martes, 27 de agosto de 2013

CONSEJOS PARA SACERDOTES, II PARTE

En este blog puede parecer que me fijo demasiado en los detalles, en los matices, en las cosas pequeñas, ya hable acerca de cómo debe ser la estética del interior de una iglesia, o ya se trate del ejercicio de la labor sacerdotal.

Pero ayer me sucedió una cosa que puede dar luz sobre esto. Salí a pasear por la feria de Alcalá con una amistad. Me gustan mucho los churros rellenos de crema pastelera. El primer puesto tenía cola y pensé: hay más puestos, iré a otro.

Al llegar al segundo puesto, lo compré. Feliz, le hinqué el diente. Puagghh. No pude tragar el trozo que había mordido.

El aspecto de mi churro con cualquier otro, era exactamente el mismo. Pero el que había mordido tenía un sabor totalmente distinto. La crema estaba reseca. La habían hecho quizá por la mañana y se había secado durante todo el día. Aquello parecía más puré de patata con sabor a vainilla. El churro estaba aceitoso. La masa del mismo churro estaba dura, reseca de todo el día. Aquello era incomestible. Tiré casi todo y no sé porqué me forcé a comer algo de aquella cosa.

A la salida, la amistad me insistió para aceptar la invitación de otro que me quitara el sabor. Acepté tras la insistencia. Éste era normal. El primero había sido confeccionado por alguien por la mañana, y en el puesto sólo estaba la que los venía durante todo el día. Mientras que el segundo puesto, los churros eran hechos en el momento, frescos, perfectos.

Esto tiene una gran enseñanza para los sacerdotes, para nuestro trabajo, para el modo en que tratamos a la gente. Los dos churros externamente eran iguales, las mismas dimensiones, los mismos colores. Uno hizo mis delicias, el otro acabó en un contenedor de basura.

En el cuidado de los pequeños detalles, es donde logramos que una persona salga de nuestra parroquia feliz, con ganas de volver. O que salga con ganas de buscar otra parroquia.

Cuando acabé de comerme el segundo churro, pensé: ya tengo post para hoy.

PUBLICADO POR PADRE FORTEA

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