miércoles, 25 de abril de 2012

¿CÓMO FUE LA VIDA DE LA VIRGEN MARÍA EN ÉFESO? AQUÍ UN ADELANTO DE LAS VISIONES DE LA BEATA EMMERICH



Pre-publicación en el ABC
Extracto del capítulo «La Santísima Virgen en Éfeso» del libro «La vida oculta de la Virgen María» (Voz de Papel).
Por primera vez se publican en español las visiones de la beata Ana Catalina Emmerich. Aunque no son dogma de fe, la Iglesia las considera de enorme valor para acercarse a la figura de la Virgen.
EXTRACTOS DEL CAPÍTULO «LA SANTÍSIMA VIRGEN EN ÉFESO»

María no vivía en Éfeso mismo, sino en una comarca a unas tres horas y media de Éfeso donde ya estaban instaladas algunas de sus íntimas. La morada de María estaba en una montaña que se encuentra a la izquierda según se viene de Jerusalén. [...] Delante de Éfeso hay alamedas con frutas amarillas caídas por el suelo. Un poco al Sur salen sendas estrechas que llevan a un monte de vegetación salvaje, y en lo alto de ese monte hay una llanura ondulada, también con vegetación y de media hora de extensión, en la que se habían instalado los cristianos. Es un paraje muy solitario que tiene muchas colinas fértiles y graciosas, y limpias cuevas de roca entre pequeños llanos arenosos; un paraje salvaje, pero no un desierto, con muchos árboles de sombra ancha, tronco liso y forma de pirámide diseminados por allí. Cuando Juan trajo aquí a la Santísima Virgen ya había mandado construir su casa de antemano y ya vivían en este para- je familias cristianas y algunas santas mujeres; algunas moraban en cuevas de tierra o de roca, que ampliaban para vivir con zarzos ligeros de madera, y otras en frágiles cabañas de lona. Se habían trasladado aquí a causa de una violenta persecución, y como estaban refugiadas en las cuevas y lugares tal como los ofrecía la Naturaleza, sus viviendas eran como de ermitaños y en su mayor parte estaban separadas un cuarto de hora unas de otras. En su conjunto, la colonia parecía una aldea de campesinos diseminada.
UNA COMARCA SOLITARIA

Únicamente era de piedra la casa de María, y detrás de ella hay un trecho corto de camino que sube a la cima rocosa del monte, desde la cual, se ven por encima de las colinas y los árboles Éfeso, el mar y muchas islas. [...] Esta comarca es solitaria y por aquí no viene nadie. Cerca de aquí hay un casti- llo donde vive un rey destronado con el que Juan charlaba a menudo y al que también convirtió; el lugar más tarde llegó a ser obispado. Entre el lugar donde vivía la Santísima Virgen y Éfeso corre un arroyo maravillosamente serpenteante. [...]
La Santísima Virgen vivía allí con una joven, su criada, que recolectaba lo poco que necesitaban para alimentarse. Vivían con total tranquilidad y honda paz. En la casa no había ningún hombre, pero a veces la visitaba algún apóstol o discípulo que iba de viaje.

Con muchísima frecuencia veía yo entrar y salir un hombre al que siempre he tenido por Juan, pero que ni en Jerusalén ni aquí estaba continuamente con ella. Viajaba de vez en cuando y llevaba distinto traje que en época de Jesús, muy largo, con pliegues y de tela fina blanco grisácea. Era muy delgado y ágil, tenía la cara larga, estrecha y fina, y en su cabeza descubierta tenía largos cabellos rubios partidos en raya y detrás de las orejas. Respecto a los demás apóstoles, su tierna apariencia daba una impresión virginal, casi femenina.
ORACIÓN JUNTO A JUAN

En los últimos tiempos de su estancia aquí vi que María se volvía cada vez más serena y recogida, y que ya casi no tomaba alimento. Era como si solo pareciera estar todavía aquí, pero como si ya estuviera en espíritu en el Más Allá. Tenía el carácter de quien está ausente. Las últimas semanas antes de su fin vi que la criada la llevaba por la casa, débil y envejecida.

Una vez vi entrar en la casa a Juan, que también parecía mucho mayor. Estaba delgado y enjuto, y al entrar remangó al cinturón su largo traje blanco con pliegues. Se quitó este cinturón y se puso otro que sacó de debajo de sus ropas y que estaba escrito con letras. Se puso la estola y una especie de manípulo en el brazo.
La Santísima Virgen salió de su dormitorio y entró completamente envuelta en un velo blanco, apoyada en el brazo de su criada. Su cara estaba como transparente y blanca como la nieve. Parecía flotar de anhelo. Desde la Ascensión de Jesús, todo su ser expresaba un ansia creciente y cada vez más desbordante.

Juan y ella pasaron al oratorio; ella tiró de una cinta o correa, el tabernáculo giró dentro de la pared y mostró la cruz que tenía dentro. Ambos rezaron un rato de rodi- llas, y después Juan se levantó y se sacó del pecho una cajita de metal, la abrió por un costado, tomó un envoltorio de fino color de lana y de éste un pañito plegado de materia blanca, del que sacó el Santísimo Sacramento en forma de un pedacito blanco y rectangular. Luego dijo algunas palabras con solemne gravedad y dio el Sacramento a la Santísima Virgen. La acercó un cáliz.
EL VIA CRUCIS DE MARÍA

Detrás de la casa, alejándose un poco por el camino hacia el monte, la Santísima Virgen se había preparado una especie de vía crucis. Cuando todavía vivía en Jerusalén después de la muerte del Señor, María nunca dejó de hacer allí su vía crucis con lágrimas y compartiendo la Pasión. Había medido en pasos las distancias entre los lugares del camino donde Jesús había padecido, y su amor no podía vivir sin la permanente contemplación del vía crucis. Poco después de llegar aquí la vi andar diariamente montaña arriba un trecho de camino detrás de su casa, contemplando la Pasión. Al principio iba sola midiendo en pasos, cuyo número tantas veces había contado, la distancia entre los lugares donde al Salvador le había ocurrido algo, y en cada uno de estos lugares ponía una piedra o marcaba un árbol si lo había. El camino se internaba por un bosque donde marcó el Calvario en una colina, y puso el sepulcro de Cristo en una cuevecita de otra colina.
«OH, HIJO MÍO, HIJO MÍO»

Cuando ya tuvo medidas las doce estaciones de su vía crucis, ella y su doncella iban en serena contemplación, se sentaban en el suelo en cada una de las estaciones y renovaban en el corazón el misterio de su significado y alababan al Señor por su amor entre lágrimas de compasión. [...]
Después del tercer año de estancia aquí, María tenía grandes ansias de ir a Jerusalén, y Juan y Pedro la llevaron allí. Me parece que se habían reunido allí varios apóstoles. Vi a Tomás. Creo que era un concilio y que María los asistía con sus consejos.

A su llegada, por la tarde ya oscurecido, vi que antes de entrar en la ciudad, visitó el Monte de los Olivos, el Calvario, el Santo Sepulcro y todos los santos lugares de los alrededores de Jerusalén. La Madre de Dios estaba tan triste y conmovida por la pena que apenas podía tenerse de pie, y Pedro y Juan la tenían que llevar sosteniéndola bajo los brazos. Ella todavía vino otra vez aquí (a Jerusalén) desde Éfeso, año y medio antes de su muerte, y entonces la vi visitar los santos lugares con los apóstoles, embozada y otra vez por la noche. Estaba indeciblemente triste y suspiraba continuamente «Oh, hijo mío, hijo mío».
CREYERON QUE MORÍA

Cuando llegó a la puerta trasera del palacio donde se encontró con Jesús desplomado bajo el peso de la cruz, María cayó al suelo sin sentido, conmovida por el doloroso recuerdo. Sus acompañantes creyeron que se moría. La llevaron al Cenáculo en Sión, en uno de cuyos edificios delanteros estaba viviendo, y allí estuvo unos días, tan débil y enferma y con tantos desmayos que muchas veces se esperó su muerte, y por eso se pensó en prepararla sepultura. Ella misma eligió una cueva del Monte de los Olivos y los apóstoles encargaron a un cantero cristiano que la preparase allí un hermoso sepulcro. Mientras tanto, se había dicho varias veces que había muerto, y por otros lugares se extendió también el rumor de que había muerto y la ha- bían sepultado en Jerusalén. Pero cuando el sepulcro estuvo terminado, María ya estaba curada y lo bastante fuerte para viajar de vuelta a su casa de Éfeso, donde ella murió realmente al cabo de año y medio».
LAS INDICACIONES DE EMMERICH LLEVARON A LA CASA DE LA VIRGEN

La beata Ana Catalina Emmerich (1774-1824) fue una religiosa alemana cuyas visiones asombraron a una época. Humilde granjera, después costurera y sirvienta, ingresó a los 28 años en el convento agustino de Agnetemberg, en Dülmen, un pueblo de Westfalia. No tardaron en aparecer en su cuerpo cinco llagas como las de Jesucristo, lo que dio lugar a una dura investigación. Llegó a ser encarcelada y sometida a vigilancia día y noche con el objeto de averiguar el origen de esas heridas, que no pudo determinarse. Juan Pablo II la beatificó en 2004.
Clemente Brentano (1788-1842), una de las cumbres del Romanticismo alemán, tuvo noticia de la religiosa y acudió a visitarla. El poeta residió en Dülmen seis años con el único propósito de redactar las visiones que Ana Catalina le iba narrando.

Uno de los episodios más extraordinarios es precisamente el que se narra aquí sobre la estancia de la Virgen en Éfeso (Turquía) junto al Apóstol San Juan. La beata describió con tanto detalle aquel lugar, que a dos sacerdotes franceses les resultó muy sencillo en 1891 encontrar las ruinas de una casa que daba la impresión de haber sido utilizada como capilla y que correspondía perfectamente a la descripción de Ana Catalina Emmerich. Los sacerdotes hicieron una investigación entre los habitantes del lugar y pudieron confirmar la existencia de una secular devoción que reconocía en la capilla en ruinas la última residencia terrena de «Meryem Anas», la Madre María. Estudios arqueológicos realizados entre 1898 y 1899 sacaron a la luz, entre las ruinas, los restos de una casa del siglo I.
En palabras del Cardenal Antonio Cañizares, prefecto de la Congregación para el Culto Divino, «las visiones de la beata Ana Catalina no son el credo ni los evangelios, pero robustecen nuestra fe, estimulan nuestro amor y fortalecen nuestra esperanza».

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