lunes, 27 de octubre de 2014

CÓMO SE SANTIFICA UNO


Todo aquel que busca…., ante todo y sobre todo, el reino de Dios, es decir, el que busca la santidad, la encontrara, y también encontrará todo lo demás, es decir, todos los dones espirituales y temporales que se necesitan en la vida, para alcanzar esa meta, de la santificación. Está claro que la santificación es el proceso necesario para adquirir a santidad. El camino que se ha de recorrer, para llegar a ser santo. Una persona es santa cuando ha adquirido la santidad que es final del proceso de santificación. Santificase pues es haber adquirido la santidad.

Pero la santidad siempre emana de Dios y nosotros solo podemos tener acceso a ella, cuando Dios nos dona ese don, llamado santidad. Si partimos de la base de que la santidad, tal como ya antes hemos escrito, solo emana de Dios. Uno se pregunta: ¿Y qué es eso de santificarse? La respuesta más simple y real es decir que santificarse, es adquirir la santidad. Son varias las definiciones, que podemos utilizar, para definir la santidad. Santidad significa tener una unión con Cristo; a mayor intimidad de una persona con el Señor, más santidad, tiene esta persona.

Ser santos es participar de la gloria divina y estar uno ya glorificado. Santificar quiere decir deificar, divinizar. Ser santificado es ser transformado en Dios por el mismo Dios. Santificarse es alcanzar la condición de santo. Pero por santo, la mayoría de las personas, entienden que es aquel que ha llegado al cielo, pero no solo es santo el que canónicamente ha sido declarado como tal, sino el que ya en esta vida como dice San Pablo se aparta de las iniquidades. (2Co 6,17). Para obtener la santificación, el hombre debe de actuar sometiendo su conducta a la justicia de Dios. La vida del cristiano que quiere ser santo, se reduce a conseguir por medio de la gracia ser digno de su condición de hijo de Dios.

Nuestra diferencia con Cristo es que Él, es Hijo de Dios, por naturaleza, nosotros lo seremos plenamente, solo por adopción, y lo seremos si nos ajustamos al cumplimiento de los divinos preceptos, y utilizando las divinas gracias, que Dios pone a nuestro alcance, por medio de la oración y los sacramentos, podremos alcanzar la santidad, el ser hijos de Dios por adopción, no por naturaleza. De una cosa podemos estar seguros y es que aquel que de verdad busca la santidad, siempre la encuentra.

Lo perfecto, y no olvidemos que Dios quiere que seamos perfectos, es no desear nada más que lo que Él desee para nosotros. Desear solo el cumplimiento de tu divina voluntad, en nosotros, en otras palabras, dejarle a Él, toda la iniciativa sobre nosotros, es decir, entregarse o abandonarse en Él. San Juan Pablo II, en uno de sus escritos, nos asegura que “la quinta esencia de la santidad, solo se encuentra en cumplir la voluntad de Dios”. Nosotros no debemos desear otra cosa que lo que Dios desea para nosotros. Dios es plenamente omnisciente, y sabe en todo momento que es lo mejor para nosotros. Es absurdo, que tratemos de edificar nuestra santidad, sobre la base de nosotros mismos, sobre la base exclusiva de nuestro propio esfuerzo humano; estaremos siempre condenados al fracaso. La santidad no se realiza, ni Dios puede otorgárnosla, sin nuestra cooperación, pero no es obra nuestra, es una respuesta a nuestra fe, a nuestro esfuerzo y a nuestra oración, pues ya se sabe que no hay santidad sin renuncia. Para triunfar es necesario abrazarse cada uno a su cruz y abandonarse, entregarse a Cristo, que es el único que tiene palabras de vida eterna, y nos ofrece un yugo suave y una carga ligera.

El concepto, o la idea que hoy en día se tiene de la palabra “santo”, es distinta de la que tenían los primitivos cristianos. Para nosotros, solo tienen la categoría de Santo, aquellos que han sido canonizados, es decir relacionados o metidos en el canon, o lista de santos de la Iglesia. En los primeros tiempos del cristianismo, el calificativo de santo era otorgado a todo aquel que estaba en vías de santidad, ahora se lo otorgamos solo a los que ya han alcanzado la santidad y están en el cielo. Son aquellos, que la Iglesia ha declarado ser un dogma de fe, la certeza de que se encuentran en el cielo.

Esta declaración dogmática, no alcanza a las etapas anteriores de Beatos o Venerables, es decir, teóricamente, no se atentaría contra el dogma, el pensar de buena fe, que una persona declarada beato, no se encuentra en el cielo. Antepongo el calificativo de teórico, pues sería una gran temeridad, pensar que no está en el cielo, una persona que está a un paso de su canonización. La declaración canónica, no excluye el hecho de que sean santas, otras muchas personas que no hayan alcanzado ya el calificativo de santos, es más existirán miles de santos no declarados como tales por la Iglesia, y que sin embargo posiblemente, gozarán de una mayor santidad en el cielo que otros, que aquí abajo han sido canonizados.

Entre los santos del cielo, al igual que entre los condenados en el infierno, existen determinadas categorías o grados que solo Dios conoce, y estas categorías de amor o de condenación, tienen el carácter de eternas. Son para siempre. La condición de santos se adquiere por el ejercicio de la santidad, y esta a su vez, es el medio que tenemos para alcanzar el cielo; en otras palabras, todo aquel que se ha salvado es santo.

Pero es posible y muchos logran, alcanzar la santidad, aquí abajo en la tierra. Se puede y se debe de tratar de llegar a la santidad, viviendo en este mundo, donde todos somos pecadores, tal como nos dice San Juan:Si decimos: “No tenemos pecado en nosotros”, nos engañamos y la verdad no es esta. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1Jn 1,8-9).

Todo hombre, cada hombre es pecador y lo seguirá siendo siempre. Incluso en la etapa final del camino hacia Dios, el hombre que ya ha llegado a ser santo, no deja de ser pecador, aunque sea preservado del pecado. La diferencia entre un santo y otro que no lo es, está en que el santo se encuentra tan envuelto por el fuego del amor divino, que ya no puede ni quiere salirse de él. Sabe que alejarse de este fuego, significa para él el aniquilamiento la muerte.

El santo es aquel, que ha confiado en la palabra divina; que ha cumplimentado la voluntad de Dios; que ha sido capaz de abrazar la cruz; que por amor, ha sido también capaz de negarse a sí mismo; que no le ha importado perder su vida para encontrar su vida; que no ha dejado nunca de orar, y sobre todo de pedirle al Padre su propia salvación; que ha soportado pacientemente sus sufrimientos y angustias mirando siempre a Jesús crucificado; que ha perdonado de corazón a todo aquel que le ha agraviado, por grande que haya sido el agravio; que por amor a Cristo ha aceptado las injusticias de este mundo, renunciando a sus innatos deseos de venganza; que ha esperado pacientemente el cumplimiento de las promesas divinas.

Por esto y por otras muchas cosas más, ha tenido que pasar el alma santificada, teniendo siempre como norte y guía de su conducta, ante todo el amor a Dios y a su prójimo, en cuanto este es querido por su Creador.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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