lunes, 29 de abril de 2013

DEL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA, PROFETIZADO EN LA BIBLIA


Hoy les traigo aquí un llamativo pasaje del Libro de Isaías, uno de los libros del Antiguo Testamento, el primero entre los de contenido profético. Léanlo atentamente:

“¿Quiénes son éstos que como nube vuelan, como palomas a sus palomares? Los barcos se juntan para mí, los navíos de Tarsis en cabeza, para traer a tus hijos de lejos, junto con su plata y su oro, por el nombre de Yahvé tu Dios y por el Santo de Israel, que te hermosea”. (Is. 60, 8-9).

¿No les sugiere a Uds. algo? ¿Acaso no se les antoja el perfecto relato en tres líneas y en clave de profecía del descubrimiento del Nuevo Mundo por los marinos españoles?

La idea no es mía. A mí me la presentó el escritor y amigo Juan Sánchez Galera, autor del divertido libro que recomiendo a Vds. “Vamos a contar mentiras”, con quien tuve el placer de departir en el programa de Intereconomía “No es bueno que Dios esté solo” del pasado día 29 de marzo. Pero me gustó y por eso se la he pedido prestada para presentársela a Uds.

Observen ese “Tarsis” que en la exégesis bíblica acostumbra a identificarse con España, como de hecho hizo en su libro “La infancia de Jesús” el Papa Emérito Benedicto cuando hablando de los magos de Oriente afirmaba:

“La promesa contenida en estos textos extiende la proveniencia de estos hombres hasta el extremo occidente (Tarsis-Tartessos en España) pero…” (op. cit. pág. 102)

¿Acaso los barcos de los que habla no se les antojan los que surcaron el Atlántico en una dirección y en otra, primero los de Tarsis, “en cabeza”, luego los demás de las demás potencias cristianas?

Y para colmo juntos los que constituyeron los dos grandes motores de la presencia española en el Nuevo Mundo: por un lado la evangelización “para traer a tus hijos de lejos […] por el nombre de Yahvé tu Dios y por el Santo de Israel, que te hermosea” que escribió las páginas más hermosas de la presencia española en el Nuevo Mundo; por otro el enriquecimiento y la fortuna “junto con su plata y su oro” que escribió las páginas más reprobables.

No soy de los que cree mucho en profecías, o por mejor decir, no soy de los que cree nada o casi nada en ellas. Y ello a pesar de haberles traído ya a esta columna algunas (pinche Ud. aquí y también aquí para ver otras dos no menos divertidas). Se ha de tratar sin duda de una tan hermosa como divertida coincidencia. Pero convendrán Uds. conmigo en que aco… ¡vamos! ¡que da qué pensar...! ¿O no?

Luis Antequera

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