lunes, 31 de octubre de 2011

LIMPIOS DE APEGOS



Limpios de apegos y de reatos de culpa, es de la única forma, en que podremos entrar en el cielo. Es decir plenamente purificados.

Desde luego que son pocos, los que en esta vida se encuentran en esta situación y no pasan por el Purgatorio, para purificarse debidamente. Más de una vez, hemos aludido a las tres clásicas fases, del desarrollo de la vida espiritual. La primera fase es la llamada vía purgativa, en la que la persona atiende la llamada de su Creador y busca al Señor. En la segunda llamada vía iluminativa”, avanza la persona en el conocimiento de Dios y no puede por menos, que empezar a amarle y continuar en el desarrollo de ese amor, hasta amarle con todo la fuerza de su ser. Y este amor cuando alcanza su madurez espiritual, le lleva a la persona a entrar en la tercera fase, que es la vía unitiva, pues el alma tiende a unirse al Señor, entregándose apasionadamente a Él.

La vía de entrega o unitiva”, es larga de recorrer y no es fácil alcanzarla, hace falta mucha perseverancia. A su vez, esta vía unitiva, tiene también una serie de fases, que al tiempo que estas son recorridas, ellas nos van uniendo cada vez más a la voluntad del Señor. Al final de esta fase, son pocos los que en esta vida llegan. Uno de ellos San Pablo, nos dejó escrito: Vivo yo, más no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mi. (Gal 2,20). Es el final del proceso, el alcanzar una perfecta unión con el Señor. Y para ello, son muchas las dificultades que un alma encuentra. Una de ellas, es el encontrarse limpio de cualquier apego terrenal.

Son muchas las clases de apegos que nos atan: apego a la propia vida, apego a los bienes materiales, apego a las personas. Estos apegos son de carácter material, pero también nos apegamos espiritualmente a lo invisible, aquello que hemos creado en nuestras mentes, como puede ser por ejemplo el apegarnos a nuestros proyectos de vida, lo cual determina que no hemos sido capaces todavía, de entregarnos de verdad a la voluntad del Señor y no le hemos dado el timón de nuestra vida, por lo que aún no hemos sido capaces de iniciarnos en la tercera fase, la de entregarnos sin reserva alguna a la divina voluntad.

El desapego, despojamiento o kénosis, tal como queramos llamarlo, es algo muy duro de realizar, y no va a ser el mundo en que vivimos, las personas que nos rodean, ni mucho menos el demonio, el que nos eche una mano para dar el paso. El dominico Bonaventure Perquín, escribe diciendo: Las cosas de este mundo pueden ser ciertamente muy bellas, satisfacer plenamente, mostrarse muy atractivas; por esta razón pueden llegar a ocultar a su Creador, haciendo que nos olvidemos de nuestro Padre, pues se apoderan de nuestro corazón y nos atan a ellas. En el Libro de la Sabiduría, se puede leer: Sí, vanos por naturaleza son todos los hombres en quienes había ignorancia de Dios y no fueron capaces de conocer por las cosas buenas que se ven a Aquél que es, ni, atendiendo a las obras, reconocieron al Artífice; sino que al fuego, al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a las lumbreras del cielo los consideraron como dioses, señores del mundo. Que sí, cautivados por su belleza, los tomaron por dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de éstos, pues fue el Autor mismo de la belleza quien los creó. Y si fue su poder y eficiencia lo que les dejó sobrecogidos, deduzcan de ahí cuánto más poderoso es Aquel que los hizo. (Sb 13,1-4).

El problema del hombre, es que el Creador de toda la belleza que contempla, de todo lo que le rodea, sean las demás criaturas, sean los bienes materiales que desea; todo absolutamente todo, directa o indirectamente, empleando al hombre o sin emplearlo, ha sido creado por el Señor. San Pablo nos advierte diciendo “…, los que usan de este mundo no se detengan en eso, porque los atractivos de este mundo pasan. (1Cor. 7,31). Pero resulta que la naturaleza de Dios tal como San Juan nos dice. Es… amor y nada más que amor”. (1Jn 4,16-21). Y ello determina, que el amor siempre genera celos y Dios es un Ser celoso. "… porque Yahvéh tu Dios es un fuego devorador, un Dios celoso. (Dt 4, 24).

Dios nos ama tremendamente, que se puede pensar que busca desesperadamente nuestro amor, y ese gran amor que nos tiene genera también unos tremendos celos, que nacen cuando Él se siente traicionado en su amor a nosotros. Cualquier cosa que coloquemos por delante de nuestro amor al Señor, sea nuestro propio ego, los afectos humanos, las riquezas, los negocios, el éxito social, el placer mundano o el bienestar físico, se convierte para nosotros en un dios si los colocamos delante de nuestros deberes para con Dios. Estamos así frente a un pecado de idolatría.

El Señor nos dejó dicho: Nadie puede servir a dos señores, pues o bien, aborreciendo al uno, amará al otro, o bien, adhiriéndose al uno, menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. (Mt 6,24). La mano del hombre solo puede coger una cosa, si quiere coger otra ha de soltar la que escogió primeramente, así San Agustín decía que el amor del hombre es como la mano del alma, mientras tengas agarrado un objeto, no puedes agarrar otro. Para poder tener el segundo, tienes que soltar el primero. Así también, el que ama el mundo no puede amar a Dios, pues tiene su mano ocupada.

Pero nuestra estupidez, menospreciando lo que el Señor nos ofrece, me recuerda uno de los métodos que hay en África para cazar monos vivos: En un tronco de un árbol se hace un boquete por un lado y se deposita dentro de él, un fruto apetitoso para el mono, se cierra el boquete y por el lado contrario se abre un pequeño orificio por el que solo cabe la mano del mono cuando esta está vacía. El mono huele el fruto y mete la mano sin dificultad para cogerlo, pero cuando quiere sacarlo no puede porque tiene el puño cerrado con el fruto dentro. Conclusión, el mono se deja coger antes que tener que soltar el fruto. No nos damos cuenta, pero somos tan estúpidos como el mono, preferimos condenarnos antes que soltar nuestro apegos y sobre todo si se trata del apego al dinero.

¿Y porque ese amor al dios dinero? Es fácil de comprender, somos unas criaturas hechas para gozar de una felicidad que desconocemos pero anhelamos, aunque nadie en este mundo ha tenido una experiencia de ella, y como no tenemos otra cosa, buscamos en este mundo una caricatura de esa eterna felicidad que nos espera, en una falsa felicidad que es la que podemos encontrar aquí abajo, y digo falsa felicidad, porque la felicidad para ser verdadera ha de ser eterna, y si no; ¡a ver!, que alguien me diga de una persona, que nunca ha tenido un problema en este mundo y siempre ha estado nadando en felicidad terrena. El dinero, es el medio a través del cual nos creemos que podemos alcanzar algo de felicidad en esta vida terrenal.

Por ello, quizás sea el dinero, el más peligroso de los apegos y al que el Señor hace referencia cuando nos dice: No podéis servir a Dios y a las riquezas. (Mt 6,24).

Ya sé que algún lector me va a replicar diciendo: Pero para vivir se necesita dinero. No seré yo el que lo niegue, pero hay que distinguir entre el apego y el desapego. Desde luego que yo tengo apego al chocolate, me gusta y me produce adicción y apego, pero también tomo medicinas que me saben amargas y no me gustan y sin embargo tengo necesidad de tomarlas y puedo asegurar que no he conocido a nadie que tuviese apego al aceite ricino y al aceite de hígado de bacalao.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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