viernes, 26 de septiembre de 2014

COHÉLET, EL PREDICADOR


“Palabras de Cohélet, hijo de David, rey en Jerusalén”

(Eclesiastés 1:1)

COHÉLET Y SALOMON

El autor del Eclesiastés se llama a sí mismo Cohélet, que literalmente significa ‘el hombre de la asamblea’, o sea, un tribuno de la asamblea del pueblo que, cansado de las ideas dominantes, se decide a tomar la palabra.

En el Tanaj judío Cohélet es el nombre que se da al libro del Eclesiastés. En cambio, la Septuaginta griega lo traduce como ‘Ekklesiastes’, que significa ‘miembro de la congragación’, y de ese título se deriva el título español ‘Eclesiastés’.

Sin embargo, una traducción más aproximada de Cohélet es ‘el predicador’, lo que también se aplica mejor al rey Salomón, a quien se le adjudica la autoría del libro, e indica más fehacientemente el propósito con que el autor lo escribió. Pero esa atribución es mera ficción literaria del autor, quien pone sus reflexiones bajo el patrocinio del más ilustre de los sabios de Israel.

Varios expertos niegan la autoría salomónica y comentan que se atribuía a Salomón cualquier obra de tipo filosófico eminente de la que se desconocía el autor, y que el estilo literario y el uso de la lengua lo ubica en tiempo de Ciro, rey de los persas, aunque posterior al Destierro.

Cohélet es un judío de Palestina, probablemente del mismo Jerusalén. Emplea un hebreo tardío sembrado de arameísmos y utiliza dos palabras persas, lo cual significa que fue escrito a principios del siglo II a.C., época en que Palestina, sometida a los Ptolomeos, comienza a recibir la corriente humanista y no ha sentido aún la sacudida de fe y esperanza de la época de los Macabeos.

Actualmente la mayoría de los eruditos comentan que conocer la fecha y autoría del libro del Eclesiastés con certeza, es imposible por la falta de evidencias históricas. Pero los que están a favor de la autoría salomónica lo sitúan en su vejez, cuando su filosofía había sido enriquecida por filosofías foráneas: ‘El rey Salomón sobrepujó a todos los reyes de la tierra en riqueza y sabiduría. Todo el mundo quería ver el rostro de Salomón para escuchar la sabiduría con la que Dios había dotado su mente’ (1ª. Reyes 10:23-24).

EL LIBRO DEL ECLESIASTES

El Eclesiastés se pregunta cómo afrontar la vida, ya que nada en ella es seguro, excepto la muerte. Tiene un tono marcadamente existencial y reflexiona sobre la fragilidad de los placeres, la incertidumbre que rodea a saber humano, la futilidad de los esfuerzos y bienes de los hombres, la caducidad de todo lo humano y las injusticias de la vida.

Como en otros libros sapienciales, por ejemplo Job, Eclesiástico y Proverbios, el pensamiento fluctúa, se rectifica y se corrige. No hay un plan definido, sino que se trata de variaciones sobre un tema único: la vanidad de las cosas humanas, lo cual se afirma al comienzo y al final del libro (1:2 - 12:8).

Todo es falaz: la ciencia, la riqueza, el amor y hasta la vida misma. Ésta no constituye mas que una serie de actos incoherentes y sin importancia (3:1-11), que concluyen con la vejez (12:1-7) y con la muerte. Ésta afecta igualmente a sabios y a necios, ricos y pobres, animales y hombres (3:14-20).

El problema de Cohélet coincide parcialmente con el de Job: ¿tienen aquí abajo su sanción el bien y el mal? Y la respuesta de Cohélet, como la de Job, es negativa porque la experiencia contradice a las soluciones admitidas (7:25 – 8:14). Sólo que Cohélet es hombre de buena salud y no busca como Job la razón del sufrimiento; comprueba la vacuidad del bienestar y se consuela recogiendo los modestos goces que puede ofrecer la existencia (3:12 – 8:15 – 9:7-9).

Digamos, más bien, que trata de consolarse porque se encuentra totalmente insatisfecho. El misterio del más allá le atormenta, sin que vislumbre una solución (3:21 – 9:10 – 12:7). Pero Cohélet es un creyente, y si bien queda desconcertado ante el giro que Dios da a los asuntos humanos, afirma que Dios no tiene por qué rendir cuentas (3:11-14 – 7:13), que se han de aceptar de su mano tanto las pruebas como las alegrías (7:14), que se han de guardar los Mandamientos y temer a Dios (5:6 – 8:12-13).

El libro del Eclesiastés tiene las características de una obra de transición. Las seguridades tradicionales se debilitan, pero nada firma las sustituyen aún. En esta encrucijada del pensamiento hebreo se ha tratado de encontrar influencias extranjeras que pudieran haber actuado sobre Cohélet, pero la mentalidad del autor se halla muy alejada de la de los filósofos griegos en el Egipto helenizado. Las coincidencias se dan sobre temas que a veces son muy antiguos y que integraban ya el fondo común de la sabiduría oriental. Y precisamente la reflexión personal de Cohélet ha trabajado sobre esta herencia del pasado (12:9).

CANONICIDAD Y CONTENIDO DEL ECLESIASTES

En el siglo I a.C. ya estaba en el Canon judío y, aunque se elevaron dudas en este ámbito, el Concilio de Jamnia de finales del siglo I d.C. las disipó.

Se han encontrado fragmentos del texto de Cohélet en las cuevas de Qumrán, lugar donde moraban los esenios. En el ambiente cristiano sólo en obispo alejandrino Teodoro de Mopsuestia (350-428 d.C.) opuso o minimizó la canonicidad del libro.

La estructura del Eclesiastés se presenta como difusa o formada por una serie de treinta y cinco apartados sin conexión. Pero la Biblia de Jerusalén propone la siguiente estructura:

Primera parte: capítulos del 1 al 6

            Título y prólogo sobre el hastío.

            Cuatro decepciones:

La gran vida; realización de Salomón.

La condición mortal.

El individuo en la sociedad.

Sátira del dinero y la riqueza.

Segunda parte: capítulos del 7 al 12

             Prólogo sobre la risa.

             Otras cuatro decepciones:

Sanción en esta vida.

Insatisfacción del amor.

Caprichos de la fortuna.

Las senectudes

CITAS ANTIGUAS Y ACTUALES

El libro del Eclesiastés contiene diversas frases que, si bien se citan popularmente hoy en día, la mayoría de las personas desconocen que provienen del Eclesiastés. Estas son algunas de las frases:

‘Vanidad de vanidades; todo es vanidad’ (1:2).

‘Lo que fue, eso será’ (1:9).

‘Todo tiene su momento’ (3:1).

‘Las generaciones de hombres vienen y van, pero la tierra permaneces’ (1:4).

‘Todos han salido del mismo polvo, y al polvo volverán’ (3:20).

‘Las palabras del sabio son como aguijones’ (12:11).

‘Escribir libros es una tarea sin fin’ (12:12).

           ‘Todos los ríos terminan en el mar, y el mar no se llena’ (1:7).

CONCLUSION

El Eclesiastés ha sufrido variadas críticas que dependen exclusivamente de citar fuera de contexto y en forma aislada algunas de sus afirmaciones. Así se le ha acusado de pesimista, escéptico y epicúreo. Estos así llamados ‘errores’ desaparecen cuando se contempla a Cohélet en el marco de la sociedad, la religión y la filosofía de su época, ya que el libro se adapta muy bien a la doctrina hebrea de aquel tiempo y a los principios éticos y morales del judaísmo, sin contradecirlos en nada.

No es infrecuente que desde posturas cristianas se eche en falta en el Eclesiastés un sentido de la trascendencia de la vida más allá de la muerte. Lo cierto es que el dogma cristiano de la inmortalidad del alma no forma parte de las creencias del judaísmo originario, aunque sí hace referencia a la trascendencia espiritual (12:7).

El Eclesiastés es un libro clásico sapiencial cuya intención parece marcada en enseñar a vivir y a acompañar al hombre en los vaivenes de su vida. Cobra pleno sentido que disfrutemos cuanto podamos de nuestra propia vida y no nos desesperemos cuando la fortuna nos sea contraria; todo pasará. Debemos mantener nuestra confianza en Dios, no porque nos premie con la eternidad, sino porque Él es la única garantía de justicia y sentido que en vano buscaremos en el mundo humano.

BIBLIOGRAFIA

Biblia de Jerusalén - Editorial Desclée de Brouwer, 1998

¿Dónde se encuentra la sabiduría? - Harold Bloom - Editorial Taurus, 2005

Introducción crítica al Antiguo Testamento - Henry Cazelles - Editorial Herder, 1981

Eclesiastés o Cohélet – José Vílchez Líndez – Editorial Verbo Divino, 1994

Cuando nada te basta – Harold S. Kushner – Editorial Booket, 2000

Agustín Fabra

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