miércoles, 16 de noviembre de 2011

LUZ EN EL CORAZÓN



Es esta, una de esas historias que cuando me llegan y las leo me sirven de fuente de meditación.

Realmente todo lo que diariamente nos sucede, es fuente de meditación pues en todo ello está la mano de Dios aunque no la veamos con los ojos de nuestra cara, pero si tenemos bien abiertos los ojos de nuestra alma, es muy fácil verlo todo. Todo lo que Dios directamente hace, o aquello otro, que permite al maligno que lo ejecute, es para nuestro bien, aunque así no lo comprendamos. Pero Él, en su absoluta omnisciencia, sabe siempre obtener bien del mal, que el demonio realiza. Estamos aquí para superar una prueba de amor, y si no tuviésemos a nuestro lado al demonio tentándonos, ya que él es el odio personificado y por ello la antítesis del amor, difícilmente podríamos superar la prueba, por falta de un necesario elemento de contraste, que en este caso se llama satanás.

Pero vamos a entrar en la historia que sirve de base a esta glosa.
Había una vez, hace cientos de años, en una ciudad de Oriente, un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida. En un determinado momento, se encuentra con un amigo. El amigo lo mira y de pronto lo reconoce. Se da cuenta de que es el ciego del pueblo.

Entonces, le dice: ¿Pero qué haces, tú ciego, con una lámpara en la mano? Pero si tú no ves.
El ciego le responde: Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí...

No solo es importante la luz que me sirve a mí, sino también la que yo uso para que otros puedan también servirse de ella. Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para uno y para que sea visto por otros, aunque uno aparentemente no lo necesite. Alumbrar el camino de los otros no es tarea fácil…

Muchas veces en vez de alumbrar oscurecemos mucho más el camino de los demás… A través del desaliento, la crítica, el egoísmo, el desamor, el odio, el resentimiento...

¡Qué hermoso sería sí todos ilumináramos los caminos de los demás! Sin fijarnos si lo necesitan o no... Llevar luz y no la oscuridad...

Si toda la gente encendiera una luz, el mundo entero estaría iluminado y brillaría día a día con mayor intensidad... Todos pasamos por situaciones difíciles a veces... todos sentimos el peso del dolor en determinados momentos de nuestras vidas... todos sufrimos en algunos momentos... lloramos en otros...

El caso es que si, luces en el mundo las hay y se encienden. No hay nada más que ver esas maravillosas fotografías sacadas desde el espacio, en las que aparece la bola del mundo la mitad iluminada por la luz del astro sol y la otra mitad, llena de manchas y puntos luminosos, frutos de la luz artificial creada por el hombre.

Pero no es esta la luz que necesitamos para que el mundo marche armoniosamente, sino la luz thabórica, Esa luz que contemplaron los tres apóstoles en la cumbre del monte Thabor, cuando el Señor se transfiguró ante ellos, esa luz divina de la que emana amor… Esa luz que el primer hombre que la vio fue Moisés, en el Sinaí… Esa luz cuya intensidad y fuerza era tal, que Moisés tenía que echarse un velo en la cara para nos deslumbrar a los israelitas, cuando salía de hablar con el Señor en la tienda de los encuentros… Esa luz que muchas personas que han tenido experiencias NDE, solamente la han vislumbrado y han tratado de describirla, con el término indescriptible, diciéndonos que es una luz que es deslumbrante pero no deslumbra, que es blanca o quizás grisácea, pero no es ni blanca ni grisácea. Pero lo que resulta más sorprendente, es la afirmación de que es una luz, de la que emana amor y un bienestar del que nadie quiere apartarse.

Esta luz es la que le falta al mundo es la luz que ilumina y alimenta nuestras almas y que solo puede captarse con los ojos de nuestra alma y solo por aquellos que se hayan ocupado de desarrollar la vida espiritual de sus almas. De la otra luz, de la luz material, sea la natural que nos proporciona el Señor por medio del astro sol, o sea de la otra luz, que es la que al final le pagamos a los árabes, comprando petróleo a precio de oro. Es la luz que pueden captar los ojos de nuestra cara y que a todos nos aterroriza, el quedarnos sin ella y que sean sustituidas con la oscuridad de unas tinieblas durante nuestra vida en este mundo.

Mil veces es más preferible quedarse ciego en los ojos de la cara, durante los años del paso por esta vida, que quedarse ciegos eternamente de la luz de amor del Señor. Y para no quedarnos eternamente ciegos de la luz de amor o luz thabórica, es necesario que empecemos a ocuparnos de abrir los ojos de nuestra alma, que nos ocupemos de difundir por el mundo esa luz tan maravillosa, que emana del amor de Dios y que Él nos la está continuamente ofreciendo gratuitamente y no a precio de oro. Pero nosotros vamos a lo nuestro, sin darnos cuenta de que lo de los demás, también es lo nuestro.

Tenemos en el alma el motor que enciende cualquier lámpara, la energía que permite iluminar en vez de oscurecer... Es la luz que potencialmente recibimos en el bautismo, pero que hay que desarrollarla, pero nosotros nos preocupamos mucho de cuidar el cuerpo; hacer deporte; regímenes de adelgazamiento, cuando no son necesarios, pero si es necesario vamos contra nuestra constitución genética, para tener un cuerpo más esbelto; ante cualquier dolencia enseguida acudimos al médico; gastamos tiempo y dinero en innecesarias operaciones estéticas. Pero del alma ¿Cuánto nos ocupamos? Debemos ser luz del mundo, y somos tinieblas. No desarrollamos las potenciales posibilidades que tenemos de iluminar a los demás al paso que nos iluminamos a nosotros mismos.

Está en nosotros ser luz que ilumine, aunque seamos ciegos y no permitir que los demás vivan en las tinieblas. El amor a los demás es un mandato divino de categoría superior: Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, así que también amaos mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos a otros. (Jn 13,34-35). Conviene recordar que el amor fraterno, carece de límites; sus límites están en lo que a nosotros mismos no seamos capaces de amarnos y todos nos amamos a nosotros mismos ilimitadamente.

También es muy necesario tener siempre presente las palabras del Señor: "Habéis oído que fue dicho: Amaras a tu prójimo y aborrecerás a tus enemigos. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, que hace salir el sol sobre malos y buenos y llueve sobre justos e injustos. Pues si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen eso también los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿que hacéis de más? ¿No hacen eso también los gentiles? Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial”. (Mt 5,43-47).

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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