jueves, 5 de enero de 2012

DE LOS ANGELES EN LOS ESCRITOS DE SAN PABLO


Probablemente
el primer estudio sobre los ángeles en el seno del cristianismo lo aborde San Pablo, cuyos escritos, a expensas
de lo que nuevas investigaciones puedan llegar a determinar, pasan por ser los
primeros del cristianismo, anteriores incluso a los de los primeros
evangelistas.

De hecho, ya en
la primera carta que escribe, la que dirige a los tesalonicenses, que puede
considerarse cronológicamente hablando como el primero de los textos canónicos,
realiza esta mención que se puede considerar como la más antigua mención
estrictamente cristiana a los ángeles:
“El mismo Señor
bajará del cielo con clamor, en voz de arcángel y trompeta de Dios, y los que
murieron en Cristo resucitarán en primer lugar” (1Te. 3, 16)

Los grandes
tratados angélicos de Pablo son
sin embargo otros dos: la Primera a los
Corintios y la Carta a los
Hebreos. Existen menciones al tema también en las cartas que dirige a
los Romanos, la Segunda a los corintios, la de los Gálatas, la de los Colosenses, la Segunda a los tesalonicenses y una de las que dirige a Timoteo, lo que da para todo un
tratado.

Para San Pablo, que el demonio es un ángel
está fuera de toda duda:
“Y nada tiene
de extraño: que el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz” (2Co. 11, 14)
Pablo reconoce
al menos, dos tipos de ángeles, príncipes y potestades:
“Porque en él
reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente, y vosotros alcanzáis la
plenitud en él, que es la cabeza de todo principado y de toda potestad” (Col. 2, 9-15; similar en Ro, 8,
38-39).
Aunque habla
también de unos terceros, los querubines:
“Encima del
arca, los querubines de la gloria que cubrían con su sombra el propiciatorio” (Hb. 9, 5)
Entra también
en la vieja cuestión de su número:
“Vosotros, en
cambio, os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, la Jerusalén
celestial, y a miriadas de ángeles, reunión solemne” (Hb. 12, 22)
Y están más
cerca de lo que acostumbramos a creer:
“No olvidéis la
hospitalidad; gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles” (Hb. 13, 2).
Pero si algo
debió de preocupar a Pablo en lo
relativo a los ángeles, fue el culto desmesurado que se produjo en algunas de
las primeras iglesias, por lo menos en la de Colosas al sudoeste de Asia Menor:
“Que nadie os
arrebate el premio por ruines prácticas y el culto de los ángeles, obsesionado
por lo que vio, vanamente hinchado por su mente carnal” (Col. 2, 18)
Y también en la
de Galacia:
“Pero aun
cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto
del que os hemos anunciado, ¡sea maldito!” (Gal. 1, 8)

La cuestión no
es baladí, y Pablo dedica toda
buena parte de su literatura a establecer el rango de los ángeles. Primero
respecto de Jesucristo, cosa que
hace en la Carta a los Hebreos.
Tras manifestar una duda inicial:
“En efecto, ¿a
qué ángel dijo alguna vez: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy; y
también: Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo? Y nuevamente al
introducir a su Primogénito en el mundo dice: Y adórenle todos los ángeles de
Dios. Y de los ángeles dice: Hace de los vientos sus ángeles, y de las llamas
de fuego sus ministros. Pero del Hijo: Tu trono, ¡oh Dios!, por los siglos de
los siglos; y: El cetro de tu realeza, cetro de equidad. Amaste la justicia y
aborreciste la iniquidad; por eso te ungió, ¡oh Dios!, tu Dios con óleo de
alegría entre tus compañeros. Y también: Tú al comienzo, ¡oh Señor!, pusiste
los cimientos de la tierra, y obra de tu mano son los cielos. Ellos perecerán,
mas tú permaneces; todos como un vestido envejecerán; como un manto los
enrollarás, como un vestido, y serán cambiados. Pero tú eres el mismo y tus
años no tendrán fin. Y ¿a qué ángel dijo alguna vez: Siéntate a mi diestra,
hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies? ¿Es que no son todos
ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la
salvación?” (Hb. 1, 5-14)

Dentro del
mismo tema del rango de los ángeles, toca también Pablo su relación con los hombres, lo que hace por lo menos en dos
ocasiones. Bastante claro aparece en la aseveración que realiza a los
corintios:
“¿No sabéis que
hemos de juzgar a los ángeles? Y ¡cómo no las cosas de esta vida!” (1Co. 6, 3)
Más aún en la
que realiza a los hebreos:
¿Es que no son
todos ellos [los ángeles] espíritus servidores con la misión de asistir a los que
han de heredar la salvación [los hombres]?” (Hb. 1, 14)

Luis Antequera

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