martes, 17 de enero de 2012

UN ROEDOR EN EL CORO


Que un piano suene mal, puede deberse a dos razones: al piano mismo o al pianista. Al piano mismo, tal vez por que no es de buena calidad o por qué no ha recibido el mantenimiento debido, con el consiguiente deterioro de su mecanismo y su gradual desafinación. Al pianista, si no está debidamente facultado para la correpetición o el concierto.
En un coro el piano generalmente cumple la función de correpetición, es decir y como la palabra misma lo dice, repite la línea melódica de cada cuerda (soprano, tenor, mezzo y bajo) acompañando a las voces en cada obra donde este escrita la parte para piano. Pero en fin la historia que voy a contarles no tiene que ver con ninguna de las razones anteriormente mencionadas, fue simplemente la desafortunada aparición de un inesperado visitante.
En efecto, una mañana en la que nos disponíamos a ensayar el piano dejó de emitir algunas notas, causando cierta confusión en el grupo. No era un error de nuestro pianista ni un fallo
propiamente del piano, pero lo cierto es que nos tomó mucho tiempo determinar su causa.

El piano que teníamos en nuestra sala de ensayo era un piano vertical Zeitter & Winkelmann. Como sabemos el piano es considerado un instrumento de percusión en cuanto que sus cuerdas son percutidas por un mecanismo de martillos que se accionan mediante la digitación de las teclas. Por tanto, cualquier objeto extraño podría impedir el correcto funcionamiento de su sistema.

Finalmente disidimos investigar. Levantamos la tapa superior y comprobamos con estupor que el interior de nuestro piano se había convertido en un cementerio de desechos de comida. Lo que no llegábamos a entender, cómo es que eso pudo ocurrir sin que nadie de nosotros se percatara
de ello. La cercanía a la cocina nos dio la clarinada de alerta e inspiró nuestras primeras sospechas. Además cada mañana hallábamos más restos de alimentos. No podía ser otra cosa que un roedor que había hecho de nuestro piano, su casa o en todo caso su despensa de alimentos.

Caza al roedor, fue la inusitada consigna que lanzamos, una vez descubierto el intruso. El dilema era saber cuando el invasor estaría en su “casa”. No tuvimos que esperara mucho para que el desdichado animalito delatara su presencia. El desalojo fue inmediato y determinó la pena capital del bicho. Y bueno, lo demás es historia. El piano recuperó su sonido original. La cuerda de varones recuperó el oído después del ensordecedor grito que lanzaron las sopranos al ver huir al invasor. Y claro está no pudimos deshacernos por un buen tiempo, de la manía de mirar con el rabillo del ojo, cualquier posible actividad rastrera, mientras entonábamos lo mejor de nuestro
repertorio.

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