lunes, 29 de agosto de 2011

VIVIREMOS CIEN AÑOS



La frase la he visto de reclamo en la portada de un diario nacional.

A un octogenario como yo, le puede impactar, de momento. Alargar la vida unos añitos siempre es de agradecer. Pero pronto, el recuerdo de la Ley de la Muerte digna, eutanasia, que Rubalcaba se propone aprobar antes de despedirse del poder, me ha vuelto a la realidad. Los socialistas no descansan, con tal de sacar adelante sus proyectos antivida. Dieron la Ley del aborto libre, para impedir la vida al ser más indefenso e inocente. La ley del divorcio exprés, para hacer la vida imposible a cualquiera de la pareja. La ley del gaymonio para poder adoptar los hijos de los demás. La Ley de la eutanasia o de la muerte indigna para que los mayores rehúyan la hospitalización y busquen el r.i.p o el descanso eterno.

En alguna nación europea, Holanda entre ellas, los mayores pudientes escapan de los médicos, siempre listos para darles el pasaporte para el más allá. Y me digo yo: ¿Es este el futuro halagüeño que nos aguarda a los mayores españoles?.¿Por qué arremeten contra la fe cristiana que da la esperanza segura de que la vida no termina sino se trasforma y prolonga feliz, por toda la eternidad?. Conste que esto no es un consuelo paliativo de la finitud universal, sino la realidad más hermosa del mensaje de Cristo resucitado. Sí, viviremos todos no solo 100 años, sino la misma vida de Dios

TODO ANUNCIADO ANTES DEL FIN
Un seglar amigo me decía hace poco:·Padre, no entiendo, por qué los sacerdotes y la jerarquía de la Iglesia, en la situación convulsa del mundo actual, no hablan con más frecuencia del anuncio del fin de los tiempos, como claramente está predicho en el santo Evangelio (Cap 24 de Mt) para que, al menos los creyentes, vivamos despiertos ante lo que se nos viene a todos encima”.

Confieso que su interpelación, no cayó en saco roto, ni me dejó indiferente y aunque salí al paso diciendo que la Liturgia de la Iglesia, en el tiempo del Adviento, todos los años, nos propone, los textos de la venida definitiva del Señor y manda predicar sobre ellos; no obstante, confieso que todo parece poco lo que se diga, escriba o avise en este sentido. El tiempo urge, el aviso de peligro es cierto e inminente y nos afecta a todos. ¿Por qué no hablar - me digo yo - oportune e importunesobre el tema?.

Sin deseo de aparecer como profeta de calamidades”, pero tampoco ser perro mudo”, he decidido, para los que desconocen la Palabra autorizada de Jesús, recordarla una vez más, pues ella es la única verdad imperecedera que está muy por encima de todo y de todos. He aquí un significativo e importante texto del Evangelio de Mateo:”Jesús les respondió: Mirad que no os engañe nadie. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ”Yo soy el Cristo y engañarán a muchos. Oiréis también hablar de guerras y de rumores de guerras.¡Cuidado no os alarméis¡. Pero eso tiene que suceder, pero todavía no es el fin. Pues se levantará nación contra nación y reino contra reino y habrá en diversos lugares hambre y terremotos. Pero todo esto será el comienzo de los dolores de alumbramiento. Entonces os entregarán a la tortura y seréis odiados de todas las naciones por causa de mi nombre. Muchos se escandalizarán entonces y se traicionarán y odiarán mutuamente. Surgirán muchos falsos profetas que engañarán a muchos. Y al crecer cada vez más la iniquidad, la caridad de la mayoría se enfriará. Pero el que persevere hasta el fin se salvará. Se proclamará esta Buena Nueva del Reino en el mundo entero para dar testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin”.

No hay palabra más autorizada que ésta. La de Jesucristo, el Hijo de Dios. Ni la de los Papas, ni la de los santos, ni la de las apariciones marianas, ni la de los profetas, ni la de los que se presentan como conocedores del futuro por famosos que sean.

La respuesta a esta Palabra, la definitiva no puede ser otra en una persona creyente y cristiana que rumiarla, meditarla y convertirse al Señor que llega como Juez para regir la Tierra y todos sus habitantes.

Miguel Rivilla San Martín

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