viernes, 13 de marzo de 2015

LAS TRES ESES


Más de una vez…, he mencionado las tres eses como requisito imprescindible para orar debidamente y tratar de eliminar las distracciones. Como sabemos la oración es el alimento de nuestra alma y bien que lo sabe el maligno, que trata por todos los medios que abandonemos la oración, porque una persona que no ora espiritualmente está matando su alma y llega a tener por alma un cadáver.

Las tres eses; son los tres requisitos imprescindibles para poder orar debidamente, obteniendo fruto espiritual. Debemos pues orar en silencio, en soledad y con sosiego. Pero además de estos tres requisitos, existen dos más que se han de observar, si es que deseamos que nuestra oración sea fecunda; se trata de que la oración ha de ser siempre realizada con humildad y perseverantemente. Sobre estos dos requisito ya hemos escrito en diferentes glosas, pero merece la pena insistir, porque para nosotros las mismas ideas y temas expuestos con otras palabras, siempre pueden impactarnos, aunque ya teníamos de antes noticias de ellos.

Sobre el silencio hemos de tener en cuenta que cualquiera qe sea la clase de ruido, este distrae nuestra atención que ha de estar concentrada en saber que en ese momento estamos hablando con Dios. Tengamos en cuenta que al ruido del silencio es a lo único que debemos prestarle atención porque ese ruido es a palabra de Dios en nuestro corazón. De la misma forma que contemplar no significa mirar, sino ser mirado, orar no significa solo hablar, sino escuchar y para escuchar es necesario el silencio. Todo lo que tenemos es un don divino y la obtención del silencio es un don, es una gracia, por la que hay que luchar y pedir al Espíritu Santo su concesión.

Hay dos clases de silencios: El silencio vocal o del cuerpo y el silencio interior o del alma. Es decir, el silencio exterior y el silencio interior. La práctica de los dos es totalmente positiva para la persona que ora y tan necesario es el uno como el otro, para relacionarnos con Dios, sin perjuicio de que sea más importante el silencio interior, que será el que nos ayude a encontrar a Dios dentro de nosotros mismos.

Si nos referimos al silencio oral o vocal, este generalmente es compañero inseparable de la virtud de la prudencia, que es la que exige que nos callemos en muchas ocasiones a lo largo de la vida. La charlatanería es una mala cosa, y ya se sabe siempre, que el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. Dijo nuestro Señor: “Y yo os digo que de toda palabra ociosa que hablaren los hombres habrán de dar cuenta el día del juicio. Pues por tus palabras serás declarado justo o por tus palabras serás condenado”. (Mt 12,36-37). Y el apóstol Santiago nos recomienda: “Sed todos prontos para escuchar, lentos para hablar”. (St 1,19). Los Padres del desierto, nos legaron determinados consejos acerca del valor del silencia, así San Juan Clímaco, aseguraba que: Cuando se avanza en el camino hacia Dios, hay en el alma humana deseos que se apagan y deseos que se avivan, y uno de estos últimos es el deseo de silencio y soledad. El silencio es la madre de la oración, el éxito en la virtud y una incesante escalada al cielo. El silencio de Dios es la realidad más difícil de llevar al comienzo de la vida de oración, y sin embargo es la única forma de presencia que podemos soportar, pues todavía no estamos preparados para afrontar el fuego de la zarza ardiendo. Es preciso aprender a sentarse, a no hacer nada delante de Dios, sino esperar y forzarse de estar presente al Presente eterno.

Sobre la necesidad de orar en soledad. Henry Nouwen nos dice: La soledad es un lugar de conversión, el lugar donde muere el viejo yo y nace uno nuevo, el lugar donde se da la emergencia del nuevo hombre y de la nueva mujer”. Nada tiene que ver que es la soledad de orden espiritual o recogimiento humano, de la soledad de orden material y a su vez la idea corriente de la llamada soledad humana, que es aquella, que siente la persona cuando ansía el contacto de sus semejantes y no lo encuentra. Los primeros conceptos son con referencia a Dios, y la soledad humana es con referencia a las personas.

Sobre la necesidad que Nuestro Señor, tenía de buscar la soledad para orar, en otros varios pasajes evangélicos puede leerse: “A la mañana, mucho antes de amanecer, se levantó, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba”. (Mc 1,35). “A esta noticia, Jesús se alejó de allí en una barca a un lugar desierto y apartado. y habiéndolo oído las muchedumbres, le siguieron a pie desde las ciudades”. (Mt 14,13). “El siempre se retiraba a un lugar solitario para orar”. (Lc 5,16). “Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario para descansar un rato”. (Lc 6,31). Y esta necesidad de buscar la soledad material para poder llegar a Dios, ha sido y sigue siendo sentida por numerosas almas, que sienten la llamada de su Dios.

La necesidad de la soledad para llegar a Dios es evidente. Tomás de Kempis recomienda: “Busca un lugar apartado, gusta estar a solas contigo mismo, evita la conversación insustancial y eleva a Dios una plegaria fervorosa para que te mantenga en un estado de compunción y de pureza de conciencia. Porque a su juicio: En el silencio y sosiego se perfecciona el alma devota, y aprende los secretos de las Escrituras”.

Hoy en día, se ven las cosas de distinta forma, sin que por ello falten personas que se sienten llamadas por Dios y están deseosas de ir a la soledad y el silencio del desierto. Si buscamos la soledad, sea por vía del desierto material o sin él, nos encontraremos con que la soledad es el lugar donde Dios se revela a sí mismo como el Dios con nosotros; como el Dios que es nuestro Creador, nuestro Redentor y Santificador, como el Dios que es la fuente, el centro y el propósito de nuestra existencia. En la soledad es donde encontramos a Dios.

En referencia a la tercera condición, la del necesario sosiego que se ha de procurar tener, este es fundamental para entra en el recogimiento de nuestras almas. El recogimiento espiritual implica retirar nuestra mirada de las cosas de este mundo y ponerla en exclusividad sobre Dios. Son dos las clases de recogimientos a considerar; el primero y más importante, es el denominado infuso o de carácter sobrenatural, y el segundo el que es de carácter natural, es decir, el realizamos ya que por medio de nuestro esfuerzo para lograr el primero, el recogimiento infuso.

El primero, es un recogimiento sobrenatural y es ya de orden místico, por lo mismo, es muy diferente del que el alma pudiera adquirir por su propia industria o esfuerzo. El recogimiento sobrenatural o infuso es lo que perseguimos, y para ello hemos de empezar por practicar el recogimiento natural, o de carácter material. Hay que encontrar un sosiego natural, tratar de vaciar la mente de imágenes. Para esto nos es imprescindiblemente necesaria la gracia divina, sin ella siempre será imposible. Y si disponemos de ella, todo nos será muy fácil.

Los elementos necesarios, para el recogimiento son el silencio y la soledad y a este respecto hay que considerar, que la escuela de grandes contemplativos está en el Desierto, porque es en él, donde se dan abundantemente estos dos elementos. Es en el silencio y en el sosiego donde se perfecciona el alma devota, y aprende los secretos de las Escrituras. Recogiéndonos, lo que vamos a hacer es algo tremendamente importante, lo más importante y transcendente que se puede hacer en esta vida; el relacionarse con el Señor, porque relacionarse con Él es tratar de identificarse por amor con ese Ser Supremo que nos ama tremendamente, que nos va a dar la vida eterna y nos va a deificar para toda la eternidad, y ese Ser, es el Señor.

La gracia se desarrolla y florece en todo cristiano mediante el recogimiento y la oración, Pero es indudable que la oración practicada dentro del recogimiento tiene una categoría superior a la practicada sin el debido recogimiento.

El precio del verdadero recogimiento, es una firme resolución de no tomar deliberadamente ningún interés por nada que no sea útil o necesario para nuestra vida interior. El mundo nos asalta por todas partes con sus vanos reclamos a lo emoción o al apetito de los sentidos. Las radios, los periódicos, el cine, la televisión las carteleras y los anuncios luminosos nos rodean incitándonos continua-mente a derrochar nuestro dinero y nuestras energías vitales en satisfacciones transitorias y vanas, que nunca alcanzaremos s no partimos de un previo sosiego. Frente a todo esto se ha de luchar, si es que se quiere alcanzar el recogimiento.

Recogerse no significa olvidar, significa atender. Quiere decir esforzarse activamente hacia dentro, dejando la ridícula pretensión de encontrar a Dios, escondido en las plazas y en las calles. Hay que evitar que las calles de la ciudad abran plaza en tu corazón. La oración es perfecta cuando el recogimiento del alma con sus potencias está todo dentro de sí misma y ella, toda atenta solo a Dios hablando y tratando con Dios, mirando y escuchando solo a Dios, el alma ha de mirarse toda en Dios, dándose y recibiéndose de Dios.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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