miércoles, 30 de abril de 2014

LA ESTERILIZACIÓN


Tengamos en cuenta que en sí la fertilidad no es un enfermedad, sino un estado de salud, y con la esterilidad se pasa de estar sano a inutilizar una función importante del organismo, no siendo raros aquéllos que se lamentan de haberla realizado.

La esterilización es la intervención que procura la infecundidad fisiológica de la facultad sexual, es decir la intervención que ocasiona la pérdida de la función reproductora en la persona que la sufre, pero le mantiene su capacidad de copular. “Hay que excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer” (HV 14).
La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe condenó el 12-XII-1976 la esterilización directa, es decir, aquélla que “inmediatamente sólo consigue que la facultad generativa se torne incapaz de conseguir la procreación”.

La esterilización del hombre y de la mujer se diferencia del acto anticonceptivo en razón a su carácter irreversible, aunque en algunos casos, tanto en varones como en mujeres, se consigue la reversibilidad, si bien no puede garantizarse que pueda conseguirse la recuperación de la capacidad fecundadora previa a la intervención. Es una práctica que tiene gran aceptación por la sencillez de las intervenciones quirúrgicas, siendo muy utilizado como método anticonceptivo por la ausencia de riesgos significativos y su alto grado de eficacia. Desde el punto de vista moral es peor que el acto anticonceptivo, porque éste afecta sólo a los actos singulares, mientras que la esterilización a la propia facultad de engendrar.

La ligadura de trompas consiste en cortar quirúrgicamente o destruir con rayos láser las trompas de Falopio, con lo que se impide que los espermatozoides se unan con el óvulo. La esterilización masculina utiliza como método más frecuente la vasectomía, que priva a la eyaculación de su contenido testicular y supone el corte de los conductos deferentes con una pequeña operación que ni siquiera precisa hospitalización, aunque no es un método fiable hasta por lo menos un mes desde la intervención. Supone una destrucción de la fertilidad, porque aunque es posible rehacer este conducto, requiere una técnica no fácil, con alrededor de la mitad de fracasos a la hora de recuperar la fertilidad, siendo este porcentaje bastante mayor en la ligadura de trompas. La castración, en cambio, es la remoción de las glándulas sexuales masculinas o femeninas (testículos u ovarios) y significa en el varón el fin de su vida sexual activa. En la actualidad está en fase experimental una nueva técnica que permitiría sin mayores problemas la vuelta a la fertilidad.

“Para hacer una valoración moral de la esterilización quirúrgica como medida anticonceptiva hay que tener en cuenta varios elementos. En primer lugar, la intervención quirúrgica no afecta sólo a una función corporal, sino que tiene gran importancia para la psique y para la totalidad de la persona. En el ámbito de lo sexual juegan un gran papel aspectos mentales y sentimentales. Una esterilización, incluso la practicada con el consentimiento mutuo de los esposos, puede llegar a ser más tarde una carga pesada. Además, una esterilización, si es irreversible, excluye toda posibilidad de tener hijos en un eventual nuevo matrimonio tras la muerte del cónyuge actual. Finalmente, desde el punto de vista del médico y de la medicina, la capacidad de engendrar y de concebir no puede ser catalogada como enfermedad. Por eso el ethos médico no permite practicar una intervención para la que no hay razones graves desde la vertiente de la medicina. Por tanto, desde este punto de vista, una esterilización quirúrgica no es un servicio que el médico puede prestar de un modo irreflexivo por el deseo de prevenir una posible generación o concepción futura, sino que es preciso que se den graves razones de orden médico para estar justificado desde el punto de vista ético. Ni la intención subjetiva del médico ni la del paciente que le pide la esterilización son suficientes para justificar en el plano ético la práctica de una esterilización, como tampoco es suficiente el deseo de curar o prevenir una dolencia física o psíquica, cuya aparición se puede presuponer o temer en virtud de un embarazo. Estas directrices basadas en la ética obligan también a los deficientes mentales. El comportamiento sexual de éstos no cambiará impidiendo las posibles consecuencias, sino haciendo que auxiliares adecuados les presten la asistencia oportuna.

Son especialmente rechazables las disposiciones estatales que imponen las esterilizaciones en virtud de determinadas políticas tendentes a controlar el crecimiento de la población” (Conferencia Episcopal Alemana, Catecismo Católico para Adultos II, Madrid 1998, 337-338).

Hoy es frecuente la esterilización femenina, especialmente si ha habido varias cesáreas, pero con frecuencia se actúa con gran ligereza. Se basan los médicos en que el útero se halla en estado patológico, inepto para su función y el peligro sería causado no tanto por el embarazo, una simple ocasión, sino por el estado actual en que se encuentra. Esta ligereza se da todavía más con las esterilizaciones masculinas.

Tengamos en cuenta que en sí la fertilidad no es un enfermedad, sino un estado de salud, y con la esterilidad se pasa de estar sano a inutilizar una función importante del organismo, no siendo raros aquéllos que se lamentan de haberla realizado.

Es decir, la esterilización sólo puede realizarse moralmente si hay graves razones médicas, lejos de todo abuso, hasta el punto de que la Congregación para la Doctrina de la Fe requiere para su licitud en un Documento del 31-VII-1993 que haya un grave peligro actual para la vida o la salud de la madre, porque el motivo por el que se hace es curativo, es decir medio necesario para el bien del organismo, por ser causa de enfermedad o de peligro de vida, ya que priva a la actividad sexual, libremente ejercitada, de la dimensión procreadora, que le es esencial y no le está subordinada.

Puede haber, sin embargo, otros casos en los que no haya otra solución al problema de la procreación responsable que el recurso a la esterilización, como pueden ser el caso de una esposa violentada por un marido totalmente irresponsable, o como legítima defensa de una minusválida psíquica en circunstancias de muy grave riesgo de ser violada por hombres malvados: si en estos casos la esterilización es, de hecho, el único medio de defensa a disposición, como extrema ratio, y ya que no se trata de una actividad sexual escogida libremente, sino padecida, el recurso a la esterilización podría ser moralmente aceptable.

Hay que tener además cuidado porque con la esterilización se dan también consecuencias psicológicas, de las que cada vez se es más consciente, pues es difícil que lo físico, y más en un terreno como éste, no tenga consecuencias psíquicas. No sólo no es el inicio de un paraíso sexual por poder tener relaciones sin peligro de embarazo, sino que no es raro que haya sentimientos de frustración y falta de motivación para el acto sexual, porque la mujer se siente utilizada y en compensación sobreprotege a los hijos existentes, acentuándose el papel de madre y quedando relegado el del marido, por lo que afecta peyorativamente a la vida de la pareja.

Pedro Trevijano

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