio. Pasados los años, se casó. Cuando inició el embarazo de su tercer hijo, fue al hospital para abortarlo.

Un gobernante conoció, durante su infancia y juventud, a buenos sacerdotes, leyó libros con sanos contenidos. Pero el poder poco a poco creció en su alma. Un buen día, apoyado por algunos militares que también habían sido católicos, decidió empezar una terrible e injusta guerra contra el país vecino.

La lista podría aumentarse hasta el infinito. Porque son muchos, muchísimos, los católicos que un día dejaron de lado el Evangelio y prefirieron vivir bajo la esclavitud de la avaricia, la lujuria, el odio, la envidia, la sed de venganza, el miedo a las presiones del mundo.

¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué hay tantos católicos que manchan la belleza del mensaje cristiano? El motivo es sencillo: porque si dejamos de vigilar, si permitimos que el mal entre en los corazones, sucumbimos.

Por eso vale siempre la invitación de Cristo: Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil (Mc 14,38). Sólo desde Dios es posible conservar fielmente el mensaje recibido del Señor sin que nos perdamos por el camino. Por tanto, es preciso que prestemos mayor atención a lo que hemos oído, para que no nos extraviemos (Hb 2,1).

Los fallos de los cristianos, nos duele reconocerlo, quedan escritos como parte de la historia humana. Frente a aquellos hermanos nuestros que han caído, frente a las propias faltas (no podemos decir que no tenemos pecados sin alejarnos de la verdad, cf. 1Jn 1,8-10), necesitamos renovar la confianza, recurrir con humildad y arrepentimiento al sacramento de la confesión, y abrirnos al gran milagro: donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. (cf. Rm 5,20).

Si de verdad nos dejamos curar por Cristo, si le permitimos entrar a fondo para que limpie las tinieblas de nuestros corazones, podremos amar mucho, porque se nos perdonó mucho (cf. Lc 7,47). Entonces nos convertiremos en miembros vivos y sanos de la Iglesia, regeneradores del mundo, transmisores de esperanza a quienes necesitan encontrar a su lado testigos fieles y buenos de la belleza del Evangelio.
Autor: P. Fernando Pascual LC

EL ATEO VIRTUOSO. ACTUALIDAD DE UN MITO


Puntos de reflexión para creyentes y ateos.

La opinión «ya antigua» según la cual el ateo puede ser "buena persona" en una sociedad cristiana, se está convirtiendo en el "dogma" según el cual sólo el ateo puede ser buena persona en una sociedad democrática. La idea de que la fe en Dios lleva a la intolerancia y al fanatismo, parece confirmarse cada vez que los medios de comunicación informan sobre algún acto de violencia o terrorismo por motivos religiosos.

Los argumentos a favor de esta idea suelen exponerse, en ámbitos no académicos, en forma de preguntas retóricas como las siguientes:
¿Por qué va a ser necesario creer en Dios para ser buena persona? ¿Acaso un agnóstico o un ateo no pueden ser honrados, trabajadores, responsables, amigos excelentes, incluso hombres generosos que viven para los demás y que pueden llegar a dar la vida por el bien de la humanidad?

¿No es verdad también que muchos creyentes son "malas personas"? ¿No se encuentran acaso entre ellos muchos hipócritas, fanáticos, intolerantes y enemigos de la libertad? ¿No demuestra la historia hasta dónde puede llegar un creyente: Cruzadas, Inquisición, oposición a la ciencia, a la libertad y al progreso, terrorismo en nombre de Dios?

Por otra parte, ¿no es verdad que tiene más mérito y es más "moral" ser buena persona sin esperar un premio en la vida eterna?

Para los que responden afirmativamente a estas preguntas, son precisamente los ateos y agnósticos los que se encuentran en las mejores condiciones para ser "buenas personas": su negación de todo vínculo con Dios y con los dogmas de fe, les proporciona la libertad de pensamiento y la apertura de mente necesarias para convivir en paz con todas las opiniones y formas de vida; la falta de esperanza en una vida eterna, garantiza a sus acciones un total altruismo; la liberación de los "prejuicios" religiosos, los convierte en personas abiertas a la ciencia y al progreso, etc.

Hace unos meses (por citar un ejemplo), Giovanni Sartori, premio "Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales" de 2005, recordaba en su discurso que el factor que hace impenetrable la democracia en una identidad cultural es el factor religioso, y más concretamente el monoteísmo, porque mientras prevalece la voluntad de Dios, la democracia no penetra. (Digamos entre paréntesis que, en el mismo acto, se concedió a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, que se dedican a ayudar a los pobres de los países democráticos y no democráticos, el "Premio Príncipe de Asturias de la Concordia").

1. P. Bayle y sus pensamientos sobre el cometa.
En el pensamiento moderno, el mito del ateo virtuoso aparece de modo explícito con P. Bayle (1647-1706), «el hombre que - según Marx - hizo perder teóricamente todo crédito a la metafísica del siglo XVII y a toda la metafísica en general». En su obra Pensées diverses sur la comete (1682), en el que se refiere al cometa avistado en Europa a finales de diciembre de 1680, se expresa, al principio, con términos negativos: el ateísmo no es peor que la idolatría. Más adelante afirma que es peor la idolatría que el ateísmo; de aquí - y teniendo en cuenta que para la tradición libertina, idolatría o superstición eran sinónimos de religión en general - pasa a decir que el ateísmo es inofensivo, y que si la religión es incapaz de regular la conducta moral del hombre, un ateo, en cambio, podría ser una persona recta, de acuerdo con cierta honestidad natural. La conclusión final se expresa con términos positivos: el ateísmo es compatible con una vida moral recta.

«Con estas premisas, la conclusión del lector no podía ser otra que la de considerar más favorablemente al ateísmo, así como una insanable fractura entre religión y moral, con la consiguiente reivindicación de la esfera ética como algo autónomo, desligada de Dios y fundada únicamente sobre la naturaleza racional del hombre»

En el planteamiento de Bayle se da una radical separación entre moral y religión, que deja el camino abierto a la negación de la religión sobrenatural por parte del deísmo, paso intermedio que encamina necesariamente a la negación de toda religión.

Para Bayle, la fe no tiene nada que ver con la razón. No añade nada importante a lo que la razón encuentra en el campo moral. Y además no es un principio eficaz para el recto obrar moral. En consecuencia, el ateo se encuentra en las mismas condiciones que el cristiano a la hora de regular su conducta de acuerdo con la ley moral natural, que - afirma Bayle - puede ser conocida por todos, tengan o no fe. Basta para ello con la razón, una razón en la que la providencia general o naturaleza ha depositado una idea de honestidad con la que debemos conformar nuestras acciones.

Dos anotaciones me parecen interesantes:
- La primera es que ley natural a la que se refiere Bayle no incluye el precepto relativo a dar a Dios el culto debido… Se trata de una concepción de la ley natural en la que la relación natural con Dios se ha perdido o se considera exclusiva del ámbito de la fe. Una concepción que, por desgracia, opera también actualmente en muchos autores que propugnan una ética natural o racional en la que se excluye toda referencia a Dios, porque tal modo de proceder vendría exigido por la racionalidad misma.

- La segunda se refiere a la imagen de Dios que se refleja en el pensamiento de Bayle: no se trata de un ser personal, sino de una abstracción que, como tal, no puede mover a la acción buena ni al creyente ni al ateo. Esta imagen sigue vigente en quienes actualmente mantienen el mito. Por eso, es necesario recordar que Dios es un ser personal, viviente, y que el hombre puede y debe relacionarse con Él. Solo a partir de ahí se puede entender que la verdad sobre Dios es lo más operativo que existe. De su aceptación o negación depende la vida de la persona.

2. J.-J. Rousseau y el caso Wolmar.
El mito del ateo virtuoso adquiere por vez primera en Rousseau una forma novelada. Jean-Jacques es uno de los críticos de Bayle respecto a la posibilidad de una sociedad de ateos. Es creyente. Pero también es contradictorio, o - según algunos estudiosos - en sus obras existen contradicciones que encierran una profunda coherencia si se conocen los entresijos psicológicos del autor. Ahí no nos vamos a meter. Solo queremos señalar que en su famosa novela Julie ou la nouvelle Héloïse, aparece un personaje – Wolmar - que puede ser considerado como el paradigma del ateo virtuoso. El hecho de haber nacido en el ambiente del cristianismo ortodoxo, con una liturgia inaceptable para un hombre que - como Wolmar - solo se guía por la razón, y el carecer del "sentimiento interior" que - según Rousseaunos lleva directamente a Dios -, son las causas "razonables" de su ateísmo.

El mito del ateo virtuoso implica siempre la no culpabilidad de su ateísmo. Wolmar no es culpable de no conocer la verdad. La "culpa" es de la verdad, que huye de él: «¿En qué puede ser culpable mi marido ante Dios - se pregunta Julia, la esposa de Wolmar -. «¿Aparta los ojos de Él? Dios mismo ha velado su faz. No huye de la verdad, es la verdad la que huye de él. El orgullo no lo dirige; no quiere extraviar a nadie, le gusta que no se piense como él. Ama nuestros sentimientos, querría tenerlos, no puede; nuestra esperanza, nuestro consuelo, todo se le escapa. Hace el bien sin esperar recompensa; es más virtuoso, más desinteresado que nosotros. iOh!, es digno de compasión; pero, ¿por qué será castigado? No, no: la bondad, la rectitud, las costumbres, la honestidad, la virtud, he ahí lo que el cielo exige y lo que él recompensa, he ahí el verdadero culto que Dios quiere de nosotros, y que recibe de él todos los días de su vida. Si Dios juzga la fe por las obras, creer en él es ser hombre de bien. El verdadero cristiano es el hombre justo; los verdaderos incrédulos son los malvados».

En el contexto de la obra de Rousseau, Wolmar parece un personaje contradictorio. Julia, su esposa, es una mujer moralmente recta gracias a haber asumido como guía la conciencia, sentimiento interior - según Rousseau - que nos dicta de modo infalible, no la verdad teórica, sino la verdad práctica que debemos realizar. Wolmar es, por el contrario, el paradigma de la, razón y de la ausencia de tal sentimiento. La falta de esa guía infalible es la causa de que no conozca la existencia de Dios. Sin embargo, su vida es un ejemplo de rectitud moral. Personaje contradictorio - decíamos -, porque según el ginebrino no puede actuar con rectitud quien no reconoce la verdad de la existenciá de Dios: esta verdad aparece en el Emilio como el único y verdadero freno para el mal moral.

Sin embargo, Wolmar expresa también un aspecto importante del pensamiento de Rousseau: la ortodoxia, la verdad que la razón puede proporcionar, no tiene relevancia moral alguna. Se puede actuar bien desde el punto de vista moral (ortopraxis) incluso sin reconocer la verdad sobre la existencia de Dios.

3. La moral autónoma y el ateo-cristiano.
No podríamos dejar de mencionar otro hito importante en el desarrollo del tema que tratamos: la expansión de la ideas de Kant sobre la posibilidad de acceder al conocimiento de Dios, y sobre la reducción de la religión a los límites de la razón.

Pero, en lugar de extendernos sobre este tema, preferimos dar un salto en la historia del pensamiento y llegar a una corriente de la teología moral que tuvo gran impacto en la segunda mitad del siglo XX: la moral autónoma, que hunde gran parte de sus raíces en la filosofía kantiana a través de K. Rhaner.

Uno de sus defensores más conocidos, J. Fuchs, se pregunta cómo se relaciona la moral cristiana con el "humanista", es decir, con aquel hombre que, viviendo de una manera puramente inmanente al mundo, busca, sin embargo, honestamente un ethos humano. Se trata de comparar al cristiano con el ateo honesto.

En primer lugar, por lo que se refiere a la determinación del comportamiento moral concreto (ámbito categorial), el cristiano y el "humanista" - señala repetidamente nuestro autor - se encuentran fundamentalmente en las mismas condiciones. Ambos cuentan únicamente con la razón para poder descubrir lo que en cada caso concreto es una conducta acorde con la dignidad del hombre.

La idea que expresaba Bayle, aparece aquí de nuevo: la fe no es operativa en el campo moral concreto; solo añade una intencionalidad nueva. Las normas morales operativas dependen de la razón autónoma, y en ese ámbito el cristiano y el no cristiano están en las mismas condiciones.

Al mismo tiempo, la oposición entre ortodoxia y ortopraxis, que señalábamos en Rousseau, se encuentra también en la moral autónoma: para Fuchs y otros autores, la razón no puede conocer la verdad sobre la moralidad de un comportamiento concreto; de ahí que propongan como único criterio válido el cálculo de las consecuencias de la acción.

Pero existe otro ámbito, el trascendental, el de las intenciones profundas. En este, el cristiano parece tener ventaja sobre el ateo, pues por la fe sabe que debe orientar todas sus acciones a Dios y responder así a la llamada a la salvación. Sin embargo, la ventaja no es tan grande. En realidad, sucede - explica Fuchs - que esta intencionalidad permanece en la esfera de la conciencia no reflexiva o no temática, incluso para el cristiano. Y lo mismo le ocurre al "humanista". Por eso se puede admitir que - en esta esfera trascendental - el absoluto es conocido por el ateo como el Dios viviente, aunque de una manera no conceptual y no temática [6], En consecuencia, en el nivel trascendental, también el humanista responde al ofrecimiento y a la llamada a la salvación, y su respuesta anima y penetra su comportamiento moral categorial. Llamar cristiana o no a esta intencionalidad trascendental es algo indiferente. Lo importante es que expresa fundamentalmente la aceptación de la llamada a la salvación en Cristo.

A partir de estos planteamientos, Fuchs se inclina a negar que pueda existir propiamente una moral no cristiana, pues toda moral no cristiana verdaderamente seria puede ser considerada como una cierta participación de la moral cristiana y, en este sentido, no simplemente como no cristiana. En realidad, las diversas morales no cristianas no son otra cosa -en su opinión- que intentos de buscar una moral humana, es decir, una moral de la ley natural o del derecho natural.

Todo esto, traducido a un nivel de vulgarización, se puede expresar del siguiente modo: en el fondo, un ateo honesto es un buen cristiano, aunque no lo sepa.

Otro de los defensores de la moral autónoma, Ch.E. Curran, acepta que el reconocimiento de Jesús como Señor afecta a la conciencia del individuo y a su reflexión moral, pero afirma también que, a pesar de todo, los cristianos y los no cristianos «pueden llegar a las mismas conclusiones morales, pueden compartir en conjunto los mismos comportamientos morales, las mismas disposiciones, los mismos fines, y esto es en efecto lo que se produce. De modo que los cristianos explícitos no tienen el monopolio de actitudes, de fines y de disposiciones éticas tales como el amor del sacrificio, la libertad, la esperanza, la preocupación por el prójimo necesitado, y no son los únicos que piensan que no se encuentra la vida más que perdiéndola.

Tener una conciencia explícitamente cristiana afecta al juicio del cristiano y a su manera de formar sus juicios morales, pero los no cristianos pueden llegar y llegan a las mismas conclusiones éticas y también a adoptar y a amar los mismos motivos, las virtudes, los fines más elevados que los cristianos reivindican desde hace tiempo como su herencia propia». Curran afirma, por tanto, que aquellos que nunca se han adherido a Cristo Jesús ni oído hablar de Él, pueden llegar a las mismas decisiones morales particulares, y además son igualmente capaces de tener las mismas disposiciones y los mismos comportamientos, como la esperanza, la libertad y el amor por los demás hasta el sacrificio de sí mismos.

En este planteamiento se olvida el abismo que existe entre lo que el hombre debe hacer y lo que realmente puede llevar a cabo, pues el hombre natural ni puede conocer con perfección las exigencias de la moral humana ni vivirlas sin la gracia, y mucho menos conocer y vivir las exigencias de la moral cristiana.

Sin duda, las opiniones de la moral autónoma sobre la situación del humanista ateo y honesto, cuando han salido del ámbito puramente académico, han venido a reforzar el tópico del ateo virtuoso y a poner en duda la "necesidad" de la fe cristiana y de los sacramentos para el buen comportamiento moral.

4. Vida moral y conocimiento de Dios.
Los ateos virtuosos de Bayle y Rousseau no son culpables de su ateísmo. No vamos a entrar aquí en la cuestión de si existe un ateísmo inculpable. Preferimos poner de relieve, únicamente, que existe el ateo culpable de su propio ateísmo y que, en tal caso, no puede calificarse de virtuoso.

Llegar a Dios no solo es posible, sino que es un deber moral. Responde a la inclinación esencial de la naturaleza humana a conocer la verdad, y en esa inclinación se funda el deber de buscarla. Dejando a un lado las influencias negativas que, desde los primeros momentos de la existencia, pueden tener sobre la persona las convicciones de los padres, educadores, etc., queremos llamar la atención sobre las causas internas por las que una persona puede no llegar al conocimiento de Dios.

Sto. Tomás explica que la culpabilidad de los que no conocen a Dios no va precedida de ignorancia, sino que más bien ocurre al contrario: la culpa engendra una ignorancia consecuente, y en ese sentido esa ignorancia tiene también razón de culpa. La ignorancia de la existencia de Dios se debe, al menos en muchos casos, a que las malas disposiciones morales subjetivas impiden el recto uso de la inteligencia, que, por naturaleza, no se detiene hasta llegar a su Creador.

a) La interacción del entendimiento y la voluntad.
En la búsqueda de la verdad está implicada toda la persona; no sólo el entendimiento, sino también la voluntad, las pasiones y sentimientos, la cabeza y el corazón.

Cuando una verdad se presenta al entendimiento, entra en juego la voluntad, que puede amar esa verdad o rechazarla. Si la persona está bien dispuesta, su voluntad la acepta como conveniente, e incluso puede mandar al entendimiento que la considere más a fondo, que busque otras verdades que la corroboren, y, por último, si es necesario, ordena su conducta de acuerdo con esa verdad.

Por el contrario, si la persona está mal dispuesta, la voluntad tiene mayor dificultad para aceptar la verdad, y puede incluso rechazarla como odiosa. En efecto, una verdad particular puede resultar aborrecible cuando aceptarla impide a la persona gozar de algo que desea. «Es el caso de los que querrían no conocer la verdad de la fe para pecar libremente, a quienes el libro de Job hace decir: "No queremos la ciencia de tus caminos"». Cuando esto sucede, es fácil que la voluntad incline al entendimiento a pensar en otra cosa, o a ver los aspectos negativos de la verdad que considera.

El resultado es que la persona no «ve» la verdad porque no quiere verla. La verdad queda aprisionada por la injusticia. Para entender, para «reconocer» una verdad como bien, hay que querer: «Entiendo - afirma Santo Tomás - porque quiero, y del mismo modo uso de todas las potencias y hábitos porque quiero». Esto no quiere decir que la voluntad o el deseo sean, a fin de cuentas, los creadores de la verdad, sino que se requiere la "buena voluntad", "la limpieza de corazón", para poder reconocer la verdad y convertirla en directora de la propia vida.

b) Las disposiciones morales y verdad sobre Dios.
En el acceso a la verdad sobre Dios, las disposiciones de la voluntad son especialmente importantes. La existencia de Dios no es una cuestión sólo especulativa: su aceptación o rechazo deciden la vida entera de la persona.

De ahí que no se pueda plantear como un problema exclusivamente teórico: «El primer planteamiento del problema religioso no aparece ante el hombre de este modo: "¿Es posible reconocer a Dios?", sino que presenta esta otra forma: "¿Estoy dispuesto a reconocer a Dios. Si se formula la pregunta por Dios sólo del primer modo, como a veces se hace, puede dar lugar a interminables elucubraciones teóricas, porque en apariencia el sujeto no se implica personalmente. Es necesario adoptar la segunda perspectiva, que supone la implicación personal en la búsqueda de la verdad religiosa, si uno quiere realmente encontrarla. Entonces aparecen, ante la conciencia del que busca, los obstáculos reales que se oponen a la aceptación de la verdad, y se advierte que la dificultad no está del lado de Dios, sino del sujeto que pregunta por Él. El problema no es de la Luz, sino de la voluntad que no quiere ver.

El evangelio de San Juan presenta a Cristo, desde el primer momento, como la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, pero esa Luz es recibida por unos, y ven; y rechazada por otros, y permanecen ciegos. La razón de tan diferentes desenlaces, la explica el mismo San Juan: «Vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra mal odia la luz y no viene a la luz, para que sus obras no le acusen. Pero el que obra según la verdad viene a la luz, para que sus obras se pongan de manifiesto, porque han sido hechas según Dios».

El problema, por tanto, no es sólo de índole intelectual, sino sobre todo moral: «Porque sus obras son malas». Las obras malas, puestas a la luz de Cristo, acusan al que las realiza. Puede suceder, y de hecho sucede, que, con la ayuda de la gracia, el pecador se enfrente a la realidad de su vida, muestre sus malas obras a la Luz, se humille y se convierta. Pero puede ocurrir también que «quiera» mantenerse en sus obras, y entonces se niega a sacarlas a la luz, para no sentirse acusado; y ante la posibilidad de ser iluminado, odia la luz, siente miedo y rehúsa incluso oír hablar de Dios. En cambio, al que obra según la verdad no le importa que sus obras se vean, porque han sido hechas según Dios. Está dispuesto a recibir la Luz, a Cristo, la Verdad.

La negación de la verdad sobre la existencia de Dios no es entonces fruto de un proceso puramente intelectual, sino de la propia mala voluntad, que tuerce continuamente la cara de la razón para que mire hacia otro lado, o para que fije su atención en todo aquello que parece contradecir la existencia de Dios: el sufrimiento de los inocentes, las catástrofes naturales, la existencia de personas creyentes cuya vida no es coherente con su fe, etc.

5. La importancia de la intención en el obrar moral.
El mito del ateo virtuoso parece desarrollarse en el clima de la concepción normativa de la ética, que juzga las acciones exclusivamente desde el punto de vista externo, es decir, sin tener en cuenta la intencionalidad del sujeto agente, la dimensión interior de la acción, Desde el punto de vista del observador, es fácil llegar a otorgar el mismo valor a dos acciones materialmente iguales, de dos sujetos diferentes, sin tener en cuenta que pueden ser fruto de intencionalidades muy diversas.

Al juzgar la acción moral, no basta con tener en cuenta la acción exterior. El aspecto exterior de la acción no es suficiente para saber si la acción es buena: la intencionalidad es un elemento intrínseco de la acción.

En efecto, para actuar bien desde el punto de vista moral no basta con realizar acciones en sí mismas buenas, sino que es preciso actuar por amor al verdadero fin último. En caso contrario, la acción no puede calificarse de verdaderamente honesta.

Pues bien, Bayle hace una defensa de la honestidad del ateo, en la que a la vez demuestra - sin pretenderlo - que tal honestidad es deshonesta: «Como la ignorancia de un primer Ser Creador y Conservador del mundo no impediría a los miembros de esta sociedad (de ateos) el ser sensibles a la gloria y al vilipendio, a la recompensa y a la pena, y a todas las pasiones que se ven en los otros hombres, y no entenebrecería todas las luces de la razón, se encontrarían entre ellos personas que actuarían de buena fe en el comercio, que asistirían a los pobres, que se opondrían a la injusticia, que serían fieles a sus amigos, que denigrarían las injurias, que renunciarían a las voluptuosidades del cuerpo, que no engañarían a nadie, sea porque el deseo de ser alabados les empujase a todas estas bellas acciones que no dejarían de tener la aprobación pública, sea porque les lleva a eso el deseo de conseguirse amigos y protectores en caso de necesidad».

Pero actuar bien por el deseo de alabanza y de conseguir amigos y protectores en el caso de necesidad constituye u na motivación muy diversa a la que requiere la honestidad cristiana y aun la honestidad natural de quien sigue la ley que Dios ha impreso en su alma .

6. Un punto de reflexión para creyentes y ateos.
El modo de vivir de algunos cristianos ha alimentado, en ciertas ocasiones, el mito del ateo virtuoso. La falta de coherencia entre la fe y la conducta; el pietismo y el espiritualismo desencarnado; el desprecio de las realidades terrenas, como si fuesen tareas en las que el cristiano no puede mezclarse para no contaminarse; la mezcla de la verdadera fe con creencias vanas o supersticiosas; la reducción de la moral a algunos aspectos, olvidando otros asimismo importantes, etc., han servido de ocasión para pintar de atractivos colores a un personaje que, a pesar de no creer en Dios, vive como hombre honrado. Y esto debe servir de reflexión a los cristianos para tomar conciencia de la importancia de la unidad entre fe y vida.

De todas formas, cuando se piensa en la fe (y en la moral) predicada por Cristo y en aquellos que lucharon por ser coherentes con ella, incluso a costa de su vida, los santos, parece lógico deducir que los cristianos que exhiben una conducta deshonesta, viven así no a causa de profesar la fe cristiana, sino a pesar de ello.

Y si se piensa en las consecuencias prácticas del ateismo militante, también parece lógico concluir que los ateos que dan muestras de vivir las virtudes humanas, viven así no a causa de negar la existencia de Dios, sino a pesar de ello.

En resumen: pienso que no puede darse un comportamiento ético en sentido pleno, una vida moral plena, con todas las condiciones que exige la palabra "moral" en cuanto al conocimiento y la voluntad algo que no coincide con lo que se entiende habitualmente por ser "buena persona", si se prescinde de la aceptación práctica de la verdad sobre Dios.
Autor: Tomás Trigo Oubiña

domingo, 27 de febrero de 2011

DESARROLLO DOMINIO PROPIO


Recuerda que tu mente es el campo de batalla así que mantente firme no permitas que tus pensamientos se desvíen.

Dice en Proverbios 25 28 que Como ciudad sin defensa y sin murallas es quien no sabe dominarse”.

Es impresionante la importancia que este tema tiene en la vida de las personas y que no siempre se le pone la atención que merece. Pero también estoy segura que hay muchos hijos de Dios con esta inquietud y que día a día están librando su propia batalla venciendo tentaciones con la ayuda del Espíritu Santo.

La Palabra de Dios compara a una persona sin dominio propio a una ciudad que está a merced del enemigo y de fortalezas externas que llegan a tener el control de su vida.

Definición de Dominio propio: "virtud de uno que controla sus deseos y pasiones, especialmente sus apetitos sensuales".

Del griego sofronismós; disciplina, control de uno mismo: dominio propio.

Es un don de Dios según vemos en 2 Timoteo 1:7 Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. No obstante los dones y el poder que Dios concede a sus hijos no se fortalecen por sí solos sino como dice Pablo deben ser avivados por la gracia de Dios mediante la fe, oración, obediencia y diligencia.

Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”. (2 Pedro 1:5-7)

De allí que la clave para tener control espiritual sobre tus emociones negativas, tus pensamientos y tus actos es la renovación de la mente y que tus pensamientos estén de acuerdo con los de Dios.

En tu mente es donde se levantan argumentos negativos críticos e indisciplinados que te llevan a acciones negativas en contra de la voluntad divina.

Normalmente nuestras acciones son dirigidas por nuestra forma de pensar, así que el primer paso para actuar correctamente es tener pensamientos correctos. En otras palabras, amurallar tu ciudad (tu mente) con muros fuertes (pensamiento de Cristo) que no puedan ser derribados por los argumentos del diablo y los deseos de la carne.

Recuerda lo que dice 2 Corintios 10:4-5: Las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen el poder divino para derribar fortalezas. Destruimos argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo.

¿Cómo puedes renovar tu mente? ¿Cómo puede el fruto del espíritu prevalecer sobre las obras de la carne?

Conociendo tu identidad en Cristo, tu posición y tu relación con Él. Tú puedes tener control sobre tus pensamientos y por lo tanto sobre tus acciones, por medio del conocimiento y la certeza de que todo ha sido hecho nuevo en ti a través de Él. Que Cristo sea tu fortaleza y el Espíritu Santo tu guía. Que juntamente con Él todo es posible. Si tú lo decides, si rechazas todo pensamiento que se levante en contra de la voluntad de Dios, si tu mirada está puesta en lo celestial y no en lo terrenal.

Efesios 4:22-24 Que en cuanto a vuestra anterior manera de vivir, os despojéis del viejo hombre, que se corrompe, según los deseos engañosos, ser renovados en la actitud de vuestra mente; y poneros el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad”.

En conclusión, busca primeramente el reino de Dios, permitiendo que su Palabra impregne tus pensamientos, reconoce tu posición en Él, adórale y glorifícalo, reconócelo en todos tus caminos y Él te guiará en tu diario vivir.

Un paso cada vez: Tu comportamiento va a ir siendo transformado y vas a poder ver el fruto del Espíritu Santo a medida que tu pensamiento va siendo renovado. Vive cada día, gana las batallas del día no trates de ganar hoy la batalla de mañana y así podrás ganar la guerra.

Recuerda que tu mente es el campo de batalla así que mantente firme no permitiendo que tus pensamientos se desvíen y ten siempre presente quien eres en Cristo Jesús.

Practicad el dominio propio y manteneos alerta. Vuestro enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidlo, manteniéndoos firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos”. (1 Pedro 5:8-9)
Por: Sonia Luna

ESTACIONES DE LA VIDA


Había una vez un hombre con cuatro hijos.

El deseaba que sus hijos aprendieran a no juzgar las cosas tan rápido. Así que los envió a cada uno a una gran Aventura; su objetivo… ir en búsqueda de un árbol, el cual se encontraba lejos a una gran distancia.

El primer hijo se fue en invierno.
El segundo se fue en primavera.
El tercero en verano, y el más joven en otoño
.

Cuando ellos regresaron, los mandó a llamar y preguntándoles que habían observado.

El primer hijo comentó que el árbol era horrible, doblado y torcido.

El segundo hijo comentó que el árbol estaba cubierto de un hermoso follaje y flores.

El tercer hijo estuvo en total desacuerdo. Él comentó que el árbol estaba lleno de brotes florales, que desprendían un aroma dulce, fresco y hermoso. El árbol era la cosa más hermosa que jamás había visto.

El último hijo se encontraba en total desacuerdo con los anteriores. Comentó que el árbol estaba cargado de frutos, tan lleno de vida y esplendor...

Entonces el hombre explicó a los cuatro, que todos tenían la razón. Porque cada unos de ellos había observado solamente una temporada en la vida de aquel árbol. Él les explicó que no puedes juzgar a nadie, solamente por una temporada de su vida.

La esencia de las cosas y de quienes somos, así como los placeres, alegrías, y el amor proveniente de la vida, solo puede ser medida al final, cuando todas las etapas de su vida se han reunido

Si te das por vencido cuando es invierno, perderás las oportunidades de la primavera, la belleza del verano, y las promesas del otoño.

No dejes que el dolor de una temporada, destruya el gozo de las demás. Y no juzgues la vida por una época difícil... Mantente firme en las dificultades, y mejores tiempos vendrán con plena seguridad..

Aspira a inspirar... Antes de Expirar

Vive simple. Ama Generosamente, y que te importe todo. Habla con gentileza. Y deja todo lo demás a Dios.

La Felicidad te mantiene Agradable. Los Intentos te mantienen Fuerte. Los Sufrimientos te mantienen Humano.

Las Derrotas te mantienen Humilde. Los Éxitos te mantienen en Crecimiento. Pero solo DIOS te mantiene andando.
GRACIAS POR SER UNA PERSONA MUY IMPORTANTE EN ALGUNA ÉPOCA DE MI VIDA
Que Dios te Bendiga y te mantenga bajo sus cuidados a través de todas las épocas de tu vida.

RAICES DE NUESTROS MALES Y BIENES


Nuestra vida en este mundo transcurre entre un conjunto de males y otro de bienes que recibimos.

Y uno se si pone a meditar, se pregunta ¿Cuáles son, dónde están las raíces de estos males que nos aquejan y estos bienes que nos dulcifican? Bueno el tema, o la pregunta se puede contestar desde diversos ángulos. Ya sabemos que en esta vida, todo es según del color del cristal con que se mira.

Pero nuestro cristal, para nosotros que somos católicos y para todo aquel que tenga el don de la fe, aunque no sea católico, solo existe una Luz, que es la Luz de amor que nos proporciona nuestro Creador y con esta luz, hemos siempre de iluminar el cristal de nuestras miradas. Y mirando con este cristal iluminado con esta Luz, vamos hablar de las raíces que tienen los males y los bienes que recibimos.

Nuestra conducta en esta vida, es una sucesión de actos con un contenido, que pueden ser buenos o malos. Cuando sucesivamente realizamos unos mismos actos, este conjunto o serie de actos, nos crean un hábito y estos hábitos, son los que determinan nuestra actuación en el mundo, los que fijan frente a todos nuestra conducta, y lógicamente los hábitos, pueden ser de contenido bueno o malo, de acuerdo con la bondad o maldad de los actos que han formado el hábito.

En principio el Señor, ve con complacencia todo acto que realice el hombre, aunque este tenga una mínima importancia, siempre que cumpla dos condiciones: La primera que no contravenga sus mandamientos ni atente contra sus verdades reveladas, y respete las disposiciones de su Santa Iglesia, representada en la tierra, por su vicario el Papa. La segunda es que por nimio, que sea el acto en su importancia, se realice siempre en función del amor al Señor. Dicho de otra forma más simple, todo agrada al Señor, menos el pecado del hombre que le aparta de Él. Porque si nos mantenemos en la gracia de Dios, no pecando con mayor o menor conocimiento, con mayor o menor interés o entusiasmo estamos cumpliendo la voluntad del Señor.

¿Y cuáles son las raíces de los males y de los bienes que recibimos? La maldad o bondad del acto reiterado, que ejecuta el hombre, como hemos dicho ya da origen a un hábito, que si es malo negativo, recibe el nombre de vicio y si es bueno o positivo, recibe el nombre de virtud. Y precisamente en nuestros vicios o virtudes está la raíz de nuestros males o de nuestros bienes. Nosotros podemos estar dominados por un sinfín de vicios de diferentes clases y también de virtudes de variada naturaleza.

Básicamente los vicios denominados capitales, tradicionalmente consideran los teólogos que son siete: Soberbia, Avaricia, Envidia, Ira, Lujuria, Gula y Pereza, todos ellos, solo son de naturaleza humana, nunca sobrenatural. ¡Lógico! Cualquiera sabe que Dios es un Ser perfecto, y al ser perfecto carece de imperfecciones y eso es lo que son los vicios, imperfecciones humanas.

En cuanto a las virtudes, estas pueden ser, de carácter sobrenatural o infuso, es decir infundidas en el alma humana por el Señor, o bien simplemente naturales o adquiridas directamente por el hombre. Entre las primeras, es decir, en las de orden sobrenatural, tenemos las tres teologales: Fe, Esperanza y Caridad, y también las cuatro cardinales: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza. Con el sacramento del bautismo, no solo adquirimos la condición de ser hijos de Dios sino también virtudes infusas. Y en relación a las virtudes adquiridas, estas pueden ser muchas y variadas, todas ellas relacionadas con nuestra vida y actividades en este mundo.

Así como las virtudes del orden sobrenatural, nos han sido proporcionadas por el Señor, y nuestro trabajo, consiste en cuidarlas y aumentarlas, en la medida de nuestra entrega personal, al amor del Señor, las virtudes naturales son las adquiridas por nosotros a base de realizar actos buenos o positivos que nos generen hábitos de esta misma naturaleza, que se nos convertirán en virtudes humanas. Como decíamos antes, las virtudes naturales, puede ser muchas y de muy variadas, siendo la reina de todas la Humildad, que es la base de toda virtud, al igual que la Soberbia es el padre de todo vicio.

Y, ¿cómo funciona todo esto, en el alma humana y en nuestra vida espiritual? Pues bien, a efectos didácticos, imaginemos que nuestra alma es un jardín, donde se desarrolla nuestra vida espiritual. El jardín es el todo para nosotros, Dios nos lo ha donado para que lo cuidemos y al cuidarlo demostraremos nuestro amor al Señor, que se manifestará en el cuidado que pongamos en mantener, y embellecer este jardín. Pero como en todo jardín, aunque sembremos buenas semillas y lo cuidemos con esmero, siempre nos nacerán malas hierbas que son los vicios, mientras que las flores serán las virtudes. Es de ver que tanto las virtudes como los vicios que son flores y malas yerbas, son difíciles de erradicar totalmente, de la misma manera a que nosotros nos cuesta erradicar los hábitos que tenemos, mucho más si estos son de signo negativo o vicios, porque el maligno coopera para que no los erradiquemos.

Para erradicar una mala hierba, no basta con cortarla de raíz, pues si ella permanece, siempre estará generando rebrotes. Esto es lo que nos pasa cuando, reiteradamente acudimos al confesionario con los mismos pecados, no hemos arrancado de cuajo la mala hierba y hemos dejado la raíz del pecado que es el vicio. Entre las reglas relativas a la confesión, hay una a la que no se le da la debida importancia y sin embargo, hay que cumplimentarla, porque si no puede ser que la confesión sea inválida y la gracia sacramental no funciones, me estoy refiriendo, al propósito de la enmienda. No basta con decir los pecados al confesor, hay que tener el firme propósito de no incidiré en las mismas causas que le llevaron a uno a pecar, es decir en arrancar la raíz de la mala hierba, porque la confesión no la arranca, ella queda ahí, y si por desgracia uno recae, es conveniente decirle al confesor que ya se acusó de esta mis falta anteriormente.

Comprendo que esto no le hace gracia a nadie, pues todos cuando nos acusamos de nuestros pecados, buscamos cuidadosamente las palabras con las que nos vamos a acusar, y si es necesario usamos eufemismos, para que nuestra falta pase más desapercibida. Y sin embargo, si queremos que el sacramento de la confesión sea generador de las gracias divinas, hemos de hablar claramente y sin tapujos, porque si no lo hacemos así, nos estamos engañando a nosotros mismos.

Adquirido un vicio es como una drogadicción, resulta muy difícil salir de ella, y si se logra salir, el drogadicto, lo mismo que el alcohólico, o el fumador, siempre tienen el peligro de la reincidencia. Es de ver, que la raíz del pecado, tiene tal fuerza, que solos con nuestras fuerzas, solo podemos arrancar parte de la raíz pero no entera, pues ella es muy profunda. Y si no somos capaces de lograr una total purificación personal, no podremos ir derechos al cielo sin tener purgatorio. El teólogo Royo Marín, escribe: “El reato de pena temporal - se llama reato a la obligación que queda a la pena correspondiente al pecado, aun después de perdonado - que deja, como triste recuerdo de su presencia en el alma, el pecado ya perdonado, hay que pagarlo enteramente, a precio de dolor en esta vida o en la otra. Es una gracia extraordinaria de Dios, hacérnoslo pagar en esta vida con sufrimientos menores y meritorios, antes que en el purgatorio, con sufrimiento mucho mayores y sin mérito alguno para la vida eterna. Como quiera que de una forma u otra en esta vida o en la otra hay que saldar toda la cuenta que tenemos contraída con Dios, vale la pena abrazarse al sufrimiento de esta vida, donde sufriremos mucho menos que en el Purgatorio y aumentaremos a su vez nuestro mérito sobrenatural y nuestro grado de gloria en el cielo para toda la eternidad”.

El purgatorio es el fruto de la misericordia divina, mientras que el cielo y el infierno son frutos de la justicia de Dios, del cumplimiento de su palabra, de retribuir al amor y la bondad, y sancionar a la maldad. Estamos acostumbrados a ver el Purgatorio, dice el P. Álvarez, como un castigo divino por el pasado pecador del hombre, una especie de infierno con salida. Sin embargo no es así. En realidad es una gracia de Dios. La última gracia concedida para que el hombre se purifique con vistas a un futuro junto a Él. Es la posibilidad gratis que Dios nos da, de poder madurar radicalmente al amor.

Nosotros debemos de luchar por obtener en esta vida el mayor grado de purificación de nuestra alma posible, ¡Ojalá! Que todos nosotros fuésemos capaces de obtener infusamente la gracia o el don de la purificación, como han sido capaces de obtenerlos muchas almas por la vía de contemplación, yéndose directos al cielo. Pero si esto no es así, tengamos presente varios pensamientos: San Juan de la Cruz decía que: La Providencia de Dios provee siempre, en la vida de cada hombre, a la purificación necesaria para que, cuando lleguemos a la hora de la muerte, podamos ir derechos al cielo. Que, Ningún alma quisiera volver del purgatorio a la tierra, porque ellas ya tienen un conocimiento de Dios infinitamente superior al nuestro y no podrían nunca más, decidirse a regresar a las tinieblas de este mundo. Que como escribe Nemeck: En el momento de la muerte personal el amor de Dios nos diviniza de tal manera que ese mismo amor, consume en nosotros todo lo que todavía no ha sido espiritualizado. Esta luz y amor divino nos penetra de tal manera que su abrumadora intensidad nos purga en un instante de todo aquello que no sea transformable en Dios”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

PRINCESAS DEL MARTIRIO


Tengo en mis manos el ejemplar numerado 140 de la obra de Concha Espina Princesas del martirio”.
La obra apareció publicada el 15 de mayo de 1940 (Ediciones Armiño de Barcelona) y fue definida como exquisita y breve edición numerada de la que únicamente se hicieron 575 ejemplares, característica que la convertía en excesivamente selectiva. Al año siguiente la publica la Editorial Afrodisio Aguado de Madrid y en palabras de la propia autora se trataba de que fuera asequible al público lector y de modesta envoltura", es decir, un libro divulgativo, que pudiese atraer y llegar a muchos lectores. Y, eso es lo que pretendo, que una obra cuasi desconocida de esta autora sea un poco más conocida.

Pero empecemos por el principio, ya que algunos creerán que estamos hablando de la estación de la línea 9 del Metro de Madrid o del nº 1 de la Avenida Concha Espina donde se encuentra el mítico estadio Santiago Bernabeú. Y es importante recordar que María de la Concepción Jesusa Basilisa Espina, más conocida como Concha Espina (Santander, 14 de mayo de 1869 - Madrid, 19 de mayo de 1955), fue una de las mentes más preclaras de la literatura española de la primera mitad del siglo XX. Escritora española que fue candidata durante tres años consecutivos (1926, 1927 y 1928) al Premio Nobel de Literatura. En 1938 empezó a perder la vista y aunque fue operada, en 1940 quedó completamente ciega. Curiosamente ese fue el año en que publica Princesas del martirio.

Las Siervas de Dios.
Pero cuál es el tema de esta obra de Concha Espina. Y porqué ofrecemos éste testimonio para la JMJ2011. A la batería de respuestas que pueden sobrevenir a esta nueva serie de artículos respondo directamente.

La obra de Concha Espina narra el martirio de tres enfermeras de la Cruz Roja, las Siervas de Dios Pilar Gullón Yturriaga (Madrid, 29 de mayo de 1911), Octavia Iglesias Blanco (Astorga, 30 de noviembre de 1894) y Olga Pérez-Monteserín Núñez (París, 16 de marzo de 1913). Militantes de Acción Católica y de la asociación parroquial de Hijas de María de Astorga, y que colaboraban en distintas actividades pastorales y en obras de finalidad apostólica y social.

Las enfermeras voluntarias de la Cruz Roja rotaban cada quince días, y ellas tuvieron la posibilidad de regresar a Astorga y turnarse con otras jóvenes para cuidar a los heridos de la guerra civil en el Hospital de Sangre de Pola de Somiedo, pero pidieron quedarse también en el segundo turno. Fue cuando atacaron los milicianos republicanos. Las llevaron esposadas y atadas al pueblo. El jefe de la expedición, apodado El Patas, les ofreció dejarlas libres y volver a Astorga si renegaban de su fe y se sumaban a su partido. Al negarse ellas, las encerraron en una casa de Pola, que existe todavía, y El Patas les dijo a los milicianos que hicieran con ellas lo que quisieran durante la noche. Éstos las violaron y su jefe incluso hizo circular por el pueblo un carro de bueyes para que el chirrido de sus ejes hiciera más difícil oír los gritos de las tres enfermeras. Al día siguiente, el 28 de octubre de 1936, al mediodía, las fusilaron desnudas.

Aunque Octavia tenía 43 años, Pilar y Olga tenían 25 y 23 años respectivamente. Luego su testimonio es validísimo para nuestros jóvenes. Sus cuerpos reposan en la Catedral de Astorga.

El proceso de canonización de las Siervas de Dios se cerró en la diócesis de Astorga en marzo de 2007. Dos años antes se había constituido una Fundación (creada por Manuel Gullón y sus hermanos, familiares directos de Pilar y Octavia) con el fin de profundizar en este proceso.

ASÍ COMIENZA LA OBRA DE CONCHA ESPINA

PRINCESAS DEL MARTIRIO - CAMINO PRIMERO

Rosas de pasión.
En este ramaje tremendo y borrascoso de la guerra, abundan por el lado sombrío todos los desmanes y baldones, hasta el punto de no saber cuál nos produce más espanto y más nos colma de vergüenza y de lástima.

Diríase que en aquel infierno de bolcheviques y masones se busca un tenebroso contraste a las luces cristianas de nuestra España única, donde se transfloran las claridades de una civilización occidental; con el beneplácito de Spengler, que en sus Años decisivos nos concede cuanto en su obra anterior omitiera y negara a nuestro país, para darnos en este último libro una insigne categoría en Europa, como reserva humana excepcional.

Pero en esa diabólica robustez de lujurias criminales que tan dolorosamente necesitamos percibir, hay un triple delito, de tan aguda ferocidad, que tal vez no existe otro semejante en el diario negro de la comuna.

Voy a memorarle con atribulada memoria, entristecida por el hecho de que hoy me sirven las palabras menos que nunca, débiles por la anquilosis de un servicio forzoso y brutal.

Tanta veces, en estos años de lucha por la honra y por la vida, tenemos que acudir al vocabulario grueso de los calificativos y los anatemas.

Frente al destino.
Estas eran, Dios mío, tres mujeres de tu santa Fe. Estas fueron, Señor, tres vírgenes tuyas.

Habían florecido en el regazo austero de Maragatería, tierra matriarcal de acendradas raíces españolas, solar de insuperables reciedumbres femeninas.

Octavia, Pilar y Olga. Esta última la más joven, apenas dieciocho años, nació por casualidad en París, donde su padre, laureado artista, ha vivido con alguna frecuencia.

Las hondísimas raíces del país leonés, extraño y sagrativo, han impreso carácter indeleble en su pueblo, en las mujeres de un modo singular.

Pasan las generaciones enhebrando siglos, se remozan las costumbres, cambia el semblante de la sociedad, y el fondo de las almas queda intacto en Maragatería.

Allí encontraremos siempre una casta de espíritus originarios, llenos de altivez y abnegación; una suerte de madres, de esposas y de prometidas dueñas de una inmensa capacidad de ternura, tan enamoradas de su íntima pasión que gozan repartiéndola sobre cuantos por sufrir necesitan un sorbo de aquel agua lustral convertida en misericordia.

Así las tres muchachas de esta verdad mía, que parece una leyenda de martirologio.

El nombre romano de Octavia, el aragonés españolísimo de Pilar, el de Olga, un tanto exótico, tal vez inconsciente devaneo de modas ultranacionales. Tres nombres de distinta procedencia pero de la misma cuna española; tres cuerdas musicales que responden a un solo ritmo castellano y al más puro abolengo racial.

Tres mujeres que se unen del brazo para vencer con valentía indomable su profesión de enfermeras voluntarias donde sea más necesario y urgente aquel servicio piadoso.

Si existe peligro en él, no importa. Mejor; así sabrá el mundo cómo trabaja y sufren en la guerra por Dios las jóvenes de España.

-Hay un hospital en el Puerto de Somiedo, ¿lo sabéis? - dice Olga con ambición de alas y rumbos, pródiga de caridades encendidamente.

Su manera de hablar es siempre cálida, luminosa, como si la luz de los ojos se le prendiera en los labios para alumbrarle las palabras.

Las otras muchachas contestan a su vez:
-Debemos ir.
Alguien que les escucha, alega:
-Ese puerto asturiano es el primero que se obstruye con la nieve.
-Pero todavía están lejos los temporales, - contesta Pilar.
-Según. A veces son muy precoces.
-¿En octubre?...
-Pudiera suceder.

Diríase que el intruso amigo tenía el propósito de subrayar las secretas amenazas de unos temporales fatídicos, tal vez de plomo antes que de nieve, dos elementos con agitaciones de muerte para las tres enfermeras de Astorga.

Ellas sonríen ávidas del vuelo, impacientes por servir a sus hermanos caídos, anhelantes de padecer con la Patria dolorida.

Parece Olga la más apresurada en la incitación al viaje.

Siempre había sido muy volandera. Y cuando era más niña, su madre la llamaba a menudo Talín, como se nombra en mi tierra de la Montaña al fino y ligero canario silvestre, cuyo nombre armonioso me ha servido muy bien para una de mis protagonistas literarias.

Como aquella chiquilla de mi novela, Olga Monteserín conocía el salto, el movimiento y la canción, identificados con su naturaleza material y también con la generosa inquietud de su espíritu, que ansiaba el difícil tramonto lleno de peligros y de valentías.

Octavia y Pilar, acaso más conscientes de los albures que pretendían correr, alentaban no obstante los impulsos andariegos de Talín que tenían para ellas algo de evangélico. Como si la propia Divinidad comunicara a la enfermerita más joven la inspiración de aquellos solemnes peregrinajes. Y repetían, con Olga:
-Debemos ir.

Esta promesa triple y ardiente parecía cundir desde muy lejos por el dorso de la llanura maragata, con un bravo empuje de heroicidad y de amor.

Tres almas y un horizonte.
San Pedro de Somiedo, una collación montaraz en el límite de dos provincias, trágico frente de guerra que divide a dos marcas españolas: la de León, lleva de la fe en Cristo; la otra de Asturias, envenenada por los enemigos de Dios, enemigos también de la humanidad.

En el fondo solitario de aquellas montañas, la Comandancia Militar y el Hospitalillo de los fieles nacionales bajo la bandera de nuestra Cruz Roja, al abrigo de ese profano color, nunca más redimido que cuando nos extiende los brazos en el nombre todopoderoso de Jesús, y el tinte de la Cruz nos recuerda: Esta es mi sangre.

Octavia, Olga y Pilar, enfermeras arrestadas al recaudo luminoso del benéfico grimpolín, habían llegado muy alegres a esta avanzadilla de sus montes, y sembraban allí consuelos, esperanzas y hasta risas.

La casucha donde se habilitó el hospital, con tabiques de madera y pocas comodidades, se alumbra con las voces femeninas, se conforta y se rejuvenece mediante la cuidadosa asistencia de las muchachas.

Ellas, que están unidas entre sí por el lazo indisoluble de las creencias y de las devociones, son, no obstante, muy diferentes por el temperamento y el carácter.

Desde un solo camino celeste se bifurcan sus vidas, como un trivio de senderos que se divide en las alturas de una patria, para volver a encontrarse en un mismo horizonte. Y quedar allí con un sentido de continuidad en la inalterable luz de los cielos.

Es Octavia Iglesias por excelencia bondadosa, con un tesoro inagotable de dulzura. Hay un halo de santidad en su noble expresión; en su rostro suave y tranquilo arde una lumbre de lámpara siempre encendida. Es un espíritu vigilante en el cual se aposenta la gracia del Señor. Hija única, ha servido de ejemplar amiga y confidente a una madre ejemplar, y ahora tiene algo de madrecita junto a sus compañeras, en aquel rudo paraje de socorro, entre hombre heridos y asperezas cotidianas.

Pilar Gullón, sobrina nieta del relevante leonés que tantas veces fuera un buen ministro de la Corona, es una bellísima criatura, de cara perfecta y delicado hechizo. Si es verdad que algunas mujeres atesoran la huella de los ángeles, Pilar reúne en sus facciones el privilegio angelical; y toda ella se mueve dentro del soplo seráfico, con una beatitud indecible.

Mientras Olga Monteserín, dinámica y refulgente como una estrella, personifica en su encanto los preciosos matices de muchos valores distintos. Por sus armoniosas líneas es la escultura viva, la obra humana de maravilla y selección. A veces su actividad recuerda el lujo de las aves en el viento y su voz también el canto de esos admirable seres, alados como los querubines, únicos por su excelsitud en el orbe terrenal.

La edición de Concha Espina Princesas del martirioque aparece publicada el 15 de mayo de 1940 por Ediciones Armiño de Barcelona (del prestigioso editor Gustavo Gili) lleva preciosas ilustraciones de Rosario Velasco Belausteguigoitia.

Rosario Velasco Belausyeguigoitia (Madrid, 1904- Barcelona 1991). Discípula de Álvarez de Sotomayor, irrumpe en la vida artística al tomar parte en la Exposición Nacional de Bellas Artes celebrada en Barcelona en 1932, obteniendo con su obra Adán y Evauna de las tres segundas medallas. El éxito de la crítica se afianza al pasar la muestra al Palacio de Exposiciones del Retiro madrileño. En 1934 recibe un Primer Premio en la Exposición del Traje Nacional con “Maragatos”. Velasco fue colaboradora de la revista Vértice (San Sebastián, 1937 - Madrid 1946), conocida en su aspecto plástico por la contribución de artistas como Saénz de Tejada (de quien se dice que retuvo alguna influencia en su primera etapa). En esta revista publicó dibujos y reprodujo algunos lienzos. Por lo que se refiere a la ilustración de libros, ilustró Cuentos para soñar (1928), de María Teresa León y los diseños para Princesas del martiriode Concha Espina (Gustavo Gili, Barcelona 1940).

Os ofrecemos el segundo capítulo

PRINCESAS DEL MARTIRIO - CAMINO SEGUNDO


Las garras del tigre.
Se hicieron precisas las enfermeras en el hospitalillo asturiano muy cerca de las alambradas rojas. No se pudo hablar allí de su partida.

El comandante Berrocal, jefe del puesto, la Sanidad, los pacientes y hasta la reducida guarnición, reclamaron siquiera una prórroga en la asistencia de las muchachas. Y fue concedido este favor que tal vez coincidiera con un soplo de espionaje.

Había una tentadora presa azul en la blancura nacional del monte, el anticipo de una nieve inmaculada, una limpidez de sentimientos y de ideales que aquella noche se tiño con la rojez sangrienta de todas las infamias.

Veintisiete de octubre. Casi todo el mes del Rosario había desgranado sus cuentas.
Noche benigna del otoño. Encendidos los candiles del cielo en una calma deliciosa, dormidas las veredas solitarias.

Y de improviso, un zarpazo del tigre comunista, una faena de robo y de exterminio, precisamente sobre el intrépido cuartel de la misericordia. El clásico golpe de mano, semejante al de los ladrones de profesión, tuvo lugar de un modo fulminante en el sagrado templo de la Cruz Roja.

Pocos números de aquella piadosa milicia lograron salvarse. Y muy pocos lo intentaron. Los jefes, el médico y el sacerdote, aunque seguros de su impotencia, trataron de defender a las más delicadas víctimas de aquel propósito aborrecible: los heridos y las mujeres. Acaso esperaban compasión para ellos, con esa hidalguía natural del que es hijo de algo, miembro de las alcurnias del alma, brote de una creencia y de una virtud que decoran al soldado lo mismo que al general, dentro del ejército católico.

Pero los asaltantes eran hijos de nada”, producto del anarquismo y la disolución de Europa, mortífero veneno de la sociedad.

Y los heridos de Somiedo fueron rematados ferozmente en sus camas, secuestradas las enfermeras con los designios más odiosos, prisionera la débil guarnición.

Pronto queda el endeble refugio hecho una criba de balazos. Desde las eminencias colindantes, casi encima del edificio, se hizo fuego de ametralladora y de fusil a la confiada avanzadilla que se creyó segura al cobijo de una enseña venerable.

Granadas de mano, bombas explosivas, una lluvia de explosivos sacude las tejas y los adobes de las Comandancia y el Hospitalillo que arde y se derrumba bajo el desmesurado ataque, estrépito y derroche excesivos para tan ruin hazaña.

Momentos antes de caer en la garra diabólica de los malhechores aún pueden las enfermeras atender a sus amigos dolientes. Les animan, les exhortan a esperar en Dios. Y hasta se despiden de ellos para otra vida interminable y feliz.

Olga está herida en una caja por el roce de una bala. Su vestido blanco se tiñe de sangre. Y simula los dos colores de la bandera piadosa hecha añicos en la cumbre de la casa.

Como un símbolo suyo la joven se mueve también en el viento de aquel bárbaro temporal, sin arriar su espíritu sereno y alegre.
-Cuídese, usted, que está herida - le ruega un triste agradecido, convulso de terror.
-¿Por qué no huyen?
-¿Y abandonaros? - pregunta ella.
-¡Nunca!
Les invitaron a las tres mujeres con una posible evasión.
-Expuesta y difícil - les habían dicho - pero con algunas probabilidades si os decidís. Todavía es tiempo.
Contestaron que no, juntas en una sola negativa, penetradas de una misma caridad, radiantes con la santa locura del sacrificio.

No querían desertar de su guardia de honor, al borde tenebroso de unos lechos alcanzados por el último infortunio.
-Cúrese usted, señorita Olga, está usted herida - insistía el pobre soldado, transido de fiebre y de alucinaciones, en el derrumbe total de la casa.
Y la damita sonríe, animando al moribundo:
-¿Curarme? ¿Para qué? Ya es inútil; no hay tiempo. Vamos a morir y en seguida a resucitar entre los mártires del Señor. Nos separaremos apenas unos instantes para reunirnos eternamente.

Su ingenua sencillez sin duda no preveía todo el profundo abismo de aquel martirio esperado con tan espléndida generosidad.

Octavia sí; pero sobrepone a su temor una sonrisa valiente como la de Talín, que se cruza con otra de Pilar, igualmente comprensiva y resoluta.

Y así como las tres acordaron un día: “Debemos ir al hospitalillo de Somiedo, ahora deciden:
-Nos debemos quedar.
Dos falangistas de la guarnición, José Fernández Marvá y Salvador González, declaran imbuidos por el ejemplo:
-Nosotros también.

Obedecen a su propia conciencia dentro del estilo religioso y viril de la Falange azul, seguros de perecer entre los escombros del edificio, luego de asistir, pávidamente, al asesinato de los heridos.

En la estéril defensa sobreviene la amanecida del veintiocho, que sólo alumbra allí unos cadáveres, unos prisioneros y dos banderas hechas jirones.

Porque la de España había tremolado como un recio pregón de la Cruz Roja en la brusca desigualdad de los combates.

De un lado hombres caídos, inermes, tal vez agonizantes; un manojo de soldados que suponen guarnecer el sagrado recinto de la clemencia; tres mujeres abnegadas seguras también de cumplir un alto ministerio.

Del otro lado un vendaval de odios, atizado por la cobardía, un alarde satánico de fuerzas contra todo lo humano y lo civil.

Corazones y banderas.
Amanecida del veintiocho. El comandante del puesto destruido no puede andar su calvario en la aspereza del monte, porque ya está medio muerto a coces y mordiscos de las fieras. Y le conducen en una cabalgadura para concluir de asesinarle donde sea más divertida la ejecución.

Detrás de él serán quemados vivos el médico Luis Viñuela y el sacerdote.

Para el grupo de los soldados, en el cual abundan los falangistas, se prefiere las ametralladoras.

Sin vencer todavía la primera jornada de aquel tormento salvaje, fue preciso conceder una tregua a la caminata. Porque algunos sentenciados no podían andar, maltratados por el sádico frenesí de los rojos.

Y se hizo un alto con ellos en un caserío, aposentados como bestias dentro de un corral, el de Maximina y Virginia, cierre sin techo que guardaba en aquel instante una viejuca.

Formaban parte del grupo infeliz las tres enfermeras, reservadas para más refinadas injurias; y los trágicos peregrinos tenían sed.

Entonces Octavia Iglesias pidió a la vieja un poco de agua por el amor de Dios para sus desfallecidos compañeros, con tal acento de piedad que le fue concedido el ansiado licor. Iba la joven repartiendo su fresca limosna a los maltrechos cautivos, recordándoles, acaso, a la bella mujer de Samaria que diera de beber a Jesús.

Es verdad que se reprodujo allí la sublime parábola religiosa en estos mismos labios sedientos, que por la sequedad humana, pungida de sacrificio y de congoja, merecerían evocar la imagen del divino Señor humanizado.

Penúltima Estación en uno de los Viacrucis innumerables de España. De la España de Cristo.

Ya se despiden las muchachas de sus hermanos. ¡Con qué oscura pesadumbre! Y también con la certeza de aliviar muy pronto el rudo peso material y adquirir la ingrávida ligereza del espíritu libre y triunfante.

Al romper allí la cadena de los presos, se aparta con las mujeres a los dos falangistas que se habían constituido en defensores de ellas durante la toma inicua del hospital.

-Éstoscon éstas - dijo con desdén el mandarín que se llamaba nada menos que capitán Sánchez, precisamente como aquél célebre asesino que hace años escandalizó desde Madrid a medio mundo.

Pero las cinco víctimas de excepción no estaban solas.
En torno suyo se había formado un cortejo de furias, un bronco sartal de milicianas vestidas de mono, arisco el pelo y el semblante, agresivas las voces salpicadas de blasfemias y de insultos.

Con ellas bajaron del Puerto algunos hombres de la hueste que presidía el capitán Sánchez. Llevaban como botín de su mezquina victoria varias prendas mujeriles: un abrigo largo, una chaqueta de cuero, un estuche de tocador y un bolso elegante.

Se lo repartieron a las milicianas entre burlas y denuestos. Y todos juntos cambiaron opiniones a gritos sobre la terrorífica suerte que esperaba a los prisioneros.

Los cuales callaban abstraídos, mudos bajo el temblor inevitable de sus corazones, mirándose unos a otros en una sorda confidencia de valentía y ansiedad.

Olguita Monteserín, que apenas pudo restañar la sangre de su frente, mostraba el rostro palidísimo, extenuada por el cansancio igual que sus amigas.

Ya quería declinar el sol, muy velado en las nubes, latente y misterioso en el menisco celeste como esas venas de poca luzque se nos ocultan debajo de la piel aunque nos rieguen de vida saludable.

Y de pronto encima de una cumbre, con un zumbido lejano, aparecióse un ave gallardísima: un avión nacional.

Fuerte batir de los corazones leales a la soberanía española. Emoción suprema en los condenados a muerte, ya en pie hacia un Gólgota desconocido.

En el cielo melancólico de octubre el bravo azor de España dibuja con sus alas abiertas la forma de una Cruz. Parecía una bendición.

Los peregrinos de la desventura se santiguaron interiormente. Y la milicia roja alzó el puño con un juramento.

Había que acelerar las ejecuciones. El pájaro azul, flameante con una bandera, les pareció de mal agüero.

Penígera y sutil, remota como las golondrinas en ruta de emigración, la nave de Franco se agranda súbitamente al descender.

Planea, registra el paisaje, hace oír el trueno marcial de su voz. Y los criminales encogidos de pánico le apuntan con los fusiles. Aquel aparato no es un arma de bombardeo, sino un espía.
-¡Un canalla del aire! - rugen los bandidos locos de furor, en tanto que los prisioneros descubren con inefable sentimiento de orgullo los colores de su España. El alma suya que acude a darles una cita gloriosa.

Crece el odio de los verdugos con las amenazas más siniestras y los improperios más escandalosos. Entre gratuitas ofensas agotan las milicianas todo su vocabulario soez, y deciden matar por su propia mano a las cautivas.

Antes de verlas supieron con rencores y envidia que eran mozas, guapas y elegantes. Los tigres de la columna habían dicho perversamente:
-¡Vaya chicas! Son de primera
Se habló con cinismo de un reparto y hubo frases que trascendían al sacrilegio habitual en seres tan inferiores.

Ya el pájaro maravilloso sube en el quieto espacio. Deja de parecerse a un neblí para convertirse en paloma. Apaga su acento; y se apura su imagen en los hilos de la supina claridad.

Los rojos temen haber sido descubiertos por él. Imaginan que le habrá sido posible una filiación de sus cataduras y hasta de su crueldad. Y que pueden saberse los episodios de aquella sabrosa matanza. Al punto envían un enlace con órdenes urgentes para los que llevaron distinta dirección. No tarda en oírse el retumbo de las ametralladoras y en levantarse una columna de humo que tal vez correspondiera al martirio del joven médico, un mozo de veinticuatro años muy cabal y arrogante, cuyas cenizas fueron tiradas en el próximo río.

Como si la santidad del agua y de la espuma no sirviera también de piadoso regazo al polvo de los hombres. Mejor todavía al de los ángeles.

Y tal que un serafín debió ascender al cielo el alma de quien pudo inmolarse por su Patria y por su Dios.

Niebla en el monte.
Sigue la caravana su extraño rumbo por ambages distanciados del camino real. No le conviene la senda frecuentada.

La escolta de arpías madrugadoras que bajaron del Puerto en coche esta mañana, ha tenido que resignarse al tortuoso veril, si no renuncian al sádico placer de los victimarios.

Por su parte los dirigentes están cohibidos, recelosos, y hasta en el desierto andurrial pisan desconfiados.

Se les figura que la visita solitaria del avión aquel era una bandera de combate.

Estuvo el hospital defendido por dos avanzadas con posición en Pido del Diente la una y en Peña Cuérrabros la otra; que habrían pedido auxilio.

Y como los rebeldes franquistas eran capaces de todo, a lo mejor se presentaban allí por tierra, por el viento, y les arrebataban la presa.

Hay discusiones y las tarascas intervienen persuadiendo al mandamás de que las chicasdeben hacer noche en Pola de Somiedo y prolongarles así el suplicio hasta el día siguiente.

Faltan aún dos kilómetros para llegar a la checka de Pola y se anduvieron otros nueve desde los escombros del benemérito hospitalillo.

Anochece. Sopla un gris otoñal penetrante y húmedo.
-Las señoritas sienten frío - ríe sarcásticamente una golfa que se divierte mucho con las demás jaleando el sorteo de las capas azules, uniforme de la Cruz Roja, también sustraído a las enfermeras.

Sobre cuyos abrigos se han echado suertes como sobre la túnica sacrosanta de Jesús Redentor.

Es cierto que las víctimas tiemblan al roce de la ráfaga nocturna que en su carne es hielo mortal.

Las brujas del cotarro aprietan sus denuestos al suponer que los dogales crueles oprimen con mayor tortura a las martirizadas.

Lola Sierra, Evangelina Arienza - nada menos que Secretaria del Comité Femenino - y Emilia Gómez, un monstruo infernal de veinte años, son las desgraciadas que presiden el cortejo de los verdugos, influyen en él y le estimulan a todas las bajezas animales.

Se distingue también en la persecución una pobre bestia que no llama nada más que Milagros, y se dice viuda reciente de un talMenazas, caído en el ataque a la Cruz Roja del Puerto; mil hombres contra el sagrario de heridos que apenas guarnecían unos pocos militares.

Milagros pregunta quién mató al Menazasy exige del capitán Sánchez que le permita vengarle por su propia mano. Se trata al parecer de un cabecilla tan importante como otro de remoquete el Patas”, famoso por sus crímenes; cuyo distinguido renombre zumba sobre la comitiva sanguinaria en ausencia del personaje.
-A ver - le interroga el capitán.
-¿A quién escoges ahora para hacerte justicia? Dilo.
Ella, desdeñosa con el botín humano que le ofrecen, responde:
-Esosno valen nada. Quiero matar a su comandante.
-Pues va por otro camino, si es que todavía vive. Corre a ver si le alcanzas y llegas a tiempo de rematarle.
-¡Quía! - comenta una voz - iba hace rato en agonía.
-Y se han oído descargas de ametralladora y de fusil - asevera un segundo espectador.

La Milagros, que había llegado un poco tarde a la fiesta campestre de aquel anochecer rojo, sale a toda prisa con algunos compinches por el rumbo de los tiros y de los ecos; lleva la pistola en la mano.

Y se pierde en la niebla del monte mientras el grueso de los asesinos se nubla, también, entre la sombra anochecida de los matorrales.

La crónica oficial de este episodio admite la creencia de que la hembra del Menazas, a fuerza de correr, llegó a tiempo de esgrimir su parabellum contra el último suspiro de un comandante español.

Noche cerrada cuando la conducción de los cautivos llegó a Pola de Somiedo.

Aquí mismo, al pie de checka, se les impone a los condenados otra despedida.

Las tres muchachas deben subir a la habitación que ocuparon unos enlaces prisioneros, conducidos Dios sabe a dónde, y los mozos falangistas desaparecerán llevados a otra prisión.

Antes se cruzan las miradas de las víctimas con la desgarradora intensidad de los supremos adioses. En el portalón oscuro de los que fue Comisaría, teatro de infamias al presente, los ojos abrasados de pesadumbre se miran hasta el alma de cada uno, aguda en el fondo de la naturaleza, vigilante al filo de la muerte.

Las damitas sonríen con animosa dulzura tirando del profundo valor que los creyentes atesoran. Y los muchachos corresponden a la sonrisa con un gesto expresivo y silencioso.

“¿Hasta cuándo?” - piensan en el secreto de las inmolaciones. Sienten que la cita es muy lejana, cosa de ultramundo, tregua para el encuentro definitivo en el trono del Señor.
-¡Vamos arriba! - disponen los bolcheviques empujando brutalmente a las enfermeras.

Y los dos prisioneros marchan hacia un calabozo desconocido, aterrados por la suerte que aguarda a sus compañeras, esclavos de la noble amistad que los ideales y la misericordia habían cultivado en el hospitalillo. Y que el infortunio acrisolaba religiosamente.
-“¿Qué será de ellas?” - van diciéndose con la más punzante amargura.

Oyen las libertarias discutir con los milicianos a cuenta de las señoritas, y resolver que pese encima de ellas todo el espanto de una noche, antes del terminante sacrificio…

En el proceso judicial, largo y sinuoso, que dio margen este crimen, figura como testigo indirecto una carreta de bueyes, que en plena oscuridad nocturna levantó en torno a las encarceladas su estridente chirrido, para que no se percibiesen en la aldea otros lamentos de alguna voz humana y delatora.

Así lo dice un testimonio de la acusación desde la lobreguez de aquella noche, niebla y suplicio, pavorosa vigilia de unas criaturas destinadas a la santificación.
Jorge López Teulón