jueves, 20 de octubre de 2011

ENSANCHAD EL CORAZÓN



Todos, si pensamos que amamos al Señor, si queremos amarle, hemos de vivir siempre con una inquietud perentoria: la de ensanchar nuestro corazón, para que en él quepa, la mayor cantidad de amor a Dios que seamos capaces de atesorar.

Más de una vez he escrito lo que pienso: que a esta vida hemos venido a pasar por una prueba de amor, y ello es así, porque el amor para nosotros tiene que ser el todo del Todo, que es el Señor. Bien sabemos que Dios, Espíritu puro, es una pura inmaterialidad de amor, no es otra cosa que amor y así nos lo manifiesta muy claramente y en reiteradas ocasiones, su discípulo amado y predilecto, San Juan (1Jn 4,21). Para él y también para nosotros Dios es amor, solo amor y el Espíritu de Dios es el Espíritu del amor, que está deseando llevarnos donde los más profundo deseos de nuestro corazón puedan colmarse.

Oí una vez a una persona, decirle a otra: Tienes un amor a Dios, que no te cabe en tu corazón. Es este el más grande piropo he oído en toda mi vida y que se le pueda decir a un alma enamorada del Señor. Pero lo importante que aquí nos interesa, es que dado el afán materialista que nuestro cuerpo nos impone, utilizamos un órgano material de nuestro cuerpo, el corazón como la parte más noble que tenemos para metafóricamente depositar en él un elemento puramente espiritual, cual es el amor. Pero no importa, aunque esto no sea real, la metáfora es bonita y expresiva y desde hace siglos, desde siempre se ha venido utilizando.

Es de considerar que si solo Dios es el único creador de todo lo visible y de lo invisible, tenemos que llegar a la conclusión de que, el amor todo el amor que ha existido, existe y existirá, solo mana de una única fuente que es el mismo Dios. Dios es la única fuente de amor que existe, por ello San Juan manifiesta: Nosotros amemos, porque él nos amó primero (1Jn 4,19). Lo que nosotros denominamos amor a Dios, no es propiamente amor, es solo el deseo de amarle a Él. Pero eso sí, Él que está deseando amarnos inmediatamente nos entrega su amor sobrenatural Lo nuestro lo que calificamos como amor, es más propiamente que amor humano, el deseo de obtener el amor sobrenatural, que es el auténtico amor que solo Dios puede generar. Nosotros no somos generadores de amor, sino solo generamos el deseo de amar a Dios.

Ensanchar nuestro corazón, es amar más y más. Es atesorar amor dentro de él, para cuando abandonemos este mundo, pues ello es lo único verdaderamente importante que nos podemos llevar, cuando nos marchemos. Nuestra glorificación siempre será proporcional a la capacidad de amar con la que hayamos ensanchado nuestro corazón aquí abajo. Si deseamos ensanchar nuestro corazón, hay que pensar que el deseo de amar y el amor dependen de la voluntad misma; por ello, tan pronto como hemos formado el verdadero deseo de amar, empezamos a sentir amor; y en la medida en que el deseo de amar crece, el amor va progresando. Quien desee ardientemente el amor, amará pronto con ardor, decía San Francisco de Sales, y añadía: Para tener deseo de amor sagrado, es menester suprimir los demás deseos. Y ¡eh aquí! Uno de nuestros grandes problemas para entregarnos sin reserva alguna al Señor. Y es que somos un saco de deseos y anhelos no satisfechos, pero de deseos y anhelos de carácter material, porque los que son de carácter espiritual, está siempre el Señor deseando satisfacérnoslos.

"La base fundamental necesaria para ensanchar nuestro corazón, para una mayor cabida del amor de Dios, es el deseo de amarlo. Sin deseos, escribe Fdez. Carvajal, no hay nada que hacer; ni siquiera se intenta. Pero solamente con deseos, no basta. Hay, que tener paciencia, hay que ser perseverante, pues el alimento de la vida espiritual, siempre se toma desde el plato de la perseverancia, y no pretender desterrar en solo día tantos malos hábitos como hemos adquirido, por el poco cuidado que tuvimos en nuestra salud espiritual.

Para ensanchar nuestro corazón en el amor a Dios, es que hay que suprimir los deseos inútiles, los deseos terrenos, para que se robustezca el deseo de amar a Dios. Él no frustra ningún deseo de Él. Y uno se pregunta: ¿Por qué los deseos terrenos son tan vivos y tienen tanto poder en nosotros, y nos atraen mucho más fácilmente que el deseo de Dios? Porque nos presenta objetos más inmediatos, que tocan directamente a los sentidos y el deseo de goce que hay dentro del hombre. El sofocar los deseos terrenos debe de servir para potenciar el único deseo que una vez satisfecho, sacia plenamente, y ya en esta vida sacia al que logra tener solo el deseo de amar, servir, adorar y glorificar al Señor sobre todas las cosas y por supuesto, por toda la eternidad.

Pero sin abandonar la importancia que en el amor a Dios, tiene el deseo de amarle, recordemos la frase de San Agustín, que ha sido definido como el doctor del deseo de Dios, por la importancia que le concede a este tema y por el tono con el que habla de él. Para San Agustín, el deseo es el cobijo más íntimo del corazón. Cuanto más se dilata el deseo en nuestro corazón, más capacidad tenemos para acoger a Dios en él. La vida de un buen cristiano, es toda ella un santo deseo de amar a Dios, lo cual siempre conseguirá, pues Dios tiene siempre sed, de que se tengas sed de Él.

Nos dice Jean Lafrance: Si hay verdadero deseo, si el objeto del deseo es realmente la Luz, el deseo de Luz produce Luz. Desear la Luz, es desear a Dios con todas las fuerzas de tu corazón, pero no pongas nunca la mano sobre Él para captarle. Sólo entonces será cuando vendrá a Ti… Solamente el deseo, obliga a Dios a bajar a tí. No puedes subir hacia Él porque la dirección vertical te está radicalmente prohibida. Para San Juan de la Cruz, no hay escala con la cual la inteligencia pueda llegar a alcanzar a Dios. Si miras largo tiempo e intensamente hacia el cielo. Dios bajará y te llevará consigo. Siempre es él quien te busca. La señal de que has empezado a conocer a Dios, no se encuentra en las hermosas ideas que tienes sobre Él y mucho menos en el gozo que te procura la oración, sino en el ardiente deseo de querer conocerle más. El deseo de amar a Dios, es lo más profundo que un hombre puede llevar en su corazón, y es siempre un pálido reflejo del amor infinito que Dios tiene al hombre.

Continuando con Jean Lafrance, este nos dice que: La aspiración del corazón hacia Dios es necesaria para acoger los dones del Espíritu Santo: cuanto más profundiza en el deseo de amar en el corazón, más apto es este, para recibir el Espíritu". El deseo ensancha la capacidad de Dios, como muy bien dice San Gregorio de Nisa: Porque la visión de Dios no es otra cosa sino el deseo incesante de Dios. El deseo es como un gas en expansión que ahonda y nos atrae el poder del Espíritu: Abre ampliamente tu boca y la llenaré, podemos leer en el Salmo (Sal 81,10). Según San Gregorio Nacianceno, la visión de Dios no es otra cosa que el deseo incesante de Dios, que un alma tiene.

Santo Tomás Moro, escribía desde la Torre de Londres, donde fue decapitado por amor al Señor: Dame, Señor mío, un anhelo de estar contigo, no para evitar calamidades de este pobre mundo, y ni siquiera para evitar las penas del purgatorio, ni las del infierno tampoco, ni para alcanzar las alegrías del Cielo, ni por consideración de mi propio provecho, sino sencillamente por autentico amor a Ti”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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