martes, 20 de marzo de 2012

NUESTRA CONCIENCIA


Todos hemos sido creados por el Señor, cuya naturaleza es el amor. Y creados por razón de su amor, creados para amar y ser amados. Es esta la razón fundamental por la que todos necesitamos amar y ser amados y cuando no amamos a Dios y a los demás como criaturas de Dios, la necesidad de amar, nos lleva a la disparatada incoherencia de amarnos a nosotros mismos. Es por ello que a todos el Señor nos ofrece la posibilidad de amarle a Él, que está ansioso de que le amemos. Y si no escogemos el camino de amarle a Él, la única alternativa que tenemos es la de amarnos a nosotros Nmismos. Por ello el Señor nos dejó dicha una frase que a primera vista no parece tener sentido: “El que quiera venir en pos de mi, niéguese a si mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mi, la hallara”. (Mt 16,24-25). Dicho en otras palabras: El que me ame me seguirá y aceptando su cruz, y entonces ya no podrá amarse a si mismo. Este es el único camino que existe para salvarse, pues cualquier otro camino que el mundo ofrezca, conducirá a la condenación eterna.

En una vieja glosa, recogía yo el pensamiento de San Agustín, diciendo: Que en la tierra existen, y existirán hasta el fin del mundo, dos grandes reinos. La frontera entre ellos no divide a los hombres, ni tampoco a las sociedades, sino que se encuentra en el interior de cada alma humana. Dos amores crean estos dos reinos: el amor propio llevado hasta el desprecio de Dios “Amor sui usque ad contemptum Dei”, y el amor de Dios llevado hasta el desprecio de uno mismo “Amor Dei usque ad contemptum sui”.

¿Pero como sabemos que estamos en el buen camino? El Señor a todos nos ha dotado de
varios elementos, que nos ayudan a caminar hacia Él y uno de ellos es la conciencia. Pero este elemento del orden del espíritu, como en general siempre ocurre con las cosas de nuestra alma,
puede embellecerse y degradarse. No existen dos conciencias iguales. La vida interior de un alma perfecciona la conciencia, pero la vida humana basada exclusivamente en el ámbito de lo material, poco a poco degrada la conciencia del hombre. Pongamos un ejemplo de degrada de la conciencia: Una persona trabaja en una oficina, acaba de pedir un aumento de sueldo y se lo han
denegado por razón de la crisis económica, pero el presidente se acaba de comprar el tercer coche deportivo y como es un caprichoso tiene en un cajón de su mesa un montón de plumas estilográficas que no usa y ni siquiera sabe lo que tiene porque no suele abrir el cajón. Al empleado su hijo le ha pedido de regalo de reyes una pluma estilográfica y carece de dinero para el regalo pues le acaban de denegar el aumento de sueldo solicitado. El presidente está en una
reunión y le dice al empleado que vaya a la mesa de su despacho a buscar unos determinados papeles. El empleado, se equivoca de cajón y abre el de las plumas estilográficas, se para y se queda mirándolas, va a coger una pero su conciencia le avisa, entonces duda y se establece un auto dialogo con su conciencia: Necesito la pluma, además no es para mí. No se dará cuenta, es
imposible que controle este montón de plumas. Por otro lado, con el valor de esta pluma no se me paga ni el 1% del dinero que me tenían que haber dado, por todo lo que hago. Termina llevándose la pluma y lo que es peor baja el primer peldaño de una escalera que irá degradando su conciencia, por que dice el refrán que: Quien hace un cesto, hace ciento.

El problema que tienen los cristianos de conciencia laxa, es que creen que los pequeños hurtos, dada el escaso valor monetario de lo hurtado, no son realmente pecados, piensan que quizás a los sumo, puede ser que sean pecadillos veniales sin importancia. ¡Dios mío! Que poco se te conoce Señor. Para Dios lo transcendente es quebrar sus normas, que es el fondo de la cuestión, es la parte espiritual del problema, no la materia ni el valor monetario de esta, tanto se quiebra la voluntad divina por una apropiación indebida de un euro, que por diez millones
de euros. Estamos tan materializados que hasta la voluntad divina queremos escalonarla con valores económicos. Tanto se menosprecia el amor a Dios apropiándose uno de una pequeña suma, como de millones de euros.

Y luego están, las justificaciones que el maligno nos sopla a nuestros oídos para acallar nuestra conciencia. Que si el propietario, no se va a dar cuenta, que no me paga lo que es justo, que más falta me hace a mí que a él, que esto no es algo extraordinario, pues lo hace todo el mundo… etc. ¡Ah! se me olvidaba, y Neso de que: Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón, ¡naranjas de la china! Si esto funcionase, estoy seguro de que terminaríamos catalogando de ladrón a todo hijo de vecino.

La conciencia, como todo elemento del orden espiritual, se perfecciona con una profunda vida interior y todo lo que esta trae consigo en cuanto a gracias sacramentales. Y también se deteriora llegando a un momento en que esta es prácticamente inexistente. Fulton Sheen en uno de sus libros escribe: “Lo peor que hay en el mundo no es el pecado, sino la negación de este que hace la falsa conciencia. Porque tal actitud hace que el perdón sea imposible. El pecado imperdonable es la negación del pecado”…. Una persona puede negar el pecado pero nunca escapa a su efectos”. La negación del pecado por una persona, no le crea a esta la necesidad de arrepentimiento y no olvidemos que sin arrepentimiento nunca se genera la misericordia divina.
Dicho en otras palabras: el que pierde el sentido del pecado, ha comprado ya, todas las papeletas que vende satanás para ingresar en sus dominios.

En el alma que constantemente vive dentro de la gracia del Señor, el Espíritu Santo ilumina la conciencia de esta clase de creyentes y los guía a la Verdad del Señor, infundiendo en estas almas el amor a Dios en sus corazones, razón esta por la que se da una relación muy estrecha entre la amor al Señor y la conciencia moral. Escribe Carlo Caffarra, que: “La conciencia moral, por su misma naturaleza, pertenece a la persona humana como tal, es por consiguiente un elemento de la Alianza del hombre con la Sabiduría creadora. Por tanto, aunque el hombre no esté en comunión con la caridad con Cristo, si posee una conciencia moral, mantiene su capacidad de
concretar la exigencia del valor y de la norma”.

Pero llega un momento en que se pierde el sentido del pecado. Como al principio señalábamos, cuando el hombre se ama a si mismo, pierde el sentido del pecado, porque el amor a si mismo, es la causa profunda de todas nuestras infidelidades al Señor y es culpable también de hacernos creer que no hemos pecado. San Pablo escribía: "Si decimos: No tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos: No hemos pecado, le
hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros”. (1Jn 1,8-10).

No quiero terminar esta glosa, aunque quede un poco larga, sin dejar de recoger un importante y magnífico párrafo de un libro del polaco Slawomir Biela, que escribe: “Deformo cada vez más mi
conciencia, porque cuando actúo mal me convenzo de que no he hecho mal alguno y encuentro cientos de argumentos para justificarme, Con el tiempo la conciencia deformada lava mis suciedades, de manera tan hábil que ya casi ni siquiera se ven. Por eso no percibo la resistencia tan grande que opongo a la gracia. En este proceso que se realiza de forma gradual e imperceptible, construyo el pedestal ficticio de mi propia irreprochabilidad. De este modo comienzo, al final, a creerme de verdad que estoy muy bien y que si todavía me falta algo
para llegar a la perfección, dentro de poco tiempo seguramente lo alcanzaré.

Progresivamente va desapareciendo de mi vida el Padre misericordioso que me ama. ¡Pero que me ama siendo yo pecador! En su lugar aparece en mi mente una imagen falsa de Dios que me sugiere inconscientemente, que me ama por mis méritos y mis esfuerzos. Y así me adentro cada vez más por el camino del hijo mayor hermano del hijo pródigo, camino que cierra la conciencia del hombre a la verdad de la Redención”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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