domingo, 26 de agosto de 2012

DICOTOMÍAS EN EL CAMINO ESPIRITUAL



Recorrer nuestro camino espiritual…, es hacer frete a una continua relación de dicotomías, en las que siempre hemos de escoger entre los dos términos antitéticos, que estas siempre nos ofrecen. Para ello Dios nos ha dotado del libre albedrío, para que tuviésemos la capacidad de escoger, generalmente entre lo que desea nuestro cuerpo y lo que repudia nuestra alma. Nuestro cuerpo quiere apegarse a este mundo que es lo suyo a lo material, porque él es materia y nuestra alma quiere ir a lo suyo a lo espiritual, a Dios que es el espíritu puro del amor. Porque la materia tiende y busca la materia y el espíritu tiende y busca al Espíritu, supremo que es Dios.

La primera de todas las dicotomías con las que nos enfrentamos es la de elegir entre el amor o su antítesis que es el odio. El amor es tiene una gran fortaleza y el odio también la tiene pero la del amor es superior. El odio puede ser vencido con amor, pero el amor jamás podrá ser vencido con odio y esto es así sencillamente, porque Dios es amor y solo amor (1Jn 4,16) y el odio es el demonio, con Dios se vive en la luz del eterno amor, con el demonio se vive en las tinieblas eternas del odio.

En grado inferior de intensidad, hay una dicotomía, que hace referencia a dos escalones inferiores al amor y al odio, me refiero a la simpatía y a la antipatía. La simpatía es una hermana menor del amor, si se ama existe simpatía, porque el amor y la antipatía son contradictorios, no se ama lo que nos resulta antipático. Nosotros si queremos avanzar en nuestra vida espiritual, debemos de tener mucho cuidado con fomentar en nuestro interior, antipatías hacia alguien, porque a ese alguien el Señor quiere que le amemos: “Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor”. (1Jn 4,7-8).

En cuanto a pecados capitales, virtudes y vicios, todo ello es un conjunto de dicotomías, porque todo pecado o vicio tiene su antítesis en una virtud. La virtud madre de todas las virtudes, es como sabemos la humildad, a la cual le corresponde su antítesis que es la soberbia, madre esta a su vez de todos los vicios. Por ello nos dice el Catecismo que frente a la soberbia, está el remedio de la humildad; que frente a la avaricia, está el remedio de la generosidad; que frente a la lujuria, está el remedio de la castidad; que frente a la ira, está el remedio de la paciencia; que frente a la gula, está el remedio de la templanza; que frente a la envidia, está el remedio de la caridad; y que frente a la pereza, está el remedio de la diligencia.

En referencia a las virtudes fundamentales, también llamadas teologales, como sabemos son tres: fe, esperanza y caridad y cada una de las tres tiene también su antítesis, porque si carecemos de fe, es que no creemos y por lo tanto somos ateos, aunque queramos disfrazar la dureza del término ateo y digamos que somos agnósticos u otros eufemismos en boga. La antítesis de la esperanza, se llama desesperanza, o lo que es igual carencia de esperanza y en cuanto a la caridad, ya hemos hablado antes pues la caridad es el amor. No es del caso analizar uno por uno todos los vicios y las virtudes enumeradas en esta glosa, lo importante aquí es considerar que todo vicio o pecado tiene su antítesis en una virtud y dan origen a una dicotomía.

La vida de la persona, está siempre plagada de dicotomías en las que ha de elegir un sí o un no, y esta continua elección del hombre en la tierra es la que determina, que nos acerquemos o nos alejemos del amor de Dios, con las consecuencias, que esto tiene para nuestra eternidad. Desde luego que el cumplimiento de los Mandamientos del Señor, es una condición sine qua non, para alcanzar el reino de los cielos: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Y más adelante insiste el apóstol escribiendo: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amo, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. (Jn 15,9-10).

En sí, cada precepto de los Mandamientos del Señor, tiene su antítesis en su incumplimiento y por ello que el hombre en la tierra está continuamente llamado a efectuar una elección generalmente entre los deseos de su cuerpo y lo que le pide si alma. Y de esta elección, dependerá siempre su eterno futuro. Pero el amor a Dios no acaba con el cumplimiento de los mandamientos, es bastante más, porque la madurez del cristiano es su capacidad para vivir de fe, de esperanza y de caridad. Ser cristiano no es frecuentar tal o cual práctica, ni solo seguir una lista de mandamientos y deberes; ser cristiano es, ante todo, creer en Dios, esperarlo todo de Él, y querer amarle a Él y al prójimo de todo corazón. Porque el prójimo al igual que nosotros, somos todos creación del Señor, a su imagen y semejanza. Apliquémonos pues, el refrán que dice que: Quien quiere la flor, quiere las coles de alrededor.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

1 comentario:

Orlan Silva dijo...

El revés del “Odio” no es el Amor sino el “Oído” y un buen comienzo es empezar a escuchar…

Saludos en letras