martes, 29 de marzo de 2011

LOS PLAZOS DEL CIELO


Llevamos más de 40 años en este negocio y nunca hemos alcanzado un nivel de confusión extremo como el actual. Sabemos que vamos a peor, a mucho peor. Es cuestión de tiempo, pero desconocemos dónde estamos exactamente. Sí, confusión en nuestra gestora sin precedentes, le decía recientemente el consejero delegado de una gestora de fondos a un bloguero económico.


Haciendo evidente la incapacidad para valorar en su justa medida tanto el dónde se está, como el hacia dónde se va. Y esto lo perciben con nítida evidencia los que tienen que tomar decisiones anticipando el mañana. Porque pocas veces como ahora no sólo el mañana se presenta difuso sino que el mismo presente ofrece más sombras sobre lo que pasa, que luces.


Sin embargo la mirada hacia el mañana le pertenece a todo hombre, porque hacia éste proyectamos nuestros días. Y los proyectamos desde la realidad actual en la que nos movemos. Se entiende, entonces, que ante un ritmo de vida tan trepidante, tan esclavizador en el ahora, la mirada al mañana no llegue más allá del fin de semana o de las vacaciones.


Exige tanto el día a día que a veces simplemente basta con sobrevivir a la tensión, a las dificultades, o al mismo ritmo de vida de cada jornada. Y, en una actitud tan cómoda como peligrosa, la situación presente de cada cual acaba erigiéndose en mirada omnicomprensiva del todo: si a uno le va bien, el mañana será estupendo. Si a uno le va mal, no habrá mañana.


Paradójicamente aquellos que necesitan comprender el ahora y prever el mañana se encuentran en una situación más difícil: nunca ha habido tal grado de confusión, decía el consejero delegado. Por ello mismo, quien tenga las claves del hoy y del mañana es lógico que sea quien tome las decisiones más acertadas. Y lo que es aplicable a la inversión bursátil, o al campo tecnológico, o al militar, también lo es al destino de la humanidad.


Gurús llaman los medios periodísticos a aquellos que son capaces de intuir por donde van las tendencias actuales y hacía donde convergerán. Y rara vez aciertan. Si es que aciertan. No os toca a vosotros conocer el día ni la hora. Es este una constatación evidente. Se nos escapa la medida de la historia que se supone tiene Dios. Y lo que es peor, en vez de mirar a Quien tiene las claves del presente y del mañana, se Le arrincona con desprecio.


Cuando la oscuridad es tal que sólo Dios puede iluminar el futuro del hombre, curiosamente nunca antes como ahora el hombre pone su confianza sólo en si mismo: bien en una escuela económica que salve a la humanidad de la crisis económica (algo así como estatalismo versus escuela austríaca), o en un partido político como remedio de todos los males Pero la confusión hace mella y se huye de ella encerrándose en el absoluto ahora-hoy. Quizá por ello cuando encontramos a hombres, que pegados a lo sobrenatural, son capaces de leer los tiempos a los ojos del Cielo, se nos devuelve la confianza en el poder de Dios y en Su verdadero señorío sobre la Historia.


Entonces Dios, de nuevo, parece Señor de la historia y aunque lo que pretenda se nos escape, un atisbo de confianza parece confirmar que cuanto sucede sucede con Su consentimiento. Pero, ¿porqué no es escuchado el Cielo, siendo el único que puede valorar en su justa medida la realidad actual del hombre y su predecible mañana? Es una constante llamativa: nunca antes había habido tal excedente de revelaciones y nunca antes han sido tan despreciadas. Quizá porque el mal es anterior: la falta de fe. Pero por eso mismo, cuando el hombre zozobra en la fe es cuando más necesita del auténtico testimonio del santo. No alcanzando a Dios por sí puede, en cambio, tocar al santo. No escuchando a Dios puede escuchar al santo.


Juan Pablo II es uno de estos hombres. Y vivió tiempos oscuros: el zarpazo del nazismo y la dura garra del comunismo. El futuro de la fe se hacía, más que incierto, imposible. Por lo menos para un polaco. Pero sorprende recordar su lectura espiritual, mística, de lo que ocurría. Veía a un Dios señor de la Historia dominando el mundo. Lo que a todo pasado puede ser fácil de aceptar, desde la perspectiva de los tiempos que vivió, se antoja profético. Cayó el nazismo y cayó el eterno comunismo - ruso - y él supo que el Cielo le ponía en el timón de la Iglesia para llevarla al tercer milenio. Creyó entender que esa simple misión traería a la Iglesia su nuevo esplendor, esa primavera del espíritu. Así que duro debió resultarle comprobar que más bien el tercer milenio traía un mañana más incierto. Sólo queda la Divina Misericordia para salvar el mundo, vino a decir en su última oración escrita. Acababa de legarnos su visión de los tiempos presentes. Sin embargo, una simple mirada alrededor evidencia que la nítida lectura de los tiempos que hizo el papa Wojtyla ha quedado silenciada desde dentro y desde fuera de la Iglesia. Dios está siendo arrinconado en el mundo civil, cada día es más notorio.


Pero la lectura escatológica desde la misma Iglesia brilla por su ausencia. ¿Y Benedicto XVI? Pues he aquí una perla: "Nuestra predicación, nuestro anuncio está orientado realmente de forma unilateral hacia la plasmación de un mundo mejor, mientras que el mundo realmente mejor casi no se menciona ya. Aquí tenemos que hacer un examen de conciencia. Por supuesto, se intenta salir al encuentro de los oyentes, decirles aquello que se halla dentro de su horizonte. Pero nuestra tarea es el mismo tiempo abrir ese horizonte, ampliarlo y mirar hacia lo último".

César Uribarri

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