sábado, 30 de agosto de 2014

EL CARISMA FUNDACIONAL ES LA CLAVE


Todos los que valoramos el aporte humano, espiritual, intelectual, cultural y apostólico de la vida religiosa, queremos que pueda seguir existiendo y desarrollándose en medio de la realidad actual; sin embargo, nos encontramos con que muchas órdenes y congregaciones están despareciendo a un ritmo acelerado, aunque otras -afortunadamente- continúan creciendo. Ante esto, conviene preguntarse, ¿cómo salir de la crisis? Y la respuesta es muy sencilla y, al mismo tiempo, compleja: volver al carisma fundacional, a las raíces tal y como lo pidió el Concilio Vaticano II. No se trata de “resucitar” a los fundadores, sino de mantener vivo el espíritu que los animó. Pueden variar las formas, pero nunca el fondo. Quienes han querido reinventar la esencia basados en criterios más sociológicos que evangélicos, están en peligro de extinción. ¿La razón? Un programa social o meramente activista no atrae como para consagrar la vida. En cambio, el carisma, como fruto de la acción real del Espíritu Santo, tiene una “chispa” que fascina, enamora y plantea la posibilidad de dejarlo todo para unirse a un instituto. Algunas congregaciones han conseguido nuevas vocaciones a partir de espacios de voluntariado pero que, además de estar relacionados con la necesaria acción social, se ven enriquecidos por espacios fuertes de oración personal y comunitaria. No es ayudar por ayudar, sino hacerlo viendo a Cristo en los destinatarios. Cuando se tiene dicho ángulo de visión, el carisma aparece y conquista.

Se podrán hacer una y mil planeaciones pastorales, pero si falla la puesta en práctica de la propia identidad, todo termina en un rotundo fracaso. Por ejemplo, si una congregación nació para fines educativos, en la medida en que sean fieles a esos ejes rectores, estarán expresando adecuadamente el carisma fundacional. A lo mejor comenzaron solamente con escuelas primarias y hoy la realidad exige darle prioridad a las preparatorias o licenciaturas. Pues bien, eso sí que puede cambiar, variar, adaptarse, porque las estructuras necesitan siempre una puesta al día, pero el caso es que continúen educando. Si, de pronto, dejan las escuelas para meterse en proyectos que bien pueden ser desarrollados por una ONG cualquiera o se sustituye la liturgia de las horas por los viajes astrales, no habrá poder humano que levante el número de vocaciones, porque solamente Cristo, expresado en el carisma que les dio vida, puede dar paso a una nueva etapa de promoción y crecimiento vocacional, en el que la calidad y la cantidad sean dos puntos posibles.

Ahora bien, además de dar a conocer el carisma del instituto y ofrecer acompañamiento en el descubrimiento de la propia vocación, hay que llevar a cabo un trabajo previo de evangelización. La antesala de la promoción vocacional, tiene que ser necesariamente el anuncio del evangelio. Si no se conoce a Cristo, ¿quién va a querer seguirlo? Es como si nos quisiéramos casar con una mujer que nunca hemos visto ni en fotografía. Por lo tanto, en lugar de seguir añorando las glorias pasadas o subrayando lo mal que está la situación, conviene dar pasos tendientes a superar los desafíos del momento presente y el carisma fundacional es la mejor carta que nos queda por jugar a todos los que nos interesamos en esta tarea. Por ejemplo, rechazar la liturgia bien celebrada es un síntoma de secularización hacia dentro. Sobre este punto, hay que darle el uso de la voz a un pensamiento del Papa emérito Benedicto XVI: “En el trato que le demos a la liturgia se decide el destino de la fe y de la Iglesia”.

El carisma viene de Dios y eso es lo que lo vuelve atractivo, capaz de marcar un antes y un después. El reto es redescubrirlo para poderlo proponer a las nuevas generaciones a partir de las plataformas que se tengan. Preguntarse, ¿cuál es la esencia que nos distingue de las demás espirituales y que, al mismo tiempo, nos hace ser Iglesia? El cambio o, mejor dicho, la reforma hacia el origen es una necesidad. Así como en tiempos de Teresa de Ávila hubo que hacerlo, ahora toca llevar a cabo una hazaña parecida. Vale la pena y la situación así lo exige. La vida religiosa es un tesoro para todos.

Carlos J. Díaz Rodríguez

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