martes, 30 de septiembre de 2014

PERDIDOS AL PERDER LA VERDAD. SAN AGUSTÍN, PAPA FRANCISCO


Vivimos en una sociedad que nos repite continuamente que todo es relativo, todo fluye, cambia, se transforma. Nada tiene vigencia más allá de nuestros deseos y el tiempo en que se mantienen los consensos humanos.

El lenguaje que utilizamos nos juega constantemente malas pasadas, ya que impera un entendimiento nominalista de lo que nos rodea. Nadie hubiera pensado que las tesis de Guillermo de Ockham pudieran crearnos tantos problemas en la actualidad.

La verdadera libertad es para el bien. Elegir el mal es carencia, privación de libertad. La razón de esto es fácil. La voluntad humana es libre. Pero resulta que el objeto propio de la voluntad es el bien. Luego, si es libre, es libre para elegir el bien, que es su objeto, o para rechazarlo, pero no para elegir el mal. El libre albedrío ha sido dado para amar el bien. Y ésta es la verdad más auténtica, aunque es muy poco creída. (San Agustín, La Ciudad de Dios. Notas al capítulo XVI)

Nos atrevemos a hablar de verdades absolutas y relativas, como si pudiera existir más de una Verdad, que es Cristo. Elevamos las realidades individuales al rango de la misma Verdad, alejando de nosotros toda posibilidad de trascendencia. La trascendencia sólo se puede comunicar cuando Verdad, Belleza y Bondad están presentes en la justa y debida proporción. Esto sólo puede ser alcanzado cuando actuamos guiados por la Gracia de Dios.

Pero, aunque tengamos claro todo esto, es normal que nos sintamos cansados de luchar contra la marea social, que nos intenta arrastrar con razones prácticas, útiles y placenteras. El Papa Francisco nos habla de ello:

"Vivimos una época de escepticismo respecto a la Verdad. El papa Benedicto XVI se refirió en numerosas ocasiones al relativismo, la tendencia a creer que nada es definitivo y que la verdad viene dada por el consenso y por lo que creemos y por ello en esta época marca por el relativismo es necesario preguntarnos como Pilato: ¿Que es la Verdad?"

El Papa añadió que “la Verdad, con mayúscula, no es una idea que nosotros nos hacemos o que consensuamos, sino una persona con la que nos encontramos. Cristo es la Verdad, que se ha hecho carne y el Espíritu Santo hace posible que le reconozcamos y lo confesemos como Señor”. (Papa Francisco, Audiencia 15/5/13)

Con la paralización de la reforma de ley del aborto, en España vivimos unos momentos complicados. Con toda la razón, solicitamos a los políticos católicos que se retraten y se posicionen a favor de la vida. Tristemente, hasta ahora, pocas y honradas personas han dado el paso adelante. Hay que comprender que en este momento, el político se mueva un milímetro de la línea oficial, perderá toda posibilidad de seguir adelante en su partido.

¿Qué tendrían que hacer entonces? ¿Dar el paso y dejar de tener influencia en su partido o esperar a mejores momentos para intentar arreglar lo poco que sea posible? No es una decisión sencilla cuando nos movemos dentro del relativismo postmodernos imperante. Santo Tomás Moro podría ser un buen ejemplo para evidenciar que una postura coherente nos puede llevar al martirio y hoy en día sólo pensamos en los santos como supermanes o estatuas de mármol. La santidad y el martirio parece que no son opciones para el ser humano del siglo XXI.

Pero, demos la vueltas que demos ¿Podemos conformarnos con más de 100.000 niños abortados cada año? ¿Podemos ser cómplices de esta tremenda injusticia? Las respuestas dependerán de lo maleable que tengamos nuestra moral. Dependerá de que actuemos simulando que somos coherentes respecto de a la realidad en la que mejor nos sintamos.

Como decía en otro post en este blog, el problema de nuestra sociedad no es que vivamos en realidades adaptables y adecuadas, sino que hemos dejado de creer que exista otra forma de vivir. Desde que nacemos nos acostumbran a actuar simulando que lo que hacemos es verdadero, olvidando que sólo existe una única Verdad común y trascendente, que es Cristo.

Por desgracia, hasta los sacramentos se convierten en simulacros que nos ayudan a esconder nuestra falta de Fe en Dios. Simulacros que alejan a Cristo y lo sustituyen por la comunidad. Si aceptamos que Dios es un dios lejano, ausente, es natural que la muerte de cien mil inocentes al año se convierta en un peaje que aceptamos pagar, a cambio de una aparente y simulada libertad. Como si pudiéramos ser realmente libres aceptando la muerte de estos inocentes como un mal justificable.

La libertad ha dejado de ser un acto guiado por la Gracia de Dios. Ahora es, tan sólo, la capacidad de optar por un simulacro social u otro, según nuestra ideología personal. Tristemente, incluso dentro de la Iglesia, muchas personas han aceptado esta visión tibia y acomodaticia. Dicen que mejor que nos dejen optar para que, al menos, tengamos la ilusión de ser libres. Pero, como deja claro San Agustín, nunca se es libre para elegir el mal, aunque sea una opción adecuada y socialmente bien vista.

Néstor Mora Núñez

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