miércoles, 26 de febrero de 2014

DE LA PAZ A...


DE LA PAZ A LA FIESTA

La fiesta es un valor, una dimensión del ser humano que desarrolla características positivas, dinámicas y extrovertidas.

Los seres humanos anhelamos no sólo el orden, la previsión, aquello conocido y esperado, lo habitual, el sosiego… sino también, de vez en cuando, la aventura, la sorpresa, lo imprevisto e incluso lo sorprendente. Si desatendemos estos profundos impulsos elementales pueden surgir desavenencias, disturbios e incluso guerras.

A menudo, tendemos a pensar que la paz es sinónimo de simple ausencia de conflictos. Pero no es así, la paz no es la última meta de la actividad humana, tiene un sentido mucho más hondo, equivale a la plenitud de vida y comunicación. La paz como un estadio de orden, previsión, ahorro y progreso es muy necesaria, pero es frágil en sí misma y muy inestable.

¿Cuál sería esta faceta nueva y posterior garante de la paz? La Fiesta.

La fiesta es un valor, una dimensión del ser humano que desarrolla características positivas, dinámicas y extrovertidas. A la fiesta llegamos desde la alegría de vivir y el entusiasmo, la aceptación de uno mismo, de los demás y del entorno.

La fiesta es humanizante y afirmadora de la vida pues ella compagina un clima de libertad y de amistad. En ella, aunque sea por poco tiempo, se viven aquellas metas tan anheladas de comunicación personal y profunda, fraternidad, solidaridad, amor auténtico…

La fiesta ayuda a ver, en pequeño, el modelo de lo que se desea conseguir: un estadio avanzado y maduro de la sociedad, con la esperanza de que no es una utopía sino algo que se puede realizar. Por eso la fiesta como fruto de la paz se convierte en guía necesaria de la vida social, que al mismo tiempo la orienta y la impulsa.

La fiesta es vigor para cargar con durezas y dificultades, es creativa, generosa y necesita de los otros. La fiesta expresa alegría y esperanza; todo lo que es salud y promesa, el cariño, la amistad, el arte, la belleza, el cuerpo y el espíritu, la vida que hace crecer al hombre.

De aquí la importancia de vivir una fiesta armónica, humana, saludable, diferente a la diversión y contraria a los festines donde la exuberancia degenera en exceso y acaba con la fiesta. La borrachera, la grosería y lo soez, como mera válvula de descompresión y explosión destructiva basadas en el desencanto o el resentimiento contra la vida diaria, es un desaire al sentido auténtico de la fiesta.

Una celebración desquiciada, también, deformará o desviará el desarrollo de los grupos sociales. Un festejo que genere vandalismo, destrucción, vacío o insatisfacción en los participantes, desanimará los esfuerzos de mejora y crecimiento humano.

Y como la fiesta requiere creatividad, preguntamos a los invitados especiales y comensales en esta noche:

-¿Cuáles serían los rasgos que deberíamos cultivar para rescatar el pleno sentido y el valor de la fiesta?

-Para que la fiesta sea consolidadora de la paz ¿qué características tendrá?

-¿Qué carencias o defectos se detectan en nuestras fiestas que no alegran a los que las celebran y tampoco cumplen su papel de orientar e impulsar la vida social?

-¿Cuáles son los obstáculos, tanto individuales como sociales, que dificultan el llegar a la fiesta? ¿Cómo superarlos?

-Los padres, ¿son conscientes de su tarea de «entusiasmar» a los hijos para que, tomando su relevo en el mundo, los hijos lleguen a vivir en plenitud, embelleciendo el mundo y haciendo un aporte en favor de la paz y la fiesta?

La autora preside el Ámbito María Corral en Santo Domingo y es catedrática de la Universidad.

Anna María Ollé Borque

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