miércoles, 23 de enero de 2013

BUSCAR LA INOCENCIA


A propósito de la inocencia…., y de la importancia que esta tiene o debe de tener para nosotros me he encontrado con una pequeña historia que he leído y me ha encantado, ella dice así:

Una hermosa y pequeña niña de pocos años, iba y venia solita del colegio todos los días, cualquiera que fuese el tiempo, pues la distancia entre su casa y el colegio, no era muy grande. Pero un día, aquella mañana se levantó un fuerte vendaval y el viento azotaba tan fuertemente y que los peatones había veces que tenían que agarrarse a los árboles del paseo, las nubes amenazaban también con una fuerte tormenta. Pero la pequeña seguía su camino rumbo a su casa desde la escuela.

A lo largo del día el viento fue aumentando, y se fue formando una tempestad, con muchos rayos y truenos... La madre pensaba que su hijita podría sentir miedo al volver del colegio tan sola como estaba, en medio del temporal, ya que ella misma estaba bastante asustada... Por lo que decidió salir a buscarla.

Desde el coche miraba con ansiedad, pero el agua que caía y los limpiaparabrisas del coche le impedían ver con claridad, pero un poco más tarde a distancia, avistó enseguida a la pequeña.

Otro y otro trueno, cayó previamente acompañados cada uno de un de su relámpago. Los relámpagos estaban continuamente cayendo e iluminaban el trayecto. La madre observó a la pequeña y vio que no se asustaba de los truenos y que cuando caía un relámpago, ella siempre miraba hacia el cielo y sonreía.

Finalmente la niña subió al coche de su madre e inmediatamente, la madre curiosa le preguntó a su hija: ¿Puedes decirme qué estabas haciendo, tesoro? Y la pequeña respondió: Estaba sonriendo mami, Dios no paraba de sacar fotos mías.

Dejemos que la inocencia florezca en nuestros corazones, para poder ver la más bella y real felicidad que proporciona la verdadera inocencia. Hay una inocencia material que está creada y alimentada por la inocencia espiritual. Todos hemos sido niños y cuando hemos crecido, hemos mirado para atrás y consciente o inconscientemente, nos hemos dado cuenta de que algo muy fundamental, hemos perdido y es la inocencia. ¡Quién pudiera creer todavía en los Reyes magos!

A lo largo de toda la vida, con más o menos interés y cariño, los adultos han cuidado a sus menores. No hay nada más que ver que cuando hay una desgracia, el énfasis que se pone en señalar que en el accidente de que se trate había, menores. Cuando se está en periodos electorales, los políticos no se pierden la oportunidad de besar niños, aunque de estos besos no se derive ningún bien espiritual para el niño de que se trate. Pero si se deriva, cuando lo que media es una bendición, del Papa o de una persona consagrada al servicio del Señor, y así podemos ver numerosos reportajes de madres y padres, alzando sus hijos menores, al paso del Papa, o en las procesiones acercándoles al manto de la Virgen.

Algo similar a esto, debió pasar en Cafarnaúm en agosto del año 29. La escena evangélica nos la relata San Marco que escribió: “Le presentaron unos niños para que los tocase, pero los discípulos los reprendían. Viéndolo Jesús, se enojó y les dijo: Dejad que los niños vengan a mí y no los estorbéis, porque de los tales es el reino de Dios. En verdad os digo: quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y abrazándolos, los bendijo imponiéndoles las manos”. (Mc 10,13-16). El pasaje lo recoge San Mateo en dos capítulos diferentes, (Mt 18,10) y en (Mt 19, 14-15), pero es en el 18 donde incluye una afirmación muy importante, cuando nos dice: “Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos”. (Mt 18,10). Nosotros pensamos que todos nuestros ángeles custodios, contemplan el rostro de Dios, pero en la teología rabínica, este privilegio no se le concedía a todos los ángeles, y parece ser que entre los excluidos, para los judíos, se encontraban, los custodios de los niños.

Y es más el Señor en otra ocasión, nos puso de relieve el valor de la humildad en la inocencia, y nos dejó dicho: “En verdad os digo, si no os volveréis y os hiciereis como niños, no entrareis en el reino de los cielos. Pues el que se humillare hasta hacerse como un niño de estos, ese será el más grande en los reinos de los cielos, y el que por mi recibiere a un niño como este, a mí me recibe; y al que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, más le valiera que le colgasen al cuello una piedra de molino de la que mueven los asnos y le hundieran en el fondo del mar”. (Mt 18,3-6). No son muchas las veces que el Señor usó de las hipérboles para enfatizar alguna de sus aseveraciones, pero aquí tenemos una cuando nos habla de colocar una piedra de molino en el cuello del que escandalizare a un niño y tirarlo al mar. El que haya visto una piedra de molino, comprende que dado su peso y tamaño, no es posible ponerla en el cuello de alguien, para tirarle al mar.

El obispo Sheen, tiene un acertado pensamiento sobre los niños y nos dice: “La primera característica de un niño es que se sumerge en lo infinito y eterno. El piensa que el presente es duradero. No puede entender el pasado; por lo tanto la muerte está más allá de su comprensión. No puede entender lo que va a ser todavía, o cosas diferentes a las actuales. La inestabilidad la ignora por completo…. El niño es un viajero sin ningún equipaje. Vive el presente y lo imagina eterno. Puede montarse en el palo de una escoba e imaginarse ser el rey del espacio infinito. Ninguna muñeca es solo un trapo para una niña, es carne y sangre y sus pláticas infantiles suben hasta el cielo…. Existe una receptividad enorme para las verdades de la religión, aunque a esta edad no es necesario dar las razones de estas verdades…. Si se objeta la existencia de odio entre los niños, debemos indicar, que ellos solamente odian cuando son odiados”.

Hubo un maravilloso momento en nuestras vidas, en el que todos fuimos absolutamente inocentes, fue cuando nos bautizaron, cuando los ojos de nuestra alma tenían las pupilas tan dilatadas, que veíamos al Señor. Después estos ojos se fueron cerrando, por nuestra tendencia concupiscente y ahora que somos adultos hemos de recuperar esas pupilas que tenía nuestra alma, hemos de buscar nuestra perdida inocencia pues tal como dice el Señor, la necesitamos para entrar en el reino de los cielos.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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