jueves, 26 de enero de 2017

LA AVALANCHA ESPIRITUAL DE LA APOSTASÍA MATA MILLONES DE ALMAS


Hay visiones sobre esta avalancha espiritual, como las del evangélico Steve Hill.
Hay profecías sobre esta apostasía, como las célebres Tres Campanadas de San Josemaría Escrivá.  
Y hay explicaciones causales que ponen todo esto dentro de la doctrina católica de la venida del Anticristo, como es la ponencia del beato John Henry Newman. 
En este artículo hablaremos de esas tres cosas.
Comencemos hablando de la muerte espiritual tal como la entiende el catolicismo.

¿QUÉ ES LA MUERTE ESPIRITUAL?
El estado del alma en pecado mortal tiene analogía con la muerte corporal.
Así como un cuerpo físico puede enfermarse o sufrir un accidente y dejar de retener la vida, el alma puede perder la gracia santificante por el pecado mortal y dejar de vivir sobrenaturalmente.
Está, por lo tanto, espiritualmente muerta porque ya no se une con Dios, quien le da vida sobrenatural, incluso como un cuerpo que está muerto separado de su principio animador, que es el alma.
Aún en la tierra, estamos unión con Dios, la poseemos por la gracia y la fe, y nos estamos moviendo hacia él en la visión beatífica de la gloria.
Cuando las personas pecan mortalmente, están dos veces muertas:
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una vez porque pierden el don de la vida divina que antes tenían,
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y una vez más, porque ya no están avanzando hacia la consumación de la vida en el cielo.
Los pecados mortales no son condonados por ningún poder en el alma misma, y lo mismo que el cuerpo humano, una vez muerto, no puede ser devuelto a la vida, excepto por una intervención especial de Dios, lo mismo sucede con el alma.
En la literatura patrística la restauración se compara con la resucitación de Lázaro.
El ejercicio del poder omnipotente en ambos casos es el mismo.
“Todo el mundo que peca, muere”, dice San Agustín.
Y Benedicto XVI en un ángelus de 2011 dijo: “La muerte espiritual del pecado es la pelea más dura por Cristo, quien pagó el precio de la cruz para derrotarla”.
“Para conquistar esta muerte, Cristo murió, y su resurrección no es el retorno a la vida anterior, sino la apertura a una nueva realidad, a una tierra nueva, que finalmente se une de nuevo con el cielo de Dios”.
LA VISIÓN DE STEVE HILL
Esta visión le vino por lo que Hill llama “el paso por el valle de sombra de muerte, desde mi encuentro cercano con la eternidad apenas hace un rato”. 
Dice Hill que la obediencia se ha convertido en su mandato y es por eso que escribió esta visión; poco tiempo después el pastor Hill moría físicamente.
Esto es lo que vio Hill.
Hace unos días, después de disfrutar de tiempo de calidad con Jesús, me ha sorprendido una visión alarmante. 
Vi una montaña enorme, majestuosa cubierta de nieve reluciente.
Me recordó el Matterhorn en los Alpes suizos. Sus picos estaban impecablemente blancos y me quedé sorprendido de la atención de Dios a los detalles. ¡Era tan realista que quería ir a esquiar!
Pero tuve la sensación de que había algo más, que el Espíritu Santo me estaba a punto de revelar.
Cuando cerré mis ojos, yo estaba en un paraíso invernal lleno de miles de veraneantes.
Los albergues, condominios, hoteles y cabañas estaban a pleno en este popular complejo.
El día se convirtió rápidamente en noche cuando los esquiadores, snowboarders y los entusiastas de los deportes de nieve se retiraban, pero la emoción creció a medida que la nieve comenzó a caer.
Todo el mundo se dirigió a la cama creyendo que mañana sería un día de pura diversión en las laderas recién cubiertas.
Para un ávido esquiador, el regocijo de ser el primero en la carrera por un manto de nieve nueva es un sueño hecho realidad.
A lo largo de la noche, la tormenta de invierno puso varios metros de nieve nueva en las pistas.
La patrulla de esquí nocturna fue puesta en alerta máxima. Su misión era clara.
Debido al potencial de avalanchas asesinas tomaron sus puestos.
Empecé a llorar cuando la visión continuó desarrollándose junto con su aplicación espiritual.
La patrulla de esquí operaba como un pelotón bien entrenado.
Algunos helicópteros tripulados tiraron pequeñas bombas, otros saltaron en motos de nieve cargados con artefactos explosivos de mano.
Lo que parecía ser un grupo estratégico de francotiradores se apostó en la base de maniobra con armas antitanque dirigidas a los picos cubiertos de nieve.
Dispararon sus armas en lugares estratégicos en la “zona de avalancha” para forzar avalanchas antes de que la nieve acumulada se hiciera peligrosa para la vida.
Si no se controla, la acumulación de nieve pesada, fácilmente podría deslizarse hacia abajo con increíble velocidad y fuerza, lo que resulta en enormes daños y pérdidas de vidas.
El Señor comenzó a hablar. Yo temblaba.
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La nieve fresca, nueva representaba la falsa enseñanza que no deja de caer en los oídos del cuerpo de Cristo.
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Ha sido, y es, una fuerte nevada.
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Los esquiadores representaban a los creyentes y no creyentes, que confiaban en el complejo para una experiencia segura y memorable.
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Como cristianos, hemos sido advertidos de ser sobrios y vigilantes (1 Pedro 5:8).
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Sin embargo, al presente, sobrecogedoras enseñanzas han arrullado a muchos en un sueño más profundo.
Capa sobre capa de nieve ha ido cubriendo la verdad sólida y tradicional de Cristo.
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La verdad es que la tonta enseñanza en estos días se hará tan de moda que incluso el creyente más dedicado podría ser engañados (Mateo 24:24).
Está sucediendo ante nuestros ojos. Unos líderes espirituales, dijeron el otro día: “Ustedes tienen una ‘santidad’ pasada de moda, nosotros estamos hoy en un moderno día de la ‘gracia’.
Ustedes viven en la esclavitud mientras que nosotros podemos hacer lo que queramos“.
Pastores y maestros de todo el mundo han sucumbido a las enseñanzas heréticas, incluyendo la reconciliación universal, la deificación del hombre, impugnar la validez de la Palabra de Dios, incluyendo sus juicios.
E incluso levantando fronteras, reclamando para su gracia una “libertad increíble”. Cada uno es libre de vivir de acuerdo a sus propios deseos.
¿Te suena familiar? “Ellos no tenían rey e hicieron lo recto ante sus propios ojos” (Jueces 17:6).
Estos populares autoproclamados ministros del Evangelio están cubriendo las “pistas” y tendrán que rendir cuentas por la muerte espiritual de millones de personas.
Al igual lo que la patrulla de esquí hizo en esta visión, los que son conscientes de lo que está pasando tienen que tomar medidas rápidas y precisas. 
Sus armas de guerra deben estar orientadas a los picos y el ‘terreno de avalanchas’ para disipar a las mentiras.
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Apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros deben estar dispuestos a lanzar bombas espirituales, misiles anti herejía, e incluso dirigirse a las zonas de peligro, armados con la verdad explosiva para hacer frente a esta avalancha potencial.
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Los generales de esta generación deben abandonar la sala de guerra y poner sus años de experiencia en el frente.
Yo humildemente te animo a prestar atención a esta visión y llevarla ante el Señor. La he escrito tal y como se me dio.
Mi responsabilidad es la de compartir con el cuerpo de Cristo Sus palabras dadas para mí.
Los oídos que oyen y las manos que obedecen están fuera de mi control. Esto no es sólo Steve Hill contando una historia.
La mayor parte de lo que el Señor comparte conmigo es personal y queda en mi corazón.
Pero creo sinceramente que esto es una advertencia para esta hora.
Satanás está “nevando a los santos”, pero puede ser detenido. En la visión oí explosiones.
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Vi a los soldados cristianos luchando para tratar de bajar esta avalancha antes de la devastación.
Una de las armas más poderosas de que disponemos para luchar contra este ataque es la lengua.
Deja que Dios te envuelva en llamas para predicar todas las palabras en rojo.
Si tomamos medidas ahora, el resultado será derribar la enseñanza falsa y la restante capa sólida, dada por Dios, la instrucción bíblica que salva a los perdidos, sana a los enfermos y fortalece a los cristianos, hará el verdadero trabajo del ministerio.
Esto nos lleva a la vinculación que el beato John Henry Newman hacía sobre la apostasía y la aparición del anticristo.
EL ANTICRISTO SURGE DE LA APOSTASÍA
En el primero de sus sermones (El tiempo del Anticristo), Newman decía literalmente que:
“el hombre de pecado nace de una apostasía, o por lo menos accede al poder por medio de una apostasía, o es precedido por una apostasía, o no existiría si no fuese por una apostasía” (p. 35).
El beato enumeró prudentemente esas distintas posibilidades, sin excluir que se dieran todas juntas. Pero, antes, había citado como ejemplo de apostasía unos hechos relatados en el libro de los Macabeos: “En aquellos días surgieron en Israel hombres inicuos, que persuadieron a muchos diciendo: Vamos y hagamos alianza con los paganos que nos rodean, puesto que desde que nos separamos de ellos nos han sobrevenido muchas penalidades. Este consejo les pareció bien” (1 Mac 1, 11-13).
Texto sugerente porque, siendo Israel pre figura de la Iglesia, lo que Newman estaba advirtiendo sobre la apostasía es que surgirán en la Iglesia hombres inicuos que persuadirán a muchos para hacer alianza con los paganos que nos rodean; aduciendo lo penoso que resulta separarse del mundo.
Y Newman ya había fundamentado esta profecía apuntando el “enfriamiento de la caridad” previsto por Jesucristo (Mt 24, 12) como su causa profunda.
Esto nos trae a las impresionantes profecías de San Josemaría Escrivá sobre la apostasía dentro de la Iglesia, que reveló poco antes de morir.
PROFECÍAS DE SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ SOBRE LAS APOSTASÍAS EN LA IGLESIA
Un santo moderno, el Fundador del Opus Dei, San Josémaría Escrivá de Balaguer, envió tres cartas a los fieles de la Prelatura.
Que hoy tienen tanta actualidad como en 1972-1974, cuando las escribió, previniendo a sus hijos de las dificultades dentro de la Iglesia.
A estas tres cartas escritas poco antes de su muerte se las conoce por las Tres Campanadas. 
No estaban destinadas al público en general, sino para uso restringido de los miembros de la Obra.
Solamente se conocen públicamente dos de ellas, pero todas son conocidas por la Autoridad competente en la Iglesia, ya que se incorporaron como documento en el Proceso de Canonización.
CRISTIANOS CONTRACORRIENTE Y A PRUEBA
Tiempo de prueba son siempre los días que el cristiano ha de pasar en esta tierra.
Tiempo destinado, por la misericordia de Dios, para acrisolar nuestra fe y preparar nuestra alma para la vida eterna.
Tiempo de dura prueba es el que atravesamos nosotros ahora, cuando la Iglesia misma parece como si estuviese influida por las cosas malas del mundo, por ese deslizamiento que todo lo subvierte, que todo lo cuartea, sofocando el sentido sobrenatural de la vida cristiana.
Llevo años advirtiéndoos de los síntomas y de las causas de esta fiebre contagiosa que se ha introducido en la Iglesia, y que está poniendo en peligro la salvación de tantas almas…
Convenceos, y suscitad en los demás el convencimiento, de que los cristianos hemos de navegar contra corriente.
No os dejéis llevar por falsas ilusiones. 
Pensadlo bien: contra corriente anduvo Jesús, contra corriente fueron Pedro y los otros primeros, y cuantos —a lo largo de los siglos— han querido ser constantes discípulos del Maestro.
Tened, pues, la firme persuasión de que no es la doctrina de Jesús la que se debe adaptar a los tiempos, sino que son los tiempos los que han de abrirse a la luz del Salvador. 
Hoy, en la Iglesia, parece imperar el criterio contrario: y son fácilmente verificables los frutos ácidos de ese deslizamiento.
Desde dentro y desde arriba se permite el acceso del diablo a la viña del Señor, por las, puertas que le abren, con increíble ligereza, quienes deberían ser los custodios celosos…
Es hora, pues, de rezar mucho y con amor, y de pedir al Señor que quiera poner fin al tiempo de la prueba.
No podemos dejar de insistir. No buscamos nada para cada uno de nosotros, por interés personal; buscamos la santidad, que es buscar a Dios.
Y Él espera que se lo recordemos con insistencia.
Se están causando voluntariamente heridas en su Cuerpo, que va a ser muy difícil restañar.
Nos dirigimos a la Trinidad Beatísima, Dios Uno y Trino, para que se digne acortar cuanto antes esta época de prueba. 
Lo suplicamos por la mediación del Corazón Dulcísimo de María; por la intercesión de San José, nuestro Padre y Señor, Patrono de la Iglesia universal, a quien tanto amamos y veneramos; por la intercesión de todos los Ángeles y Santos, cuyo culto algunos intentan extirpar de la Iglesia Santa…
LA CONFUSIÓN DENTRO DE LA IGLESIA
Resulta muy penoso observar que —cuando más urge al mundo una clara predicación— abunden eclesiásticos que ceden, ante los ídolos que fabrica el paganismo, y abandonan la lucha interior, tratando de justificar la propia infidelidad con falsos y engañosos motivos.
Lo malo es que se quedan dentro de la Iglesia oficialmente, provocando la agitación.
Por eso, es muy necesario que aumente el número de discípulos de Jesucristo que sientan la importancia de entregar la vida, día a día, por la salvación de las almas, decididos a no retroceder ante las exigencias de su vocación a la santidad…
La lucha interior —en lo poco de cada día— es asiento firme que nos prepara para esta otra vertiente del combate cristiano.
Que implica el cumplimiento en la tierra del mandato divino de ir y enseñar su verdad a todas las gentes y bautizarlas (cfr. Matth. XXVIII, 19), con el único bautismo en el que se nos confiere la nueva vida de hijos de Dios por la gracia.
Mi dolor es que esta lucha en estos años se hace más dura, precisamente por la confusión y por el deslizamiento que se tolera dentro de la Iglesia.
Al haberse cedido ante planteamientos y actitudes incompatibles con la enseñanza que ha predicado Jesucristo, y que la Iglesia ha custodiado durante siglos.
Éste, hijos míos, es el gran dolor de vuestro Padre. Éste, el peso del que yo deseo que todos participéis, como hijos de Dios que sois.
Resulta muy cómodo —y muy cobarde— ausentarse, callarse, diluidos en una ambigua actitud, alimentada por silencios culpables, para no complicarse la vida.
Estos momentos son ocasión de urgente santidad, llamada al humilde heroísmo para perseverar en la buena doctrina, conscientes de nuestra responsabilidad de ser sal y luz.
Hemos de resistir a la disgregación, cuidando sobrenaturalmente nuestra propia entrega y sembrando sin desmayos, con decisión, con serenidad y con fortaleza, la doctrina y el espíritu de Jesucristo.
POCAS VOCES SE ALZAN
Considerad que hay muy pocas voces que se alcen con valentía, para frenar esta disgregación.
Se habla de unidad y se deja que los lobos dispersen el rebaño.
Se habla de paz, y se introducen en la Iglesia —aun desde organismos centrales— las categorías marxistas de la lucha de clases o el análisis materialista de los fenómenos sociales.
Se habla de emancipar a la Iglesia de todo poder temporal, y no se regatean los gestos de condescendencia con los poderosos que oprimen las conciencias.
Se habla de espiritualizar la vida cristiana y se permite desacralizar el culto y la administración de los Sacramentos, sin que ninguna autoridad corte firmemente los abusos —a veces auténticos sacrilegios— en materia litúrgica.
Se habla de respetar la dignidad de la persona humana, y se discrimina a los fieles, con criterios utilizados para las divisiones políticas.
Toda esa ambigüedad es camino abierto, para que el diablo cause fácilmente sus estragos.
Más cuando se ve que es corriente —en todas las categorías del clero— que muchos no prediquen a Jesucristo y, en cambio, parlotean siempre de asuntos políticos, sociales —dicen—, etc.
Ajenos a su vocación y a su misión sacerdotal, convirtiéndose en instrumentos de parte y logrando que no pocos abandonen la Iglesia…
No se puede imponer por la fuerza la verdad de Cristo, pero tampoco podemos permitir que, con la violencia de los hechos, nos dominen como ciertos y justos, criterios que son una patente deserción del mensaje de Jesucristo: esta violencia se comete por algunos, impunemente, dentro de la Iglesia.
Sería una deslealtad y una falta de fraternidad con el pueblo fiel, no resistir al presuntuoso orgullo de unos pocos que han maleado ya a tantos, sobre todo en el ambiente eclesiástico y religioso.
Comprended que no exagero.
Pensad en la violencia que sufren los niños: desde negarles o retrasarles el bautismo arbitrariamente, hasta ofrecerles como pan del alma catecismos llenos de herejías o de diabólicas omisiones.
O en la que se actúa con la juventud, cuando —¡para atraerla!— se presentan principios morales equivocados, que destrozan las conciencias y pudren las costumbres.
Violencia se hace, también diabólica, cuando se manipulan los textos de la Sagrada Escritura y se llevan al altar en ediciones equívocas, que cuentan con aprobaciones oficiales.
Y no podemos dejar de ver el brutal atropello que se impone a los fieles, y en los fieles al mismo Jesucristo, cuando se oculta el carácter de sacrificio de la Santa Misa o cuando el dinero de las colectas se malgasta en propagar ideas ajenas al enseñamiento de Jesucristo.
Hijos, míos, nunca se ha hablado tanto de justicia en la Iglesia y, a la vez, nunca se ha empleado tanta injusta opresión con las conciencias…
Nos sentimos obligados a resistir a estos nuevos modernistas -progresistas se llaman ellos mismos, cuando de hecho son retrógrados, porque tratan de resucitar las herejías de los tiempos pasados.
Que ponen todo en discusión, desde el punto de vista exegético, histórico, dogmático, defendiendo opiniones erróneas que tocan las verdades fundamentales de la fe, sin que nadie con autoridad pública pare y condene reciamente sus propagandas.
Y si algún pastor habla decididamente, se encuentra con la sorpresa —amarga sorpresa— de no ser suficientemente apoyado por quienes deberían sostenerlo: y esto provoca la indecisión, la tendencia a no comprometerse con determinaciones claras y sin equívocos.
Parece como si algunos se empeñaran en no recordar que, a lo largo de toda la historia, los que guían el rebaño han tenido que asumir la defensa de la fe con entereza, pensando en el juicio de Dios y en el bien de las almas, y no en el halago de los hombres.
No faltaría hoy quien tachara a San Pablo de extremista cuando decía a Tito cómo debería tratar a los que pervertían la verdad cristiana con falsas doctrinas: increpa illos dure, ut sani sint in fide(Tit. I, 13); repréndelos con dureza —le escribía el Apóstol—, para que se mantengan sanos en la fe.
Es de justicia y de caridad, obrar así.
Ahora, sin embargo, se facilita la agitación con un silencio que clama al cielo, cuando no se coloca a los saboteadores de la fe en puntos neurálgicos, desde los que pueden sembrar la confusión «con aprobación eclesiástica».
Ahí están tantos nuevos catecismos y programas de «enseñanza religiosa» testimoniando la verdad de lo que afirmo.
PREVENIDOS Y PIDIENDO AL SEÑOR
Hijos de mi alma, pidamos a Nuestro Señor que ponga término a esta dura prueba…
No podemos dormirnos, ni tomarnos vacaciones, porque el diablo no tiene vacaciones nunca y ahora se demuestra bien activo.
Satanás sigue su triste labor, incansable, induciendo al mal e invadiendo el mundo de indiferencia.
De manera que muchas gentes que hubieran reaccionado, ya no reaccionan, se encogen de hombros o ni siquiera perciben la gravedad de la situación; poco a poco, se han ido acostumbrando.
Esta carta es como una tercera invitación, en menos de un año, para urgir vuestras almas con las exigencias de la vocación nuestra, en medio de la dura prueba que soporta la Iglesia…
Os escribo para que estéis prevenidos ante los asaltos del diablo, que ataca a la hora undécima quizá, casi al fin de este caminar de aquí abajo…
No olvidéis el particular empeño que pone en estos tiempos el demonio, para lograr que los fieles se separen de la fe y de las buenas costumbres cristianas, procurando que pierdan hasta el sentido del pecado con un falso ecumenismo como excusa.
Deseamos, tanto como el que más lo desee, la unión de los cristianos: y aun la de todos los que, de alguna manera, buscan a Dios.
Pero la realidad demuestra que en esos conciliábulos, unos afirman que sí y —sobre el mismo tema— otros lo contrario.
Cuando —a pesar de esto— aseguran que van de acuerdo, lo único cierto es que todos se equivocan. 
Y de esa comedia, con la que mutuamente se engañan, lo menos malo que suele producirse es la indiferencia: un triste estado de ánimo, en el que no se nota inclinación por la verdad, ni repugnancia por la mentira.
Se ha llegado así al confusionismo: y se aniquila el celo apostólico, que nos mueve a salvar la propia alma y las de los demás, defendiendo con decisión la doctrina sin atacar a las personas…
Se escucha como un colosal non serviam! (Ierem. 11, 20) en la vida personal, en la vida familiar, en los ambientes de trabajo y en la vida pública.
Las tres concupiscencias (cfr. 1 Ioann. 11, 16) son como tres fuerzas gigantescas que han desencadenado un vértigo imponente de lujuria, de engreimiento orgulloso de la criatura en sus propias fuerzas, y de afán de riquezas.
Toda una civilización se tambalea, impotente y sin recursos morales…
En una palabra: el mal viene, en general, de aquellos medios eclesiásticos que constituyen como una fortaleza de clérigos mundanizados.
Son individuos que han perdido, con la fe, la esperanza: sacerdotes que apenas rezan, teólogos —así se denominan ellos, pero contradicen hasta las verdades más elementales de la revelación— descreídos y arrogantes, profesores de religión que explican porquerías, pastores mudos, agitadores de sacristías y de conventos, que contagian las conciencias con sus tendencias patológicas, escritores de catecismos heréticos, activistas políticos.
Hay, por desgracia, toda una fauna inquieta, que ha crecido en esta época a la sombra de la falta de autoridad y de la falta de convicciones, y al amparo de algunos gobernantes, que no se han atrevido a frenar públicamente a quienes causaban tantos destrozos en la viña del Señor.
Hemos tenido que soportar —y cómo me duele el alma al recoger esto— toda una lamentable cabalgata de tipos que, bajo la máscara de profetas de tiempos nuevos, procuraban ocultar, aunque no lo consiguieran del todo, el rostro del hereje, del fanático, del hombre carnal o del resentido orgulloso…
El cinismo intenta con desfachatez justificar —e incluso alabar— como manifestación de autenticidad, la apostasía y las defecciones.
No ha sido raro, además, que después de clamorosos abandonos, tales desaprensivos desleales continuaran con encargos de enseñanza de religión en centros católicos o pontificando desde organismos para-eclesiásticos, que tanto han proliferado recientemente.
Me sobran datos bien concretos, para documentar que no exagero: desdichadamente no me refiero a casos aislados.
Más aún, de algunas de esas organizaciones salen ideas nocivas, errores, que se propagan entre el pueblo, y se imponen después a la autoridad eclesiástica como si fueran movimientos de opinión de la base…
Por desgracia, se observan también en la Iglesia sitios —cátedras de teología, catequesis, predicación— que deberían alumbrar como focos de luz, y se aprovechan —en cambio— para despachar una visión de la Iglesia y de sus fines totalmente adulterados. 
Hijos míos, es un grave pecado contra el Espíritu Santo, porque precisamente el Paráclito vivifica con su gracia y sus dones a la Iglesia (Catecismo Mayor de San Pío X, n. 143), establece allí el reinado de la verdad y del amor, y la asiste para que lleve con seguridad a sus hijos por el camino del cielo (ibid.).
Confundir a la Iglesia con una asamblea de fines más o menos humanitarios, ¿no significa ir contra el Espíritu Santo?
Ir contra el Espíritu Santo es hacer circular, o permitir que circulen sin denunciar sus falsedades, catecismos heréticos o textos de religión que corrompen las conciencias de los niños, con enseñanzas dañosas y graves omisiones…
Errores y desviaciones, debilidades y dejaciones he dicho ya: y ahora —como siempre— el mal se envuelve diabólicamente en paños de virtud y de autoridad: y así resulta más fácil que se fortalezca y que produzca más daño.
Porque aparecen gentes con una falsa religiosidad, saturada de fanatismo, que se oponen desde dentro a la Iglesia de Jesucristo, dogmática y jurídica, haciendo resaltar —con increíble desorden, cambiando por los del Estado los fines de la Iglesia— lo político antes que lo religioso.
Todo coopera al desprestigio general de la autoridad eclesiástica y a que no se corrijan con oportunidad y energía los desórdenes: los desatinos heréticos, la inestabilidad, la confusión, la anarquía en asuntos de fe y de moral, de liturgia y de disciplina.
A esta situación la llaman algunos —defendiéndola — aggiornamento, cuando es relajación y menoscabo del espíritu cristiano, que trae como consecuencia inmediata — entre otros efectos — la desaparición de la piedad, la carencia de vocaciones sacerdotales o religiosas, el apartar a los fieles en general — ya lo dije— de las prácticas espirituales. 
Y, por tanto, menos trabajo en servicio de las almas, al paso que los eclesiásticos — al verse ineficaces — se muestran desgraciados y abandonan el proselitismo, porque piensan que procurarán también la infelicidad a otros…
EL MODERNISMO DENUNCIADO POR SAN PIO X
No se relee sin gran dolor lo que San Pío X describió en su encíclica Pascendicuando exponía las características del modernismo, que en ese documento definía como compendio de todas las herejías. 
Todo aquello que entonces el Magisterio universal de la Iglesia intentó atajar con penetrante visión y energía sobrenatural, aparecía ya con su enorme gravedad, pero era todavía un mal relativamente limitado a algunos sectores.
En nuestros días ese mismo mal — idéntico en su inspiración de raíz y con frecuencia en sus formulaciones — ha resurgido violento y agresivo, con el nombre de neomodernismo, y en proporciones prácticamente universales.
Aquella enfermedad mortal, antes localizada en unos pocos ambientes malsanos, y contenida dentro de esas fronteras por prudentes medidas de la Santa Sede, ha alcanzado aspectos de epidemia generalizada.
Su extensión ha facilitado su virulencia y la manifestación de efectos monstruosos en cantidad y en calidad, que quizá ni siquiera hubiésemos podido imaginar ante los primeros brotes del modernismo.
Lo que inicialmente se mostraba sólo, aunque ya fuese muy grave, como la reducción de las Verdades dogmáticas a la simple experiencia subjetiva, conservando algún matiz espiritual, se ha degradado aún más.
Las hondas exigencias del alma —y aun las de la misma gracia divina— quedan disueltas en la horizontalidad sin relieve de lo mundano.
Identificando el amor de Dios con las aspiraciones o deseos más inmediatos del hombre-masa, sometido a los determinismos de la planificación materialista y atea, y a la de los instintos animales.
La soberbia de la vida (I Ioann. II, 16) presenta su vanidad total en la exteriorización de la concupiscencia de los ojos, ambición de poder y de bienes terrenos, sin mesura.
Y de la concupiscencia de la carne, sensualidad sin freno y degradación libertina.
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Es como la descomposición entera de un cuerpo, después de haber perdido el alma…
Si, para combatir eficazmente los males del modernismo, San Pío X —como de modo análogo había hecho antes León XIII— señalaba, entre los más importantes remedios que urgía poner, el fiel seguimiento de la filosofía y de la teología de Santo Tomás, es patente que ahora se impone como nunca el estricto cumplimiento de esa disposición.
Con el Motu proprio Doctoris Angelici, San Pío X traducía, en normas disciplinares concretas, lo que había sido una constante recomendación de sus antecesores en la Sede de Pedro, desde el año 1325.
No me parece ocioso transcribir aquí algunas de las afirmaciones de ese documento pontificio:
se deben conservar santa e inviolablemente los principios filosóficos establecidos por Santo Tomás, a partir de los cuales se aprende la ciencia de las cosas creadas de manera congruente con la Fe, se refutan los errores de cualquier época, se puede distinguir con certeza lo que sólo a Dios pertenece y no se puede atribuir a nadie más, se ilustra con toda claridad la diversidad y la analogía existente entre Dios y sus obras.
Y añade: por lo demás, hablando en general, estos principios de Santo Tomás no encierran otra cosa más que lo que ya habían descubierto los más importantes filósofos y Doctores de la Iglesia, meditando y argumentando sobre el conocimiento humano, sobre la naturaleza de Dios y de las cosas, sobre el orden moral y la consecución del fin último.
Con un ingenio casi angélico, desarrolló y acrecentó toda esta cantidad de sabiduría recibida de los que le habían precedido, la empleó para presentar la doctrina sagrada a la mente humana, para ilustrarla y para darle firmeza.
Los puntos más importantes de la filosofía de Santo Tomás no deben ser considerados como algo opinable, que se pueda discutir, sino que son como los fundamentos en los que se asienta toda la ciencia de lo natural y lo divino.
Si se rechazan estos fundamentos o se los pervierte, se seguirá necesariamente que quienes estudian las ciencias sagradas ni siquiera podrán captar el significado de las palabras, con las que el Magisterio de la Iglesia expone los dogmas revelados por Dios.
Por eso quisimos advertir a quienes se dedican a enseñar la filosofía y la sagrada teología, que si se apartan de las huellas de Santo Tomás, principalmente en cuestiones de metafísica, será con gran detrimento.
Así, entre otras determinaciones, San Pío X exhortaba: pondrán en esto un particular empeño los profesores de filosofía cristiana y de sagrada teología, que deben tener siempre presente que no se les ha dado facultad de enseñar, para que expongan a sus alumnos las opiniones personales que tengan acerca de su asignatura, sino para que expongan las doctrinas plenamente aprobadas por la Iglesia.
Concretamente, en lo que se refiere a la sagrada teología, es Nuestro deseo que su estudio se lleve a cabo siempre a la luz de la filosofía que hemos citado.
¡Cuánto dolor se hubiese ahorrado a la Iglesia y cuánto daño se hubiese evitado a las almas, con la fiel obediencia a esos mandatos de San Pío X!
Pido ahora a mis hijas y a mis hijos, precisamente en este año en el que se conmemora el VII centenario de la muerte del Doctor Angélico, que sigan delicadamente esas indicaciones de la Iglesia en el estudio y en la enseñanza de la doctrina filosófica y teológica, seguros de que también así contribuiremos a que, por la misericordia divina, las aguas vuelvan a su cauce…
Fuentes:

Foros de la Virgen María

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