martes, 4 de diciembre de 2012

EL TABÚ DE LAS CONVERSIONES AL CATOLICISMO



Según la Real Academia Española, la palabra “tabú” significa: “condición de las personas, instituciones y cosas a las que no es lícito censurar o mencionar”. De ahí que la incluyamos en el título del artículo, pues dentro y fuera de la Iglesia, existe un cierto temor a tocar el tema de los conversos, quienes han estado presentes a lo largo y ancho de la historia del cristianismo. Ya sea proveniente del ateísmo o de alguna religión. Basta con recordar a figuras claves como San Pablo, San Agustín, Santa Edith Stein, etcétera.

Nos encontramos en el Año de la Fe (2012-2013), en el lanzamiento de la nueva evangelización, sin embargo, parece necesario subrayar que, siempre y cuando, no se imponga el Evangelio a ninguna persona, región, cultura o nación, el hecho de buscar la conversión por la vía del diálogo y del testimonio, no constituye ninguna violación a la libertad religiosa, la cual, fue retomada e impulsada por el Concilio Vaticano II (Cf. Dignitatis Humanae). Dicho de otra manera, la causa es la evangelización y la consecuencia natural, a partir de la acción del Espíritu Santo en las personas y en las circunstancias, es el deseo de recibir el bautismo. Por lo tanto, avergonzarnos de la conversión de tantos hombres y mujeres alrededor del mundo, como si se tratara de un delito, trayendo a colación los abusos que se cometieron en el marco de las colonias americanas que se remontan a finales del siglo XV, es desvirtuar un aspecto esencial de la acción misionera y pastoral de la Iglesia. No se trata de negar los crímenes que cometieron muchos de los colonizadores sobre las diferentes etnias indígenas; mismos que fueron denunciados por Fr. Bartolomé de las Casas O.P. (1484-1566), sin embargo, hay que tomar en cuenta que la realidad actual es distinta a la de aquellos años, pues hoy a nadie se le obliga o presiona para que acepte la fe católica. Cosa distinta a lo que sufren los conversos cristianos en países en los que la legislación niega el derecho fundamental referente a la libertad religiosa.

Conviene profundizar en tres aspectos esenciales. En primer lugar, la Iglesia no puede renunciar a su naturaleza misionera (Cf. Decreto Ad Gentes, 1), lo cual, implica o supone que surjan nuevos conversos en medio de las diferentes culturas. En segundo lugar, hay que tener en cuenta que mientras no haya coacción para recibir el bautismo, el supuesto de violación de los Derechos Humanos es inexistente. En tercer lugar, resulta irreal pensar que el ecumenismo sea una carta de renuncia a la causa de la evangelización, en lugar de convertirse en un puente marcado por el diálogo y el encuentro de los aspectos que se tienen en común. Como Iglesia, debemos de acoger humana y espiritualmente a los conversos, apoyando incluso materialmente a los que se han visto abandonados o perseguidos a causa de la fe cristiana. No se trata de provocar a las demás religiones, pues es importante comprometerse cada vez más en la construcción de un mundo en el que reine la justicia y la paz, sin que esto signifique el cese de las obras de misión con las que cuenta la Iglesia Católica y en las que, además de dar a conocer el Evangelio, brinda una importante asistencia social, especialmente, en los campos de la educación y de la salud.

Por otro lado, hay que reconocer un nuevo dinamismo de la Iglesia en los lugares más secularizados a partir de los conversos. Por ejemplo, la Orden de Predicadores en Canadá se ha visto fortalecida por nuevas vocaciones, las cuales, han surgido como consecuencia de un arduo proceso de conversión. Algunas de ellas, a través de la presencia de los frailes en el ámbito de la cultura, de la filosofía. Si bien es cierto que las conversiones no han sido numerosas, no es menos cierto que la Iglesia canadiense está dando un giro significativo, pues el que haya calidad, aún cuando falta cantidad, es un paso que revalora la presencia de los conversos en el siglo XXI. Por esta razón, acoger a quienes han hecho suya la verdad cristiana, es un asunto de suma importancia y actualidad. Sin duda alguna, estrechamente relacionado con la nueva evangelización.

No somos nosotros quienes “convertimos” a los demás, sino el Espíritu Santo, lazo de amor entre el Padre y el Hijo. Evidentemente, nos toca favorecer el encuentro con Jesús, pero sería un error atribuirse a uno mismo, el hecho de que una persona se deje-parafraseando a San Ambrosio- “encontrar por la verdad”. Propongamos con alegría, pasión, ilusión, argumentos (fe y razón) y congruencia la propuesta de Cristo y si, posteriormente, surge una o varias conversiones, lejos de sentirnos un grupo de “come cocos”, mantengámonos tranquilos. No se trata de imponer, sino de proponer, pues la libertad del ser humano es un regalo de Dios. La fe sólo puede darse en quien voluntariamente afirma: “yo creo”.

Carlos J. Díaz Rodríguez

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