jueves, 15 de junio de 2017

A JESÚS POR MARÍA – SAGRADA COMUNIÓN


MODO DE PRACTICAR ESTA DEVOCIÓN AL COMULGAR

ANTES DE LA COMUNIÓN.

1. Humíllate profundamente delante de Dios.

2. Renuncia a tu fondo, todo corrompido, y a tus disposiciones por buenas que te las haga ver tu amor propio.

3. Renueva tu consagración diciendo: Yo soy todo vuestro, mi querida Señora, con todo lo que tengo.

4. Suplica a esta bondadosa Madre que te preste su corazón para recibir en el a su Hijo con sus mismas disposiciones. Represéntale cuanto importa a la gloria de su Hijo que no entre en un corazón tan manchado como el tuyo, y tan inconstante, que no dejaría de quitarle su gloria y aun perderle, pero si Ella quiere venir a habitar en ti para recibir a su Hijo, puede hacerlo, por el dominio que tiene sobre los corazones, y que su Hijo será por Ella bien recibido sin mancha y sin peligro de ser ultrajado ni perdido: Dios está en medio de Ella, no se estremecerá.

Dile con entera confianza que todos los bienes que le has dado es poca cosa para honrarla, pero que, por la sagrada comunión, quieres hacerle el mismo presente que el Eterno Padre le hizo, y que Ella será con esto más honrada, que si le dieses todos los bienes del mundo. Y, que, en fin, Jesús, que la ama sobre todo, desea aun tener  en Ella su complacencia y su reposo, aunque sea en tu alma, más sucia y más pobre que el establo a donde Jesús no tuvo dificultad en ir, porque allí estaba Ella. Pídele su corazón con estas tiernas palabras: Y os recibo por mi todo: dadme vuestro corazón, oh María.

EN LA COMUNIÓN

Dispuesto a recibir a Jesucristo, después del Pater noster, dile tres veces: Domine, non sum dignus, etc., como si dijeses la primera vez: al Padre eterno, que no eres digno, por causa de tus malos pensamientos e ingratitudes para un con un Padre tan bueno, de recibir a su Hijo único, pero que he aquí a María su esclava: Ecce ancilla Domini, que ruega por ti y te da una confianza singular para con su Majestad: Porque Tú solo me infundes seguridad.

Al Hijo di: Señor, yo no soy digno, etc., que no  eres digno de recibirle por causa de tus palabras inútiles y malas y de tu infidelidad en su servicio, pero que, no obstante, le suplicas tenga piedad de ti, que te introducirás en la casa de su propia Madre y tuya, y que no le dejaras ir hasta que venga a habitar en ella: Téngole y no le dejare hasta introducirle en la casa de mi Madre, y en la habitación de la que me dio la vida. Ruégale que se levante y venga al lugar de su reposo y el arca de su santificación. Dile que de ningún modo pones tu confianza en tus méritos, en tu fuerza y en tus preparaciones, como Esau, sino en los de María, tu querida Madre, como el humilde Jacob en los cuidados de Rebeca, que, por muy pecador y muy Esau que seas, te atreves acercarte a su santidad apoyado y adornado con los méritos y virtudes de su santa Madre.

Al Espíritu Santo dile: Señor, yo no  soy digno: no soy digno de recibir la obra maestra de su caridad, por causa de la tibieza e inquietud de tus acciones y de tus resistencias a sus inspiraciones, pero con toda tu confianza es María, su fiel Esposa, y di con San Bernardo: Esta es mi mayor confianza, esta es toda la razón de mi esperanza. También puedes rogarle que venga a María su Esposa indisoluble, que su seno está tan puro y su corazón tan abrazado como nunca, y que si El no desciende a tu alma, ni Jesús ni María se formaran en Ella, ni serán dignamente hospedados.

DESPÚES DE LA COMUNIÓN

Después de la Sagrada Comunión, estando interiormente recogido y cerrando los ojos, introduce a Jesucristo en el corazón de María, entrégaselo a su Madre que lo recibirá amorosamente, le colocará honrosamente, le adorara profundamente, le amará perfectamente, le abrazará estrechamente y le rendirá en espíritu y en verdad muchos obsequios que en nuestras espesas tinieblas nos son desconocidos.

O bien quédate profundamente humillado en tu corazón en la presencia de Jesús que mora en María. O permanece como un esclavo a la puerta del palacio del Rey, donde está hablando con la Reina, y mientras Ellos hablan entre sí, sin tener necesidad de ti, sube en espíritu al cielo y ve por toda la tierra a rogar a las criaturas que den gracias, adoren y amen  A Jesús en María en tu nombre: Venid, adoremos, venid, etc.

O bien tú mismo pide a Jesús, en unión de María, el advenimiento de su reino a la tierra por medio de su santa Madre, o la divina Sabiduría, o el amor divino, o el perdón de tus pecados, o alguna otra gracia, pero siempre por María y en María, diciendo mientras te miras a ti mismo al soslayo: No miréis Señor, mis pecados, mas no vean vuestros ojos en mi sino las virtudes y méritos de María. Y acordándote de tus pecados, añade: El hombre enemigo lo hizo. Yo, que soy el más grande enemigo con quien tengo que luchar, yo hice esos pecados. O también: Del hombre injusto y engañador, que soy yo, líbrame, Señor: O bien: Jesús mío, conviene que Tu crezcas en mi alma y que yo disminuya. María, es menester que vos crezcáis en mí, y que yo sea menos que nunca. ¡Oh Jesús y María!, creced en mí y multiplicaos fuera en los otros.

Hay una infinidad de otros pensamientos que el Espíritu Santo sugiere y te sugerirá si de veras eres hombre interior, mortificado y fiel a esta grande y sublime devoción que acabo de ensenarte. Pero acuérdate que cuando más dejes a María obrar en tu comunión, Jesús será más glorificado, y dejaras tanto más a María obrar para Jesús y a Jesús en María, cuando más profundamente te humilles y los escuches en paz y silencio, sin inquietarte por ver, gustar ni sentir, porque el justo vive en todo de la fe, y particularmente en la sagrada comunión, que es un acto de fe.


San Luis M. de Monfort

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