domingo, 29 de julio de 2012

CUATRO CLAVES PARA UNA VIDA DE MILAGROS




Dios puede hacer mucho con lo poco. Solo basta que depositemos nuestra confianza en Él y tengamos la certidumbre de que es Aquél que todo lo puede.

Quedar sin empleo en una época en la que Colombia atravesaba por la más profunda recesión económica de su historia, le pareció algo muy grave, pero más grave aún el que de una paso a dos y luego a tres cuotas atrasadas en el pago de su apartamento.

Al principio se convenció de que podría resolver el problema, y Juan José se ocupó de cubrir las necesidades de alimentación para su esposa y dos hijos.

Los días del calendario fueron creciendo hasta la tarde de miércoles, cuando todavía se encontraba buscando en la sección de clasificados de ofertas de trabajo en un diario local, cuando tocaron a la puerta y el rostro del cartero evidenció lo que deseó nunca llegara: un anuncio de cobro jurídico.

Años atrás había prestado un dinero, inicialmente a interés. Aquél a quien se lo facilitó con la promesa de regresarlo seis meses después, jamás cumplió ni con el pago de los intereses ni con la devolución del dinero. Y se cansó de pelearse con él. No tenía mayores garantías de que recibiría el pago.

Por eso, cuando recibió información sobre el proceso que iniciarían en su contra, le pasó por la mente la idea de renovar el cobro. "No tiene sentido, me llenaré de nuevas preocupaciones que no tienen sentido", razonó y desistió de la idea.

Lo que sí hizo fue volver la mirada al Señor Jesucristo en procura de ayuda. Nunca antes como en ese momento, había clamado con tanta fe. Dos días antes de que se venciera el plazo de cancelar la totalidad del dinero, sonó el teléfono. La persona que le debía dinero estaba al otro lado de la línea:--Lamento haberme demorado tanto en llamarle—dijo--, pero recién ahora tengo el dinero. Deseo saber en qué momento puedo acercarme a su apartamento para cancelarle hasta el último peso...—

Juan José agradeció a Dios su infinita misericordia. Aquél era el dinero, en la cuantía exacta, para hacer un primer pago del pacto de refinanciación de la deuda que le proponían en la carta del abogado.

El mismo Señor Jesús de ayer...

Cuando vamos a las Escrituras leemos que "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos"(Hebreos 13:8). Por esa razón estamos convencidos de que la época de los milagros no ha terminado; por el contrario, sigue vigente.

Si nos asiste este convencimiento, es apenas natural tener la certeza de que el amado Dios responderá a nuestro clamor en procura de la provisión divina. En particular hay un pasaje que leemos en el evangelio de Mateo, en el capítulo 15 desde el versículo 32 al 39, que nos arroja importantes enseñanzas para ponerlas en práctica en nuestra cotidianidad. A partir del texto aprendemos los siguientes principios:

1. El Señor Jesús se preocupa por las necesidades de Su pueblo:

Es interesante notar que después de largas jornadas escuchando las enseñanzas del Maestro, Él estaba preocupado por el bienestar de la multitud de seguidores. "Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: --Siento compasión de esta gente porque ya llevan tres días conmigo y no tienen nada que comer. No quiero despedirlos sin comer, no sea que se desmayen por el camino. "(Mateo 15:32. Nueva Versión Internacional).

¿Puede apreciar el profundo contenido de estas palabras? Son las mismas que saldrían de labios de un Padre amoroso preocupado por sus hijos. El cuidad de los más mínimos detalles. Conoce la situación difícil que enfrentamos y desea intervenir. Sin embargo es necesario que clamemos a Él en procura de ayuda.

2. El problema: la razón humana sólo mira las limitaciones:

Cuando a todo lo que ocurre alrededor, y en particular en cuanto a los problemas, le aplicamos la lógica humana, nos asaltará el desánimo y la palabra "Imposible" es probable que aflore una y otra vez a nuestros labios. Esa circunstancia se produjo entre los discípulos del Señor Jesús cuando oyeron que la misión inmediata era la alimentación de decenas de personas.

"Los discípulos objetaron: --¿Dónde podríamos conseguir en este lugar despoblado suficiente pan para dar de comer a toda esta multitud?"(Mateo 15:33. NVI).

Dios puede hacer mucho con lo poco. Solo basta que depositemos nuestra confianza en Él y tengamos la certidumbre de que es Aquél que todo lo puede.

Comprendo que puede estar experimentando una situación compleja, pero también me asiste el convencimiento de que no constituye nada imposible para nuestro amado Señor.

3. Sólo basta confiar, Dios obrará milagros:

Aunque en criterio de cualquier ser humano unos pocos panes y peces no servían en absoluto para satisfacer el hambre de decenas de hombres, mujeres y niños, cuando sometemos al Señor esa situación que nos inquieta, todo cambia.

"--¿Cuántos panes tienen? --les preguntó Jesús. --Siete, y unos pocos pescaditos. Luego mandó que la gente se sentara en el suelo. Tomando los siete panes y los pescados, dio gracias, los partió y se los fue dando a los discípulos. Éstos, a su vez, los distribuyeron a la gente."(Mateo 15:34-36. NVI).

¿Considera usted que con hechos portentosos como el descrito por el evangelista, hay algo imposible para Dios? En absoluto. Por esa razón aquello que está requiriendo, se cumplirá si va al Señor en oración. No cese de clamar.

4. Si esperamos en Dios, Él responde:

Todo cuanto necesita nuestro amado Padre es que le permitamos tomar control de los problemas y necesidades que enfrentamos. Cuando lo hacemos, dejando de lado toda sombra de duda o de autosuficiencia, Él responde. Así quedó testimoniando con el mover maravilloso que produjo Jesucristo en aquella multitud.

"Todos comieron hasta quedar satisfechos. Después los discípulos recogieron siete cestas llenas de pedazos que sobraron. Los que comieron eran cuatro mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños."(Mato 15:37-39).

¿Usted piensa seguir experimentando la misma crisis que hasta ahora?¿Por qué no decide someter esa situación en manos del Señor? Hoy es el día para hacerlo. Ore, confíe y espere en Dios. ¡La respuesta vendrá! Y reciba a Jesús como su Salvador.

Por Fernando A. Jiménez

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