miércoles, 25 de julio de 2012

EL CIELO




Felizmente, la mayor parte de los que viven estas experiencias de NDE ven al ser de luz y sienten su infinito amor, teniendo un profundo deseo de responder a su amor con su propio amor. Ya el encuentro con este ser de Luz es una experiencia de cielo anticipada. Veamos algunas de estas experiencias.

Mi amigo Rafael Aita tuvo su experiencia el 20 de enero de 1996. Dice así:

Me sentí muy mal y perdí el conocimiento durante quince minutos. Comencé a desplazarme veloz por un túnel negro, oscuro y, al fondo del túnel, vi una luz. Una luz inmensa, majestuosa, muy fuerte, cuyos rayos caían sobre mí. La luz resplandeciente me cegaba y sus rayos parecían llegar a lo más profundo de mi ser. Cuando me acerqué más a la luz, la luz me recibió, me abrazó y sentí un amor infinito, una paz infinita, una felicidad infinita. ¡Cuánta ternura! ¡Nunca me imaginé que podría existir tanta felicidad! En ese mismo instante, pensé por fracciones de segundo en mi vida terrenal... y no quería volver, quería seguir ahí para siempre.

Era la ausencia total del temor y la protección total del Amor. Sentía que era Dios, que me abrazaba con su ternura infinita, y luego sentí que me decía: “Regresa, tu misión no ha terminado” y regresé y desperté. A partir de ese día, mi punto de vista sobre la vida ha cambiado. Siento gran necesidad de amar a Dios y al prójimo. Sé que Jesús está vivo y que nos espera y nos ama con una intensidad infinita. Ya no tengo miedo a la muerte. Y, ahora, la meta de mi vida es ser mejor de lo que he sido, cuando vuelva a encontrarme nuevamente con Jesús.

Ahora lo amo con amor entrañable y siento la necesidad de comulgar y de tenerlo conmigo todos los días. Y me siento contento de ser ministro extraordinario de la Eucaristía para llevar a mi amigo Jesús a mis hermanos.

Un niño de tres años, llamado Brian, tuvo un accidente al quedar atrapado debajo de la puerta del garaje de su casa. Sintió que salía de su cuerpo y dice:

Yo empecé a llorar, porque me dolía demasiado. Y entonces vinieron los pajaritos (ángeles). Ellos me cuidaron... Y nos fuimos de viaje muy lejos. Vi una luz muy brillante y yo la amaba mucho. La luz me abrazó y me puso los brazos a mi alrededor, diciéndome: “Te quiero mucho, pero tienes que volver. Tú tienes que jugar al baseball y contarles a todos acerca de los pajaritos”. Y la persona de la luz brillante me besó y me dijo adiós con la mano .

Otro niño de cuatro años, llamado Chris, tuvo su experiencia, cuando el coche en que viajaba con sus padres, cayó a un río y estuvo a punto de ahogarse. El niño perdió el sentido y dice: Me fui al cielo. Vi a mi abuela difunta. Luego contemplé el cielo. Era muy bonito. Era como un castillo, pero no como esos sitios sucios y viejos. Era un castillo antiguo y normal. Mientras contemplaba el cielo, escuché música... Empecé a mirar alrededor y, de pronto, vi que estaba en el hospital .

Maurice Rawlings en su libro Beyond death´s door cuenta el caso de un hombre que tuvo un paro cardíaco. El paciente le dijo: Un ángel me llevó volando y me dejó en una calle de una ciudad fabulosa donde los edificios resplandecían de oro y plata, y donde los árboles eran magníficos. Una luz maravillosa iluminaba el paisaje. En aquella ciudad encontré a mi madre, a mi padre y a mi hermano. Y, cuando iba a su encuentro, el ángel me regresó a la habitación del hospital. Personalmente, no creo que se pueda permanecer siendo ateo después de una experiencia como ésta .

Un paciente le contaba al doctor Moody: Allí (en el cielo) había un sentimiento de amor, de paz y gozo perfectos. Era como si yo formase parte de ello. Esta experiencia pudo haber durado toda la noche o sólo un segundo, no lo sé .

Otro caso. Dorothy sufrió una conmoción, cuando estaba para dar a luz y dice: Mientras estaba tendida en la mesa de operaciones, esperando a que el médico me hiciera la cesárea, empecé a desfallecer. Se lo dije al anestesista y me dio oxígeno, pero eso no me sirvió de nada. Recuerdo haber oído que le gritaba al doctor que me estaba bajando la presión... Y me encontré en el cielo. Allí todo era maravilloso y tranquilo. Había una paz infinita. Jesús empezó a hablarme. No le vi la cara, pero escuchaba lo que me decía: “Dottie, te dejo aquí en la tierra con una finalidad”. En ese momento, me lo explicó todo. Mientras me hablaba, yo me preguntaba por qué me habría elegido a mí para revelarme esas cosas. Cuando terminó de hablar, me alejé flotando de ese hermoso lugar y volví a sentir mi cuerpo en la mesa de operaciones. Alguien rezaba por mí. Cuando dijeron Amén, abrí los ojos. Me llevaron otra vez a la habitación y dije a mi marido y a mi madre que nadie sabía lo que me acababa de pasar: “Había hablado con Jesús” .

Una mujer dice: Atravesé el oscuro túnel y salí a una luz deslumbrante... Un poco más tarde, me encontraba allí con mis abuelos, mi padre y mi hermano, que estaban muertos... Alrededor vi la luz más bella y resplandeciente que pueda describirse. Era un lugar muy hermoso, lleno de colores brillantes, indescriptibles. Y, en aquel lugar, había gente, gente feliz. Se hallaban por todas partes. Algunos, reunidos en grupos; otros, estaban aprendiendo.

A lo lejos, a la distancia, pude ver una ciudad. Había edificios, edificios separados unos de otros, resplandecientes, brillantes. La gente era feliz allí. Había agua centelleante y fuentes. Era una ciudad de luz. Sonaba una música hermosísima. Pero creo que, si hubiera entrado allí, no hubiera vuelto nunca. Se me dijo que, si iba allí, no podría volver, que la decisión era mía .

Lo que vio se parecía a la ciudad celestial descrita en el libro del Apocalipsis: Vino uno de los siete ángeles... y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo. Su brillo era semejante a la piedra preciosa, como piedra de jaspe pulimentado. Tenía un muro grande y alto con doce puertas y, sobre las puertas, doce ángeles... La ciudad era de oro puro, semejante al vidrio puro. Las doce puertas eran doce perlas, cada una de las puertas era de una piedra y la plaza de la ciudad era de oro puro como vidrio transparente... La ciudad no tenía necesidad de sol ni de luna que la iluminasen, porque la gloria de Dios la iluminaba (Ap 21).

Ése es el cielo: un estado de felicidad completa y eterna. Vivir eternamente con Dios y con todos los santos y ángeles. El cielo es la felicidad colmada de acuerdo a la capacidad de cada uno.

P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.

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