viernes, 21 de junio de 2013

CARTA DE UN AMIGO DESDE EL CIELO


Hace unos días Rafael, un amigo de la infancia, fue llamado por el Señor. Hemos conservado la amistad siempre.

Su ambiente familiar, cristiano. Desde muy joven, colaborador en su parroquia de Real de Gandía, especialmente entre los juniors. Profesor en las Escuelas Pías de Gandía. Muy apreciado por los religiosos y por los alumnos; y gran colaborador en la Parroquia de Cristo Rey de Gandía.

Ayer soñé que había recibido una carta de mi amigo desde el cielo. La leí y durante su lectura estuve como viendo visiones. Decía así:

“Querido amigo José: gracias por haber presidido la misa de mi entierro, gracias extensivas a los 14 sacerdotes concelebrantes. Vi desde el cielo que todos, junto con mi esposa, hijos, nietos, familiares y amigos, tantos, que el gran templo resultaba pequeño para quienes acompañasteis a mi familia. Estabais todos, por una parte, un poco tristes y, por otra, con una religiosa serenidad que permitió a mis nietecitos ofrecer sus dibujos con algunas frases recordando al abuelo, con lo que mis hijos quisieron dar un testimonio de amor, de esperanza y de acción de gracias a Dios, conscientes de que deben ser fieles a las raíces cristianas de sus padres.

Cuando al día siguiente de mi muerte se celebró la eucaristía en mi entierro, os miraba desde el cielo y os veía muy tristes; por lo que quiero con esta carta transmitiros parte de la plenitud de felicidad y de alegría que ya tengo para siempre. Pensad que no estamos separados; estamos más unidos que antes; aunque yo ya he llegado al Señor mientras que vosotros todavía estáis en camino hacia Él.

Me habéis visto partir algo así como los apóstoles vieron partir a Jesús hacia el Padre en su Ascensión. Inmediatamente antes les había dicho Jesús: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra. Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos" (Hech. 1, 8-9).

¿Queréis que os diga lo que ha pasado con mi muerte? Lo siguiente: cuando venimos a este mundo empezamos una carrera de obstáculos, al final de la cual hay una meta a la que debemos llegar como vencedores; para ello debemos correr acompañados y animados por Jesús. Yo ya he llegado; vosotros todavía estáis corriendo. Yo ya he recibido el premio; vosotros todavía no lo habéis recibido porque todavía no habéis llegado. Os aseguro que si seguís corriendo acompañados por Jesús nos encontraremos, pronto o tarde, como vencedores. Porque llegaréis.

¿Sabéis cómo fue mi última etapa? Fue rápida. Tan repentina que hasta el último momento, ni yo mismo me di cuenta de que iba a morir Traspasé la meta casi sin saber que la estaba traspasando. Estábamos solos mi esposa y yo; me sentía morir y tan sólo tuve tiempo para decirle unas palabras de cariño y de despedida. Mi paso al cielo vino a consistir en un dormirme en mi cama y despertar viéndome junto a Jesús y a nuestro Padre celestial. También –cómo no- con la Virgen ¿Imagináis lo que es ver de repente a Jesús y a la Virgen amándome entrañablemente, algo así como si yo fuese el único amor de sus vidas? ¡Qué inmenso el amor de Jesús que me comunicaba por el Espíritu, y qué tierno el amor de la Virgen al verla como realmente es: La Madre de Jesús y mi Madre! ¡Qué guapa, tierna y afectuosa! Me miraba con unos ojazos llenos de ternura y de alegría al ver que cruzaba la meta de mi vida.

En ese momento vi todo y a todos como Dios lo ve y os ve. Vi a todos los Santos. Vi también a toda mi familia, a todos mis amigos; te vi también a ti, mi querido amigo; quizá no se os ocurra pensar en ello, pero vi a mi hijita que murió con 3 añitos que salió gozosa a mi encuentro; ¡que alegre estaba al ver a su papaíto con ella! Vi también a todos los niñitos que murieron en el seno de sus madres antes de ver la luz, unos porque se complicó la gestación y otros porque fueron abortados. Todos ellos constantemente están pidiendo al Señor por sus madres a las que no llegaron a conocer. Las quieren a todas con el mismo amor con que las quiere el Señor. ¡Cómo se alegrarán cuando sus madres lleguen al cielo y puedan darles el abrazo eterno de amor!

Vi también todo lo que hay en el mundo, a todas las personas queridas, a mi familia, a mis conocidos, a mis amigos, a todos los hombres; y lo estoy viendo todo como lo ve Dios. Y amo todo y a todos como los ama Dios porque desde el momento en que Dios me llamó, me veo como asumido por Dios, gozando del amor que me tiene y devolviéndole amor por amor, amor total por amor total. No podéis imaginar cómo el amor de Dios me envuelve totalmente.

¿Podéis imaginar lo que supone ver cómo Dios me ha querido desde el momento en que empecé a vivir? ¿Podéis imaginar cómo me ha amado Dios desde el principio de mi vida hasta el final? Vi que Dios me ha estado amando desde el seno de mi madre, y también viendo que en las cruces y dificultades de mi vida estaba Jesús siempre conmigo; me animaba en momentos de dificultades por los que he pasado, me animaba infundiéndome pensamientos positivos y haciéndome sentir que me estaba uniendo a Jesús en la cruz. ¡Cómo me animaba y me ayudaba en momentos difíciles en que tenía que salir adelante ante las dificultades propias de quien tiene a su cargo una familia numerosa a la que alimentar y educar!

Me consolaba cuando veía que muchas personas queridas optaban por un camino y por unas decisiones que no estaban de acuerdo con el querer de Dios. Y percibía su palabra diciéndome: confía en mí, no temas, te quiero entrañablemente a ti y a todos. Sé que tú también los quieres mucho, pero más los quiero yo. Y me seguía repitiendo: ¡Confía en mí!”.

Cuando desperté, pensé si ese sueño sería sólo un sueño o una realidad. ¿Sólo valdrían aquellas palabras de Calderón de que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son? ¿O aquel sueño sería un presagio del sueño de amor eterno tan intenso que sólo en un sueño podemos vislumbrar?

José Gea

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