jueves, 29 de octubre de 2015

APARICIONES, BIEN, PERO ¿TE COMPROMETES?


 
La mariología, como la rama de la teología católica que estudia a la Virgen María, nos ha servido para profundizar en las apariciones marianas. Sin duda, la Madre de Dios debe ser un punto de referencia clave en nuestro itinerario al ir asimilando el Evangelio. De ahí que en los diferentes santuarios marianos alrededor del mundo haya tantas personas marcadas por haber encontrado el sentido que buscaban. Ahora bien, como en todo lo relacionado con la vida espiritual, hay que saber clarificar, pues nos puede pasar que, en lugar de buscar aplicar la fe de un modo concreto, bien enraizado en la realidad, nos quedemos dándole vueltas a lo meramente extraordinario o sobrenatural, menospreciando los pequeños detalles a través de los que Dios también se vale para llamarnos e implicarnos. Por ejemplo, el sufrimiento de los últimos. Sta. Teresa de Ávila, en sus obras, afirma que pasar muchos días concentrados en un solo punto, aunque se trate de algún misterio de la fe, puede conducir al error, desconectándonos de la implicación de vivir aquello sobre lo que hemos estado reflexionado. Es decir, podemos pasarnos semanas enteras pensando en el amor de Dios, pero si no lo aplicamos en nuestra propia familia; es decir, con los que vivimos, algo tan noble, puede quedarse en simples intenciones y separarnos de una experiencia de fe auténtica. Hay personas que están más al pendiente de lo que dice “x” o “y” vidente en una charla que de poner en práctica las obras de misericordia. Entonces, cuando se trata de una aparición aprobada, como la de Guadalupe en México, vale la pena conocerla, estudiarla, pero concretándola en ciertas implicaciones personales que nos hagan coherentes con la fe. Es decir, ¿cómo vivimos nuestra devoción a María?, ¿únicamente el día que se le recuerda o siendo coherentes en nuestro trato con los demás en todo momento? Es normal que nos llame la atención el hecho de tener detalles acerca de cómo la Virgen interviene en la historia contemporánea, haciéndose presente en determinadas circunstancias que cuentan con el aval de la Iglesia, pero no debernos llegar al exceso de preocuparnos más por la forma que por el fondo de lo que ella nos pide y que, desde luego, tiene que ver con la conversión de cada uno.

Ahora bien, conviene subrayar, que nuestra fe no debe estar condicionada a si la Iglesia aprueba o rechaza la aparición que más nos atraiga. Tales hechos, previo estudio del ordinario del lugar y, posteriormente, de la Santa Sede, son medios reales y significativos para acercarnos a Dios, pero nada como el valor de la Eucaristía. Sin duda, la Misa, es el mayor milagro; es decir, del que derivan todos los demás. ¿A qué viene esto? Al riesgo de preocuparnos más por las apariciones que por escuchar y aplicar el Evangelio, aspecto que –dicho sea de paso- es el que más le interesa a la Virgen en su relación con nosotros. Por lo tanto, vivamos una espiritualidad mariana auténtica; es decir, madura, considerando el realismo de lo sobrenatural, pero como consecuencia de una fe sencilla, sin exigirle a Dios que haga más milagros de los que él considere hacer. Por encima de todo, dejémonos acompañar por Jesús y apliquemos lo que nos pide, ya que es la mejor forma de tomar en cuenta el ejemplo de nuestra madre.

Carlos J. Díaz Rodríguez

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