martes, 29 de noviembre de 2011

GUÍA PARA MOSTRAR LA UNCIÓN DE DIOS



Llevo dos fines de semana seguidos dedicados al día del Espíritu Santo de Alpha en diferentes parroquias, sin encontrar apenas un momento para actualizar el blog.

Ciertamente es una gozada poder trabajar para Dios con gente que lo está buscando y se pone a tiro de lo que Él quiera manifestar en sus vidas; en estos días se edifica la fe de todos los que trabajamos en el curso, pues es el momento en el que al Espíritu Santo le toca hacer su labor, que no es otra que la de dar testimonio de Jesucristo en los corazones de las personas….y lo mejor es que funciona.

Sorprendentemente Dios habla de muchas maneras - tantas como personas - y lo más importante: Dios pasa por las vidas de la gente tocándolas y bendiciéndolas. A nosotros sólo nos toca poner los medios, enseñar, pedir apertura, y el resto lo pone Él.

Estando metido en estas lides, reflexionaba ayer sobre lo desconcertante que a veces resulta la unción de Dios, pues es algo que no podemos atrapar y que Él distribuye como quiere.

La unción debiera ser un ingrediente indispensable en todo lo que hacemos como cristianos, pues se trata de esa visitación de Dios que llena de color y vida lo que de otra manera sería letra muerta, haciendo actual y presente Su presencia y Su acción en un momento concreto.

Aunque esto suene a la definición de sacramento, para algunos en la Iglesia es algo diferente (v.gr. los carismáticos). La unción es un término muy familiar y distinto del sacramental porque se refiere a ese toque de Dios que infunde vida a palabras, personas, acciones y momentos; así hablan de predicaciones ungidas, música ungida, comunidades ungidas, calificando de buena o mala una velada de oración según se haya hecho presente la unción de Dios.

Aunque suene un poco etéreo, y aunque a más de uno le resulte un término absolutamente extraño, lo cierto es que todos aspiramos a que Dios sea el motor y la inspiración de nuestro actuar cristiano, y eso es lo que viene a ser la unción del Espíritu Santo, la cual está por encima de aferrarse a un momento de subidón espiritual y debiera ser lo más normal y cotidiano de nuestras vidas cristianas.

El caso es que en estos dos fines de semana he experimentado la paradoja de hacer prácticamente lo mismo y encontrar la unción de Dios en diferentes cosas.

Si en uno fue lo bien que salió la charla, en otro fue lo especial que resultó orar por las personas. En ambos casos hice lo mismo y dije lo mismo. Pero Dios se dejó notar de forma distinta, y dio su unción como quiso.

Para mí esto es un recordatorio de que no somos dueños de lo que predicamos, ni del efecto que tiene en las personas, ni de cómo Dios lo va a usar, y eso quita mucha presión sobre lo que hacemos y nos recuerda algo de un valor inestimable para todo ministerio: que nuestra labor es dejar que Dios haga estando atentos a por dónde sopla su unción para subirnos a esa ola que Él inspira.

Ahora bien, el problema de la unción es que nos la podemos cargarcuando no dejamos hacer a Dios, ya sea porque insistimos en hacer las cosas a nuestra manera sin ceder el control o porque simplemente nos atrancamos en lo que Dios hizo de una manera antaño y esperamos que siempre hable así en lo sucesivo.

Cerrazón, exceso de control, sordera, anquilosamiento… ¿les suena? A mí me da la sensación de que es el pan nuestro de cada día que nos encontramos en una iglesia donde se echa de menos un poquito más de chispa y unción del Espíritu Santo.

A mí personalmente esto me da mucho respeto, y como no me considero exento de ello, no paro de pedirle a Dios que me libre de caer en la letra muerta que supone encasillar a Dios entre cuatro notas, cuatro paredes o cuatro maneras de hacer oración.

Como todo hijo de vecino espero encontrar a Dios en lo que hago, y que Dios se manifieste en las vidas de las personas que trato; a veces fracaso en el intento de dejarme hacer y lo estropeo todo entrando como un elefante en una cacharrería, y otras veces tengo la gracia de no estorbar maravillándome de las cosas que veo hacer a Dios.

¿Dónde está el límite entre la unción y la cerrazón? ¿Qué distingue la santidad del propio afán? ¿Quién nos garantiza que es Dios quien nos lleva y no nuestras pasiones, gustos o misticismos?

Desde luego es un tema nada fácil
La teoría la sabemos: mucha oración, humildad, y una comunidad que manifieste el misterio de la Iglesia de una manera concreta y encarnada. Ah, y por supuesto, integrar el pecado en la historia de la salvación, no vayamos a creernos ángeles, pues Dios actúa mediante vasijas de barro.

Pero la práctica es que no es tan fácil dejarse llevar por Dios todos los días y curiosamente la gente que más trabaja para Dios es la que más peligro tiene de apoltronarse, acomodarse y repetirse, a fuerza de ser profesionales de lo divino.

Por eso hay que volver a los Hechos de los Apóstoles y redescubrir un modelo de iglesia que se dejaba llevar por el Espíritu Santo:
Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo(Hch. 4,8)
Acabada su oración, retembló el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra de Dios con valentía(Hch. 4,31)
pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba(Hch. 6,10)
Las Iglesias por entonces gozaban de paz en toda Judea, Galilea y Samaria; se edificaban y progresaban en el temor del Señor y estaban llenas de la consolación del Espíritu Santo (Hch. 9,31)
Mientras estaban celebrando el culto del Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: «Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado»” (Hch. 13,2)
Los discípulos quedaron llenos de gozo y del Espíritu Santo(Hch. 13,52)
Atravesaron Frigia y la región de Galacia, pues el Espíritu Santo les había impedido predicar la Palabra en Asia. Estando ya cerca de Misia, intentaron dirigirse a Bitinia, pero no se lo consintió el Espíritu de Jesús
(Hch. 16,6-7)

Curiosamente, como se ve, el Espíritu Santo a veces no sólo inspira a hacer, decir o predicar: también inspira a callarse, a no ir a determinados lugares… en definitiva si se le escucha a lo mejor a veces nos dirá que cambiemos el chip, que dejemos de hacer lo que hacemos como lo hacemos y simplemente escuchemos.

Tengo una amiga que dejó su trabajo para ponerse a la escucha de Dios, y lo dejó cuando todo le iba de maravilla profesionalmente. Durante más de seis meses estuvo en el paro, a la espera, y a su tiempo apareció en su vida un nuevo trabajo con una vocación social que no tenía su trabajo anterior, un novio con quien acabó casándose y formando una familia, y la bendición de saber que había atendido la voz de Dios en su vida.

Mi pregunta es: ¿cuántas de nuestras comunidades están dispuestas a bajarse del carro y ponerse a la escucha, no vaya a ser que se hayan apartado de la unción de Dios por más que lo que hagan sea bueno y hasta santo?

¿Dónde encontraremos cristianos con la humildad y la creatividad suficiente como para dejar que Dios reinvente sus vidas?

¿Se puede sobrevivir a la tremenda crisis de fe que nos azota aferrados a seguridades y modos de hacer?

La respuesta, como no, es que todo se puede con la unción del Espíritu Santo, y más nos vale pedirla e implorarla todos los días, porque sabemos que Él no nos defraudará y siempre nos llevará a buen puerto…si le dejamos hacer.

José Alberto Barrera

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