martes, 27 de agosto de 2013

EL MAYOR DESEO DEL DEMONIO

¿CUÁL ES EL MAYOR DESEO DEL DEMONIO?

En alguna glosa anterior…, creo haber dicho que el hombre es un manojo de deseos. Pero todos los deseos humanos varían mucho en función de la persona que se trate. De entrada podemos dividir los deseos humanos ya que estamos constituidos por materia y espíritu, en dos distintas clases de deseos unos referidos a los deseos que le demanda su cuerpo a cada uno de nosotros y otros deseos completamente distintos que son los que nos demanda nuestra alma espiritual. En ambos casos las clases de deseos que anhela el ser humano son distintos en su forma o clase y en intensidad.

El factor que determina la variación en la clase de deseos de la persona, es siempre el grado de desarrollo de su vida espiritual. Como es lógico suponer, este factor del grado de desarrollo de la vida espiritual de la persona, interviene, decisivamente en los deseos de carácter espiritual, pero es el caso que de que también intervine decisivamente en los deseos humanos de carácter meramente material.

Con carácter general, es de ver que ya se trate de deseos del orden espiritual o deseos de orden puramente material, el ser humano lleva en sí gravada en su ser un anhelo de felicidad que desesperadamente busca y que nunca la ha encontrado en este mundo ni la encontrará.

Dios nos ha creado por amor, exclusivamente por amor. Él nunca ha tenido ni tiene necesidad de nosotros y la razón de nuestra creación, hay que buscarla en el amor. Como sabemos Dios es amor y solo amor, se esencia es el amor (1Jn 4,16). Brot Etienne, nos escribe diciéndonos: “Ese Dios trinitario, acostumbrado desde toda la eternidad a un amor interpersonal del pureza perfecta, ha sido, pues, totalmente desinteresado en su obra creadora, no pensando en modo alguno en Sí mismo, en su recreo o en su satisfacción personal, sino únicamente en el bien y en el interés de sus criaturas a las que quiso dar todo lo que Él es y todo lo que tiene, excepto algo cuya importancia crecerá a raíz del pecado original; no les ha dado, ni les dará jamás, su inalienable naturaleza de Creador. Serán pues criaturas eternamente y se beneficiarán de Sus dones no por naturaleza, sino por la gracia”.

Y al crearnos a cada uno de nosotros nos fijó en nuestra alma unas improntas o señales, que consciente o inconscientemente marcan nuestras vidas. Aquí no interesa saber que hemos sido creados para una eterna felicidad, que desconocemos, pero este tremendo deseo de felicidad que todos ser anhela, nos condiciona nuestras vidas, más en el orden material que en el espiritual.

La generalidad de las personas, tratan de adquirir felicidad en esta vida al precio que sea y unos la gran parte la busca en el camino de materialidad de su cuerpo y otros en la espiritualidad de su alma. A través de este último camino, solo se puede llegar a alcanzar una burda copia de la auténtica felicidad, y para alcanzar esta grosero de lo que es la felicidad real para la que estamos creados, el hombre comete toda clase de ofensas a Dios, incluso robando y matando a sus semejantes si es necesario.

Nuestro ser está a caballo de dos órdenes distintos, nuestro cuerpo material y nuestra alma espiritual y si tenemos en cuenta que Dios es espíritu puro, y que Él fue el creador del orden material, fácilmente comprenderemos que el orden espiritual, está por encima del orden material y subsiguientemente, la auténtica felicidad que nos espera, que es de orden espiritual, está muy por encima de la felicidad material que tratamos de buscar en esta vida.

Independientemente de la distinta calidad de cada una de ellas, hay una notable diferencia entre la felicidad que nos da la felicidad que nos espera y que la podemos tener asegurada y la que aquí abajo podríamos llegar a alcanzar y que nunca está asegurada su obtención y lo peor es que cuando se obtiene ella nunca nos satisface plenamente. Todo el que alcance la vida eterna tiene asegurada una plena felicidad, pero lógicamente unos más y otros menos. La diferencia se encuentra en que nos hayamos preocupado de prepararnos no para la recepción de la felicidad que nos espera, mediante el desarrollo de nuestra vida espiritual aquí abajo. Con respecto pues al ser humano, vemos que nuestro mayores deseos siempre tiene posibilidad de ser satisfechos y además en una forma tal que para nosotros ahora aquí abajo, nos resulta incomprensible el que nos la explicasen.

Pasando al tema de los seres angélicos, como sabemos después de la caída de Lucifer y todos los ángeles que le siguieron, estos seres son de dos clases, diametralmente opuestas, una son nuestros hermanos mayores los ángeles que nos quieren y nos custodian, y los llamados demonios o ángeles caídos, que a nosotros como somos criaturas, amadas de Dios, nos odian y quieren arrastrarnos a su tenebrosa suerte.

Hay tres dicotomías muy claras entre los demonios y los ángeles, y estas son: el Bien y el mal; el Amor y el odio; el Bien y el mal; y la Luz y las tinieblas. Los ángeles y nosotros si perseveramos hasta nuestro fin en este mundo, somos amados de Dios y de las tres dicotomías, lo nuestro es el Amor, el Bien y la luz, mientras que el reino de los demonios está constituido por el odio, el mal y las tinieblas.

Ya hemos visto cuales son nuestros deseos y en el cielo será igual al de los ángeles, que es el amar ante todo y sobre la voluntad de Dios. Y uno se pregunta: ¿cuál es el deseo que ama el demonio? Primeramente tengamos en cuenta que ni el demonio ni los demonios, ni los seres humanos condenados que han despreciado el amor que el Señor les ofrecía y han escogido, al salir del ámbito de amor de Dios carecen de amor y lo suyo es la antítesis del amor que es el odio. Ellos carecen por lo tanto de la capacidad que nosotros tenemos de amar nuestros deseos, aunque ahora aquí en esta vida el amor sea sobre un deseo que ofende a Dios.

Los condenados sean demonios o seres humanos, no pueden amar, solo odiar. Por ello el mayor odio de ellos va contra Dios, que les gustaría verle vencido, un sueño de imposible realización, aunque satanás, siempre que puede, trata de presentarse ante nosotros en un plano de una igualdad inexistente, como otro dios, un dios del mal, pero dios al fin y al cabo que es lo que él querría ser.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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