miércoles, 23 de febrero de 2011

EL PASTOR DEL SALMO


La persona que habitualmente utiliza los salmos en sus rezos, es aquella está recorriendo el camino con verdadero entusiasmo.

En su amor al Señor, esta persona al emplear los salmos, como instrumento para estrechar más sus relaciones con el Señor, quizás sin darse cuenta ha puesto en su amor al Señor, un cierto sentido lírico y poético, y bien sabemos que en el amor, el que ama se siente inclinado a la lírica y a la poesía. Ya en el A.T. los salmos eran elemento esencial, para relacionarse con Dios, sea alabándole en su fuerza y grandeza, fuese para darle gracias, fuese para invocar su ayuda en los trágicos momentos, de la historia del Pueblo elegido. Ahí tenemos la derrota frente a Nabucodonosor, y el destierro a Babilonia: “¿Cómo podríamos cantar un canto de Yahveh en una tierra extraña? ¡Jerusalén, si yo de ti me olvido, que se seque mi diestra! ¡Mi lengua se me pegue al paladar si de ti no me acuerdo, si no alzo a Jerusalén al colmo de mi gozo!” (Sal 137,4-6).

San Francisco de Sales, con respecto a los salmos, decía: Los santos, tienen a Dios por autor y hay pocas oraciones que puedan ser compartidas tan íntimamente con Nuestro Señor. Él mismo los recitó durante Su vida sobre la tierra y continuará diciéndolos en nosotros y con nosotros, si Le permitimos hacerlo así”. Los salmos al estar integrados en el A.T. no puede caberle la menor duda a un católico, que todos ellos son de inspiración divina, incluidos aquellos que muchas veces a nuestros oídos nos suenen como paganos o es más hasta casi blasfemos, por lo duras que son algunas de sus expresiones. Pero precisamente eso es lo que los convierte en oraciones, que salvan al hombre del servilismo, devolviéndole la sinceridad de sus sentimientos y enseñándole a educarlos. La oración de los salmistas es tan realista, que al lado de la alabanza, la súplica, las peticiones de perdón, y las acciones de gracia, se recogen también sentimientos de indignación e incluso de venganza. Y es que, ante los continuos abusos de los déspotas, el israelita piadoso no tiene miedo de decir que deseaba que desaparecieran, ni de pedirle a Dios que los castigase.

Los Salmos son una forma de orar muy especial, pues relatan de modo muy directo y humano las alegrías y las tristezas de la vida, las virtudes y los pecados. Son portadores del mensaje de que en última instancia el bien prevalece. Y cuando ves a la gente que mencionan los salmos para unirse al Señor, esto le hace a uno pensar, que esto ya sucedía hace miles de años. En los salmos se encuentran todos los sentimientos del hombre compartidos por Cristo como hombre perfecto que era y es, ya que en los salmos Él ora por nosotros, con nosotros y por medio de nosotros. Y nosotros lo hacemos también con el corazón de la Virgen, que en el Magnificat, ora con la voz de todos los pobres de espíritu.

El conjunto de los 150 salmos que habitualmente se les denomina salmodia, es la columna básica de la Liturgia de los Horas, que a vez está constituida por tres horas mayores y tres horas menores, que se rezan a lo largo de las 24 horas del día. Los monjes que siguen la regla de San Benito y todas las órdenes monásticas entonan los salmos unas veces cantando y en otras órdenes rezando verbalmente en el coro. Thomas Merton escribe que: Quienes sitúan su vocación de plegaria en la Iglesia, descubren que viven en los salmos, pues los salmos inciensan a cada compartimiento de su vida. Pero aunque la salmodia sea un rezo específico de la vida consagrada y en especial de la monástica, no por ello se ha de pensar que su finalidad es producir la contemplación, y que le está vedad al resto de los mortales.

Tampoco pensemos que el ser fiel diariamente a la Liturgia de las Horas, es solo algo a lo que están obligados todos los presbíteros y diáconos, porque también hay seglares que impulsados por su amor al Señor, mantiene voluntariamente, en su vida diaria esta devoción, que tan estrechamente una a la persona con su Creador.

En relación a los salmos ha venido a mis manos una corta historia que voy a relatar. Una vez en una cena coloquio de carácter social, en la que se encontraba un famoso actor teatral, el actor entretuvo a los comensales declamando diversos textos de autores clásicos españoles. Cuando ya había declamado un cierto tiempo, se ofreció a que le pidieran algunas interpretaciones. Entonces tímidamente un sacerdote que allí se encontraba invitado, le preguntó al actor si conocía el Salmo 23, a lo que el actor respondió: , lo conozco, pero estoy dispuesto a recitarlo sólo con la condición de que después también lo recite usted. Se hizo un cierto silencio en la sala, pero el sacerdote un poco azarado accedió a la petición del actor.

El actor tomó la palabra y comenzó, haciendo una bellísima interpretación, con una perfecta dicción.

El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace recostar.
Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos.
Me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida.
Y habitaré en la casa del Señor por años sin término
".

Los comensales, al final, aplaudieron vivamente. Llegó el turno del sacerdote, que se levantó y recitó las mismas palabras del Salmo… Esta vez, cuando terminó, no hubo aplausos, sino un profundo silencio. Algunos se le habían saltado las lágrimas. El actor se mantuvo en silencio, después se levantó y dijo a todos, notablemente emocionado: Señoras, señores, espero que se hayan dado cuenta de lo que ha sucedido esta noche y lo hayan comprendido. Yo conocía el Salmo, pero este hombre: ¡Conoce al pastor!

Deseo de corazón, que todos seamos capaces de rezar con la salmodia, poniendo a flor de piel nuestros sentimientos de amor al Señor, que espera gozoso el incienso de nuestras oraciones.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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