miércoles, 25 de noviembre de 2015

EL SIMBOLISMO DE LA PUERTA DE LA MISERICORDIA


La puerta cierra un ámbito, es un límite; pero también permite el paso si está abierta...

Por: Ramiro Pellitero | Fuente: iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com.es

La puerta cierra un ámbito, es un límite; pero también permite el paso si está abierta. En su audiencia general del 18 de noviembre, Francisco ha explicado el significado de “la puerta de la Misericordia de Dios”. Esto se refiere a la Puerta Santa de la basílica de San Pedro en el Vaticano, que se abrirá durante el Año Jubilar, para invitarnos a la conversión personal y también a la acogida y al perdón hacia los demás.

Desde las antiguas religiones la puerta tiene un rico simbolismo. En las religiones orientales y en Mesopotamia se mencionan puertas del cielo y del mundo subterráneo. Los egipcios guardaban las puertas de los templos con figuras de leones. Los romanos tenían incluso un dios guardián de las puertas, que se representaba con dos caras, como significando un antes y un después: Jano (de donde viene ianuarius, enero, y también ianua, puerta).

El paso por una puerta hacia el más allá se encuentra también en la Biblia. Se dictaban sentencias por dentro de las puertas de la ciudad. Las puertas simbolizan el poder del rey o la confianza en él y derivadamente en Dios. La puerta puede significar el límite, que Dios ha impuesto, por ejemplo, al mar o a la vida, y que Él mismo puede hacer saltar.

En el Nuevo Testamento se desarrolla el sentido de la puerta como acceso a la felicidad eterna. “Esforzaos para entrar por la puerta angosta” (Lc 13, 24), exhorta Jesús, no vaya a ser que el dueño de la casa entre y cierre la puerta, y aunque la golpeéis, él no os reconocerá. La puerta es símbolo de la salvación, como se lee en la parábola de las vírgenes prudentes y las necias (cf. Mt 25, 1-12). Por eso se las representa a veces en las puertas de las iglesias, donde puede aparecer también una escena del juicio final.

Señala el Papa Francisco que la Iglesia entera, las “iglesias” o los templos, y todas las instituciones eclesiales y comunidades cristianas, deben mantener siempre sus puertas abiertas para facilitar el encuentro con Dios. “El Señor –observa– no fuerza nunca la puerta: también Él pide permiso para entrar, pide permiso, no fuerza la puerta”.

Así lo dice en el libro del Apocalipsis: “Yo estoy a la puerta y llamo –imaginemos al Señor que llama a la puerta de nuestro corazón–. Si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (3,20). Y hacia el final del mismo libro se profetiza sobre la futura Ciudad de Dios: “Sus puertas no se cerrarán durante el día”, es decir, para siempre, porque “no existirá la noche en ella” (21, 25).

La vida contemporánea –continúa apuntando el Papa– ha traído la necesidad de cerrar, o incluso blindar muchas puertas. Pero no sería bueno extender eso a toda nuestra vida, en la familia y en la ciudad, en la sociedad y en la Iglesia: “Una Iglesia que no es hospital, así como una familia cerrada en sí misma, mortifica el Evangelio y marchita al mundo. ¡Nada de puertas blindadas en la Iglesia, nada, todo abierto!

Profundiza Francisco en el simbolismo antropológico de la puerta. “La puerta debe custodiar, cierto, pero no rechazar. La puerta no debe ser forzada, al contrario, se pide permiso, porque la hospitalidad resplandece en la libertad de la acogida, y se oscurece en la prepotencia de la invasión. La puerta se abre frecuentemente, para ver si afuera hay alguien que espera, y tal vez no tiene la valentía, o ni siquiera la fuerza de tocar”.

Y mirando nuestra situación actual, la de los cristianos y de la Iglesia, exclama: “¡Cuánta gente ha perdido la confianza, no tiene la valentía de llamar a la puerta de nuestro corazón cristiano, las puertas de nuestras iglesias, que están ahí! No tienen la valentía, les hemos quitado la confianza”.

El Papa desea llevar el significado de la puerta hasta su mismo centro: la persona de Jesús: “Él nos ilumina en todas las puertas de la vida, incluso aquella de nuestro nacimiento y de nuestra muerte. Él mismo ha afirmado: ‘Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento’ (Jn 10, 9)”.

Jesús es la puerta que nos hace entrar y salir. ¡Porque el rebaño de Dios es un amparo, no una prisión! La casa de Dios es un amparo, no es una prisión”. Los ladrones tratan de evitar la puerta, a causa de sus malas intenciones. En cambio Jesús es la puerta y su voz nos es familiar. Con él estamos salvados, podemos entrar y salir sin peligro.

Aprovecha Francisco para agradecer el trabajo de los que guardan las puertas en las iglesias y en otras instituciones eclesiales, porque son capaces, por su prudencia y amabilidad, con su sonrisa, de ofrecer una imagen de humanidad y de acogida. En efecto, ellos están para facilitar que se abra la “puerta de la fe” (Hch 14, 27) en el camino de la salvación; para que puedan recibir el anuncio del Evangelio, como puerta de la palabra o de la predicación (cf. Col 4, 3).

El guardián de las ovejas es también la Iglesia en su conjunto, en cada lugar y en cada momento, que abre y hace entrar a todas las ovejas que el Pastor trae, todas, incluso aquellas perdidas en el bosque, que el buen Pastor ha ido a buscarlas. Él guardián no las elige, son todas invitadas y elegidas por el Señor.

Y también la puerta está en las familias. La Sagrada Familia de Nazaret sabe bien qué cosa significa una puerta abierta o cerrada, para quien espera un hijo, para quien no tiene amparo, para quien huye del peligro”. Por eso invita a que “las familias cristianas hagan del umbral de sus casas un pequeño gran signo de la Puerta de la misericordia y de la acogida de Dios”.

“Es así –concluye el Papa– como la Iglesia deberá ser reconocida, en cada rincón de la tierra: como la custodia de un Dios que toca, como la acogida de un Dios que no te cierra la puerta en la cara, con la excusa que no eres de casa”.

Todo ello, y el hecho mismo de que el Papa abrirá la Puerta Santa y con ella el Año de la Misericordia, evoca que el Señor le dio a Pedro las llaves del Reino de los cielos: el mayor poder, que es el servicio del guardián sobre la puerta (cf. Mt 16, 19).

La puerta del templo que vio Ezequiel, al oriente, estaba cerrada (cf. Ez 44, 1-3). San Ambrosio dice que representa a María, porque por ella entró Cristo, sol de justicia (cf. De Virg. VII).

También con referencia a María señala Newman que María es puerta del cielo, porque por ella pasó el Señor del cielo a la tierra. El papel de María no fue simplemente el de un instrumento pasivo. Ella dijo que sí, con plena advertencia de su mente y consentimiento de su corazón, al Amor que le pedía ser Madre de Dios. Asumió el más alto de los dones junto con el más difícil de los deberes, como se manifestó al pie de la Cruz. “Fue por su consentimiento como se convirtió en la Puerta del Cielo” (John H. Newman, Meditations on the Litany of Loretto, II, 4: Janua coeli).

La Puerta Santa que se abrirá en el Vaticano evoca, pues, la puerta de la gran Misericordia de Dios. Y también la puerta de nuestro corazón, que ha de abrirse para recibir a todos, de nuevo con palabras del Papa, “tanto para recibir el perdón de Dios como para dar nuestro perdón y acoger a todos los que llaman a nuestra puerta".

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