viernes, 24 de octubre de 2014

DE CÓMO LLEGA HASTA NOSOTROS LA BIBLIA ALFONSINA, PRIMERA BIBLIA EN ESPAÑOL


Tuvimos ocasión de conocer en su día uno de los textos más importantes del mundo por lo que a traducción de la Biblia a las lenguas vernáculas se refiere: la Biblia Alfonsina realizada en los talleres del Rey Alfonso X el Sabio a la lengua de Castilla (pinche aquí para conocer los antecedentes del tema). Hoy nos preguntamos por cómo llega a nosotros esta Biblia Alfonsina, una cuestión compleja que abarca, como veremos, varias.

Lo fácil, y probablemente lo que todo el mundo se imagina cuando se formula la cuestión, habría sido que el texto nos hubiera llegado en un libro como aquellos que cuelgan de nuestras estanterías, con todo el Antiguo Testamento de un lado, el Nuevo Testamento de otro, y nada más que eso, y a ser posible, firmado por el Rey Alfonso X (algo así como “Yo el Sabio”) para la perfecta claridad del tema.

Lamentablemente no es así: casi nunca es así cuando de textos de esta antigüedad se trata.

Si algo caracteriza la llegada de la Biblia Alfonsina a nuestros días es la dispersión, una dispersión que es de doble naturaleza.

Para empezar una dispersión en el contenido, y es que la Biblia Alfonsina no es una obra independiente de toda otra obra que no contenga nada más que los distintos libros de la Biblia, no. La Biblia Alfonsina está integrada en una obra mucho más amplia y ambiciosa, la llamada “Estoria General” que pretende ser un tratado enciclopédico de la historia humana desde el Génesis hasta el propio reinado de Alfonso X, y dentro de la cual, constituye apenas una fuente más: una fuente importante, es verdad, pero una fuente más y nada más. Es decir, sus diversos libros, incluso los diversos capítulos de lo diversos libros, se encuentran diseminados, integrados, en capítulos que los combinan con otras fuentes gentiles, las más adecuadas al tema que se va tocando en cada caso, entre las cuales y sólo a modo de ejemplo, Ovidio, Lucano, Plinio el Viejo, Flavio Josefo, Eusebio de Cesarea, Jerónimo de Estridón, San Isidoro, Pedro Coméstor, Godofredo de Viterbo, Gautier de Châtillon, Roger de Lille, Godofredo de Monmouth, Rodrigo Jiménez de Rada, Al-Guazil, y muchos otros, a los que añadir obras de autor desconocido.

Todo lo cual no afecta a la literalidad de la traducción bíblica, que desde tal punto de vista pretende ser fidelísima.

Todo lo cual, por otro lado, no deja de gozar de una cierta lógica, y es la que reside en el hecho de que en un momento histórico en el que las traducciones bíblicas a las lenguas vernáculas no están bien vistas y se prefiere que los libros bíblicos permanezcan en las lenguas sagradas (hebreo, griego, latín), y sólo sean accesibles a aquellas personas que, avaladas por la Iglesia, gozan de la formación para leerla, -tema que se hallará como se sabe entre los reseñados por los reformistas protestantes casi tres siglos después-, una de las maneras de justificar dicha traducción a lenguas vivas es, precisamente, la de hacerla formar parte de una obra con una intencionalidad distinta, como es, en este caso, la de una historia universal, algo en lo que debemos reputar al rey Sabio, además de la propia sabiduría de todos reconocida, una gran habilidad también.

Desde este punto de vista referido a su dispersión por lo que hace a su contenido, se ha de especificar también, que la Biblia Alfonsina no está completa, y si bien sí abarca la totalidad del Antiguo Testamento, lo que se refiere al Nuevo Testamento es muy escaso, pues constitutivo de la sexta y última parte de la Estoria General, ésta está inconclusa cuando con ocasión de la muerte del rey Sabio su elaboración queda paralizada.

Hablábamos al inicio de dos tipos de dispersión por lo que a la transmisión de la Biblia Alfonsina se refiere. A la primera, la que tiene que ver con el contenido, ya nos hemos referido. La segunda, la que tiene que ver con el continente o vehículo transmisor, es decir, con los manuscritos físicos gracias a los cuales conocemos la obra, también tiene mucho que decir, pero a ello nos referiremos otro día, que por hoy, creo yo queridos amigos, hemos tenido bastante y no poco denso. Así que como siempre les digo, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos: mañana más.

Luis Antequera

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