viernes, 30 de marzo de 2012

CONTEMPLACIÓN Y ENTREGA


Alcanzar la contemplación aquí abajo…, es la suma aspiración del alma que busca una gran glorificación en el cielo. El Señor nos dejó dicho: “¡Que angosta es la puerta, y que estrecha
la senda que conduce a la vida, y que pocos son los que atinan con ella!”. (Mt 7,14). Pues bien, si para salvarse hay que pasar por una estrecha puerta y seguir un difícil camino. Alcanzar la contemplación es aún más difícil, es como si quisiéramos salvarnos con nota por lo que, la puerta de acceso a la contemplación es aún mas estrecha y el camino mas duro. Tenemos facilidad de
rezar un Padrenuestro, pues raro será el creyente que no se lo sepa de memoria, aunque desgraciadamente haya más de uno que ya no se acuerde porque lo aprendió de niño y ahora su memoria no le responde. Pero un simple Padrenuestro, puede rezarse de varias formas. La más extendida es rezarlo maquinalmente y quizás pensando en otro tema al tiempo que lo rezamos, pero un poco más difícil es rezar el Padrenuestro poniendo atención en lo que decimos y más difícil aún, es rezar un Padrenuestro poniendo nuestro corazón y nuestra mente en cada una de
las palabras que decimos, saboreando lo que le decimos al Señor. En definitiva, todo depende del grado de amor y entrega que se le tenga al Señor.

Pues bien, la Contemplación es aún mucho más difícil de alcanzar, que rezar un Padrenuestro, aunque este rezo se haga con suma perfección, porque rezar un perfecto Padrenuestro, es siempre un fruto total de nuestra voluntad, pero contemplar no es solo un fruto de nuestra voluntad sino también un regalo divino. La Contemplación, más que un rezo, es un estado al que se llega por medio de varias circunstancias y en especial por la llamada oración contemplativa. Pero lo más fundamental, es que consideremos y nunca olvidemos, que la Contemplación es un don divino, un regalo que el Señor otorga según su beneplácito, a quien,
como y cuando le parece conveniente. Nosotros solo podemos aspirar a conseguir la Contemplación, pero el adquirirla no depende de nosotros. Podemos rezar vocalmente, meditar, practicar la llamada oración contemplativa y a través de esta oración y de la oración, la práctica de los sacramentos y una profunda vida interior, quizás podamos recibir el don del Señor, pero nunca nosotros podemos crearlo, por mucho tiempo que estemos ante el sagrario y no dejemos por nun instante de apartar la vista de Él. Claro que si nos atenemos al refrán: el que la sigue y la persigue la consigue. Y es indudable que el Señor está ansioso de obtener nuestro amor y ve un alma dispuesta perseverantemente a entregarse a Él por amor, Él siempre corresponde a esa entrega por amor.

Antes decíamos que la Contemplación más que una forma de rezar es un cierto estado
que alcanza el alma. Pero no creamos, que esta es un estado continuo y que el que llega a alcanzar la contemplación, siempre que quiere se pone en éxtasis y levita. Nada más apartado de la realidad. La Contemplación, inicialmente comienza con pequeños espacios de tiempo en lo que el alma se encuentra muda, y embelesada contemplando la belleza de su amado. Santa Teresa amaba al Señor, lo tenía siempre presente en su mente, pero no contemplaba cuando trabajaba en la cocina entre los pucheros. A la Contemplación le pasa, lo que le ocurre a los
tenores con el do de pecho, que no pueden mantenerlo indefinidamente. La contemplación repito, no depende de nosotros sino del Señor. En el orden humano lo más parecido que podemos encontrar a la Contemplación, es la escena de dos novios, mirándose embelesadamente a los ojos, con las manos cogidas y sin articular palabra alguna. En otras palabras: Pelando la pava solo con la mirada.

Para San Juan de la Cruz, la Contemplación es: “Sumergirse en la mayor profundidad de si mismo y ahí encontrarse con Dios. El alma en contemplación es, para el santo Doctor, como el pez inmerso en las aguas del espíritu, dejándose envolver por las tinieblas para penetrar en el abismo de la fe. Se trata de reducir al silencio al hombre sensorial y racional para que pueda realmente vivenciar la fe en Dios presente, de modo que el supremo acto de fe, de esperanza y de amor se confundiría con el supremo acto de contemplación” ¡Eh aquí! para San Juan de la cruz, algo muy importante en el camino de tratar de alcanzar del Señor, el don de la Contemplación: Reducir al silencio al hombre sensorial y racional para que pueda realmente vivenciar la fe en Dios presente. No es cosa fácil reducir al silencio nuestra mente charlatana y dejar al Señor
hablar. Algunos pueden llegar a creer que estando durante bastante tiempo en presencia del Santísimo, mirando fijamente el Sagrario, porque detrás de las puertas de este está el copón y dentro de él esta el Señor con toda su humanidad y toda su divinidad y hablando mentalmente al Señor, bien de sus problemas o bien alabándolo, ya estamos contemplando. Pues no, aunque todo lo anterior sea un plausible ejercicio de amor a Dios, pero todo lo dicho solo es fruto de
nuestra voluntad. Contemplar es mucho más, tal como explica San Juan de la Cruz, es necesario: Vivenciar la fe en Dios presente, lo que podríamos interpretar como haber buscado ya y haber
encontrado a Dios en nuestro interior. A la mayoría de las almas les pasa lo que le pasaba a San Agustín, cuando exclamó: “Tarde te hallé, estabas dentro de mí y yo de te buscaba fuera”.
Todavía no han encontrado a Dios en su interior, en lo más profundo de su ser, don el Señor habita, si es que se vive en estado de gracia.

La Contemplación es un ensanchamiento de nuestra fe, en su tamaño y en su fortaleza. Un ensanchamiento de esa fe que con más o menos fortaleza todo creyente lleva dentro de sí y si la va cultivando, ella va siempre creciendo y ensanchándose. La Contemplación, es un amor sobrenatural que Dios dona, en virtud del cual se adquiere, según Thomas Merton: “Un conocimiento de Dios sencillo y oscuro, infundido por Él en lo más elevado del alma, de modo que le proporciona un contacto directo y experimental con Él”.

Santa Teresa de Jesús escribía que: “Todos podríamos llegar a beber el agua viva de la contemplación si nos dispusiéramos como Dios quiere”. Y, ¿Qué he de hacer yo para merecer del Señor este regalo? Pues amén de una vida pendiente siempre del amor al Señor, un paso
fundamental que hay que dar es el Entregarse al Señor, abandonarse en Él, lo cual no es una cosa sencilla, pues el primer paso para caminar en esa dirección es desapegarse absolutamente de todo lo que nos ata a este mundo. El desapego es siempre muy difícil, y no es cuestión de media hora, un alma para entregarse de verdad al Señor, con carácter absoluto, necesita años. No por
tomar hábito, se puede asegurar que un alma está ya despegada de todo. El desapego es una labor lenta. Dios es totalmente absorbente y lo pide todo, pide un total vaciamiento nuestro, para poder Él ocupar ese vacío que hemos sido capaces de crear. No podemos reservarnos nada, no ya materialmente sino mentalmente, nada absolutamente, ni siquiera ese rinconcito tan querido, que toda alma tiene, donde se refugia, para maquinar sus planes, guardar sus anhelos y sueños.
Él lo quiere todo, porque te va a dar mucho más de ese todo que te pide, si es que quieres caminar por este camino.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que buen artículo y que dicha debe ser llegar a contar con el don de la Contemplación. Saludos.