sábado, 23 de junio de 2012

ABANDONO


Nosotros oramos pero no podemos forzar la mano de Dios, Él puede tener un plan mucho más hermoso que el nuestro. (Ef 3, 20)

Él puede curarnos o concedernos la sanación completa: el encuentro definitivo en la vida eterna donde no hay lágrimas, luto ni muerte.

Por tanto es fundamental la actitud de abandono confiado en las manos amorosas del Padre. Este abandono en sí es ya una gracia inmensa. Quien se abandona a Dios recobra la paz profunda que el mundo no puede dar.

Recomiendo mucho la oración del padre Carlos de Foucauld:

“Padre, me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo más, Padre. Te confío mi alma, te la doy con todo el amor de que soy capaz, porque te amo y necesito darme a Ti, ponerme en tus manos, sin limitación, sin medida, con una confianza infinita, porque Tú eres mi Padre”

Este abandono, acompañado de la oración de alabanza, alcanza curaciones físicas e interiores que ni nos imaginamos. La oración que más muestra el abandono y la fe no es la de petición sino la de alabanza. Alabar al Señor siempre y por todo. Hay miles de personas que dan testimonio en sus vidas de este poder de la alabanza. Lo que no se consigue cuando pedimos, siempre se obtiene cuando alabamos.

Muchas personas que han pedido, orado y rogado por su sanación la obtienen cuando se abandonan incondicionalmente en las manos del padre misericordioso.

Pepe Prado nos cuenta su testimonio:

Tenía yo unos cuatro años sufriendo de ulcera péptica, pero a fines de junio de 1981 tuve que ir de emergencia al hospital pues tenía una hemorragia severa. Tres días después salí de allí. El medico gastroenterólogo me dio un tratamiento que incluía medicinas, una dieta rigurosa y un horario fijo para tomar alimentos. Tomaba la medicina regularmente, pero como tenía que viajar muy a menudo a diferentes lugares predicando la Palabra de Dios no pude seguir la dieta. A causa de este descuido, un año después, se volvió a presentar el mismo problema. Fui internado y me hicieron una endoscopía el 26 de mayo de 1982. El resultado fue: cuatro ulceras prepilóricas y una duodenal, gastritis severa, hernia hiatal y duodenitis.

El doctor me dijo que necesitaba operación y que apartara una semana para la intervención quirúrgica ya que prefería hacerlo en calma y no de emergencia. Salí dado de alta, pero a media noche volvió la hemorragia. Al darme cuenta me sentí preocupado pensando que debía regresar al hospital y temí que tal vez había llegado urgente la hora de la operación. Sin embargo, mi problema era más profundo: de fe. Yo estaba muy triste y hasta un poco decepcionado del Señor.

Confieso que me sentí un tanto defraudado por Él. Más que orar, comencé a reclamar, diciéndole:

-Señor, verdaderamente no te entiendo. Tú sabes que por viajar por diferentes ciudades y países predicando tu Palabra no pude llevar la dieta adecuada. Tú sabes que en los retiros y cursos no hay siempre la misma hora para comer, Tú sabes que no puedo cuidarme como el doctor lo ha indicado; y Tú, que puedes sanarme para que siga predicando tu Palabra, mira cómo me tienes.

En ese momento oí claramente la voz del Señor que me dijo:

-¿Por qué temes a la noche que te lleva al nuevo día?

Esa palabra fue espíritu y vida para mí. Creí en el Señor y me entregué sin condiciones a su plan sobre mi vida y hasta sobre mi muerte. Ya ni siquiera me importaba estar sano, sino que su voluntad se cumpliera en mí. Fuera lo que fuera yo estaba en sus manos y dependía de Él. Le firmé el cheque en blanco para que Él hiciera de mí lo que quisiera. Su camino era infinitamente mejor que el mio. Era de noche, pero sabía, con la certeza de la fe, que me aguardaba el amanecer que anuncia la nueva creación. Entonces me volví a acostar y dormir en paz. Yo sabia que en ese momento Dios había hecho algo para mi vida entera. Pocas semanas después me sentía tan bien que dejé la medicina y no me volví a preocupar de la dieta. Seis mese mas tarde fui a dar un retiro a Houston. Recuerdo que en esa ocasión el Señor me pidió el paso en fe de viajar sin un solo centavo, dependiendo totalmente de Él. Yo me resistía porque quería aprovechar la ocasión para que me hicieran un reconocimiento profundo de mi estómago. Sin embargo, el Señor fue más fuerte que yo y me abandoné confiadamente a sus promesas.

De la forma más increíble, Él proveyó para todos los gastos de mi estancia y análisis en el Centro de Gastroenterología. Al final, el médico me dijo lo que yo ya sabia.

-Usted no necesita operación. Las ulceras han cicatrizado.

Yo regresé feliz a México comprobando una vez más que quien se abandona en las manos del Padre amoroso no le hace falta nada. Hace dos años de todo esto. Me siento perfectamente.

No necesito de medicamentos y ningún alimento me hace daño.

P. Tardif

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