lunes, 29 de agosto de 2011

EL PAPA TAMBIÉN LLORA



Hace ahora una semana.

Los medios de comunicación nos han ido transmitiendo puntualmente todos los actos y acontecimientos de la JMJ. Pero hay detalles que a veces se les escapan, y que, si bien no afectan a lo esencial, nos descubren sigilosamente las profundidades del espíritu. Los chicos y chicas que han participado en la Jornadas han venido felices de haber tenido esta oportunidad de compartir la fe con jóvenes de otros países, y todo juntos con el Papa.

Me contaba una profesora universitaria que para ella la JMJ ha supuesto un antes y un después. Que se han quedado enganchadas con Benedicto XVI, en el que han descubierto la fuerza del Espíritu y la humildad en la Verdad. Es un Papa que propone con profundidad y sencillez, y te deja una serenidad en el alma que es obra de Dios.

Comentaba esta profesora que fueron muchas horas de total disposición que nunca ella pensaba que lo aguantaría. Madrid estaba colapsado. Los medios de transporte a tope. Madrugones para estar puntual en el acto correspondiente. Larga espera en el Escorial para el encuentro del Papa con los profesores universitarios. Ellos a la sombra y las monjas a pleno sol de agosto. Plantones en las calles para participar en actos significativos, como fue el Viacrucis. Y no digamos nada la Vigilia y la Misa de Cuatro Vientos. Pero había algo común a todos: la alegría, la sonrisa permanente, la oración continua, el mutuo servicio, la disponibilidad. Me contaba esta chica el respeto y el cariño que todos profesaban a los sacerdotes y religiosas/os. Los jóvenes les ofrecían los asientos en los transportes públicos, y los felicitaban por haber seguido la Vocación divina.

Algunos sacerdotes me han contado el gran espectáculo de La fiesta del perdón. Los doscientos confesionarios estuvieron permanente ocupados. Uno de estos compañeros estuvo ocho horas confesando sin parar, y con colas inmensas. Un sacerdote holandés estuvo diez horas, y dijo que había confesado esos días más que en toda su vida sacerdotal en su país. Como los confesionarios estaban ocupados era normal ver a sacerdotes y filas en penitentes en cualquier banco del Retiro, y sobre todo en Cuatro Vientos.

Una chica china, al contemplar las imágenes de la Pasión en el Viacrucis, dijo que no sabía que el Señor y la Virgen habían sufrido tanto. Y que ella, a partir de ahora ya no se iba a quejar de sus dolores y sufrimientos.

Comentan que algo que llamó mucho la atención fue el fervor de los jóvenes en la Vigilia y en la Misa. Era frecuente ver a chicos de rodillas en un suelo lleno de barro rezando con recogimiento. Las monjas y los clérigos han podido comprobar que no están solos, y que la piedad en el trato con Dios no ha pasado de moda. El ser humano debe amar y tratar a Dios con todo su ser: cuerpo y alma. El silencio en los momentos de oración y celebración, así como cuando hablaba el Papa, ha sido otro de los detalles que ha impresionado en una masa tan ingente de personas. En realidad aquello no era una masa, sino una comunidad en torno a Cristo, era la Iglesia joven conectada con Dios.

Pero uno de los detalles que más me han impresionado ha sido el llanto del Papa. He podido saber que Benedicto XVI cuando llegó a la Nunciatura Apostólica tras la Vigilia del Sábado, estaba llorando. Al entrar se fue derecho a la Capilla, y allí lo encontró una de las religiosas llorando ante el Santísimo. ¿Por qué lloraba el Papa? Sencillamente porque estaba emocionado, feliz, agradecido con Dios y con los jóvenes. El Papa también es humano, y cuando en el alma se van acumulando los sentimientos fuertes el llanto es una válvula de escape, una exteriorización del gozo que se lleva dentro. Hemos destacado lo bien que le ha venido a los jóvenes la JMJ, pero no menos bien le ha venido al Papa, acostumbrado a sufrir a diario los problemas del mundo y de la Iglesia. Sin duda estas Jornadas le han rejuvenecido el espíritu. La expresión de su cara, y su mismo tono de voz, no eran los mismos cuando llegó que cuando se despidió de los voluntarios en el IFEMA. Los jóvenes han hecho un esfuerzo heroico para estar donde debían, y el Papa, con sus 85 años, tampoco se quedó atrás.

Sin duda la JMJ ha marcado un antes y un después en la Iglesia en España y en el mundo entero. El listón ha quedado muy alto, y damos gracias a Dios. Yo quiero felicitar desde aquí a Yago de la Cierva y al equipo de miles de voluntarios por la perfecta organización y belleza que han predominado en todos los actos. Y a las autoridades que los han sabido valorar y apoyar.

Juan García Inza

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